ENAMORARSE CON LOS DIEZ SENTIDOS
Esta historia ocurrió hace mucho tiempo. Aclaro que cuando digo “hace mucho tiempo”, quiero decir, unos 20 años. Y para mí, a pesar de lo que diga el tango, 20 años es mucho tiempo.
Ocurrió en el verano del 88, pero la recuerdo tal cual. Con todos los detalles. Enero caluroso en la playa de San Bernardo, partido de la Costa, en la provincia de Buenos Aires. Hasta recuerdo el balneario, se llamaba Piluso, estaba en Strobel y Costanera y era propiedad de los Tabarone, una tradicional familia de los pagos de Mar de Ajó. Y recuerdo exactamente el lugar donde ocurrió, digo, si fuera hoy a San Bernardo, estoy seguro que podría pararme en aquél lugar exacto de la playa, o muy cerca.
Junto a la cancha de voley, a pocos metros del mar, charlábamos mi viejo, el pelado de la carpa 100, esos personajes que uno conoce en las vacaciones, y yo. En medio de la charla, pasa una mujer que partía la tierra. El pelado hizo un comentario que no viene ahora al caso, y yo, desde mi candorosa veintena de años, le dije: “ojito che, vos estás casado”. El pelado miró con picardía a mi viejo, intuí que se compadecían de mi inocencia. Mi viejo sonrió. El pelado pasó su mano por sobre mi hombro, y me preguntó paternalmente: “¿Cuántos años tenés pibe?”… la semana que viene cumplo 20, le contesté rápidamente. “Dentro de 20 años me contás…” ¡¡20 años!!, pensé que hablaba de una eternidad.
Claro, tal vez por eso recuerdo ahora aquella anécdota. Ya han pasado los 20 años que sentenció el pelado de la carpa 100, ¡quién iba a decirlo!, y acabo de cumplir un año más de casado, ¡quién iba a creerlo!
LOS 10 SENTIDOS
Cada tanto desempolvo el álbum de fotos de aquélla noche del 26 de octubre del 91. La noche que di el Sí tembloroso en el altar austero de la parroquia San José.
No tengo idea qué fuerza me dispara cada tanto hacia ese lugar donde duerme el enorme álbum impecable de “Foto André”, pero por alguna razón, cada tanto, una fuerza misteriosa me toma del brazo y me lleva hacia ese rincón repleto de imágenes del pasado. Sospecho que es la dulce melancolía la que me empuja hasta allí, como alentándome a retener ciertos recuerdos, esos que empeñan su alianza con el olvido.
Y entonces saco la caja. Y la abro. Y el álbum se despereza remolón, como muchos de mis recuerdos, que van tomando vida con cada una de las fotos que miro emocionado. Me cuesta un poco reconocerme tan joven. Y cada vez me cuesta más. Pero no me asusta. Me angustia, sí, mirar las caras tan felices y tan llenas de vida que estaban aquél día, y ya no están. ¡Hay tantos!… Me entristece un poco, también, ver tantas parejas de entonces, que hoy ya no son. Y verme abrazado a los amigos que se alejaron…algunos por los caprichos de la vida, otros en cambio por la envidia y el escarnio. Mías, dirán ellos, de ellos diré yo…tal vez sin razón. Pero esas cuestiones petulantes, a estas alturas importan poco. De lo que estoy seguro, es que la envidia y el escarnio son dos secreciones ponzoñosas que imposibilitan la amistad. Pero eso, lo aprendí un montón de amigos después.
Me sorprende ver en las fotos de mi casamiento algunos invitados que no conozco. Varios que jamás hubiera invitado entonces. Un puñado que hoy no invitaría. Sonrío al ver al padre José María con cara de “nene”… y me estremezco al recordar mis nervios de aquél día, que me hacían temblar las patas.
Cuando mi memoria evoca tiempos lejanos, cosa que sucede cada vez más a menudo (debe ser seguramente el inicio de la vejez), recuerdo con gratitud a esos apóstoles de la vida -mis maestros-, que me enseñaron en la escuela primaria que el cuerpo humano tiene cinco sentidos: la vista, el tacto, el olfato, el gusto y el oído. Pero cuando vuelvo a la realidad desde aquellos recuerdos agridulces del pasado, agradezco también a todos aquellos que han pasado por mi vida, los cercanos que siempre estuvieron, o los casuales con los que me cruzó caprichosamente la vida, como aquél pelado de la carpa 100, al que frecuenté solamente en un verano. El de 1.988. Todos y cada uno con los que alguna vez compartí parte de la vida, cada uno a su manera, al fin y al cabo, han sido los maestros de la otra escuela, la de la vida. Y escribo esto sin miedo a la cursilería. Ellos me enseñaron que existen en el hombre otros cinco sentidos, complementarios, y tan importantes como los anteriores. Son los sentidos de: la Vida, el Amor, el sentido Común, el contrario al sentido Común, es decir, la falta de sentido común, y el Humor. Éstos sentidos, no se enseñan en ninguna escuela.
HEROICO
“Peor es casarse”. Muchas pero muchas veces escuché esta frase. Es más, crecí escuchando esta sentencia, que siempre brotaba como advertencia. Era, no sé si lo es hoy tanto como antes, una frase con que la gente solía dar ánimo ante alguna pequeña desgracia doméstica. Cuando uno contaba “mirá lo que me pasó”…invariablemente alguien contestaba “no te preocupes, peor es casarse”.
No es mi intención hacer aquí una apología del matrimonio, ésta es una cuestión tan personal y privada, que jamás me metería en ese brete. Pero ocurre que esta semana festejé un año más de casado. Y, entre tanto matrimonio mal avenido, entre tanto divorcio proclamado, y entre tanto concubinato receloso de papeles firmados, mi vida en matrimonio parece casi un acto de heroísmo. ¡Me siento la excepción!
Conozco a mi esposa desde muy pero muy chico. Estas cosas suelen ocurrir en las ciudades pueblos, como Gualeguay. Tuvimos nuestras idas y vueltas. Nuestros tiempos de noviazgo idílico…y nuestros tiempos guerra declarada, donde ambos terminamos heridos.
Es curioso, pero siempre ocurre lo mismo con el Hombre, yo recuerdo que entré en pánico, cuando pensé que la perdía irremediablemente. Ese día entonces tomé todo el coraje que pude conseguir. Un poco del mío, y mucho del que me prestó el miedo a perderla…y fui a buscarla para decirle que quería envejecer a su lado. No se ría, que los enamorados no le tememos tampoco a estas cursilerías. Ni a otras peores.
No sé cómo, pero la convencí. Y aquí vamos los dos, juntos, muy juntos rumbo a la vejez.
Dicen que el amor es ciego. Que el matrimonio es una lotería. Que peor es casarse. Que el amor tiene razones que la razón no entiende. Dicen. Pero yo sé que no hay nada mejor que estar enamorado.
Miro una vez más las fotos del casamiento, cuando creía que amaba con los cinco sentidos. Ahora sé, 16 años después, que el amor verdadero ama con los diez. De lo contrario, resultaría imposible. Uno se enamora con la vista, el tacto, el olfato, el gusto y el oído, pero también con la vida, el amor, el sentido Común, el contrario al sentido Común, que es la falta de sentido común, y el Humor.
Y cuando uno se enamora así, con los diez sentidos, con los sentidos del Hombre y con los sentidos de la Vida…quedan a un lado todas esas especulaciones berretas: Si hay que firmar papeles o no, si se corta una carrera o no, si es el momento o no.
Escribo estas líneas, y ella se acerca con el mate. Me da un beso. Y el corazón se me acelera y da un vuelco, como aquella primera vez. Entonces sé que valió la pena.
Ocurrió en el verano del 88, pero la recuerdo tal cual. Con todos los detalles. Enero caluroso en la playa de San Bernardo, partido de la Costa, en la provincia de Buenos Aires. Hasta recuerdo el balneario, se llamaba Piluso, estaba en Strobel y Costanera y era propiedad de los Tabarone, una tradicional familia de los pagos de Mar de Ajó. Y recuerdo exactamente el lugar donde ocurrió, digo, si fuera hoy a San Bernardo, estoy seguro que podría pararme en aquél lugar exacto de la playa, o muy cerca.
Junto a la cancha de voley, a pocos metros del mar, charlábamos mi viejo, el pelado de la carpa 100, esos personajes que uno conoce en las vacaciones, y yo. En medio de la charla, pasa una mujer que partía la tierra. El pelado hizo un comentario que no viene ahora al caso, y yo, desde mi candorosa veintena de años, le dije: “ojito che, vos estás casado”. El pelado miró con picardía a mi viejo, intuí que se compadecían de mi inocencia. Mi viejo sonrió. El pelado pasó su mano por sobre mi hombro, y me preguntó paternalmente: “¿Cuántos años tenés pibe?”… la semana que viene cumplo 20, le contesté rápidamente. “Dentro de 20 años me contás…” ¡¡20 años!!, pensé que hablaba de una eternidad.
Claro, tal vez por eso recuerdo ahora aquella anécdota. Ya han pasado los 20 años que sentenció el pelado de la carpa 100, ¡quién iba a decirlo!, y acabo de cumplir un año más de casado, ¡quién iba a creerlo!
LOS 10 SENTIDOS
Cada tanto desempolvo el álbum de fotos de aquélla noche del 26 de octubre del 91. La noche que di el Sí tembloroso en el altar austero de la parroquia San José.
No tengo idea qué fuerza me dispara cada tanto hacia ese lugar donde duerme el enorme álbum impecable de “Foto André”, pero por alguna razón, cada tanto, una fuerza misteriosa me toma del brazo y me lleva hacia ese rincón repleto de imágenes del pasado. Sospecho que es la dulce melancolía la que me empuja hasta allí, como alentándome a retener ciertos recuerdos, esos que empeñan su alianza con el olvido.
Y entonces saco la caja. Y la abro. Y el álbum se despereza remolón, como muchos de mis recuerdos, que van tomando vida con cada una de las fotos que miro emocionado. Me cuesta un poco reconocerme tan joven. Y cada vez me cuesta más. Pero no me asusta. Me angustia, sí, mirar las caras tan felices y tan llenas de vida que estaban aquél día, y ya no están. ¡Hay tantos!… Me entristece un poco, también, ver tantas parejas de entonces, que hoy ya no son. Y verme abrazado a los amigos que se alejaron…algunos por los caprichos de la vida, otros en cambio por la envidia y el escarnio. Mías, dirán ellos, de ellos diré yo…tal vez sin razón. Pero esas cuestiones petulantes, a estas alturas importan poco. De lo que estoy seguro, es que la envidia y el escarnio son dos secreciones ponzoñosas que imposibilitan la amistad. Pero eso, lo aprendí un montón de amigos después.
Me sorprende ver en las fotos de mi casamiento algunos invitados que no conozco. Varios que jamás hubiera invitado entonces. Un puñado que hoy no invitaría. Sonrío al ver al padre José María con cara de “nene”… y me estremezco al recordar mis nervios de aquél día, que me hacían temblar las patas.
Cuando mi memoria evoca tiempos lejanos, cosa que sucede cada vez más a menudo (debe ser seguramente el inicio de la vejez), recuerdo con gratitud a esos apóstoles de la vida -mis maestros-, que me enseñaron en la escuela primaria que el cuerpo humano tiene cinco sentidos: la vista, el tacto, el olfato, el gusto y el oído. Pero cuando vuelvo a la realidad desde aquellos recuerdos agridulces del pasado, agradezco también a todos aquellos que han pasado por mi vida, los cercanos que siempre estuvieron, o los casuales con los que me cruzó caprichosamente la vida, como aquél pelado de la carpa 100, al que frecuenté solamente en un verano. El de 1.988. Todos y cada uno con los que alguna vez compartí parte de la vida, cada uno a su manera, al fin y al cabo, han sido los maestros de la otra escuela, la de la vida. Y escribo esto sin miedo a la cursilería. Ellos me enseñaron que existen en el hombre otros cinco sentidos, complementarios, y tan importantes como los anteriores. Son los sentidos de: la Vida, el Amor, el sentido Común, el contrario al sentido Común, es decir, la falta de sentido común, y el Humor. Éstos sentidos, no se enseñan en ninguna escuela.
HEROICO
“Peor es casarse”. Muchas pero muchas veces escuché esta frase. Es más, crecí escuchando esta sentencia, que siempre brotaba como advertencia. Era, no sé si lo es hoy tanto como antes, una frase con que la gente solía dar ánimo ante alguna pequeña desgracia doméstica. Cuando uno contaba “mirá lo que me pasó”…invariablemente alguien contestaba “no te preocupes, peor es casarse”.
No es mi intención hacer aquí una apología del matrimonio, ésta es una cuestión tan personal y privada, que jamás me metería en ese brete. Pero ocurre que esta semana festejé un año más de casado. Y, entre tanto matrimonio mal avenido, entre tanto divorcio proclamado, y entre tanto concubinato receloso de papeles firmados, mi vida en matrimonio parece casi un acto de heroísmo. ¡Me siento la excepción!
Conozco a mi esposa desde muy pero muy chico. Estas cosas suelen ocurrir en las ciudades pueblos, como Gualeguay. Tuvimos nuestras idas y vueltas. Nuestros tiempos de noviazgo idílico…y nuestros tiempos guerra declarada, donde ambos terminamos heridos.
Es curioso, pero siempre ocurre lo mismo con el Hombre, yo recuerdo que entré en pánico, cuando pensé que la perdía irremediablemente. Ese día entonces tomé todo el coraje que pude conseguir. Un poco del mío, y mucho del que me prestó el miedo a perderla…y fui a buscarla para decirle que quería envejecer a su lado. No se ría, que los enamorados no le tememos tampoco a estas cursilerías. Ni a otras peores.
No sé cómo, pero la convencí. Y aquí vamos los dos, juntos, muy juntos rumbo a la vejez.
Dicen que el amor es ciego. Que el matrimonio es una lotería. Que peor es casarse. Que el amor tiene razones que la razón no entiende. Dicen. Pero yo sé que no hay nada mejor que estar enamorado.
Miro una vez más las fotos del casamiento, cuando creía que amaba con los cinco sentidos. Ahora sé, 16 años después, que el amor verdadero ama con los diez. De lo contrario, resultaría imposible. Uno se enamora con la vista, el tacto, el olfato, el gusto y el oído, pero también con la vida, el amor, el sentido Común, el contrario al sentido Común, que es la falta de sentido común, y el Humor.
Y cuando uno se enamora así, con los diez sentidos, con los sentidos del Hombre y con los sentidos de la Vida…quedan a un lado todas esas especulaciones berretas: Si hay que firmar papeles o no, si se corta una carrera o no, si es el momento o no.
Escribo estas líneas, y ella se acerca con el mate. Me da un beso. Y el corazón se me acelera y da un vuelco, como aquella primera vez. Entonces sé que valió la pena.
1 comentario:
Flaco: la verdad que en pocas líneas contás una preciosa "parte" de amor. "Parte" porque para que sea historia -con la Gracia de Dios- deberán pasar juntos, y de igual manera, al menos 50 años más.
Con mis mejores deseos en Xto.,
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