Así me dijo hace muchos años Arturo Larrabure. Sí, hace muchos años, cuando contar este tipo de historias convertía invariablemente al “escribidor” en blanco fácil de los descalificadores sistemáticos.
¡Vamos!, que mucha gente hay predispuesta y esmerada en eso de matar al mensajero, especialmente cuando el mensajero trae noticias inconvenientes.
Cuando expongo mi visión de los años 70 en Argentina, intento lo que otros no quieren, no pueden… o no saben: poner esa historia en su contexto.
En estos años he conocido muchas Víctimas del terrorismo de Argentina, cuyas historias eran acalladas con infamias y mentiras. Infamias más mentiras más silencio más mordaza, suman un dolor indescriptible.
Recuerdo que la primera historia con la que di, fue la historia y el dolor de la familia del ingeniero Roberto Moyano. Martha, su esposa, hasta el día de hoy llora lágrimas como de sangre cada vez que recuerda el asesinato alevoso de su esposo. Sus dos hijos todavía no pueden hablar del tema. Sí, así como le
digo: NO PUEDEN.
Roberto tenía 45 años, era ingeniero y gerente de una petroquímica de la ciudad de La Plata. El 25 de octubre de 1976 lo llamaron a su casa de Belgrano y le dijeron que lo esperaban para una reunión en La Plata. Roberto llegó a la fábrica cerca del mediodía, pero la reunión se había suspendido. Decidió entonces ir a almorzar con algunos compañeros al comedor de la esquina. Eligieron una mesa lejos de la entrada. Roberto quedó de espaldas a la puerta. Roberto habla con sus compañeros sobre el trabajo. Dos personas con ropa de SEGBA entran al local. Uno de ellos se para detrás de Roberto, saca una pistola, le apunta a la cabeza, y le vacía el cargador en la nuca. La sangre tibia inunda la mesa, corre, y se escurre por el piso. El asesino guardó su pistola, pegó media vuelta y se fue caminando. Así asesinaba el terrorismo en Argentina. Así mataba Montoneros. Porque sí. La petroquímica cerró sus puertas para siempre. Era el segundo gerente que le asesinaban los terroristas. Cuando Martha, la esposa de Roberto Moyano, iba al cementerio de Campana acompañando el cuerpo de su marido, un auto se le puso a la par, el hombre que manejaba la miró con sonrisa socarrona. Ella entendió el mensaje y cerró la boca por sus hijos. Nunca la familia del Ingeniero Moyano tuvo justicia. Nunca. Cuando Martha se presentó en la Secretaría de Derechos Humanos a pedir ayuda durante el gobierno de Alfonsín y comentó como habían asesinado a su marido, una mujer la miró, y otra vez la sonrisa: "No señora, estos casos no están contemplados". ¿Y qué hago entonces?, preguntó Martha."Señora, haga de cuenta que a su marido lo atropelló un colectivo".
Derechos humanos… sonrío. Los resabios de aquél terrorismo se enquistaron en las distintas organizaciones de “derechos humanos”, y consiguieron bastardear tan emblemático término.
Arturo Larrabure, hijo de Argentino del Valle Larrabure, quien fue secuestrado torturado y asesinado tras un año de cautiverio por una banda terrorista durante el gobierno de Isabel Perón, y cuyos asesinos figuran con “honores” en varios monumentos ampulosamente llamados de la “memoria”, lo explica así: “El carácter universal e indivisible de los derechos humanos implica que significan lo mismo para todos; no hay, para los enemigos, un derecho a la vida a medias. ¿Qué necesitamos para que exista verdaderamente un “Nunca Más”? ¿Memoria o historia?, es la pregunta a debatir. La memoria, en su afán de crear un pasado imaginario, oculta miles de crímenes del terrorismo setentista, le resulta difícil explicar por qué “jóvenes idealistas empeñados tan sólo en crear un mundo mejor”, secuestraron, torturaron y asesinaron a niños, a jóvenes, a adultos; varones, mujeres, de todo extracto social y puestos laborales. La historia, nos invita a detenernos a realizar un análisis crítico riguroso. Sólo la verdad se sostiene en el tiempo, el velo de tanta mentira e impunidad comienza a caerse.”
Arturo lo dice en el marco de este inesperado conflicto de intereses entre Chile y Argentina por el pedido de extradición de guerrillero chileno Galvarino Sergio Apablaza Guerra, ex líder de la agrupación terrorista chilena Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Este caso es emblemático, pues desenmascara a todos los que, escondidos en Asociaciones e instituciones de derechos humanos, deben salir a la palestra a defender lo indefendible.
El Estado chileno quiere juzgar al terrorista Apablaza Guerra por crímenes y delitos que éste cometió durante el gobierno democrático de Patricio Aylwin. Al terrorista chileno se lo encuentra en Argentina y se lo detiene. “Me instalé en Argentina porque el gobierno de Néstor Kirchner reconoce la militancia popular” dijo hace mucho tiempo en una entrevista. Argentina lo libera y lo apaña. Su esposa trabaja en Casa Rosada, a pocos metros del despacho de la presidentA Cristina Fernández Wilheim de Kirchner.
Estela Barnes de Carlotto, Hebe Bonafini, el Cels y todo el conocido séquito que maneja antojadizamente las políticas de “derechos humanos” en Argentina, han tenido que correr el velo, quitarse la careta y salir en defensa del terrorista chileno. En un escueto comunicado le piden a Cristina Fernández de Kirchner que le de asilo político. Defender lo indefendible. Un estado democrático hermano, durante la presidencia de tres presidentes democráticos distintos han pedido la extradición del terrorista que asesinó y secuestró durante un gobierno democrático. Aún así, los mismos de siempre, defendiendo lo que siempre han defendido, piden que Argentina le de refugio al terrorista.
No es extraño que Carlotto, Bonaffini y sus secuaces pidan por Apablaza Guerra. El terrorista en cuestión tiene un currículum calcado al de muchos argentinos que defienden y apoyan las damas argentinas de pañuelo blanco: Se entrenó militarmente en Cuba, luchó en Nicaragüa, secuestró y mató en su país a sus conciudadanos. Cualquier parecido con las historias de Firmenich, Vaca Narvaja, Cirilo Perdía, Gorriarán Merlo, Santucho, Kunkel, Bonasso y siguen miles de etc. NO ES PURA COINCIDENCIA.
El periodista y escritor Ceferino Reato, quien desde hace un tiempo ha visto “la luz”, comentó: “Bastó que se reabriera la posibilidad de que el chileno Galvarino Sergio Apablaza Guerra fuera extraditado a su país, donde se lo acusa del asesinato de un senador y del secuestro de un empresario periodístico durante un gobierno democrático, para que varios organismos de Derechos Humanos, encabezados por Estela de Carlotto y Hebe de Bonafini, salieran a cuestionar el fallo de Corte Suprema de Justicia y a defender al ex guerrillero trasandino. En cambio, la sangre derramada por diez soldados argentinos mientras cumplían con el servicio militar obligatorio y defendían un cuartel en Formosa el 5 de octubre de 1975, durante un gobierno constitucional del peronismo, no arrancó de esos organismos ni siquiera una palabra de aliento a sus familiares, que, como en la época en la que perdieron a sus hijos, sobreviven en la pobreza, algunos en la capital y otros en el interior de la provincia de Formosa. Esta es una muestra más de la doble moral que parece haber invadido a varios organismos, que sólo reparan en las violaciones contra los derechos humanos de un sector...”
La Verdad triunfa, me dijo un día Arturo Larrabure, luchador incansable.
Yo espero que así sea.
2 comentarios:
Esperá nomás, pero mientras tanto te sigue sangrando la herida del orto.
El universo de los derechos humanos tiene 2 universos paralelos en el tiempo:
1. Si sos o eras combatiente y/o militante de una organización terrorista en la argentina de los 60 en adelantes... te hacen millonario y un monumento.
2. Si eras el Soldado de la Nación que cumplías ordenes emanadas de autoridades legítimas, para defender a la Nación, hoy vos y tu familia son parias repudiados por la sociedad de memoria frágil.
Afortunadamente somos muchos los testigos de la época y la Verdad de la República Argentina, saldrá a la luz, cada vez son menos los que se callan.
Hace 55 años se echó al tirano que empezó con este problema, hoy sus descendientes políticos lo están profundizando con "este modelo".
Tiene razón Sr. Palma: "LA VERDAD SIEMPRE TRUNFA", SOLO HAY SER PACIENTES.
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