El 11 de mayo de 1974 caía
asesinado el sacerdote católico Carlos Mugica.
Su personalidad es verdaderamente
muy controvertida. Tal vez de las más discutidas de los últimos cincuenta años,
porque tuvo un cambio muy importante en su actitud de vida, bastante poco
tiempo antes de su muerte.
Pero especialmente por que hay
intereses políticos e ideológicos parciales y falsos para que “siga siendo” lo
que no fue después de lo que perfectamente podemos llamar “su conversión”.
Conversión que fundamos en un cambio radical de la defensa que él hizo de la
violencia armada, como modo de conquista del poder para alcanzar una patria
socialista; a la crítica de la violencia y defensa de la paz. Conversión a la
prédica y ejemplo de la paz, y a la detestación de la violencia armada, aspecto
frecuentemente silenciado por quienes se dicen sus defensores.
La palabra “mártir” significa
“testigo”. El que muere mártir es testigo de la fe católica. Y se considera que
alguien alcanzó las palmas del martirio por haber sido testigo fiel de Dios en
alguna modalidad que, incluso, puede llegar a ser la defensa de una virtud, que
no necesariamente sea religiosa; como el caso de María Goretti, Mártir y Santa
que murió por defender su virginidad y castidad, que es una virtud que excede
claramente a la fe cristiana y anterior a ella.
Claro, muchas veces la gente usa
la palabra mártir en sentido análogo e impropio. Y muchísimas veces se invoca
el término con sentido erróneo, como cuando se atribuye el martirio a alguien
que murió por razones completamente ajenas a la fe cristiana, o a la virtud. Si
nos atenemos a la generalidad de las manifestaciones respecto del P. Mugica, es
nuestro caso. Mucha gente, incluyendo varios clérigos, -la mayoría sin tener
una nimia idea de lo que es el martirio- le atribuye el martirio al P. Mugica
por razones exactamente inversas a las que podrían permitir que hubiera
alcanzado el martirio según nuestro modo de ver su vida. Y San Dimas, el buen
ladrón que se arrepintió al ser crucificado junto a Jesús, nos marca el camino
en ese sentido.
Una gran mayoría de la que
predica el martirio de Carlos Mugica, también lo predica respecto de los padres
Murias y Longueville (asesinados en 1976 por grupos militares en La Rioja,
acusados de haber colaborado con grupos guerrilleros), como también se lo
atribuyen a Mons. Angelelli de quien dicen injustificadamente que fue
asesinado, cuando objetivamente no hay pruebas en ese sentido, más allá de que
hubiese sido amenazado y hasta hubiesen existido actos preparatorios de su
homicidio por parte de militares, o de la muerte de los sacerdotes palotinos, a
manos policiales el 4 de julio de 1976 en evidente venganza por una bomba
puesta por los Montoneros dos días antes y que mató a 24 personas.
También se dice de varias otras
personas que, aún cuando se probase que fueron efectivamente asesinados, no hay
el más mínimo indicio de que hubiesen muerto por el odio a la fe de sus
asesinos, que en ellos veían la encarnación de la fe, como es el caso de los
mal llamados “Mártires de Trelew” (grupo de 16 guerrilleros muertos en la
prisión naval de
Trelew, el 22 de agosto de 1972, donde habían sido detenidos
una semana antes, luego de fugarse del penal de Rawson, habiendo asesinado en
su huída a Juan Gregorio Valenzuela del servicio penitenciario).
Mugica pasó de predicar la
violencia como modo de liberación de los oprimidos hasta mediados de 1973, a
repudiar la violencia y cambiar sus ideales para transformarlos en pacíficos
hasta su muerte.
Sin embargo, éste no es el único
aspecto relevante de su vida; casi todos controvertidos.
En 1970, en un enfrentamiento con
fuerzas policiales mueren los jefes Montoneros Fernando Abal Medina y
Carlos Gustavo Ramus. En su velorio los sacerdotes Carlos Mugica y Hérnán
Benítez (que había sido confesor de Eva Perón) dan
una misa en el funeral en la parroquia San Francisco Solano.
Allí Carlos Mugica expresó entonces con grave error: "No
puedo sino pronunciar unas palabras de despedida para quienes fueron mis
hermanos Carlos Gustavo y Fernando Luis, que eligieron el camino más duro y
difícil por la causa de la dignidad del hombre. No podemos seguir con
indefinición y con miedo, sin comprometernos. Recuerdo cuando con Carlos
Gustavo hicimos un viaje al norte del país y allí lo vi llorar
desconsolado al ver la miseria y el triste destino de los hacheros. Fue fiel a
Cristo, tuvo un amor concreto y real por los que sufren; se comprometió con la
causa de la justicia, que es la de Dios, porque comprendió que Jesucristo nos
señala el camino del servicio. Es un ejemplo para la juventud, porque tenemos
que luchar para alcanzar la sociedad justa y superar el mecanismo que quiere
convertirnos en autómatas. Que este holocausto nos sirva de ejemplo".
El 7 de septiembre de 1970 se produjo la muerte de Fernando Abal Medina y
Carlos Gustavo Ramus en un enfrentamiento armado con dos policías, en el que el
primero murió al disponerse a rematar al policía Hernández que ya había
recibido catorce (14) balazos, y Ramus murió al estallarle en la mano una
granada casera con que quiso atacar a los policías que quisieron
identificarlos. El comunicado oficial de la “Agrupación Político Militar
Montoneros”, lo que nos muestra los objetivos político y militar que tenían los
guerrilleros, afirma: “La perdida de dos combatientes (muerte de Abal Medina y
Ramus) se debe pura y exclusivamente a un error propio, …” (9 de septiembre de
1970). Asimilar la muerte de Ramus, y afirmar que: “Fue fiel a Cristo, …; se
comprometió con la causa de la justicia, que es la de Dios, porque comprendió
que Jesucristo nos señala el camino del servicio.”, no puede ser un reflejo
de la verdad, sino un gravísimo error de interpretación de quien muere
intentando matar a dos sencillísimos policías que ingenuamente se enfrentaron
sin ningún apoyo policial o militar, a los jefes guerrilleros más importantes
del momento que los superaban ampliamente en número. Morir por que le falla una
granada con la que iba a matar a dos policías que cumplían con su deber, no es
un “holocausto”, sino una tentativa de crimen que salió mal, y no puede ser: “
…un ejemplo para la juventud, …”, y mucho menos puede afirmar un sacerdote
públicamente que Ramus: “Fue fiel a Cristo, …” cuando murió
tratando de asesinar personas inocentes.
No basta haber acompañado a la
gente pobre en sus necesidades para ser santo de la Iglesia; tampoco alcanza
para las palmas del martirio haberse opuesto públicamente a quienes cometían
graves injusticias contra los hermanos más pequeños de Nuestro Señor. Los
padres Julio Triviño y José Dubosc (por poner sólo los que sabemos que en esa
época trabajaban en las mismas villas de Retiro) entre muchas docenas, también
entregaron sus vidas enteramente a los villeros sin tantos errores y menos
notoriedad y no tanta prensa, y ningún purpurado los anda proponiendo para los
altares. Nadie puede negar que Mugica -a pesar de su frontalidad manifiesta-
fue un gran difusor de lo que tristemente fue el progresismo guerrillero, cuyos
integrantes instigaron la mezcla de la metralleta con el Evangelio, impulsando
a una orgía de sangre en la que murieron cerca de diez mil argentinos.
Sin embargo,
consideramos que -como creemos que podría ser por la coincidencia
de indicios serios, graves y concordantes, aunque no existan pruebas judiciales
concluyentes-, quienes lo asesinaron habrían sido los integrantes de la
“Organización Montoneros”, y entonces es posible que el Padre Carlos Mugica
hubiese alcanzado el martirio. Claro, pero por razones absolutamente contrarias
a las invocadas por demasiada gente sin conocimiento suficiente, e incluso
algunos altos dignatarios, que reivindican sin causa un “martirio” inexistente
en ese sentido.
Tanto el jefe de finanzas de
Montoneros, Juan Gasparini, como Antonio Cafiero que lo escucha al propio
Mugica dos días antes de su muerte, como el jefe Montonero Galimberti, uno de
los hermanos del P. Mugica a quien esto escribe, y varios otros testigos
relevantes, indican que fue asesinado por Montoneros. Y lo habría sido por su
cambio de la prédica de la violencia, a la renegación de ésta y la búsqueda de
la paz. Más allá de quien haya sido el grupo que lo asesinó -lo que en orden al
martirio es absolutamente fundamental-, debemos repasar algunas cuestiones
esenciales para evaluar con un mínimo de seriedad si es posible que sea
considerado mártir. Y qué significa esto en el ámbito de la Iglesia Católica,
en la que él se desempeñó como sacerdote, como muchísimas veces afirmó sin
respeto humano alguno, aunque resulte obvio que haya fallado seriamente a su
ministerio.
La santidad declarada de una
persona, en la Iglesia se alcanza por dos modos: por la vivencia de las
virtudes de un modo extraordinario, y por el martirio. Para que sea canonizada
una persona por el proceso ordinario de santidad, además de una cantidad
muy importante de requisitos -entre ellos la prueba categórica de haber vivido
las virtudes cristianas en forma extraordinaria (lo que evidentemente no se dio
en el caso de Mugica)-, debe acreditarse con reglas muy específicas y
particulares, la intercesión del futuro canonizado en dos milagros distintos y
ciertamente comprobados.
Para alcanzar el martirio, la
cosa es un poco más sencilla en algún sentido y complicada en otro. No sólo se
debe acreditar que la persona martirizada haya muerto defendiendo la fe
cristiana, o alguna virtud, sino que -y esto no es fácil de probar- que
de parte del asesino haya habido lo que se conoce como “odium fidei”, esto es
“odio de la fe”. Y que la muerte del pretenso mártir, sea causada
sustancialmente por ese odio a la fe católica, que el asesino ve encarnada en
su víctima. También es requisito del alcanzar la santidad por medio del
martirio, la aceptación de la muerte por Jesús y su doctrina, lo que entendemos
ampliamente probado en este caso, aunque exceda el objeto de este sencillo
trabajo.
De tal manera, quienes seriamente
se empeñen en trabajar por averiguar si al P. Mugica le puede caber el alcanzar
el martirio en los altares, deberán en primer término asegurar con certeza
moral suficiente, que fue asesinado por encarnar -al menos en el tiempo previo
a su muerte- virtudes cristianas, o que fue asesinado por no renegar de
la fe y moral cristianas, en la medida en que en su último tiempo, alentaba a
dejar las armas para construir la verdadera Paz de Cristo.
Personalmente opinamos (y no es
más que una simple opinión, que de modo alguno pretende influir en un juicio
eclesiástico al respecto) que sólo podría ser considerado mártir de la
Iglesia en la medida en que con una investigación seria, se concluya con verdad
que fue asesinado con odio a la fe por haber cambiado la alentada violencia del
guerrillero que antes predicó, por la Cruz de Cristo, aceptando generosamente
la muerte, como tantas veces lo manifestara en sus últimos tiempos.
De insistir algunos en que la
muerte la produjo la llamada Alianza Anticomunista Argentina, se verán
enredados en la imposibilidad de probar que fue matado por defender la fe
cristiana; más bien por el contrario, -más allá del horror que signifique
cualquier muerte inocente- de haber sido éstos, lo habrían asesinado por
haber defendido la guerrilla como método de liberación marxista, como hacía,
-aunque no siempre, ni mucho menos-, esa triste organización paramilitar de la
muerte.
Claro, lo que en miras a estas
cuestiones debieran realizar las autoridades de la Congregación de los Santos,
que es la que se encarga de estos procesos canónicos para que alguien sea
proclamado beato o santo; es evaluar en primer término a muchas otras personas
asesinadas en parecidas circunstancias a aquellas en las que murió el P.
Mugica. Muchas que han dado fe y muestras evidentes de haber amado hasta el fin
a Jesús de Nazareth, y de modo ejemplar, dar testimonio (que en eso consiste el
martirio) de la Fe católica y las virtudes cristianas.
Por poner sólo contados ejemplos,
el Ing. Raúl Amelong fue asesinado por la guerrilla por haber superado
pacíficamente un gravísimo conflicto gremial en Acindar sin derramar una gota
de sangre y en clara encarnación de las virtudes cristianas. El Prof. Genta,
que fue asesinado yendo a Misa y terminó de morirse haciendo la señal de la
Cruz, en claro y manifiesto “odium fidei” por lo que encarnaba y defendía. El
Coronel Larrabure fue asesinado después de un largo secuestro torturante,
pidiendo el perdón de su familia para sus asesinos. José Ignacio Rucci fue
asesinado por los Montoneros, por buscar la Paz de la Argentina en la verdad y
la concordia. Y por piedad filial no puedo callar el caso de mi padre que fue
asesinado por haber escrito el libro “La Iglesia Clandestina” en la que
denunciaba estas infidelidades clericales.
Son muchísimos más, y sólo
citamos los que personalmente conocemos, pero ninguno de ellos cometió los
errores que pocos años antes de morir, produjera el P. Mugica de alentar
gravísimamente la violencia guerrillera, devenida muchísimas veces en
terrorista, y llevar a decenas o cientos de jóvenes a matar y morir por un fin
absolutamente terrenal, con prescindencia grave del decálogo, obligatorio para
cualquier hombre de buena fe, aunque sea completamente ateo. Objetivamente amó,
se debió a su Iglesia, y se declaró repetidísimas veces “Sacerdote de Cristo”,
aunque sólo al final se subordinó en serio.
Creemos que el P. Mugica pudo
haber alcanzado el martirio pero, para demostrarlo, sus postuladores han de
demostrar exactamente lo contrario de lo que hasta el presente comúnmente se
afirma. Y las autoridades de la Iglesia deberán abstenerse de realizar juicios
gravemente imprudentes, alentando impulsos que distan mucho de ser serios,
cuando en nuestro caso han existido claros ejemplos de que no haya vivido las
virtudes cristianas, sino hasta sus últimos tiempos; mucho menos con el
heroísmo necesario para alcanzar la santidad del modo ordinario.
José María
Sacheri
* El autor es profesor de Derechos Humanos
Editorial del periodista Pepe Eliaschev sobre el padre Carlos Mugica
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