EL SILENCIO… ¿ES SALUD?
PUEBLO CHICO…INFIERNO GRANDE
“Cuando se mata a un Hombre, se mata a un mundo” (E. Osman)
Pueblo chico infierno grande, reza el refrán que alude a las “delicias” de las cuitas pueblerinas. Y en Gualeguay, las cuitas de todos, están en boca de todos. De TODOS.
Somos pocos y nos conocemos mucho, dice otro de los refranes del manual del buen vecino chismoso.
Y cuando uno está convencido que conoce a todos, cuando en realidad no conoce a nadie; y cuando uno está convencido que lo sabe todo, cuando en realidad no sabe nada, ocurre lo que ocurre casi siempre: Hablamos en vano.
Esta semana, Gualeguay fue título catástrofe en todos los medios nacionales. Pues ocurrió en Gualeguay lo que cada vez más a menudo ocurre en Argentina: La muerte. La tragedia. La inseguridad. Otra vez nos tocó a nosotros.
Y cuando la tragedia ocurre. Y trasciende, es lógico que acudan todas las miradas. Así, tras el brutal asesinato de la contadora Tonón, un aluvión de medios cayó sobre la ciudad. Los teléfonos de Radio Gualeguay, de pronto, comenzaron a sonar insistentemente. Todos querían saber. Todos necesitaban saber.
Fui testigo, en parte, de la furia periodística nacional por cubrir la tragedia. Y testigo también, de la carrera frenética por llegar a la primicia, sea como sea.
Lógicamente, ante la tragedia, los medios se lanzan a una lucha desesperada por la información. Y esa lucha es caótica en los primeros momentos. Por eso siempre se utiliza el tiempo potencial. “Habría, podría, sería…”, pues en los primeros momentos, todos son trascendidos. Nada es seguro. Eso se comprende. La vorágine de los acontecimientos, la avidez por indagar, y la tragedia desatada, conjuran la precisión.
Y están los medios que tienen que informar. Pero está la familia con su dolor insoportable. Primer choque frontal. Las noticias de las primeras horas dicen, aunque lo digan en potencial. Y los familiares se indignan, porque las primeras conjeturas son apresuradas, porque no son exactas, porque la información es escasa y es confusa…y claro, en medio del dolor insoportable, hasta las caricias duelen.
Pero los medios tienen que informar. Y deben informar. Aunque la familia calle, los medios no. Aunque las autoridades no digan, los medios deben decir. Entonces averiguan, llaman a los amigos, buscan a los allegados. Y como todo es confuso, también las crónicas primeras emergen confusas y ambiguas.
Los medios de “afuera”, por llamarlos de alguna manera…llevan las de ganar, si es que se me permite la expresión. Ellos llegan, indagan, informan….y se van. Los medios locales en cambio, no. Se quedan. Y siguen conviviendo con las víctimas y su familia, con los victimarios, con las autoridades y con los funcionarios. Es más complicado.
Ante la tragedia y la avidez, es imposible que los allegados a la víctima no se enojen. Y es imposible que los medios no se equivoquen. Luego, las aguas se calman un poco, y todo se va encauzando con mayor normalidad.
En el nerviosismo y la vorágine, no es infame informar un trascendido… “la habrían degollado…”, aunque luego el trascendido sea desacreditado. Porque, y esto se lo explico a quienes leen o escuchan noticias, siempre hay una fuente. Más o menos confiable, siempre hay gente dispuesta a “contar”. Y puede ser un juez, un policía, un funcionario, un familiar, un amigo, un vecino, o un testigo…siempre alguien habla.
Y ahí está el olfato y el oficio del periodista, para saber “chequear”. Claro que en los primeros momentos, todo ocurre a la velocidad de la luz.
Esta semana nos ocurrió la tragedia. Y ocurrió en el centro. Y se llevó la vida de una profesional conocida. Y ocurrió a plena luz del día. Y más allá de lo que hayan dicho los medios. Y de cómo lo hayan dicho, lo verdaderamente importante es que ocurrió. Alguien asesinó una persona en nuestras narices. ¿Se entiende la dimensión del hecho?, digo, es un hecho tan espeluznante, que no se puede no hablar. No conjeturar. No intentar correr el velo del silencio familiar y oficial, que se comprende. Porque la tragedia es primero de la familia, sí. Pero inmediatamente después, es todos nosotros. Y Gualeguay ya tiene experiencia, lamentablemente, en estas tragedias.
Escucho a los jefes policiales, y escucho a las autoridades judiciales…ellos están satisfechos con el trabajo. “Rápidamente, el hecho parece esclarecido”.
Yo les voy a ser sincero. Y no es mi intención señalar culpas. Tómense mis palabras como una crítica constructiva. No me gusta cuando este tipo de tragedias se “aclaran” tan rápidamente. Explico. No me gusta, pues me queda la sensación de que entonces, se podría haber evitado. Es decir, si el asesino era tan obvio…alguien lo tendría que haber intuido. Y ahí entramos todos. Nosotros los vecinos, que callamos por miedo o por comodidad. Y los funcionarios, y la policía, y la justicia. Todos.
Les voy a contar algo que, aunque seguramente no tiene nada que ver con esta tragedia de la contadora Tonón, a mí me dejó pensando. No voy a dar nombres, porque sé positivamente que quienes deben saberlo, lo saben.
Hace varios días, a un hombre mayor que vive solo en Gualeguay, una mujer le tocó la puerta. No era la primera vez que lo hacía. Y siempre a la siesta. En un descuido del hombre, la mujer entró a la casa y comenzó a pedirle plata, y a buscar cosas para llevarse. El hombre no se amedrentó, y a pesar de su edad y de sus achaques, se defendió. La mujer agarró un cuchillo de cocina, y comenzó a apuñalarlo. En los brazos, en las piernas…por suerte el cuchillo no tenía filo ni era muy confiable. Gritos, ruidos, cosas que se rompen…y la mujer, sorprendida, se escapa. Sé que el hombre fue hasta la comisaría a efectuar la denuncia… pero no tengo idea qué pasó luego. Si se la tomaron y prosperó, o si todo quedó, como tantas veces, en la nada. Y no digo que aquella mujer tenga algo que ver con ésta mujer que está detenida por el crimen de la contadora Tonón. Sino que digo, que me gustaría saber en quedó el hecho que relato, que no terminó en la misma tragedia de Tonón, solo porque el cuchillo era berreta. Porque sí, siempre las tragedias ocurren tras una sucesión de cosas mal hechas. De negligencias. Antes de la tragedia, por lo general, sucedieron muchas cosas que la advertían. Pero nadie lo advirtió. O a nadie le importó. Y cuando la tragedia ocurre…es tarde. Y en esto somos responsables todos. Los vecinos que remoloneamos para hacer una denuncia, (o que no reaccionamos, al leer la noticia de que el gobernador “ordenó que la policía controle el precio de los combustibles en las estaciones de servicio”). Y la policía, que muchas veces apaña nuestro desgano. Y la justicia, que a veces parece demasiado condescendiente con los delincuentes. Todos y cada uno de nosotros, cuando vemos hacia atrás, hemos sido un eslabón, en la cadena que amarra a la tragedia.
Destaco el trabajo de la periodista Evangelina Solari, quien, casi en soledad, cubrió la noticia con responsabilidad y profesionalismo. A pesar de las presiones. A pesar de la avidez y las urgencias de los medios nacionales, y a pesar del hermetismo y la confusión de las primeras horas. Tal vez ahora, la familia de la víctima esté indignada con algunas de las cosas que se dijeron en un primer momento. Se comprende. Tal vez ahora, con el “resultado puesto”, algunos periodistas se mofen de las primeras crónicas. Pero mañana, cuando se vean las cosas en perspectiva, todos comprenderán que, ante esta tragedia que nos ha involucrado a todos, los “desubicados”, fueron aquellos periodistas que eligieron callar. El periodismo que calla no es periodismo. Es otra cosa.
Somos pocos y nos conocemos mucho, dice otro de los refranes del manual del buen vecino chismoso.
Y cuando uno está convencido que conoce a todos, cuando en realidad no conoce a nadie; y cuando uno está convencido que lo sabe todo, cuando en realidad no sabe nada, ocurre lo que ocurre casi siempre: Hablamos en vano.
Esta semana, Gualeguay fue título catástrofe en todos los medios nacionales. Pues ocurrió en Gualeguay lo que cada vez más a menudo ocurre en Argentina: La muerte. La tragedia. La inseguridad. Otra vez nos tocó a nosotros.
Y cuando la tragedia ocurre. Y trasciende, es lógico que acudan todas las miradas. Así, tras el brutal asesinato de la contadora Tonón, un aluvión de medios cayó sobre la ciudad. Los teléfonos de Radio Gualeguay, de pronto, comenzaron a sonar insistentemente. Todos querían saber. Todos necesitaban saber.
Fui testigo, en parte, de la furia periodística nacional por cubrir la tragedia. Y testigo también, de la carrera frenética por llegar a la primicia, sea como sea.
Lógicamente, ante la tragedia, los medios se lanzan a una lucha desesperada por la información. Y esa lucha es caótica en los primeros momentos. Por eso siempre se utiliza el tiempo potencial. “Habría, podría, sería…”, pues en los primeros momentos, todos son trascendidos. Nada es seguro. Eso se comprende. La vorágine de los acontecimientos, la avidez por indagar, y la tragedia desatada, conjuran la precisión.
Y están los medios que tienen que informar. Pero está la familia con su dolor insoportable. Primer choque frontal. Las noticias de las primeras horas dicen, aunque lo digan en potencial. Y los familiares se indignan, porque las primeras conjeturas son apresuradas, porque no son exactas, porque la información es escasa y es confusa…y claro, en medio del dolor insoportable, hasta las caricias duelen.
Pero los medios tienen que informar. Y deben informar. Aunque la familia calle, los medios no. Aunque las autoridades no digan, los medios deben decir. Entonces averiguan, llaman a los amigos, buscan a los allegados. Y como todo es confuso, también las crónicas primeras emergen confusas y ambiguas.
Los medios de “afuera”, por llamarlos de alguna manera…llevan las de ganar, si es que se me permite la expresión. Ellos llegan, indagan, informan….y se van. Los medios locales en cambio, no. Se quedan. Y siguen conviviendo con las víctimas y su familia, con los victimarios, con las autoridades y con los funcionarios. Es más complicado.
Ante la tragedia y la avidez, es imposible que los allegados a la víctima no se enojen. Y es imposible que los medios no se equivoquen. Luego, las aguas se calman un poco, y todo se va encauzando con mayor normalidad.
En el nerviosismo y la vorágine, no es infame informar un trascendido… “la habrían degollado…”, aunque luego el trascendido sea desacreditado. Porque, y esto se lo explico a quienes leen o escuchan noticias, siempre hay una fuente. Más o menos confiable, siempre hay gente dispuesta a “contar”. Y puede ser un juez, un policía, un funcionario, un familiar, un amigo, un vecino, o un testigo…siempre alguien habla.
Y ahí está el olfato y el oficio del periodista, para saber “chequear”. Claro que en los primeros momentos, todo ocurre a la velocidad de la luz.
Esta semana nos ocurrió la tragedia. Y ocurrió en el centro. Y se llevó la vida de una profesional conocida. Y ocurrió a plena luz del día. Y más allá de lo que hayan dicho los medios. Y de cómo lo hayan dicho, lo verdaderamente importante es que ocurrió. Alguien asesinó una persona en nuestras narices. ¿Se entiende la dimensión del hecho?, digo, es un hecho tan espeluznante, que no se puede no hablar. No conjeturar. No intentar correr el velo del silencio familiar y oficial, que se comprende. Porque la tragedia es primero de la familia, sí. Pero inmediatamente después, es todos nosotros. Y Gualeguay ya tiene experiencia, lamentablemente, en estas tragedias.
Escucho a los jefes policiales, y escucho a las autoridades judiciales…ellos están satisfechos con el trabajo. “Rápidamente, el hecho parece esclarecido”.
Yo les voy a ser sincero. Y no es mi intención señalar culpas. Tómense mis palabras como una crítica constructiva. No me gusta cuando este tipo de tragedias se “aclaran” tan rápidamente. Explico. No me gusta, pues me queda la sensación de que entonces, se podría haber evitado. Es decir, si el asesino era tan obvio…alguien lo tendría que haber intuido. Y ahí entramos todos. Nosotros los vecinos, que callamos por miedo o por comodidad. Y los funcionarios, y la policía, y la justicia. Todos.
Les voy a contar algo que, aunque seguramente no tiene nada que ver con esta tragedia de la contadora Tonón, a mí me dejó pensando. No voy a dar nombres, porque sé positivamente que quienes deben saberlo, lo saben.
Hace varios días, a un hombre mayor que vive solo en Gualeguay, una mujer le tocó la puerta. No era la primera vez que lo hacía. Y siempre a la siesta. En un descuido del hombre, la mujer entró a la casa y comenzó a pedirle plata, y a buscar cosas para llevarse. El hombre no se amedrentó, y a pesar de su edad y de sus achaques, se defendió. La mujer agarró un cuchillo de cocina, y comenzó a apuñalarlo. En los brazos, en las piernas…por suerte el cuchillo no tenía filo ni era muy confiable. Gritos, ruidos, cosas que se rompen…y la mujer, sorprendida, se escapa. Sé que el hombre fue hasta la comisaría a efectuar la denuncia… pero no tengo idea qué pasó luego. Si se la tomaron y prosperó, o si todo quedó, como tantas veces, en la nada. Y no digo que aquella mujer tenga algo que ver con ésta mujer que está detenida por el crimen de la contadora Tonón. Sino que digo, que me gustaría saber en quedó el hecho que relato, que no terminó en la misma tragedia de Tonón, solo porque el cuchillo era berreta. Porque sí, siempre las tragedias ocurren tras una sucesión de cosas mal hechas. De negligencias. Antes de la tragedia, por lo general, sucedieron muchas cosas que la advertían. Pero nadie lo advirtió. O a nadie le importó. Y cuando la tragedia ocurre…es tarde. Y en esto somos responsables todos. Los vecinos que remoloneamos para hacer una denuncia, (o que no reaccionamos, al leer la noticia de que el gobernador “ordenó que la policía controle el precio de los combustibles en las estaciones de servicio”). Y la policía, que muchas veces apaña nuestro desgano. Y la justicia, que a veces parece demasiado condescendiente con los delincuentes. Todos y cada uno de nosotros, cuando vemos hacia atrás, hemos sido un eslabón, en la cadena que amarra a la tragedia.
Destaco el trabajo de la periodista Evangelina Solari, quien, casi en soledad, cubrió la noticia con responsabilidad y profesionalismo. A pesar de las presiones. A pesar de la avidez y las urgencias de los medios nacionales, y a pesar del hermetismo y la confusión de las primeras horas. Tal vez ahora, la familia de la víctima esté indignada con algunas de las cosas que se dijeron en un primer momento. Se comprende. Tal vez ahora, con el “resultado puesto”, algunos periodistas se mofen de las primeras crónicas. Pero mañana, cuando se vean las cosas en perspectiva, todos comprenderán que, ante esta tragedia que nos ha involucrado a todos, los “desubicados”, fueron aquellos periodistas que eligieron callar. El periodismo que calla no es periodismo. Es otra cosa.
3 comentarios:
El periodismo que calla es militar como se callaron y se siguen callando los militares que asesinaron a 30000 argentinos
30.000 qué??? me parece que estás leyendo mucha ciencia ficción...
Abrazo
No estoy de acuerdo con el contenido del blog pero aprecio que permitan comentarios anónimos. Saludos entrerrianos
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