(F. Dostoievsky – Los Hermanos Karamasov)
Me empeño en situar esta historia a mediados de los 70. Solo porque sospecho que yo tenía por entonces diez años. Desde entonces, esta historia se empeña en andar junto a mí, como un buen recuerdo de la infancia. Y como algo más.
Fue la primera vez que mis padres me dieron permiso para ir solo al cine. Y allá fui con Cristian Pafundi, un compañero de la escuela primaria. El cine se llamaba San Martín y estaba en Avenida San Martín. Redundancias entendibles en aquella ciudad sanmartiniana de San Lorenzo (ahí vivía por entonces), donde casi todo evocaba orgullosamente al creador del Regimiento de Granaderos a Caballo, que tuvo su bautismo de fuego junto al Convento que mira hacia ese Campo Glorioso, que se desbarranca abruptamente hacia río Paraná.
Hoy las redundancias en los pueblos y las ciudades rondan apellidos menos heroicos como Perón o Illia…y otros tantos “ilustres” que coparon calles y plazas a fuerza de decretos, tras haber sido desechados merecidamente (creo yo) por el bronce.
Pero me estoy yendo de tema. Decía que allá fui entonces con mi amigo, desandando primero el Boulevard Urquiza, y luego, la amplia Avenida San Martín.
Yo iba con la entrada en la mano, el corazón en la boca, y temblando, como una hoja más de aquél fresco otoño santafecino que acariciaba rudo, alargando su mano húmeda desde las entrañas del río.
Tampoco estoy seguro de que fuera otoño, pero casi todos mis recuerdos son otoño.
La misma ansiedad que apuraba mis pasos, se empecinada en alejarme el cine. Así y todo llegamos una eterna media hora antes de que empezara la película.
No tengo el recuerdo de haber sido yo quien eligiera la película, pero convengamos que en aquellos años, y en una ciudad pequeña, no había mucho margen para elegir… uno elegía, a lo sumo, ir o no al cine. Pero la película era “la que daban”. Y punto.
Confieso que nunca imaginé (cuando con los ojos desorbitados por la emoción, vi la primera imagen de la película) que aquella tarde me iba a enamorar como me enamoré.
Se apagaron las luces, ese momento lo recuerdo bien pues me estremecí de manera especial, sentí un abismo profundo y misterioso aquí, en el medio del pecho.
Sólo dos veces más en toda mi vida, volví a sentir un abismo parecido.
Melody Perkins (Tracy Hyde) sale de su casa con una muda de ropa vieja, baja las escaleras de su departamento humilde a toda carrera, corre al señor que en un carrito vende peces de colores por las calles. Compra uno, y luego lo libera en un pequeño estanque de la plaza. De fondo, los Bee Gees susurraban… “¿Quién es la niña en el marco de la ventana, / mirando caer la lluvia? / Melody, la vida no es como la lluvia, / tan solo es como un carrusel”
Nunca olvidé esa película, ni la cara de Melody que durante tantos años me robaba un profundo suspiro con solo recordarla. Bastaba ver su foto o imaginarla.
Mi amor por Melody fue un amor secreto, esos amores que uno nunca se animaba a confesar. Que uno lo amparaba con el silencio, por miedo a cualquier posible cargada de aquellos esmerados “demoledores de sueños” que nunca comprenderán el sentimiento hermosamente devastador de un amor platónico.
No voy a comentar la película, ni pretendo tampoco contagiarles sentimientos que son imposibles de transmitir cuando uno no los ha vivido. Solo quiero decirles, como pensando en voz alta, que aquella película tenía todo lo que uno sueña de chico cuando se enamora. Daniel y Melody se buscan, se encuentran, se escapan solos durante todo un día a la playa, y bajo la lluvia se juran amor eterno. Esa escena sí es genial.
En la soledad cómplice del cementerio, Melody le recrimina a Daniel ser la última en enterarse de que él la ama (“todos hablan de eso en el colegio”). Daniel no dice nada. Melody lee una lápida en la que un esposo “agradece 50 años de amor a su mujer fallecida”. Y dice Melody: ¿Cuánto es 50 años? Daniel piensa y dice: mmm…120 semestres, sin incluir vacaciones. ¿Me amarás tanto tiempo?, pregunta ella. Daniel solo asiente con la cabeza. No creo que lo hagas…, sentencia Melody. Claro… ya te amé una semana entera, ¿no?, contesta Daniel.
Y sí, a los diez años, una semana y toda la eternidad, son exactamente lo mismo.
Ahora sé lo que aquella tarde de otoño ni siquiera sospechaba. Ahora comprendo el abismo insondable entre esos dos mundos irreconciliables. El mundo de la infancia, que es de verdad. Y el mundo de “los grandes”. Que es de mentira.
Los actores principales de “Melody”, eran los niños estrella del cine inglés de aquél entonces (1.971). Mark Lester, el rubio niño bien, que se enamoraba de Melody; y Jack Wild, el rebelde sin causa, el típico niño atrapado en esos oscuros problemas familiares que moldean definitiva y desesperantemente su carácter. Y hasta su destino. Wild había estado nominado en 1.968, con sólo 16 años, al Oscar por su actuación en “Oliver”.
Daniel y Melody luchaban por defender esa verdad irrefutable que es el amor. Luchaban contra todos aquellos que se empeñaban en separarlos. Los profesores, y sus convenciones. Sus padres, que esgrimían las mismas excusas vanas que solemos esgrimir todos los padres. Y sus amigos, que no comprenden el amor, porque ni siquiera lo sospechan.
Ya de grande me enteré que mi secreto mejor guardado, aquél profundo amor inconfesado por Melody, era el secreto de toda una generación de chicos que nos hicimos hombres, mintiendo amor por actrices despampanantes.
Jack Wild, el rebelde Ornshaw de Melody, murió en marzo de 2006 víctima de un tumor en la boca. Tenía 53 atormentados años cuando perdió su batalla contra las adicciones del alcohol y el tabaco.
Mark Lester, el Daniel enamorado de Melody, dejó la actuación a los 19 años, y se dedicó a la medicina. Es osteópata (especialista en huesos).
Tracy Hyde, la hermosa Melody Perkins, fue modelo y actriz por poco tiempo. Hoy maneja una empresa familiar llamada "Starboarding Kennels", un hotel y clínica veterinaria especializada en gatos, perros y pájaros.
Cada año, productores de programas de varios países llegan puntualmente a la casa de ambos. Y tocan sus puertas exigiendo aquél reencuentro. Como quien exige la devolución de algo muy querido, que uno sospecha que le han llevado para siempre.
Tal vez sea la inocencia lo que intentan recuperar los productores, arrastrados por los fans cuarentones de aquella película inolvidable. Tal vez el recuerdo de aquél mundo ya inalcanzable (ahora incomprensible) de nuestra niñez. Quien sabe.
Lo cierto es que Marck y Tracy son quienes salen a la puerta y, curiosamente, acceden de buena gana. Una bella mujer madura y con arrugas, y un cincuentón de calvicie incipiente atienden el llamado. Nada queda ya en ellos, de Daniel y Melody. Y nosotros lo sabemos, pero insistimos cada año en tocar a sus puertas y exigir el reencuentro. Como si esperáramos que algún día, el conjuro de alentar los buenos recuerdos de nuestra infancia, funcione. Y nos lleve entonces hacia aquél mundo del que nos hemos alejado fatalmente, desde el momento en que viajamos a este mundo de la adultez…al que nos trajo ese abismo insalvable que algunos llaman tiempo. Y que yo sospecho, recién ahora, que es verdad. E irremediable. Como el amor.
4 comentarios:
Cuantos recuerdos! Yo también tenía 10 años en octubre de 1971 cuando fui a ver Melody y me enamoré por primera vez. Sólo que yo me enamoré de Ornshaw. Nunca olvidé a Jack Wild y tengo Melody y todas sus películas. Hasta pude chatear con él en Internet y tengo amigas de todo el mundo que son sus fans - aún después de su muerte. Cómo quisiera volver a experimentar ese momento en que se apagaron las luces del cine y comenzaron a verse las imágenes inolvidables de Melody mientras se escuchaba la maravillosa canción de los Bee Gees 'In the morning'!
Veo que no sólo yo recuerdo con nostalgia y cariño a mi primer amor.
María Elena, de Córdoba
Gracias María Elena por tu comeeeentario. Y es bueno saber que todavía habemos cuarentones sin miedo a las emociones, y a los recuerdos de ayern nomás, que hoy parecen tan lejanos...como ajenos.
Un abrazo entrerriano, enorme hasta esa hermoas tierra cordobesa, donde he sido tan feliz!!!!
Horacio Palma
Realmente, te felicito, Horacio por tu artículo. Es bellísimo. Disfruté tu manera de contar tu encuentro con aquello que hoy permanece vivo en mí.
Gracias y te invito a aunar fuerzas para organizar "algo": un libro, un encuentro de verdadera amistad entre Argentina y Gran Bretaña, que tanta falta nos hace, no sé. Pero quizás pueda colaborar activamente en este proyecto. Gracias. María Belén.
Realmente, te felicito, Horacio por tu artículo. Es bellísimo. Disfruté tu manera de contar tu encuentro con aquello que hoy permanece vivo en mí.
Gracias y te invito a aunar fuerzas para organizar "algo": un libro, un encuentro de verdadera amistad entre Argentina y Gran Bretaña, que tanta falta nos hace, no sé. Pero quizás pueda colaborar activamente en este proyecto. Gracias. María Belén.
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