martes, 16 de octubre de 2012

Sandro Dal Bosco, Víctima del terrorismo de Argentina


Sandro Dal Bosco, Víctima del terrorismo de Argentina…

El difícil camino de escaparle al silencio, y vencer sin rencores al terror


                            Sandro Dal Bosco (camisa blanca) junto a su madre y su hermano

Sus ojos de azul profundo recuerdan tal vez el Adriático.
De allá vino su padre. De ahí son los recuerdos de guerra de su abuela… en su ciudad natal, cuando la ciudad se llamaba Fiume y pertenecía a Italia.
Sandro Dal Bosco vive en Miami, y gesticula bien latino cuando habla. Uno podría cruzarlo mil veces y jamás imaginar su historia.
“No creo en la suerte ni en las casualidades” aclara Sandro, cuando me cuenta que por alguna razón inexplicable, esa mañana del 16 de octubre de 1975, como nunca, se levantó a desayunar con sus padres. “Yo iba al colegio a la tarde y no desayunaba con ellos. Pero ese día sí”.
La noche anterior Sandro y su mamá Nilda llegaron tarde a casa. Habían estado en un concierto, él tocaba el violín y su madre el piano… y Reinaldo, que era “Rino” para todos, se había preocupado mucho por la tardanza.
La preocupación de Reinaldo era comprensible. Los tiempos de aquella Argentina eran tiempos de violencia desatada, y en las calles se olía la muerte. Había muerto el general Perón y ahora intentaba gobernar María Estela Martínez, su viuda, en medio de una guerra entre facciones partidarias que solo se entendían a los tiros.
Los medios contaban cada día los asesinatos del terrorismo con naturalidad asombrosa.
El terror había ganado las calles. Bandas terroristas ponían bombas, fusilaban gente delante de todos y a plena luz del día, secuestraban para financiarse con extorsiones millonarias, y a punta de fusil recaudaban por la fuerza “impuestos revolucionarios” a las empresas.
El trato era simple y temerario: “El que no paga, muere”.
A Rino lo amenazaban seguido. El Ingeniero Reinaldo Dal Bosco era gerente de una fábrica subsidiaria de Pirelli Cables. Apenas pasaba los 40 años y su carrera profesional era brillante. Las misteriosas llamadas por teléfono y las pintadas cada vez más violentas en los paredones de la fábrica en Valentín Alsina juraban violencia.
“Un fin de semana salimos de casa con mi viejo para ir a jugar al tenis, y antes de ir al club pasó primero por la fábrica. Recuerdo que el paredón de la fábrica estaba todo pintado con amenazas a mi viejo” comenta Sandro.
Corridos de Europa por la guerra, Reinaldo Dal Bosco se abrió camino en éste lado del Océano a fuerza de estudio y de trabajo. Y apostó al futuro formando una familia. Y progresó, como se progresaba en aquella Argentina que se hizo grande con la inmigración agradecida.
Ahora Sandro desayuna con sus padres. Son las 8 de la mañana del 16 de octubre de 1975. La casa es un desorden pues están haciendo refacciones. El tranquilo barrio de Adrogué, al sur de una Buenos Aires agitada, será testigo de la violenta historia que el miedo y el terror callarán durante muchos años.

Famila Dal Bosco en tiempos felices
 (Foto: Celtyv)

Sandro recuerda al detalle aquella  mañana. Su pijama rojo, el saludo a su viejo. El portón que se abre, el custodio que sube al auto… el auto que sale, unos segundos apenas y las frenadas, y las explosiones de la balas en un “ratatatatá” interminable.
Sandro corre hasta donde duerme su hermano Leo. Lo sacude para contarle que algo está pasando en la calle. Su hermano no despierta. Sandro sale a toda velocidad hacia la calle… su mamá Nilda también corre, pero patina y trastabilla. Sandro llega primero hasta al auto acribillado por mil tiros. Reconoce adentro la ropa del custodio, Arturo Raúl Sanguinetti. Y después recuerda poco. Unos vecinos lo llevaron hasta una casa de amigos.
El destino y sus vueltas, sus padres huyeron de Europa escapando de una guerra, y otra guerra absurda le acribilla a su hijo en una esquina de Adrogué.
“Todavía cierro los ojos y escucho a mamá llorando, sola, noche tras noche en su cuarto…pero sabés que a pesar de haber quedado quebrada por el dolor, nunca nos educó en el odio. Se esmeró para que creciéramos sin odiar…” cuenta Sandro con la voz entrecortada.
La historia de lo que vino después es casi un calco de muchas historias de Víctimas del terrorismo en Argentina. Amigos que se alejan. Miedo. Vecinos que callan. Terror. Justicia ausente. Impunidad. Y a salir adelante como se pueda. Estado ausente.
El terrorismo en Argentina intentó sembrar el pánico. Y lo logró. Las familias quedaron quebradas para siempre, y hasta el día de hoy, casi 40 años después, se quiebran en llanto al recordar cada historia de cada muerte.
Sandro hurgó en el asesinato de su padre más de 20 años después. Armó el rompecabezas de la sinrazón un poco con los compañeros de su padre en Pirelli. Otro poco muy poco con vecinos. Buscó y se reencontró con los hijos de Sanguinetti, el custodio de su viejo al que también acribillaron aquella mañana.
Con tres renglones escritos con pasmosa frialdad, los terroristas relataron el atentado. Un abogado de Celtyv, la ONG en la que participa Sandro, le envió la revista Evita Montonera. Allí, en el Número Nueve de noviembre del 75, Montoneros publica: “… el 16 de octubre un pelotón de Montoneros ajustició al Ingeniero Dal Bosco….”
Dice Sandro, ahora que vuelve a leer la revista, que siente la misma indignación que sintió hace unos días cuando escuchó los discursos en el “día del Montonero”.
Sintió en las palabras de los que reivindican a los que una mañana asesinaron a su padre, la misma frialdad con que hace 37 años mataron a su padre y publicaron su muerte.
“No es bronca, es indignación. A nosotros nos arruinaron la vida. A mi madre la mataron en vida. Y cuando los escucho tengo la sensación de que no están arrepentidos, y de que lo volverían a hacer.”
Sandro quiere contar su historia, pero sabe que el dolor de cada Víctima del terrorismo es personalísimo. “Esto me lo enseñó Arturo Larrabure, que a su papá lo secuestraron durante más de un año y luego lo mataron… Arturo me enseñó que cada uno ha salido adelante como ha podido, y que el dolor de cada víctima es imposible de comprender, de explicar o de juzgar”.
Nunca un periodista lo llamó a Sandro para preguntarle por su historia… por eso se sorprende cuando le pido hablar del tema.
Agradece a cada momento el trabajo de la Dra. Victoria Villarruel, la titular del Centro de Estudios sobre el terrorismo y sus Víctimas (Celtyv), la ONG que desde hace varios años trabaja para “hacer visibles a las Víctimas invisibles de la Argentina: las que mató el terrorismo”.
Ahora Sandro ha caminado el camino, y es su hija, que tiene casi la misma edad que tenía él cuando asesinaron a su padre, la que pregunta por la historia de su abuelo Rino. Han pasado los años, y ahora es él quien está embarcado en esa tarea ardua que alguna vez emprendió su madre, la de contarle a su hija la historia de su abuelo, pero sin incentivarle el odio.
La historia de Sandro Dal Bosco y su familia es una de las miles de historias de muerte y de terror escritas por el terrorismo en Argentina, cuyas huellas de miedo llegan hasta hoy haste un lugar común llamado Silencio.
Son las historias que faltan conocer, para entender mejor la historia reciente de Argentina, y caminar entonces hacia una definitiva pacificación…
Sandro Dal Bosco, Víctima del terrorismo en Argentina… el difícil camino de escaparle al silencio, y vencer sin rencores al terror

Horacio Ricardo Palma
El Día de Gualeguay
Gualeguay
Entre Rios


2 comentarios:

alberto arán dijo...

HOLA SANDRO Y FLIA.UN CARO SALUDO DE ALBERTO, DESDE QUILMES ARGENTINA

Anónimo dijo...

Hola, Sandro. Fui compañera de escuela tuya. Recuerdo con profunto dolor ese dia. Y cuando desde la escuela ibamos a ver a la comisaria el auto de tu padre.Siempre que la gente habla "de la historia", les digo que solo ven una parte. Que muchas familias sufrieron sin sentido, que no hay ideologia que pueda sostenerse con semejante violencia.

Me alegra saber que has podido continuar tu vida. Un abrazo. Desde Adrogue, aunque hoy ya no vivo ahi. Graciela.