Pedí encarecidamente poder hablar hoy, en este día tan especial.
Es que tantas veces bostecé ahí, donde ahora están ustedes, que quería una vez, al menos una vez…hacer bostezar a los demás.
Y ya que me han dado la oportunidad, no la pienso desaprovechar.
Creo que hoy, mirando a nuestros hijos (ya no tan chicos), a ninguno de nosotros nos costará mucho hacer ese viaje imaginario en el tiempo, ese que todos solemos hacer inevitablemente los días especiales como hoy, en los que la vida parece dar una vuelta, como cerrando un ciclo.
Hablo de ese viaje imaginario en el tiempo, hasta aquél día en que entramos por primera vez al colegio con ellos.
Yo recuerdo muy bien aquél día. Gerva lloraba, Lloraba María, y lloraba yo. Toda la salita naranja estaba inundada de lágrimas.
Y creo que ninguno de nosotros tendríamos que esforzarnos demasiado, para recordar a cada uno de los chicos, el día que entraron a primer grado.
Es que a casi todos, los hemos visto crecer. Los hemos visto venir al colegio en brazos. Con chupete. Los hemos visto venir en cochecito. De la mano. Y los vemos ahora ir y venir, solos.
Seré sincero. A mí me gusta y me emociona cruzarlos hoy en alguna esquina cerca del colegio. Ahí van, solos o en grupo, caminando las calles por las que ayer nomás nosotros los llevábamos de la mano.
Ahora van sin nuestra custodia, algún día comprenderán que nuestra tenaz preocupación, no ha sido una vocación frustrada de patovicas, sino la preocupación lógica de un padre.
Me gusta y me emociona verlos. Ahí van, solos o en grupo, charlando a los gritos o en secreto, de las cosas de su mundo que, todavía, es un mundo mucho mejor que el de nosotros los grandes. Porque es un mundo más sincero.
Los veo y pienso, que son ahora, lo que nosotros, los grandes, hemos estado haciendo de ellos.
Los veo y pienso. Que lo que son ahora, habla mucho de lo que han sido las maestras todos estos años para con ellos.
Los veo y pienso. Que lo que son ahora, habla mucho pero mucho, de este Colegio al que queremos tanto.
“El Patro”, como dicen ellos. Este renovado Patrocinio de San José, que aún conserva ese espíritu único de las hermanas que ya no están, pero que nunca se fueron.
Y porque hoy se trata de eso. De hijos, de padres, de la vida y del colegio… no quiero dejar de lado, precisamente, la figura de San José, que es la figura del padre por excelencia. Del padre que da todo por amor, sin pedir nada a cambio. San José es el padre que está siempre junto a su hijo, pero que acepta inteligente y naturalmente su libertad. San José, custodio de la Sagrada Familia. Modelo de trabajador. Modelo de modestia. San José, el santo del silencio.
Muchas veces me detuve a pensar en la imagen del San José hombre, antes que Santo. Un hombre con todas las virtudes. No se si se habrán dado cuenta, pero si prestan atención, a San José no se le conocen palabras, o al menos yo no se las conozco. Todo lo que enseñó San José, lo enseñó con el ejemplo, sin discursos ni tratados.
Y eso es precisamente lo que hacemos nosotros los grandes, cada día, aunque muchas veces no nos demos cuenta. Enseñar con el ejemplo.
Estoy convencido que nuestros hijos aprenden mucho más, con lo poco que nosotros hacemos, antes que con todo lo que nosotros decimos. Es más, estoy seguro que si dentro de media hora les pregunto a los chicos ¿de qué hablé?…no tendrán la más pálida idea.
Prometí que los iba a aburrir, y lo estoy cumpliendo. Esto se llama predicar con el ejemplo.
Pero aún habiéndolos visto crecer, me cuesta creer que no fue ayer que crucé por primera vez la puerta del colegio con Gerva, que temblaba de miedo y que lloraba del susto.
Y los miro ahora a todos, y me asombra que hayan crecido tan rápido. Pero es un asombro que me alegra. Y es una alegría que me emociona.
Nos va a costar muchas lágrimas, estoy seguro de eso, no ver el año que viene a varios de los que hoy parten hacia otros rumbos. Pero, aunque hoy parezcan trágicas, o “injustas” algunas partidas, (y digo “injustas”, porque escuché el otro día que alguna de las chicas le decía a Nerina eso, hablando de su partida), sin embargo, estas despedidas son tristezas inevitables, que nos ayudan también a crecer.
Pero comprendo que es difícil Y cómo no comprenderlo, si nosotros los grandes, que lo sabemos bien, aún así lloramos a mares ante cada despedida.
Si la enseñanza de San José fue el ejemplo y el compromiso, tengo que decir que muchos de los padres de este grupo, han predicado con el ejemplo del compromiso. De hecho, en este grupo de padres, están los asadores oficiales de las fiestas del colegio, y están las mozas inclaudicables de cuanto evento se organiza en el Colegio, y están las organizadoras incansables de cuanta cosa se organiza en el colegio. Y todo ese ejemplo de compromiso, nuestros hijos lo han visto.
Y están también acá, las maestras del paciente oído. No se asusten, cuando digo las maestras del paciente oído, no me refiero a una nueva Orden religiosa, ni laica, sino que destaco y agradezco, en nombre de los padres, el compromiso que han tenido para con nuestros hijos, cada una de las “seños”. Un compromiso que trascendió el aula. Y todo ese ejemplo de vocación y compromiso, los chicos lo han visto. Y lo han vivido.
Y están también acá, las autoridades del Colegio, que se han esforzado por ejercer su autoridad sin poses ni sobreactuaciones. Acompañándonos, con una firmeza tierna. Y este ejemplo, también los chicos lo han visto.
Y está aquí y ahora Juanba, como antes estuvo Gustavo y como antes madre Olga, perseverando en la hermosa y difícil tarea, de sembrar en nuestros hijos, la semilla más grande que se pueda desear, la semilla de la Fe. Y también de ese ejemplo de vocación y compromiso, han sido testigo los chicos.
Chicos, hoy la vida parece dar una vuelta, como cerrando un ciclo. Y ustedes concluyen efectivamente hoy un ciclo. Y ahora deben dar el salto. Pero el salto de hoy, no es un salto al vacío. Es un salto hacia un lugar más alto. Hacia un lugar mejor. Es un salto necesario…y natural.
Sabemos cómo duelen las partidas, sabemos de las tristezas profundas de las despedidas, y sabemos cómo cuesta acostumbrarse a lo nuevo. Por eso estamos todos nosotros hoy acá, al lado de ustedes. Para ayudarlos. Como estuvimos aquél primer día de clases.
Y aunque el corazón se les arrugue con el recuerdo imborrable de estos años. Hay que apretar los dientes, secarse las lágrimas…encomendarse a San José. Y seguir adelante.
Después de tantos años, entre lágrimas se cierra hoy un círculo, que, curiosamente, también comenzó con lágrimas. Pero a diferencia de las de ayer, las de hoy no son lágrimas de miedo, sino que son lágrimas de emoción.
¡Felicitaciones!, señal de que aquellos primeros sueños, hoy se han vuelto realidad.
Es que tantas veces bostecé ahí, donde ahora están ustedes, que quería una vez, al menos una vez…hacer bostezar a los demás.
Y ya que me han dado la oportunidad, no la pienso desaprovechar.
Creo que hoy, mirando a nuestros hijos (ya no tan chicos), a ninguno de nosotros nos costará mucho hacer ese viaje imaginario en el tiempo, ese que todos solemos hacer inevitablemente los días especiales como hoy, en los que la vida parece dar una vuelta, como cerrando un ciclo.
Hablo de ese viaje imaginario en el tiempo, hasta aquél día en que entramos por primera vez al colegio con ellos.
Yo recuerdo muy bien aquél día. Gerva lloraba, Lloraba María, y lloraba yo. Toda la salita naranja estaba inundada de lágrimas.
Y creo que ninguno de nosotros tendríamos que esforzarnos demasiado, para recordar a cada uno de los chicos, el día que entraron a primer grado.
Es que a casi todos, los hemos visto crecer. Los hemos visto venir al colegio en brazos. Con chupete. Los hemos visto venir en cochecito. De la mano. Y los vemos ahora ir y venir, solos.
Seré sincero. A mí me gusta y me emociona cruzarlos hoy en alguna esquina cerca del colegio. Ahí van, solos o en grupo, caminando las calles por las que ayer nomás nosotros los llevábamos de la mano.
Ahora van sin nuestra custodia, algún día comprenderán que nuestra tenaz preocupación, no ha sido una vocación frustrada de patovicas, sino la preocupación lógica de un padre.
Me gusta y me emociona verlos. Ahí van, solos o en grupo, charlando a los gritos o en secreto, de las cosas de su mundo que, todavía, es un mundo mucho mejor que el de nosotros los grandes. Porque es un mundo más sincero.
Los veo y pienso, que son ahora, lo que nosotros, los grandes, hemos estado haciendo de ellos.
Los veo y pienso. Que lo que son ahora, habla mucho de lo que han sido las maestras todos estos años para con ellos.
Los veo y pienso. Que lo que son ahora, habla mucho pero mucho, de este Colegio al que queremos tanto.
“El Patro”, como dicen ellos. Este renovado Patrocinio de San José, que aún conserva ese espíritu único de las hermanas que ya no están, pero que nunca se fueron.
Y porque hoy se trata de eso. De hijos, de padres, de la vida y del colegio… no quiero dejar de lado, precisamente, la figura de San José, que es la figura del padre por excelencia. Del padre que da todo por amor, sin pedir nada a cambio. San José es el padre que está siempre junto a su hijo, pero que acepta inteligente y naturalmente su libertad. San José, custodio de la Sagrada Familia. Modelo de trabajador. Modelo de modestia. San José, el santo del silencio.
Muchas veces me detuve a pensar en la imagen del San José hombre, antes que Santo. Un hombre con todas las virtudes. No se si se habrán dado cuenta, pero si prestan atención, a San José no se le conocen palabras, o al menos yo no se las conozco. Todo lo que enseñó San José, lo enseñó con el ejemplo, sin discursos ni tratados.
Y eso es precisamente lo que hacemos nosotros los grandes, cada día, aunque muchas veces no nos demos cuenta. Enseñar con el ejemplo.
Estoy convencido que nuestros hijos aprenden mucho más, con lo poco que nosotros hacemos, antes que con todo lo que nosotros decimos. Es más, estoy seguro que si dentro de media hora les pregunto a los chicos ¿de qué hablé?…no tendrán la más pálida idea.
Prometí que los iba a aburrir, y lo estoy cumpliendo. Esto se llama predicar con el ejemplo.
Pero aún habiéndolos visto crecer, me cuesta creer que no fue ayer que crucé por primera vez la puerta del colegio con Gerva, que temblaba de miedo y que lloraba del susto.
Y los miro ahora a todos, y me asombra que hayan crecido tan rápido. Pero es un asombro que me alegra. Y es una alegría que me emociona.
Nos va a costar muchas lágrimas, estoy seguro de eso, no ver el año que viene a varios de los que hoy parten hacia otros rumbos. Pero, aunque hoy parezcan trágicas, o “injustas” algunas partidas, (y digo “injustas”, porque escuché el otro día que alguna de las chicas le decía a Nerina eso, hablando de su partida), sin embargo, estas despedidas son tristezas inevitables, que nos ayudan también a crecer.
Pero comprendo que es difícil Y cómo no comprenderlo, si nosotros los grandes, que lo sabemos bien, aún así lloramos a mares ante cada despedida.
Si la enseñanza de San José fue el ejemplo y el compromiso, tengo que decir que muchos de los padres de este grupo, han predicado con el ejemplo del compromiso. De hecho, en este grupo de padres, están los asadores oficiales de las fiestas del colegio, y están las mozas inclaudicables de cuanto evento se organiza en el Colegio, y están las organizadoras incansables de cuanta cosa se organiza en el colegio. Y todo ese ejemplo de compromiso, nuestros hijos lo han visto.
Y están también acá, las maestras del paciente oído. No se asusten, cuando digo las maestras del paciente oído, no me refiero a una nueva Orden religiosa, ni laica, sino que destaco y agradezco, en nombre de los padres, el compromiso que han tenido para con nuestros hijos, cada una de las “seños”. Un compromiso que trascendió el aula. Y todo ese ejemplo de vocación y compromiso, los chicos lo han visto. Y lo han vivido.
Y están también acá, las autoridades del Colegio, que se han esforzado por ejercer su autoridad sin poses ni sobreactuaciones. Acompañándonos, con una firmeza tierna. Y este ejemplo, también los chicos lo han visto.
Y está aquí y ahora Juanba, como antes estuvo Gustavo y como antes madre Olga, perseverando en la hermosa y difícil tarea, de sembrar en nuestros hijos, la semilla más grande que se pueda desear, la semilla de la Fe. Y también de ese ejemplo de vocación y compromiso, han sido testigo los chicos.
Chicos, hoy la vida parece dar una vuelta, como cerrando un ciclo. Y ustedes concluyen efectivamente hoy un ciclo. Y ahora deben dar el salto. Pero el salto de hoy, no es un salto al vacío. Es un salto hacia un lugar más alto. Hacia un lugar mejor. Es un salto necesario…y natural.
Sabemos cómo duelen las partidas, sabemos de las tristezas profundas de las despedidas, y sabemos cómo cuesta acostumbrarse a lo nuevo. Por eso estamos todos nosotros hoy acá, al lado de ustedes. Para ayudarlos. Como estuvimos aquél primer día de clases.
Y aunque el corazón se les arrugue con el recuerdo imborrable de estos años. Hay que apretar los dientes, secarse las lágrimas…encomendarse a San José. Y seguir adelante.
Después de tantos años, entre lágrimas se cierra hoy un círculo, que, curiosamente, también comenzó con lágrimas. Pero a diferencia de las de ayer, las de hoy no son lágrimas de miedo, sino que son lágrimas de emoción.
¡Felicitaciones!, señal de que aquellos primeros sueños, hoy se han vuelto realidad.
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