domingo, 9 de agosto de 2009

Gente buscando gente... redes sociales.com

Estoy parado junto a la ventana del escritorio. Ando en mis tiempos y en mis cosas. Al menos eso es lo que creo.

En la oscuridad del ambiente, reina la pantalla de la computadora que brilla en varios colores. Los colores de la pantalla tienen sus secretos. Cada color tiene su propio mensaje.

Es de noche. Es tarde. Es viernes casi sábado. Por la ventana veo miles de luces en miles de ventanas. No soy el único que trasnocha encerrado en su casa, me consuelo. O me justifico. O las dos cosas.

Despacio recorro con la mirada las ventanas. Imagino mil historias distintas en esas mil ventanas iluminadas. E imagino miles más, en las miles de ventanas oscuras que inundan ese pedazo de Buenos Aires que se ve desde este noveno piso.

No estoy melancólico ni aburrido, estoy como en un rito, preparándome para una noche larga… acabo de dejar a mi hijo adolescente en una fiesta de 15…y a la madrugada tendré que ir a buscarlo. Tengo casi seis horas de por medio. Dejo entonces las historias de las ventanas, me cebo el segundo mate, que sabe cien veces mejor que el primero. Me siento frente a la compu, y me aboco a la tarea de llenar la hoja en blanco.

Dudo unos minutos la frase primera, así que la hoja sigue en blanco. Y seguirá en blanco quién sabe por cuánto tiempo. Siempre es igual. Entonces, una pequeña etiqueta de color rojo que titila en un rincón de la pantalla, me saca por enésima vez de la hoja en blanco. “5 Notificaciones”… avisa el mensaje.

Y la curiosidad, se sabe, como la confianza, mata y salva a la vez. Y la ansiedad nos apura el paso. Así que enseguida hago un clic sobre el aviso de rojo brillante que titila en mi pantalla. “Ricardo ha aceptado tu solicitud de amistad”. “Marcelo ha hecho un comentario sobre tu foto”. “A Gustavo le gusta tu estado”. “Celia también ha comentado en tu muro”. “Horacio ha sido etiquetado”… sí, supongo que muchos no saben de lo que estoy hablando. Pero estoy seguro que otros muchos lo saben perfectamente. Lo han visto y lo ven a diario.

Las redes sociales son las estrellas rutilantes del momento en el firmamento de Internet. Millones de personas tienen su cuenta allí. Se arman un perfil, y se zambullen en el vasto mar de esa guía infinita de contactos. Perdón, dije contactos, pero las redes sociales prefieren llamarlos “amigos”.

Yo quiero tener un millón de amigos, cantaba Roberto Carlos allá por los 70, sin saber que estaba prediciendo facebook, la popular red social que se ufana de tener más de 250 millones de usuarios amigos en todo el mundo.

En los tiempos que corren, el que no está en facebook, no existe.

El tema es así, uno se hace una cuenta allí, publica su perfil, sube si quiere fotos… y se lanza luego a sumar “amigos” para compartir novedades.

Contrariamente a lo que nos enseña la ley de la vida, en facebook, los amigos no se cuentan con los dedos de una mano. No señor, allí uno puede tener la dudosa cantidad de un millón de amigos sin siquiera ponerse colorado. En facebook, el sospechoso, al que miran con desconfianza, no es el que tiene 2.800 amigos, sino el que tiene 8.

Es más, el creador de Microsoft, sí, ese rubiecito desalineado con cara aniñada y anteojitos que desde hace varios años puntea la lista de los más ricos del planeta, anunció hace unas semanas que se retiraba de facebook por la cantidad descontrolada e inmanejable de amigos que tenía en su cuenta.

Es que en ningún lado como en facebook, se cumple a rajatabla la legendaria ley de barrio. Esa que jurábamos con la mano en el corazón: “los amigos de mis amigos son mis amigos”. Entonces, a poco andar uno en la red social, y como efecto cascada, va sumando amigos, que son los amigos de los amigos. El límite es sólo la prudencia.

En un gesto que bastardea la palabra amistad, pero en beneficio de multiplicar los efectos de la red social, a cada instante la red nos bombardea con sugerencias. “Juan Manuel, 7 personas son amigos comunes, Añadir a mis amigos”.

Ante la insistencia de la sugerencia, uno puede hacerse el otario, o caer en la tentación. Y a juzgar por lo que se ve, son muy pocos los que no caen en la tentación de invitar todo el tiempo a nuevos “amigos”.

“Pepito te ha enviado una solicitud de amistad”... leo esta frase repetida hasta el infinito en facebook, y la asocio a unos de mis primeros recuerdos de la infancia. Es un recuerdo que tengo grabado como una imagen nítida. Estoy en el recreo de la escuela primaria. Primer grado, primera semana de clases. Yo me acerco a Ricardito venciendo mi vergüenza infantil, y le pregunto con pánico al rechazo: “¿Querés ser mi amigo?”.

Ricardo me dijo que sí, por suerte. Tal vez ese día andaba como yo, necesitado de charla y compañía ante ese doloroso desarraigo que es el primer grado. Claro que fuimos inseparables durante toda la escuela primaria.

Eso era antes. Ahora es más fácil. Nada de acercase al otro, mirarlo a la cara, cortar medio alfajor de chocolate para cada uno, y obligarse a compartir vida. No señor, ahora hacerse de amigos es un clic en “Aceptar”. Partir un alfajor no, ahora uno abra la galleta de la fortuna en una ventana de facebook, y la comparte con su millón amigos.

Un millón de clic, un millón de amigos. ¿Mejor?...¿peor?. Ni mejor ni peor: Distinto.

De todas maneras, y más allá de los millones de amigos que no lo son, o de los pocos que sí lo son, las redes sociales populares como facebook se han convertido en un espacio ideal para la gente que busca gente.

En las redes sociales, todo el tiempo hay gente buscando gente. Y lo que es mejor, todo el tiempo hay gente encontrando gente.

Es lo primero que hacemos al entrar en estas redes, buscar aquellos amigos o familiares a los que les hemos perdido el rastro. Ni hablar de los viejos primeros amores.

Es lo que hice yo esta semana. Me desvestí de prejuicios tecnológicos, de miedos ante la intimidad publicada… y me sumé a la red social. Me fue genial. En solo un par de días, di con amigos y primos de los que nada sabía desde hace tiempo.

Para un nostálgico irremediable y militante como yo, eso es la gloria. Es como poder tocar el cielo con las manos…

Ricardo está en Gálvez, una ciudad cerca de Rosario. Marcelo está en San Lorenzo, también cerca de Rosario. Marcelo está en Londres, allende los mares. Gustavo está en las afueras de Santiago, capital de Chile. Cecilia está en Corrientes. Y yo en mi escritorio sin poder romper el hielo de la hoja en blanco… y todos estamos compartiendo recuerdos y novedades esta noche desde cada una de nuestras pantallas. Con todos ellos he compartido vida. Y a todos hace muchos años que no los veo. De casi todos, nunca más había sabido de sus vidas, hasta hoy.

Ahora los tengo mágicamente a un clic. Nos pasamos fotos, nos contamos la vida de todo este tiempo, dramáticamente abreviada en un par de datos sueltos. Hijos, matrimonios, parejas, trabajos… y todas esas cosas que uno se cuenta con los que hace tiempo no ve. Todos hemos recorrido el mismo camino hoy. Hemos estado buscando gentes perdidas en el camino de la vida. Y nos hemos encontrado.

El tiempo dirá si estábamos buscando encuentros sinceros, o tan solo intentando volver por un rato en el tiempo, a través de recuerdos olvidados.

Después les cuento.

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