"Por qué será que todos guardan algo - cosas tan duras - que nadie puede decir - y van todos caminando - como en una procesión - de gente muda que no tiene corazón…”
(Carnaval toda la vida - Los Fabulosos Cadillacs)
Cumplía por entonces 100 días el gobierno del primer Néstor. Aquél Néstor Kirchner que gobernaba en primera persona.
Sí, me refiero al Kirchner que nos impuso un tal Duhalde. Sí, me refiero al mismo Duhalde que juró que se retiraba de la política para siempre, y que ahora anda reclutando peronistas desengañados a lo largo del conurbano bonaerense.
No se asombre. La política argentina es así, y mientras el Duhalde de Temperley tenga para el asado, siempre va a encontrar alguien dispuesto a seguirlo. Si hasta Emilio Pérsico, Edgardo de Petris y Luis Delía encuentran gente, rasgando por entre ese submundo de militantes infradotados que llegan a las bancas paranoicas, gracias al sistema corrupto de los punteros políticos. Acá, el que busca, encuentra.
Tarde piaste, podría gritar yo ahora. Que este carnaval no es de ahora sino que es el Carnaval de toda la vida. Que bien sabemos los de por aquí que nuestros políticos son así. Y que ellos han hecho a la política a su imagen y semejanza.
Mire si no a nuestra presidentA, que en lugar de anunciar el voto electrónico, y terminar de una vez por todas con ese “curro” enquistado de los candidatos elegidos a dedo en las unidades básicas (cada vez menos unidades, y cada vez más básicas), la presidentA del club de los anuncios tipo “Megatone”, anuncia el boleto electrónico para terminar con el “curro” de las monedas. Ahora se entiende aquél slogan del Frente para la Victoria que decía: “Ahora vamos por el cambio”.
Pucha, otra vez me fui por las ramas. Decía que mucho antes de que aquél primer Néstor, que es Kirchner, nos impusiera a doña Cristina, que es Fernández, el Club del Progreso, en su vieja casona de calle Sarmiento, uno de los más antiguos y tradicionales de Buenos Aires, fundado en 1852, y con varios ilustres entre su extensa lista de socios, una lista que incluye varios ex Presidentes de la Nación, destacados empresarios, reconocidos escritores, e intelectuales de primer nivel, convocó a un panel de periodistas para analizar los primeros cien días de gobierno de ese tal Néstor que, como un huracán, venía de las lejanas tierras del sur a “refundar” por enésima vez una Argentina en llamas.
“Estamos saliendo del infierno”, gritaba un desaforado presidente. Y desde su ignorancia revolucionaba al Cristianismo, que desde hace dos mil años viene enseñando la imposibilidad de salir del Infierno.
El viejo patio del antiguo Club rebalsaba de gente que acudía en busca de algunas certezas, ante ese gran interrogante de nombre Néstor.
Más gente que sillas hubo esa tarde.
Así que el público se acomodó como pudo. En la escalera, en los balcones internos, en las ventanas de la confitería… hasta que alguien dijo basta y cerró las puertas.
El panel estaba integrado por Magdalena Ruiz Guiñazú, Joaquín Morales Solá, y Nelson Castro. Y si bien el Club del Progreso había presentado un panel para que hiciera un análisis de los primeros cien días de gobierno Kirchnerista, todas las preguntas del público versaron en una sola idea: La intolerancia de Néstor Kirchner.
Esto que comento, ocurrió en septiembre de 2003. Todavía Magdalena no sospechaba la tunda que el Grupo Clarín recibiría de los Kirchner y sus esbirros, ni Morales Solá soñaba con la guerra sin cuartel que los K lucharían contra el diario La Nación… y muchos menos Nelson Castro presentía que casi seis años después, en el gobierno que Néstor gobernaría por interpósita persona, un socio oficialista cordobés en los negocios de la energía, compraría Radio del Plata y lo pondría de patitas en la calle.
Con apenas cien días K, al público allí apiñado le preocupaba sobremanera la intolerancia latente del nuevo caudillo. De todas maneras, y a pesar de las varias preguntas repetidas, los periodistas prefirieron hablar sobre el desparpajo presidencial de los mocasines, el saco cruzado sin prender, la melena desprolija y la falta de contacto oficial con la prensa. Carnaval toda la vida… optaron callar, como en una procesión, de gente muda que no tiene corazón.
La gente ya lo sospechaba. Los periodistas lo temían… pero por esas cosas raras que tiene la vida, ninguno de lo tres se animó a disentir abiertamente con el poder del “excéntrico”, sino hasta mucho tiempo después.
“El primer Kirchner fue una pantalla. El verdadero Kirchner, es el intolerante”, acaba de decir Nelson Castro, tras ser echado de la novel radio oficialista.
Tarde pió don Nelson. ¿Vio?… a veces, las cosas se deben decir cuando se deben decir, y no en el momento en que nos conviene decirlas.
Sí, me refiero al Kirchner que nos impuso un tal Duhalde. Sí, me refiero al mismo Duhalde que juró que se retiraba de la política para siempre, y que ahora anda reclutando peronistas desengañados a lo largo del conurbano bonaerense.
No se asombre. La política argentina es así, y mientras el Duhalde de Temperley tenga para el asado, siempre va a encontrar alguien dispuesto a seguirlo. Si hasta Emilio Pérsico, Edgardo de Petris y Luis Delía encuentran gente, rasgando por entre ese submundo de militantes infradotados que llegan a las bancas paranoicas, gracias al sistema corrupto de los punteros políticos. Acá, el que busca, encuentra.
Tarde piaste, podría gritar yo ahora. Que este carnaval no es de ahora sino que es el Carnaval de toda la vida. Que bien sabemos los de por aquí que nuestros políticos son así. Y que ellos han hecho a la política a su imagen y semejanza.
Mire si no a nuestra presidentA, que en lugar de anunciar el voto electrónico, y terminar de una vez por todas con ese “curro” enquistado de los candidatos elegidos a dedo en las unidades básicas (cada vez menos unidades, y cada vez más básicas), la presidentA del club de los anuncios tipo “Megatone”, anuncia el boleto electrónico para terminar con el “curro” de las monedas. Ahora se entiende aquél slogan del Frente para la Victoria que decía: “Ahora vamos por el cambio”.
Pucha, otra vez me fui por las ramas. Decía que mucho antes de que aquél primer Néstor, que es Kirchner, nos impusiera a doña Cristina, que es Fernández, el Club del Progreso, en su vieja casona de calle Sarmiento, uno de los más antiguos y tradicionales de Buenos Aires, fundado en 1852, y con varios ilustres entre su extensa lista de socios, una lista que incluye varios ex Presidentes de la Nación, destacados empresarios, reconocidos escritores, e intelectuales de primer nivel, convocó a un panel de periodistas para analizar los primeros cien días de gobierno de ese tal Néstor que, como un huracán, venía de las lejanas tierras del sur a “refundar” por enésima vez una Argentina en llamas.
“Estamos saliendo del infierno”, gritaba un desaforado presidente. Y desde su ignorancia revolucionaba al Cristianismo, que desde hace dos mil años viene enseñando la imposibilidad de salir del Infierno.
El viejo patio del antiguo Club rebalsaba de gente que acudía en busca de algunas certezas, ante ese gran interrogante de nombre Néstor.
Más gente que sillas hubo esa tarde.
Así que el público se acomodó como pudo. En la escalera, en los balcones internos, en las ventanas de la confitería… hasta que alguien dijo basta y cerró las puertas.
El panel estaba integrado por Magdalena Ruiz Guiñazú, Joaquín Morales Solá, y Nelson Castro. Y si bien el Club del Progreso había presentado un panel para que hiciera un análisis de los primeros cien días de gobierno Kirchnerista, todas las preguntas del público versaron en una sola idea: La intolerancia de Néstor Kirchner.
Esto que comento, ocurrió en septiembre de 2003. Todavía Magdalena no sospechaba la tunda que el Grupo Clarín recibiría de los Kirchner y sus esbirros, ni Morales Solá soñaba con la guerra sin cuartel que los K lucharían contra el diario La Nación… y muchos menos Nelson Castro presentía que casi seis años después, en el gobierno que Néstor gobernaría por interpósita persona, un socio oficialista cordobés en los negocios de la energía, compraría Radio del Plata y lo pondría de patitas en la calle.
Con apenas cien días K, al público allí apiñado le preocupaba sobremanera la intolerancia latente del nuevo caudillo. De todas maneras, y a pesar de las varias preguntas repetidas, los periodistas prefirieron hablar sobre el desparpajo presidencial de los mocasines, el saco cruzado sin prender, la melena desprolija y la falta de contacto oficial con la prensa. Carnaval toda la vida… optaron callar, como en una procesión, de gente muda que no tiene corazón.
La gente ya lo sospechaba. Los periodistas lo temían… pero por esas cosas raras que tiene la vida, ninguno de lo tres se animó a disentir abiertamente con el poder del “excéntrico”, sino hasta mucho tiempo después.
“El primer Kirchner fue una pantalla. El verdadero Kirchner, es el intolerante”, acaba de decir Nelson Castro, tras ser echado de la novel radio oficialista.
Tarde pió don Nelson. ¿Vio?… a veces, las cosas se deben decir cuando se deben decir, y no en el momento en que nos conviene decirlas.
1 comentario:
Muy cierto su comentario Horacio...
Saludos
Carlos
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