LA CATERVA DE AYER, EN EL GOBIERNO DE HOY
En los años setenta, yo tenía aún la esperanza intacta de la niñez. Y si bien no habría estado nada mal que “mi niñez hubiera llegado demasiado lejos”, como escribió el gran Franz Kafka, mi niñez duró lo que tenía que durar, cronológicamente hablando.
Fue el terrorismo quien se encargó de picarme el boleto de la esperanza. Una bomba casera frente a la plaza del colegio Martín Miguel de Güemes, en la sanmartiniana Ciudad de San Lorenzo, se llevó parte de mi libertad, y la de todos. Manchó con sangre mi inocencia, y la de mis amigos. Y arrancó tres dedos de la mano de alguien que no recuerdo. Aunque a decir verdad, tras tantos años, no recuerdo si fueron dedos, una mano, el brazo o la vida. El tiempo es así de cruel, hasta para con los recuerdos más trágicos. Este primer episodio, más luego el fusilamiento por la espalda del padre de un amigo a manos de asesinos del ERP, y la toma de Delta (la fábrica donde trabajaba mi viejo), por un comando Montonero que exigía el “impuesto revolucionario” a punta de FAL… todas estas cosas, hirieron de muerte mi natural esperanza de niño.
Un colectivo escolar pasaba cada mañana por el barrio militar, y luego por la ruta para alzarme y llevarme, junto a un puñado de chicos del barrio, al colegio en Rosario. Pero un día no pasó más. Las constantes amenazas terroristas, habían logrado amedrentar la voluntad de nuestros padres, y cagarle el laburo y la vida, al viejo chofer.
En los diarios, en la tele, y en la radio, todos los días un listado renovado de muerte. Era una especie de PRODE macabro y morboso que los argentinos jugábamos a la fuerza. Empresarios, políticos, profesionales y uniformados, eran el blanco preferido de los asesinos revolucionarios, que mataban en nombre de una revolución que no le interesaba a nadie. Una revolución intrascendente, en manos de unos asesinos grandilocuentes. Curiosa y bizarra y absurda Argentina. Y ante cada muerte inexplicable, invariablemente, un “Parte de Guerra” escrito y publicado por esos sicarios de la libertad que asesinaban al tun tun. Los textos intentaban explicar lo que no tenía explicación. Con palabras grandilocuentes, los de la revolución intrascendente, se esforzaban por convencernos que “sus” fines, podían justificar cualquier medio: “Al Pueblo de la Nación: La conducción de los Montoneros, comunica que hoy a las 7,00 hs. fue ejecutado Pedro Eugenio Aramburu. Que Dios nuestro Señor se apiade de su alma. Perón o Muerte. ¡Viva la Patria!. MONTONEROS.”
¡Uf!…esa caterva nos gobierna hoy. Casi 40 años después. Esa caterva, casi 40 años después, tiene de rodillas a nuestra Nación. Esa caterva hoy, como hace más de 30 años, compra dignidades indignas, a cambio de falsos testimonios.
Fue el terrorismo quien se encargó de picarme el boleto de la esperanza. Una bomba casera frente a la plaza del colegio Martín Miguel de Güemes, en la sanmartiniana Ciudad de San Lorenzo, se llevó parte de mi libertad, y la de todos. Manchó con sangre mi inocencia, y la de mis amigos. Y arrancó tres dedos de la mano de alguien que no recuerdo. Aunque a decir verdad, tras tantos años, no recuerdo si fueron dedos, una mano, el brazo o la vida. El tiempo es así de cruel, hasta para con los recuerdos más trágicos. Este primer episodio, más luego el fusilamiento por la espalda del padre de un amigo a manos de asesinos del ERP, y la toma de Delta (la fábrica donde trabajaba mi viejo), por un comando Montonero que exigía el “impuesto revolucionario” a punta de FAL… todas estas cosas, hirieron de muerte mi natural esperanza de niño.
Un colectivo escolar pasaba cada mañana por el barrio militar, y luego por la ruta para alzarme y llevarme, junto a un puñado de chicos del barrio, al colegio en Rosario. Pero un día no pasó más. Las constantes amenazas terroristas, habían logrado amedrentar la voluntad de nuestros padres, y cagarle el laburo y la vida, al viejo chofer.
En los diarios, en la tele, y en la radio, todos los días un listado renovado de muerte. Era una especie de PRODE macabro y morboso que los argentinos jugábamos a la fuerza. Empresarios, políticos, profesionales y uniformados, eran el blanco preferido de los asesinos revolucionarios, que mataban en nombre de una revolución que no le interesaba a nadie. Una revolución intrascendente, en manos de unos asesinos grandilocuentes. Curiosa y bizarra y absurda Argentina. Y ante cada muerte inexplicable, invariablemente, un “Parte de Guerra” escrito y publicado por esos sicarios de la libertad que asesinaban al tun tun. Los textos intentaban explicar lo que no tenía explicación. Con palabras grandilocuentes, los de la revolución intrascendente, se esforzaban por convencernos que “sus” fines, podían justificar cualquier medio: “Al Pueblo de la Nación: La conducción de los Montoneros, comunica que hoy a las 7,00 hs. fue ejecutado Pedro Eugenio Aramburu. Que Dios nuestro Señor se apiade de su alma. Perón o Muerte. ¡Viva la Patria!. MONTONEROS.”
¡Uf!…esa caterva nos gobierna hoy. Casi 40 años después. Esa caterva, casi 40 años después, tiene de rodillas a nuestra Nación. Esa caterva hoy, como hace más de 30 años, compra dignidades indignas, a cambio de falsos testimonios.
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