sábado, 16 de octubre de 2010

Medicinas para el alma...

“¿Por dónde puedo empezar? - A contar la historia - De cuan maravilloso puede ser el amor - La dulce historia de amor - Que es más antigua que el mar - La simple verdad acerca - del amor que ella me da…” (Love Story – Andy Williams)

Es curioso, cuando uno escribe lo que piensa y publica lo que escribe, afuera, quiera uno o no, hay gente que espera. Que demanda. Que sugiere. Que critica. Que alienta. Que putea. Quiera uno o no, mucha gente supone que uno debe escribir a su medida.
Y entonces se desata toda una lucha interna, dentro de uno digo. ¿Escribir a pedido o escribir lo que a uno le viene en gana?. Yo elijo lo segundo porque estoy convencido que si uno es consecuente con eso, lo demás se da por añadidura.
Porque esta semana, seamos sinceros, el que no escribe sobre los mineros de Chi chi chi… le le le, está en otro planeta o no tiene corazón. Dos mil periodistas acreditados en el medio del desierto de Atacama para el glorioso rescate. Me aprendí de memoria los cantitos y hasta el himno chileno!!, yo!!, que después de Malvinas no podía ni siquiera escuchar la musiquita marcial del hermano país trasandino.
Pero no, como yo también soy “rebelde” al igual que nuestra presidenta, que desde hace varias semanas realiza los anuncios de su gestión gubernamental por Twitter, la red social de los 140 caracteres (espacios incluidos), me dije que NO.


Que ni loco voy a escribir esta semana sobre lo redundante. Y mucho menos escarbar en la vida privada de los pobres tipos que estuvieron 70 días enterrados vivos a 700 metros bajo piedra.
Los caminos de la musas, esas señoras no siempre bien dispuestas, me llevaron esta semana hacia destinos más célibes. O no.
Alguien invita por internet a un “rejunte” de amigos de ayer. Hoy las redes sociales sirven mucho para esto de volverse a encontrar. De buscar esas personas sobre las que uno hace tiempo ha dejado de tener noticias. Sirven mucho las redes sociales como punto de contacto tras la diáspora de la vida y del destino. Así, alguien invita a un volverse a juntar con los de aquella barra de amigos de cuando todos tenían qué peinarse y nadie andaba de malas con la balanza ni con una farmacia a cuestas en la cartera o en el bolsillo, y enseguida aparecen las fotos de entonces y los comentarios jocosos de ahora.
No sé en los demás, pero para mí, eso de encontrarse con el pasado es algo estrictamente necesario. Honrar la melancolía linda que se nos viene con ese recordar lo que fue. Lo que fuimos. Los que fuimos. Me cura.
Es una medicina. La medicina mágica de recordar entre todos “aquellos buenos viejos tiempos”. Es como hacer un alto en este presente lleno de urgencias, y sumergirse en aquél tiempo en que las urgencias podían esperar una eternidad.
No creo que toda esta enérgica melancolía sea mala, como gritan siempre los demoledores de recuerdos que, ante cada recuerdo de uno contado con pasión y hasta con orgullo, nos acusan de vivir del pasado. O lo que es peor, de no haber madurado nunca.
No señor. Me declaro aquí y ahora enemigo público de este tipo de gente “tóxica” (aprovecho ahora que el término está intoxicado por un millón de libros de autoayuda) que no se anima a mirar con despojo de protocolo de hombres y mujeres maduras, hacia el fondo de los recuerdos de juventud.
Así como le asignan propiedades curativas al Amor, estoy convencido que la melancolía en correctas dosis, también cura. Cura el alma, eso que la medicina no puede ni podrá nunca.
Y para que no crean que estoy loco, les comento que esta semana leí una noticia de divulgación científica que afirma que: “el enamorarse puede actuar como un analgésico potente. Los científicos han descubierto que el Amor estimula la vía de recompensa del cerebro, al igual que lo hace una droga adictiva.” Especialistas en dolor han descubierto que si alguien que vive un intenso romance o mira una foto de su objeto de amor mientras es golpeado o pinchado, siente menos dolor.
Ver la imagen de su ser querido y recibir la distracción produjeron el mismo alivio del dolor, pero la distracción funcionó a través de vías cognitivas, mientras que la alternativa romántica provocó un salto en el circuito mental de la recompensa, informó el equipo el miércoles en la revista PLoS One. Eso significa que el cerebro puede generar respuestas para controlar el dolor sin medicamentos, dijo la doctora Volkow. Tal vez, “si lo entendiéramos mejor, podríamos detonarlas”, agregó.
Palabras más palabras menos, estudios más estudios menos, todos sabemos que el amor cura, y los buenos recuerdos también. Una cura entendida en un sentido no tan restringido al término médico, claro.
Lo confirmé esta semana cuando me emocioné hasta las lágrimas viendo programa de la estrella televisiva de Estados Unidos Oprah Winfrey, que reunió, 40 años después, a los protagonistas de la película Love Story… Ali Mac Graw y Ryan O Neall. 69 años el y 71 ella. Una bella mujer madura y con arrugas, y un casi setentón de ojos tristes. Dos historias de sufrimiento. El, que acaba de perder a su compañera de vida tras un cáncer que durante mucho tiempo hizo sufrir mucho a Farrah Fawcett. Ella, con una vida plagada de adicciones y desamores. Nada queda ya en ellos de aquellos jóvenes protagonistas de Love Story, apenas el recuerdo de esa bella y triste historia de amor. Están ellos en el recuerdo y estamos nosotros, los que insistimos en exigir este tipo de reencuentros. Como esperando que algún día, el conjuro de alentar los buenos recuerdos de viejos tiempos funcione para siempre, y nos lleve entonces hacia aquél mundo del que nos hemos alejado fatalmente, desde el momento en que viajamos a este mundo de la adultez…al que nos trajo ese abismo insalvable que algunos llaman tiempo.
Al finalizar el programa, ambos se besaron en público rememorando aquella película, ante una ovación de suspiros. Y si bien ellos no lo dijeron, estoy seguro que en ese instante ambos se curaron de todos sus dolores… como nosotros de los nuestros.
Yo sé que el amor cura tanto como los viejos buenos recuerdos. Lo compruebo cuando aquellos a los que amo me miran a los ojos y me dicen: te quiero. Cuando me detengo en esa vieja foto de la barra de amigos. Cuando miro la foto del “viejo”, que ya no está, y me olvido en ese instante del mundo. O cuando abrazo a mi madre un domingo como hoy, y huelo en su piel todo el perfume de mi infancia.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Seguí sangrando por la herida del orto

Unknown dijo...

Te regalo un texto de Octavio Paz que me hiciste recordar:"La historia de Filemón y Baucis, contada por Ovidio en el libro VIII de Las metamorfosis , es un ejemplo encantador. Júpiter y Mercurio recorren Frigia pero no encuentran hospitalidad en ninguna de las casas adonde piden albergue, hasta que llegan a la choza del viejo, pobre y piadoso Filemón y de su anciana esposa, Baucis. La pareja los acoge con generosidad, les ofrece un lecho rústico de algas y una cena frugal, rociada con un vino nuevo que beben en vasos de madera. Poco a poco los viejos descubren la naturaleza divina de sus huéspedes y se prosternan ante ellos. Los dioses revelan su identidad y ordenan a la pareja que suba con ellos a la colina. Entonces, con un signo, hacen que las aguas cubran la tierra de los frigios impíos y convierten en pantano sus casas y sus campos. Desde lo alto, Baucis y Filemón ven con miedo y lástima la destrucción de sus vecinos; después, maravillados, presencian como su choza se transforma en un templo de mármol y techo dorado. Entonces Júpiter les pide que digan su deseo. Filemón cruza unas cuantas palabras con Baucis y ruega a los dioses que los dejen ser, mientras duren sus vidas, guardianes y sacerdotes del santuario. Y añade: puesto que hemos vivido juntos desde nuestra juventud, queremos morir unidos y a la misma hora: «que yo no vea la pira de Baucis ni que ella me sepulte». Y así fue: muchos años guardaron el templo hasta que, gastados por el tiempo, Baucis vio a Filemón cubrirse de follajes y Filemón vio cómo el follaje cubría a Baucis. Juntos dijeron: «Adiós esposo» y la corteza ocultó sus bocas. Filemón y Baucis se convirtieron en dos árboles: una encina y un tilo. No vencieron al tiempo, se abandonaron a su curso y así lo transformaron y se transformaron"