Aquí es imposible aburrirse. El que se aburre en este país es porque está viendo Gran Hermano, o porque sintoniza Radio Gualeguay el sábado a las diez de la mañana.
No tenemos por estas tierras terremotos devastadores ni sus réplicas consecutivas que nos recuerden el apocalipsis que puede desatar el poder de la naturaleza enfurecida. Mucho menos tenemos tsunamis ni maremotos que arrasen pueblos enteros… apenas si tenemos un “mar de motos” conducidas por temerarios, pero ese es otro cantar.
De todos modos la fauna nacional nos divierte cada día con alguna monería, o con alguna historieta de esas que hacen que nuestro aburrimiento duerma el aburrido sueño de los países civilizados.
Es curioso, si alguno de ustedes tiene el estómago bien fuerte como para bancarse sin protector gástrico la desconsiderada propaganda oficial del “fulbo para todos”, sonreirá al ver los esfuerzos oficiales por hacernos creer que vivimos en el mejor país del mundo. Ya lo decía aquél ex presidente peronista que hoy forma parte de las huestes denostadas por los peronistas de turno: “Argentina es un país condenado al éxito”.
¡Uf si sabremos del “éxito nacional” nosotros, los argentinos de a pié!
Pobre la gente que ha tenido la desgracia de nacer y vivir en los países civilizados, donde hasta las tragedias descomunales se tornan tediosas y aburridas.
Y si no, fíjese usted estos pobres civilizados de rasgos orientales recientemente castigados por la “pacha mama”. Ni el amarillismo de las calles llenas de cadáveres, ni el de los desamparados llorando en los rincones, ni el de las turbas saqueando comercios o casas, ni el de los medios de comunicación regodeándose con la tragedia se asomó en la tragedia de Japón… entonces por estos lares la noticia dejó de ser noticia y optaron los amarillistas de nuestra civilizada Nación por poner la borrosa imagen de una planta nuclear que parece que siempre va a explotar y nunca explota.
Hace quince días que los medios nacionales avisan que el mundo todo está en alerta nuclear… ¡qué loco!, anoche volviendo a casa bajo una luna tan llena que invitaba a soñar alto, vi tres chicos que se aprestaban a dormir en la vereda. Estaban armando una carpa con bolsas y mantas bajo la marquesina de una importante casa de electrodomésticos de la ciudad de Buenos Aires. En el súper televisor de la vidriera anunciaban el supuesto estupor mundial por la planta de Fukushima en Japón, en la vereda, los chicos se aprestaban a dormir apiñados bajo unas bolsas de plástico. La imagen era tan cruel como nuestro país.
Un par de anécdotas cotidianas, es decir, sin la necesidad de subir las escaleras rumbo a la estratósfera de las grandes cosas, me bastan para demostrar los años luz que nos separan de las sociedades civilizadas del mundo. Apenas cosas domésticas.
Una persona a la que conozco acaba de llegar de un viaje. Estuvo con sus hijas en uno de los parques de diversiones más importantes del mundo. Una de sus hijas perdió allí un reloj bastante caro. Antes de retirarse del parque fueron hasta una oficina y allí les indicaron dónde buscar los objetos perdidos. En una caja muy grande había cientos de objetos perdidos debidamente rotulados. Después de varios relojes, la hija de esta persona encontró el suyo. Otro dato curioso de civilidad, sobre la pared de la oficina de los objetos perdidos, había un billete de 20 dólares pegado esperando encontrar su dueño.
Vamos, no se ría. Y no me venga con chicanas ni con socarrona sonrisa como para ensalzar la viveza criolla. Que la civilización es mucho más que diez años de prosperidad sojera. Una sociedad civilizada es mucho más que una Toyota Hilux doble cabina con la patente J, canjeada por algunas toneladas de porotos de soja. Claro que la civilización es mucho más que la punta de nuestra nariz. Y contrariamente a lo que muchos creen, las mieles de una sociedad seria se saborean en cosas tan cotidianas que sumadas dan calidad de vida, pero calidad de vida de verdad y no de “morondanga”. Acá no podemos siquiera comprar un diario poniendo un billete en una máquina de cualquier esquina. Ni hablar de tener un baño público decente. Y mire que no le doy ejemplos marcianos.
Pero no, aquí las cuestiones domésticas se mueven con otros códigos de convivencia que, vistos a la luz de las sociedades serias, se parecen bastante a la ley de la selva. Un descomunal sálvese quien pueda… y que se embromen los más “giles”.
A mediados de febrero, los familiares de un amigo mío se accidentaron en la entrada de Posadas, capital de la provincia de Misiones. Más allá de la tragedia donde murieron tres de las cuatro personas que viajaban en el auto, lo que quiero contar de esa historia es otra cosa.
La familia viajaba desde Buenos Aires hacia Iguazú para hacer un negocio. Llevaban dinero para ese negocio. Se produce el accidente y todos quedaron atrapados casi dos horas en el auto hasta que los bomberos y la policía pudieron sacarlos. Solo una mujer salió con vida, y entre llantos y gritos, antes de ser subida a la ambulancia alcanzó a decirle a uno de los rescatistas que en el bolso que estaba debajo de su asiento había mucha plata.
Sí, ya sé que usted imagina el final, pues argentino al fin como yo, no es la primera vez que lee sobre estas cosas. Ironías del destino, el dinero que estaba destinado a un emprendimiento comercial, ahora lo necesitaba la familia para los gastos de tres velorios y una internación. Obviamente la plata nunca apareció. Los anillos de los muertos tampoco.
No me entra en la cabeza que cuando lo cuento, a toda la gente le parezca una cosa normal. No encuentro excusas que justifiquen semejante actitud. Ni siquiera el hambre o la pobreza pueden justificar el robo o el despojo. Porque justificar el delito con la pobreza es una forma encubierta de decir que sólo roban los pobres. Y bien sabemos la falsedad de semejante postulado.
Y así nuestra ley de la selva se ve en lo cotidiano como en lo no tanto.
El fiscal Jorge Felipe Di Lello da el visto bueno para que el juez Oyarbide siga adelante con el exhorto enviado desde Suiza para investigar a Moyano, líder sindicalista de los camioneros argentinos. Di Lello no es un fiscal más. En los años 70 estuvo detenido pues su casa voló por los aires cuando junto con otros terroristas del ERP estaban fabricando explosivos. Detenido, enjuiciado y amnistiado por el peronismo, por “lealtad” Di Lello se pasó a las huestes de Montoneros. En aquella época el ahora Fiscal militaba otra justicia, la de las bombas y los tiros por la espalda. El juez Oyarbide tuvo también su momento de “fama” cuando fue filmado hace unos años teniendo sexo en un prostíbulo de hombres que no estaba habilitado.
Y la noticia de esta semana en nuestra jungla, emparenta al fiscal Di Lello y al juez Oyarbide con el sindicalista Moyano que, con la prepotencia de la impunidad que reina en “argenjoda”, amaga con parar el país si lo investigan, y amenaza con bloquear todos los medios de comunicación que osen hablar mal de él.
No importa, hoy es sábado y ya empieza la fecha del campeonato “nacional y popular” Néstór Kirchner de fútbol, así que me tomaré un buen protector gástrico, de los genéricos por supuesto (no vaya a ser tilden de vendepatria) y miraré la profusa propaganda oficialista… tal vez sí me convenza hoy de que en verdad vivimos en un país “condenado al éxito”.
1 comentario:
Estimado Palma: lo único cierto de la famosa frase del Cabezón es que: "estamos condenados"... lo del éxito deberemos dejarlo para cuando seamos un país en serio.
Que extraño... todas las causas importantes van a parar a manos del muñeco Oyarbide! ¿Tendremos otra dilatación y luego un cierre apresurado del tema, sin conocer la verdad de la milanesa?
Moyano le mostró a la dama, toda la prepotencia de la "patria sindical", no sea cosa que se enoje el camionero y le pare el país en este año electoral.
"Alicia en el país de las maravillas y en el Mundo del Nunca Jamás", solo falta "Campanita" para que vuele al lado de Peter Pan. Sí como dijo el cabezón: "estamos condenados". Yo diría que "estamos en el horno", nos están cocinando de a poquito, después de la cocción nuestra carne será más blandita para masticar. A este fracaso no lo salvan ni con fútbol para todos.
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