sábado, 8 de septiembre de 2007

LA MAGIA DE LA MÚSICA

VARIAS REFLEXIONES DE UN MISMO TENOR
"En la vida tuve todo, realmente todo. En el caso de que todo me sea quitado, estaré a mano con Dios". (L. Pavarotti)

En medio del vendaval de noticias diarias, esa especie de tiranía con que los medios de comunicación suelen amedrentar a sus lectores, empujándolos hacia los lugares comunes, arreándolos hacia las noticias de importancia relativa, o hacia esas primicias fugaces de placas rojas que se desvanecen, como una gota de rocío en los labios tibios de una mañana de verano, en medio de ese vendaval que agita a la realidad de fugaces urgencias, digo, siempre uno puede encontrar un resquicio (me gusta esta palabra) por donde escaparse del mundo, al menos por unos instantes.
Es cuestión de empeño nomás, de “actitud” como dice Fito Páez en alguna de sus varias canciones olvidables, el intentar encontrar ese hueco en la noticia de todos los días, y poder por allí escaparse hacia una reflexión, un pensamiento…o en el mejor de los casos, hacia la felicidad incomparable de un buen recuerdo.
No sé a usted, estimado lector, pero a mí me gusta eso de hurgar en las noticias, y buscar dentro de ese laberinto infinito de la realidad urgente que nuestro tiempo reclama en mil noticias por minuto, algo, aunque sea mínimo, para escaparme a un lugar más tranquilo donde poder soñar y pensar por un momento, lejos de las urgencias terrenales.
Este jueves apareció la noticia triste, aunque esperada, de la muerte del gran tenor italiano Lucciano Pavarotti. Los medios se deshicieron en elogios, elegías y sobredosis de música clásica.
Fue algo poco usual ver tanta repercusión mediática y popular, para con un cantante lírico. Digo “poco usual”, pues la lírica no es precisamente popular, ni algo que lleve a las masas hacia la locura, como para que los medios hayan desatado sus furores de tinta en una noticia cultural sin escándalo ni morbo. Pero claro, ahí está precisamente la genialidad de Pavarotti. Ese fue su toque de distinción, además de su voz privilegiada, un don que le permitió alguna vez cantar sin sobresaltos un aria con 9 “do” de pecho. Fue en 1972, Pavarotti cantó sin esfuerzo un aria que contenía nueve Dos de pecho en la ópera “La Fille du Regiment” de Donizetti, en la Opera Metropolitana de Nueva York. Seguramente pasará a la historia por haber hecho popular a la lírica. Y lo interesante, es que lo hizo con inusitada naturalidad.
Esa es la diferencia entre un simple artista…y un artista genial.
Escucharlo cantar junto a Bono, el líder de U2, con Queen, o junto al canadiense Byan Adams, era algo tan natural como escucharlo junto a Plácido Domingo, José Carreras o Monserrat Cavallé. Pavarotti hizo naturalmente popular, lo que en otros parecía elitista o forzado. ¡Juntar 100.000 personas en las calles de Buenos Aires para escuchar música clásica! Ese es, creo, el mejor legado de Pavarotti, haber amigado a las masas con la buena música. Nacido en una familia humilde de Módena, su padre era panadero y su madre operaria en una fábrica, llegó a ser una estrella mundial indiscutida, una personalidad convocante y reverenciada, que nunca olvidó sus orígenes. Y fue luchador incansable para los más necesitados en mil conciertos benéficos.
La historia de su vida, hace que la historia de Maradona parezca mediocre.
ALLÁ LEJOS…
Una de las primeras imágenes que tengo de mi infancia, es la de mi abuela tocando el piano, elemento central y aglutinador de familia en su departamento de la calle Juan María Gutiérrez, entre Austria y Agüero, en una Buenos Aires convulsionada por cosas peores que el tránsito. Nunca puedo separar en mi recuerdo, a mi abuela y su piano. Fue allí, en la enorme pequeña casa de mis abuelos maternos, donde mi oído se acostumbró a viejas canciones clásicas y a las hermosas canciones populares cantadas en familia alrededor del piano. “Suelta el remo…batelera, que me altera tu manera de bogar, suelta el remo y ven, a mis brazos que no temo naufragar…”, ¡ay!, si aún cierro los ojos y veo a toda la familia abrazada y cantando esta canción de antaño! Y allí está mi abuela, con sus ojos cerrados como si estuviera tocando en el mejor teatro del mundo para el mejor público del universo, sus cabellos de plata refulgente, sus dedos mágicos de nácar, acariciando el marfil del teclado, y su pierna derecha suave, hacia arriba y hacia abajo sobre los pedales dorados…sí, era magia y no otra cosa ver cómo ese “mueble” que nosotros toqueteábamos a escondidas, cobraba vida en manos de ella, y se convertía en una perfecta caja de música. Y de pronto, los acordes inconfundibles, y otra vez todos en coro…“Che bella cosa na jurnata 'e sole, n'aria serena doppo na tempesta! - Pe' ll'aria fresca pare gia' na festa...Che bella cosa na jurnata 'e sole…¡O sole mío!”.
Así fue, junto al piano de mi abuela “Lala”, yo me hice amigo de la música. De las viejas melodías populares, y también de las clásicas letras de la lírica. Si algo le agradezco a ella, es el haberme amigado, naturalmente, sin forzar, con la música clásica. Ella nos hizo amigos del “va penciero…”, y nosotros cantábamos con naturalidad “Va, pensiero, sull'ali dorate, va, ti posa sui clivi, sui colli, ore olezzano tepide e molli, l'aure dolci del suolo natal!”. Gracias a ella, aún suelo tararear “Sul mare luccica l’astro d’argento - Placida è l’onda, rospero è il vento. Venite all’agile barchetta mia! - Santa Lucia, Santa Lucia!”, y cerrar los ojos y escuchar la voz inconfundible de Mario Lanza, saliendo desde el fondo del “tocadiscos”.
Claro que eran otros tiempos, hace 25 años, los abuelos eran aún abuelos, a tiempo completo. Digo, eran solo abuelos, y no como ahora, criadores sustitutos de padres ausentes y “ocupados” en las urgencias fugaces que nos roban la vida.
Eran tiempos donde uno iba a visitar a sus abuelos, y eso era todo un acontecimiento festivo. Eran tiempos donde los abuelos tenían el tiempo para transmitirnos la sabiduría de las cosas importantes, pues ellos vivían por entonces una vida alejada de las urgencias de todos los días. Y de lo que cuento no ha pasado un siglo, han pasado, apenas, 30 años.
UN DÍA ESPECIAL
De todas maneras, esto de la muerte de Pavarotti, noticia con la que me escapé a ese lugar entrañable de los buenos recuerdos, mi hizo recordar varias de aquellas letras, también entrañables. Es el raro privilegio de los clásicos de todos los tiempos: buena poesía detrás de una hermosa melodía.
Estaría bueno que los jóvenes de hoy husmearan algunas de las letras escondidas tras este vendaval de música clásica que azotó los medios esta semana. Que pudieran descubrir las verdades y la poesía escondidas tras las bellas melodías… “Qué bella cosa es un día de sol - Un aire sereno después de una tormenta - Por el aire fresco parece una fiesta - Qué bella cosa es un día de sol - Salió el sol y más bella está ella - El sol mío está en tu frente - Cuando anochece y el sol se esconde - Me viene una melancolía. Debajo de su ventana yo me quedaría - Cuando anochece y el sol se esconde…”, O sole mío tiene ese mensaje melancólico pero esperanzador y optimista de la vida. Me gusta.
Pero claro, hombre al fin, prefiero las verdades que revela La donna e móbile: “La mujer cambia, como pluma al viento, Cambia de ideas, y de pensamiento. Su rostro amable, y encantador, tanto en la risa como en el llanto, es siempre engañoso. ¡Pobre del que confía en ella, y le entrega incauto el corazón!, Y sin embargo ¡nadie se siente, plenamente feliz, si de su seno no bebe el amor!”.
Es la canción con la que Rigolleto intentó desengañar a su hija, para que ella desistiera del amor del Duque…claro, después se desató la tragedia.
Y la recordaré hoy, que viene a cenar por primera vez a casa, el novio de mi hija Belu…¡ay!

1 comentario:

Unknown dijo...

hola horacio:
que bueno alguien de derecha que opine como nosotros la verdad me encanta mucho tu blog,
Creo que no te tenes que enojar porque algun amigo te haya ayudado a que se sepa cuales son tus pensamientos tan oportunos.