lunes, 19 de noviembre de 2007

SOBRE UN CASO REAL...

LA MUERTE EN EL CIRCO...

Carlos García escapó del monte chaqueño corrido por el hambre y la miseria. Huyó, apenas sus entrañas sospecharon estúpida tanta resignación. Se aferró al último vagón de un tren desvencijado, y de esa ilusión, se colgó como a una esperanza azul.
El tren que serpentea los kilómetros, devora sus penas y anestesia el dolor negro y amargo del desamparo. Carlos viaja en él, soñando con un futuro en la gran ciudad, convencido que en ella, el azar ofrece algo más que nada.
¡Pensar que quisieron encadenarlo al monte con palabras!, diciéndole que en la ciudad manda la ley de la selva...pero a Carlos, curtido de monte y espanto, no lo asusta la lucha escarnecida ni lo frenan las palabras resignadas.
Y llegó a la selva desalmada de los hombres, armado con dos brazos fuertes y una voluntad de piedra. Allí donde nadie es bienvenido, Carlos, curtido de monte y escondiendo el llanto, bajó la cabeza y agachó el lomo para mejor empujar. Aprendió a tratar con suavidad los vidrios de las copas y la losa de los platos. Y aprendió a descargar su rabia contra la suciedad de los pisos y la grasa de los azulejos multicolores. Asombrado ante lo que en su tierra escasea, y que en la ciudad brota con solo abrir una canilla, creyó que como el agua, su esperanza era transparente.
Como le enseñó el monte, trabajó de sol a sol. Y durmió solo, al amparo de las estrellas.
Este domingo fatal, es igual a aquél domingo de Octubre. E igual es este domingo a ese domingo en que el olor hediondo de los animales, cuajado por la tibia primavera, le ofreció caminar ese destino...por quince monedas ayudó a levantar la carpa. Las promesas de viajes, comida y techo, hicieron en su esperanza el resto.
Curtido de monte y apurando el llanto, bajó la cabeza y agachó el lomo para mejor empujar. Aprendió a tratar con suavidad las sedas de los trajes y a cargar con fuerza las lonas de la carpa. Y acarreó cada tarde dos mil veces, las mil sillas. Y bordó cada noche, con el brillo de sus lágrimas, todas las lentejuelas gastadas. Y descargó cada tarde su rabia contra la suciedad animal de los pisos. Cada mañana olvidaba la ley de la selva...cada noche se dormía agobiado por la ley de la vida.
Pero en este domingo fatal, la desgracia y el destino lo atacaron por la espalda. Lo sorprendieron con la cabeza baja y con el lomo gacho, descargando su rabia contra la suciedad animal del piso...intentando escapar de la miseria y el espanto.
Las crónicas hablarán de una jaula mal cerrada. La del tigre. Y hablarán del artero zarpazo en la yugular, de las fuerzas que a Carlos se le escurrieron con la sangre, de la vista nublada de dolor. De su extraña mueca helada hablarán las crónicas.
Caído de espalda sobre el piso de la gran ciudad, lo encontraron ya sin vida. La ley de la selva lo escupió de este mundo un domingo en un predio municipal de González Catán.
La ley de la selva...tal vez esa ironía evocaba su mueca helada.
En la jaula, el tigre se relame. A su lado, sonríe la muerte. El destino, se aleja satisfecho.
Desde el fondo del silencio silba un tren desvencijado...aferrado al último vagón viaja un dolor. Lleva baja la cabeza y gacho el lomo. El dolor negro y amargo del desamparo torna al monte. Hambriento y miserable.
El destino ha hecho su trabajo con un tal Carlos García...y se aleja satisfecho en busca de otro zarpazo.

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