PARA LOS UNOS
Puedo escribir los versos más tristes este domingo…o los más alegres.
Y aún así, alguien tomaría el teléfono, o la computadora, o hasta quizás se tome el trabajo de escribirme una carta, o atenta y delicadamente me pare por la calle para decirme, “Horacio, dejá de escribir pavadas, y ponete a escribir cosas serias”.
Y entonces uno, con esa falta de carácter típica de las personas que se afanan por esconder su profunda e irremediable timidez, tras las letras punzantes escritas en algún oscuro rincón de un Semanario de provincia…o que desangra su complejo en algún escrito presuntuoso de poesía; entonces uno, y cuando digo “uno” me refiero sólo a mí, se pone a pensar “por qué” de pronto se sube al frondoso árbol de la melancolía, y busca en lo más alto el fruto más dulce de los recuerdos. O se pregunta por qué extraño sortilegio, la nostalgia dulce de los recuerdos amontonados, nos ha sacado de los temas mundanos (que nos fascinan con fatal realismo), para arrastrarnos a las profundidades de los sentimientos, donde enmudecen las noticias estridentes.
Y entonces uno se relee y dice, “se dice”, ¡la pucha, pero si tienen razón!…el mundo se desangra en mis narices, Argentina corre frenética hacia el mismo abismo de siempre, empujado por los mismos fantasmas de siempre…y yo me hago el distraído escribiendo sobre aquellos recuerdos dulces de tiempos tan lejanos como irremediables.
Pero pienso: Puedo escribir las crónicas políticas más preclaras este domingo, o comentar la noticia última…y aún así, alguien tomaría el teléfono, o la computadora, o hasta quizás se tome el trabajo de escribirme una carta, o atenta y delicadamente me pare por la calle en una tarde lluviosa, esas tardes en que la melancolía decide engañar a la siesta con algún desvelo, o me susurre una noche, en esas noches en que un recuerdo imborrable nos arrastra a la infidelidad de la charla furtiva, y me diga: “Horacio, desde que escribís de política, no te leo más”.
La eterna insatisfacción, en tiempos donde la satisfacción se vende por dos pesos en todos los kioscos de la esquina. El dilema complejo de saber que alguien quedará fuera de estas letras. Siempre. Y como no puedo con mi genio, apelo a esta especie de demagogia para intentar satisfacer a los unos, y a los otros. Escribo en dos mitades.
Uno (que tiene el raro privilegio, la extrema responsabilidad, o la suerte inexplicable de conseguir que alguien se tome cinco minutos de su vida para leer nuestras cosas), cuando toma conciencia que detrás de cada palabra escrita cada domingo, que detrás de cada mínimo comentario publicado, hay una insatisfacción que espera consuelo, se desvela por complacerla.
Imagino entonces la búsqueda de cada uno de ustedes frente a esta página dominical. Ávidos algunos de encontrar el grito de protesta que quieren gritar y no pueden. O no se animan. O no saben. Ávidos otros, de encontrar en estas letras algún aplauso que ustedes quisieran dar ante algo que los ha conmovido. Ávidos los demás de recuerdos ajenos, a los que sumarse, encontrarse. O reconocerse.
Y cuando imagino entonces esa búsqueda de los lectores de cada domingo, me esmero para intentar complacerlos. Sí, soy consciente que nunca se puede complacer a todos. Al menos al mismo tiempo. Pero no importa. Lo intento.
De todas maneras, siempre estuve preparado, mucho más que para la insatisfacción transitoria de mis pocos lectores, para la satisfacción definitiva de irme a la cama con la tranquilidad de haber hecho las cosas de manera responsable.
Uno siempre debe estar preparado para sorprenderse. Sorprenderse con la noticia más amarga. O con el recuerdo más dulce. Porque uno nunca sabe en qué momento aparece el recodo de la noticia que apasiona…o el recuerdo de aquella sonrisa única, por la que un día, en aquella patria inexpugnable de los buenos recuerdos, uno perdió la razón… y se enamoró, quizás para siempre. Y tal vez, sin saberlo.
Estar preparados y atentos para atraparlas. Y sorprendernos. Y sorprender.
Puedo escribir los versos más tristes este domingo…o los más alegres.
Y aún así, alguien tomaría el teléfono, o la computadora, o hasta quizás se tome el trabajo de escribirme una carta, o atenta y delicadamente me pare por la calle para decirme, “Horacio, dejá de escribir pavadas, y ponete a escribir cosas serias”.
Y entonces uno, con esa falta de carácter típica de las personas que se afanan por esconder su profunda e irremediable timidez, tras las letras punzantes escritas en algún oscuro rincón de un Semanario de provincia…o que desangra su complejo en algún escrito presuntuoso de poesía; entonces uno, y cuando digo “uno” me refiero sólo a mí, se pone a pensar “por qué” de pronto se sube al frondoso árbol de la melancolía, y busca en lo más alto el fruto más dulce de los recuerdos. O se pregunta por qué extraño sortilegio, la nostalgia dulce de los recuerdos amontonados, nos ha sacado de los temas mundanos (que nos fascinan con fatal realismo), para arrastrarnos a las profundidades de los sentimientos, donde enmudecen las noticias estridentes.
Y entonces uno se relee y dice, “se dice”, ¡la pucha, pero si tienen razón!…el mundo se desangra en mis narices, Argentina corre frenética hacia el mismo abismo de siempre, empujado por los mismos fantasmas de siempre…y yo me hago el distraído escribiendo sobre aquellos recuerdos dulces de tiempos tan lejanos como irremediables.
Pero pienso: Puedo escribir las crónicas políticas más preclaras este domingo, o comentar la noticia última…y aún así, alguien tomaría el teléfono, o la computadora, o hasta quizás se tome el trabajo de escribirme una carta, o atenta y delicadamente me pare por la calle en una tarde lluviosa, esas tardes en que la melancolía decide engañar a la siesta con algún desvelo, o me susurre una noche, en esas noches en que un recuerdo imborrable nos arrastra a la infidelidad de la charla furtiva, y me diga: “Horacio, desde que escribís de política, no te leo más”.
La eterna insatisfacción, en tiempos donde la satisfacción se vende por dos pesos en todos los kioscos de la esquina. El dilema complejo de saber que alguien quedará fuera de estas letras. Siempre. Y como no puedo con mi genio, apelo a esta especie de demagogia para intentar satisfacer a los unos, y a los otros. Escribo en dos mitades.
Uno (que tiene el raro privilegio, la extrema responsabilidad, o la suerte inexplicable de conseguir que alguien se tome cinco minutos de su vida para leer nuestras cosas), cuando toma conciencia que detrás de cada palabra escrita cada domingo, que detrás de cada mínimo comentario publicado, hay una insatisfacción que espera consuelo, se desvela por complacerla.
Imagino entonces la búsqueda de cada uno de ustedes frente a esta página dominical. Ávidos algunos de encontrar el grito de protesta que quieren gritar y no pueden. O no se animan. O no saben. Ávidos otros, de encontrar en estas letras algún aplauso que ustedes quisieran dar ante algo que los ha conmovido. Ávidos los demás de recuerdos ajenos, a los que sumarse, encontrarse. O reconocerse.
Y cuando imagino entonces esa búsqueda de los lectores de cada domingo, me esmero para intentar complacerlos. Sí, soy consciente que nunca se puede complacer a todos. Al menos al mismo tiempo. Pero no importa. Lo intento.
De todas maneras, siempre estuve preparado, mucho más que para la insatisfacción transitoria de mis pocos lectores, para la satisfacción definitiva de irme a la cama con la tranquilidad de haber hecho las cosas de manera responsable.
Uno siempre debe estar preparado para sorprenderse. Sorprenderse con la noticia más amarga. O con el recuerdo más dulce. Porque uno nunca sabe en qué momento aparece el recodo de la noticia que apasiona…o el recuerdo de aquella sonrisa única, por la que un día, en aquella patria inexpugnable de los buenos recuerdos, uno perdió la razón… y se enamoró, quizás para siempre. Y tal vez, sin saberlo.
Estar preparados y atentos para atraparlas. Y sorprendernos. Y sorprender.
PARA LOS OTROS
Al principio parecía un rasgo simpático de un carácter particularísimo. Nada de protocolo. El saco del traje eternamente desprendido, hacer malabares con el bastón presidencial...un nene.
Luego, estos particulares rasgos de tan “simpático” personaje, comenzaron a preocuparnos.
Sus berrinches con tendencia a la iracundia contumaz. Sus desvelos por el poder absoluto. Sus intromisiones en los otros poderes. Sus coléricos arranques desde los atriles amistosos del oficialismo, (o desde los atriles sumisos de cierta oficialidad traidora). O desde los palcos, rodeado de su populosa masa gritona, esa que convoca el “tetra” y el choripán. O los subsidios.
Pero un día se cayó la máscara: Que si me silban me voy. Que si protestan no voy. Que si hay poca gente no salgo del Calafate, Que si me critican, no hay pauta publicitaria.
Una vez, resultó simpático. Dos veces, llamó la atención. A la tercera, nos preocupamos. Pero ahora, medio país está alerta. Abrió los ojos. Y hace bien.
De todos modos, él sigue empecinado en la prepotencia del “qué me importa”.
La mayor tragedia de jóvenes, ocurrida un fin de año en Cromañón, lo sorprendió en su residencia palaciega de El Calafate, y él ni se inmutó. ¿A mí por qué me miran? Primera “lavada de manos”.
Claro que el cocorito, mientras se lava las manos, grita. “NO LES TENGO MIEDO”…
Y se lavó las manos con el escándalo de narcotráfico de Southern Wings, y con el escandaloso manoseo de cifras en el Indec, y con las denuncias de coimas en el Enargas, y con los piqueteros de Gualeguaychú, que manejan desde hace un año la política exterior entrerriana y nacional, y que han arrastrando al país a un conflicto diplomático con los hermanos Uruguayos; y con los que queman estaciones de trenes, y con los mineros que murieron en las minas de su Santa Cruz, y con los que asesinaron como a un perro al oficial Sayago, y cuando sus sátrapas amigos pierden sus ansias de reelecciones indefinidas. Y se lava las manos cuando sus gremialistas se tirotean a mansalva en San Vicente. Y se lava las manos con la inseguridad, y con los secuestros, y con los viejos que nos matan por cien pesos, y con los héroes de Malvinas, y con la legalidad del aborto, y con el conflicto docente que azuzó su propio Ministro de Educación, al anunciar un aumento que muchas provincias no pueden pagar.
“Y a mí, ¿por qué me miran?”, nos dice el Presidente, desde su escondite imperial en El Calafate, una especie de Anillaco, pero modelo 2.007.
“Argentina, un país en serio”. Pero todos sabemos, a esta altura de los acontecimientos, que Argentina no es ni la sombra de un País en serio.
La democracia de nuestro Presidente es la democracia según Pilatos.
Pilatos no encontraba culpa en aquel Jesús que le habían llevado para que lo juzgara.
Pilatos no sabía qué hacer, pues en el fondo, Pilatos debe haber intuido su inocencia. Pero político al fin, hizo traer a Barrabás, pues era costumbre regalar al pueblo un poco de circo.
Y entonces lo sabido: Llevó a Jesús y a Barrabás ante la muchedumbre, y pidió a la gente que dijera a cuál de los dos quería libre.
-¡A Barrabás! -gritó con una sola y enorme voz la turba popular.
Y así Pilatos se lavó las manos, en las aguas sucias del populismo.
Nadie sabe si Pilatos mandó luego a poner este cartel: “Roma, un imperio en serio”.
Hoy Kirchner, al igual que entonces Pilatos, tras un poco de circo para la muchedumbre, se lava las manos en las aguas sucias del populismo, y siempre, en nombre de la democracia.
“Qué gran invento eso que los griegos llamaron Democracia”... debe haber pensado Pilatos cuando dejó que el pueblo eligiera por él. Y lo mismo debe pensar Kirchner desde su refugio palaciego de El Calafate…Que gran invento esto de que “el pueblo siempre tiene la razón…” Porque la voz del pueblo nunca se equivoca ¿O sí? No, definitivamente Argentina no es un país en serio. Si Argentina fuera un país en serio, tendría un Presidente con las manos limpias, y no un Presidente que se lava las manos.
Luego, estos particulares rasgos de tan “simpático” personaje, comenzaron a preocuparnos.
Sus berrinches con tendencia a la iracundia contumaz. Sus desvelos por el poder absoluto. Sus intromisiones en los otros poderes. Sus coléricos arranques desde los atriles amistosos del oficialismo, (o desde los atriles sumisos de cierta oficialidad traidora). O desde los palcos, rodeado de su populosa masa gritona, esa que convoca el “tetra” y el choripán. O los subsidios.
Pero un día se cayó la máscara: Que si me silban me voy. Que si protestan no voy. Que si hay poca gente no salgo del Calafate, Que si me critican, no hay pauta publicitaria.
Una vez, resultó simpático. Dos veces, llamó la atención. A la tercera, nos preocupamos. Pero ahora, medio país está alerta. Abrió los ojos. Y hace bien.
De todos modos, él sigue empecinado en la prepotencia del “qué me importa”.
La mayor tragedia de jóvenes, ocurrida un fin de año en Cromañón, lo sorprendió en su residencia palaciega de El Calafate, y él ni se inmutó. ¿A mí por qué me miran? Primera “lavada de manos”.
Claro que el cocorito, mientras se lava las manos, grita. “NO LES TENGO MIEDO”…
Y se lavó las manos con el escándalo de narcotráfico de Southern Wings, y con el escandaloso manoseo de cifras en el Indec, y con las denuncias de coimas en el Enargas, y con los piqueteros de Gualeguaychú, que manejan desde hace un año la política exterior entrerriana y nacional, y que han arrastrando al país a un conflicto diplomático con los hermanos Uruguayos; y con los que queman estaciones de trenes, y con los mineros que murieron en las minas de su Santa Cruz, y con los que asesinaron como a un perro al oficial Sayago, y cuando sus sátrapas amigos pierden sus ansias de reelecciones indefinidas. Y se lava las manos cuando sus gremialistas se tirotean a mansalva en San Vicente. Y se lava las manos con la inseguridad, y con los secuestros, y con los viejos que nos matan por cien pesos, y con los héroes de Malvinas, y con la legalidad del aborto, y con el conflicto docente que azuzó su propio Ministro de Educación, al anunciar un aumento que muchas provincias no pueden pagar.
“Y a mí, ¿por qué me miran?”, nos dice el Presidente, desde su escondite imperial en El Calafate, una especie de Anillaco, pero modelo 2.007.
“Argentina, un país en serio”. Pero todos sabemos, a esta altura de los acontecimientos, que Argentina no es ni la sombra de un País en serio.
La democracia de nuestro Presidente es la democracia según Pilatos.
Pilatos no encontraba culpa en aquel Jesús que le habían llevado para que lo juzgara.
Pilatos no sabía qué hacer, pues en el fondo, Pilatos debe haber intuido su inocencia. Pero político al fin, hizo traer a Barrabás, pues era costumbre regalar al pueblo un poco de circo.
Y entonces lo sabido: Llevó a Jesús y a Barrabás ante la muchedumbre, y pidió a la gente que dijera a cuál de los dos quería libre.
-¡A Barrabás! -gritó con una sola y enorme voz la turba popular.
Y así Pilatos se lavó las manos, en las aguas sucias del populismo.
Nadie sabe si Pilatos mandó luego a poner este cartel: “Roma, un imperio en serio”.
Hoy Kirchner, al igual que entonces Pilatos, tras un poco de circo para la muchedumbre, se lava las manos en las aguas sucias del populismo, y siempre, en nombre de la democracia.
“Qué gran invento eso que los griegos llamaron Democracia”... debe haber pensado Pilatos cuando dejó que el pueblo eligiera por él. Y lo mismo debe pensar Kirchner desde su refugio palaciego de El Calafate…Que gran invento esto de que “el pueblo siempre tiene la razón…” Porque la voz del pueblo nunca se equivoca ¿O sí? No, definitivamente Argentina no es un país en serio. Si Argentina fuera un país en serio, tendría un Presidente con las manos limpias, y no un Presidente que se lava las manos.
1 comentario:
LO PROMETIDO ES DEUDA:
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Suplemento Nº 758-E-9 al BOLETÍN DEL CENTRO NAVAL.
LESIONES POR EL FRÍO
BREVE RESÚMEN DE CASOS TRATADOS
Caso Nº 1: Q.J. -18 años- R.I. 25- Fecha de ingreso: 07-06-82. Motivo de internación: pie de trinchera bilateral, estadio 5. Desnutrición grave. Enfermedad actual: paciente derivado de Islas Malvinas (Bahía Fox ). Evolución 30 días. No refiere dolor, sensación de calor y parestesias en ambos pies. Diarrea de un mes de evolución. Exámen físico: mal estado general, desnutrido, tejido celular subcutáneo consumido; exaltación de relieves óseos más evidentes en cara. Edemas +++/6 en ambos miembros inferiores. Ap. Cv. S/P. Ap. Resp.S/P. Abdomen: distendido, onda ascítica positiva, dolorosa a la palpación en forma difusa. R.H.A.:+.
Miembros inferiores: edemas +++/6, coloración violácea en dedos y rojiza en el resto de ambos pies, sensibilidad superficial abolida. ingresa a U.T.I.: insuficiencia cardíaca, edema agudo de pulmón. Tratamiento médico. Fallece el 10-06-82, paro cardíaco. (Foto 13)
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El soldado Juan Quintana fue a Malvinas, y murió. El soldado Juan Quintana falleció a los tres días de haber entrado en un hospital despues de una "diarrea de un mes de evolución" y de una "desnutrición grave".
Los ingleses no son los responsables de su "pie de trinchera bilateral", ni de su "diarrea de un mes de evolución", ni de "desnutrición grave", ni de "edema agudo de pulmón", ni de "para cardíaco".
AL SOLDADO JUAN QUINTANA NO LO MATÓ EL ENEMIGO INGLÉS; EL SOLDADO JUAN QUINTANA FUÉ UNA DE LAS TANTAS VÍCTIMAS DE LA NEFASTA DICTADURA MILITAR QUE EN UN RECURSO EXTREMO EMBARCÓ A UN PAÍS EN UNA GUERRA ABSURDA.
MILITARES ARGENTINOS MATANDO SOLDADOS ARGENTINOS, MILITARES ARGENTINOS MATANDO CIVILIES ARGENTINOS. EN DEFINITIVA: MILITARES ARGENTINOS MATANDO ARGENTINOS. UN CRÍMEN, UN ASESINATO. OTRA VERGÜENZA.
MUCHOS Y FELICES JUICIOS.
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"LA SANIDAD NAVAL EN MALVINAS"
Suplemento número 758-E-9.
vol. 107
año 108
"BOLETÍN DEL CENTRO NAVAL".
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