Sandro
Dal Bosco, Víctima del terrorismo de Argentina…
El
difícil camino de escaparle al silencio, y vencer sin rencores al terror
Sandro Dal Bosco (camisa blanca) junto a su madre y su hermano
Sus
ojos de azul profundo recuerdan tal vez el Adriático.
De
allá vino su padre. De ahí son los recuerdos de guerra de su abuela… en su
ciudad natal, cuando la ciudad se llamaba Fiume y pertenecía a Italia.
Sandro
Dal Bosco vive en Miami, y gesticula bien latino cuando habla. Uno podría
cruzarlo mil veces y jamás imaginar su historia.
“No
creo en la suerte ni en las casualidades” aclara Sandro, cuando me cuenta que
por alguna razón inexplicable, esa mañana del 16 de octubre de 1975, como
nunca, se levantó a desayunar con sus padres. “Yo iba al colegio a la tarde y
no desayunaba con ellos. Pero ese día sí”.
La
noche anterior Sandro y su mamá Nilda llegaron tarde a casa. Habían estado en
un concierto, él tocaba el violín y su madre el piano… y Reinaldo, que era “Rino”
para todos, se había preocupado mucho por la tardanza.
La
preocupación de Reinaldo era comprensible. Los tiempos de aquella Argentina
eran tiempos de violencia desatada, y en las calles se olía la muerte. Había
muerto el general Perón y ahora intentaba gobernar María Estela Martínez, su
viuda, en medio de una guerra entre facciones partidarias que solo se entendían
a los tiros.
Los
medios contaban cada día los asesinatos del terrorismo con naturalidad
asombrosa.
El
terror había ganado las calles. Bandas terroristas ponían bombas, fusilaban
gente delante de todos y a plena luz del día, secuestraban para financiarse con
extorsiones millonarias, y a punta de fusil recaudaban por la fuerza “impuestos
revolucionarios” a las empresas.
El
trato era simple y temerario: “El que no paga, muere”.
A
Rino lo amenazaban seguido. El Ingeniero Reinaldo Dal Bosco era gerente de una
fábrica subsidiaria de Pirelli Cables. Apenas pasaba los 40 años y su carrera
profesional era brillante. Las misteriosas llamadas por teléfono y las pintadas
cada vez más violentas en los paredones de la fábrica en Valentín Alsina juraban
violencia.
“Un
fin de semana salimos de casa con mi viejo para ir a jugar al tenis, y antes de
ir al club pasó primero por la fábrica. Recuerdo que el paredón de la fábrica
estaba todo pintado con amenazas a mi viejo” comenta Sandro.
Corridos
de Europa por la guerra, Reinaldo Dal Bosco se abrió camino en éste lado del
Océano a fuerza de estudio y de trabajo. Y apostó al futuro formando una
familia. Y progresó, como se progresaba en aquella Argentina que se hizo grande
con la inmigración agradecida.
Ahora
Sandro desayuna con sus padres. Son las 8 de la mañana del 16 de octubre de
1975. La casa es un desorden pues están haciendo refacciones. El tranquilo
barrio de Adrogué, al sur de una Buenos Aires agitada, será testigo de la
violenta historia que el miedo y el terror callarán durante muchos años.
Famila Dal Bosco en tiempos felices
(Foto: Celtyv)
Sandro
recuerda al detalle aquella mañana. Su
pijama rojo, el saludo a su viejo. El portón que se abre, el custodio que sube
al auto… el auto que sale, unos segundos apenas y las frenadas, y las explosiones
de la balas en un “ratatatatá” interminable.
Sandro
corre hasta donde duerme su hermano Leo. Lo sacude para contarle que algo está
pasando en la calle. Su hermano no despierta. Sandro sale a toda velocidad
hacia la calle… su mamá Nilda también corre, pero patina y trastabilla. Sandro
llega primero hasta al auto acribillado por mil tiros. Reconoce adentro la ropa
del custodio, Arturo Raúl Sanguinetti. Y después recuerda poco. Unos vecinos lo
llevaron hasta una casa de amigos.
El
destino y sus vueltas, sus padres huyeron de Europa escapando de una guerra, y
otra guerra absurda le acribilla a su hijo en una esquina de Adrogué.
“Todavía
cierro los ojos y escucho a mamá llorando, sola, noche tras noche en su cuarto…pero
sabés que a pesar de haber quedado quebrada por el dolor, nunca nos educó en el
odio. Se esmeró para que creciéramos sin odiar…” cuenta Sandro con la voz
entrecortada.
La
historia de lo que vino después es casi un calco de muchas historias de
Víctimas del terrorismo en Argentina. Amigos que se alejan. Miedo. Vecinos que
callan. Terror. Justicia ausente. Impunidad. Y a salir adelante como se pueda.
Estado ausente.
El
terrorismo en Argentina intentó sembrar el pánico. Y lo logró. Las familias
quedaron quebradas para siempre, y hasta el día de hoy, casi 40 años después,
se quiebran en llanto al recordar cada historia de cada muerte.
Sandro
hurgó en el asesinato de su padre más de 20 años después. Armó el rompecabezas
de la sinrazón un poco con los compañeros de su padre en Pirelli. Otro poco muy
poco con vecinos. Buscó y se reencontró con los hijos de Sanguinetti, el
custodio de su viejo al que también acribillaron aquella mañana.
Con
tres renglones escritos con pasmosa frialdad, los terroristas relataron el
atentado. Un abogado de Celtyv, la ONG en la que participa Sandro, le envió la
revista Evita Montonera. Allí, en el Número Nueve de noviembre del 75,
Montoneros publica: “… el 16 de octubre un pelotón de Montoneros ajustició al
Ingeniero Dal Bosco….”
Dice
Sandro, ahora que vuelve a leer la revista, que siente la misma indignación que
sintió hace unos días cuando escuchó los discursos en el “día del Montonero”.
Sintió
en las palabras de los que reivindican a los que una mañana asesinaron a su padre,
la misma frialdad con que hace 37 años mataron a su padre y publicaron su
muerte.
“No
es bronca, es indignación. A nosotros nos arruinaron la vida. A mi madre la
mataron en vida. Y cuando los escucho tengo la sensación de que no están
arrepentidos, y de que lo volverían a hacer.”
Sandro
quiere contar su historia, pero sabe que el dolor de cada Víctima del
terrorismo es personalísimo. “Esto me lo enseñó Arturo Larrabure, que a su papá
lo secuestraron durante más de un año y luego lo mataron… Arturo me enseñó que
cada uno ha salido adelante como ha podido, y que el dolor de cada víctima es
imposible de comprender, de explicar o de juzgar”.
Nunca
un periodista lo llamó a Sandro para preguntarle por su historia… por eso se
sorprende cuando le pido hablar del tema.
Agradece
a cada momento el trabajo de la Dra. Victoria Villarruel, la titular del Centro
de Estudios sobre el terrorismo y sus Víctimas (Celtyv), la ONG que desde hace
varios años trabaja para “hacer visibles a las Víctimas invisibles de la
Argentina: las que mató el terrorismo”.
Ahora
Sandro ha caminado el camino, y es su hija, que tiene casi la misma edad que
tenía él cuando asesinaron a su padre, la que pregunta por la historia de su
abuelo Rino. Han pasado los años, y ahora es él quien está embarcado en esa
tarea ardua que alguna vez emprendió su madre, la de contarle a su hija la
historia de su abuelo, pero sin incentivarle el odio.
La
historia de Sandro Dal Bosco y su familia es una de las miles de historias de
muerte y de terror escritas por el terrorismo en Argentina, cuyas huellas de
miedo llegan hasta hoy haste un lugar común llamado Silencio.
Son
las historias que faltan conocer, para entender mejor la historia reciente de
Argentina, y caminar entonces hacia una definitiva pacificación…
Sandro
Dal Bosco, Víctima del terrorismo en Argentina… el difícil camino de escaparle
al silencio, y vencer sin rencores al terror
Horacio Ricardo Palma
El Día de Gualeguay
Gualeguay
Entre Rios
2 comentarios:
HOLA SANDRO Y FLIA.UN CARO SALUDO DE ALBERTO, DESDE QUILMES ARGENTINA
Hola, Sandro. Fui compañera de escuela tuya. Recuerdo con profunto dolor ese dia. Y cuando desde la escuela ibamos a ver a la comisaria el auto de tu padre.Siempre que la gente habla "de la historia", les digo que solo ven una parte. Que muchas familias sufrieron sin sentido, que no hay ideologia que pueda sostenerse con semejante violencia.
Me alegra saber que has podido continuar tu vida. Un abrazo. Desde Adrogue, aunque hoy ya no vivo ahi. Graciela.
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