EL “IRREALISMO MÁGICO”
El periodista está haciendo una nota en el piso octavo. No sospecha siquiera que dentro de unos minutos, la idea primera que lo arrastró hacia allí con una cámara y un micrófono, le parecerá ¡tan superficial!...
La cámara capta el terremoto de 7.9 en la escala de Richter que azotó a gran parte del Perú. Las ciudades peruanas más golpeadas por el terremoto, fueron Ica, Pisco, Chincha y Cañete. Las crónicas sumarán víctimas cada minuto. 437 muertos dirán primero, más de 1200 heridos y 16 mil viviendas destruidas. 550 muertos contarán luego las crónicas. ¿Importa? Números más…números menos, la tragedia está desatada.
Y en el momento en que la tragedia dice presente en medio Perú, Fernando Llanos está frente a una cámara. Un nuevo aniversario de la muerte de Elvis, y el empecinamiento del coleccionista por juntar recuerdos de la “leyenda de Menphis”, lo llevaron ese miércoles hasta ese departamento. Nunca imaginó que lo esperaba la nota de su vida.
De pronto, en medio de la nota, las paredes comenzaron a sacudirse endemoniadas, como la pelvis de Elvis. Y el pánico. Pero el periodista comienza como puede, en medio del caos, a comentar las sensaciones que desata el gran sismo.
150 segundos le bastaron a la naturaleza para demostrar su poder. 150 segundos que fueron una eternidad. Todo se sacude frenéticamente. Luego el temblor calma, algunos remezones menores estiran el miedo y la tensión. Y cuando la quietud: el silencio. Pero el silencio de muchos, descubre, escaleras abajo, los rezos y las plegarias de varios chicos y algunos grandes. Están unidos en el espanto, unidos en una desesperada Fe de último momento. La cámara entonces va hacia allá. Tres mujeres rezan escaleras abajo. Unos niños lo hacen unos metros más atrás. “Santa María madre de Dios, ruega por nosotros pecadores…” Aún no saben que afuera, esos 150 segundos eternos de furia, han dejado más de 500 muertos. Y que ha derrumbado, en dos minutos, varios pueblos.
Y si bien con la nota de Llanos termina la crónica real…más tarde vendrán en catarata las notas armadas, esas notas más sofisticadas con que la prensa obtiene, para bien vender, un marco tétrico de la catástrofe.
Y acudirán urgentes los políticos, para calmar los ánimos en la población. Es que aparecida la catástrofe, todo entonces se mueve en consecuencia. Todo lo demás se paraliza ante la urgencia súbita que exigen sus necesidades impostergables. Primero la catástrofe… las tremendas carencias y miserias de todos los días deberán esperar. Como siempre. Y entonces, ahí donde la solidaridad escaseaba, ahora brota como agua de manantial. Y allí donde el asistencialismo estatal (que siempre ha servido de poco en estas benditas tierras del subdesarrollo) estaba ausente con aviso, tras la catástrofe renace como una máquina eficaz, que escupe medicamentos, agua mineral y alimentos. Y los países que ayer presionaban políticas para imponer intereses en la región, ahora alardean preocupación por los “pobres damnificados”.
Y todos los mundanales problemas de la vida de todos los días, giran ahora en torno de un único objetivo: Ayudar a los “damnificados”.
Pero claro, tras la catástrofe, todos gustamos entrar en la categoría de víctima. Todos sobreactuamos ser damnificados, aunque la catástrofe nos haya pasado lejos. Es que un damnificado es indiscutible, por lo menos lo es durante la tragedia.
Porque, pongámonos una mano en el corazón a modo de promesa de no mentir, bien sabemos que ante ese reacomodo de las prioridades que intima la catástrofe, tras los reales damnificados que en verdad perdieron sus bienes o familiares, aparecen también los que forman el gran coro de los que, habiendo sido sólo espectadores, aparecen con el disfraz de damnificados, como para ver si ligan algo.
Alguien dijo, con razón, que en las tragedias “los países se entienden a sí mismo, mejor que en las penurias”. Y esto vale tanto para un terremoto como el que acaba de ocurrir en Perú, como para las últimas inundaciones que sufrimos en Gualeguay.
Y entonces los medios se tiran de cabeza a las aguas del discurso que siempre queda bien. Revolver el dolor de los que ya viven en el dolor, y elevarlo a la enésima potencia. Se relamen contando y mostrando, perdón, “nos” relamemos contando y mostrando cómo, el ya damnificado por la pobreza, ha sido nuevamente azotado por otra catástrofe peor. Los medios saben bien que cuanto más trágica se muestre una tragedia... mejor.
El golpe bajo funciona siempre. Conmueve y vende. Nos conmueve y lo compramos.
Y ahí están los medios, siempre “preocupados” por el prójimo, a sus anchas haciendo lo que más les gusta: Mostrar cómo lo han perdido todo, aquellos que no tenían casi nada.
En el fondo, terremoto o inundaciones, funcionan en la sociedad como un aviso cruel a los pobres: siempre les puede ir peor.
Pero la vorágine pasa. Y las urgencias súbitas, esas que exigían sus necesidades y las hacían impostergables, ya dejan de ser urgentes y se relegan a un fatal segundo plano.
Todavía hoy, los cientos de miles de damnificados por el Tsunami, están esperando las promesas compasivas, esas que les hicieron en momentos de urgencias impostergables.
Esta misma semana, los damnificados por las últimas inundaciones gualeyas, que movieron y conmovieron la solidaridad urgente que brota en todos ante la catástrofe, estuvieron cortando la ruta para exigir se les cumpla las promesas de entonces.
Claro, es que la solidaridad que brota ante la catástrofe, puede resolver la emergencia. Pero no la indigencia. La repentina y eufórica preocupación estatal que aviva la tragedia, luego se vuelve fofa e inútil ante las necesidades comunes y corrientes de todos los días. La indigencia estructural, para nuestros estados fofos y corruptos, es de imposible resolución. Y nosotros lo sabemos bien. Nosotros somos así. Los mortales comunes, y los dirigentes todopoderosos.
Pero también sabemos y entendemos que el ritual es inevitable. Pues tenemos una experiencia dramática compartida, por decirlo de alguna manera. Todos sabemos que lo mismo mata en Argentina la negligencia y la corrupción, que los terremotos en Perú. Sabemos bien que los muertos de hambre por la inoperancia política, los muertos en las rutas que nadie controla, en los hospitales en los que el Estado no invierte, son innumerablemente más, que los del terremoto ocurrido en Perú esta semana. Pero claro, los muertos en las tragedias diarias de nuestra desidia, son “muertos estadísticos”. Una suma abstracta de casos aislados que todos nos negamos a sumar. Como los asaltados de Gualeguay. Igual. Miles de catástrofes chiquititas que el estado intenta tapar de la única manera que sabe. Manipulando las estadísticas.
De todas las catástrofes, la peor es la imprevisión. La prevención suele siempre salir airosa. Quiero decir que nuestras catástrofes, como las inundaciones, no solo están marcadas por un contexto geográfico, sino además empotradas en un contexto social. ¿No cree, estimado lector, que estudiar las pendientes de escurrimiento del agua en Gualeguay y actuar en consecuencia, es tan importante como saber evacuar diez barrios, o prepararnos para pagar 1000 pesos en indemnizaciones que nunca llegan? ¿Que esconder las estadísticas del delito, intentando desanimar las denuncias por robo, como le pasa a mucha gente en Gualeguay, es también pretender un “irrealismo mágico”, que como tantas otras improvisiones nuestras, nos llevará a llorar día a día nuestras pequeñas catástrofes? El día que nos armemos de coraje y nos animemos a sumar las víctimas de nuestras pequeñas tragedias, ese día caeremos en la cuenta que vivimos en un permanente terremoto, que mata a muchos...pero de a poco.
Y en el momento en que la tragedia dice presente en medio Perú, Fernando Llanos está frente a una cámara. Un nuevo aniversario de la muerte de Elvis, y el empecinamiento del coleccionista por juntar recuerdos de la “leyenda de Menphis”, lo llevaron ese miércoles hasta ese departamento. Nunca imaginó que lo esperaba la nota de su vida.
De pronto, en medio de la nota, las paredes comenzaron a sacudirse endemoniadas, como la pelvis de Elvis. Y el pánico. Pero el periodista comienza como puede, en medio del caos, a comentar las sensaciones que desata el gran sismo.
150 segundos le bastaron a la naturaleza para demostrar su poder. 150 segundos que fueron una eternidad. Todo se sacude frenéticamente. Luego el temblor calma, algunos remezones menores estiran el miedo y la tensión. Y cuando la quietud: el silencio. Pero el silencio de muchos, descubre, escaleras abajo, los rezos y las plegarias de varios chicos y algunos grandes. Están unidos en el espanto, unidos en una desesperada Fe de último momento. La cámara entonces va hacia allá. Tres mujeres rezan escaleras abajo. Unos niños lo hacen unos metros más atrás. “Santa María madre de Dios, ruega por nosotros pecadores…” Aún no saben que afuera, esos 150 segundos eternos de furia, han dejado más de 500 muertos. Y que ha derrumbado, en dos minutos, varios pueblos.
Y si bien con la nota de Llanos termina la crónica real…más tarde vendrán en catarata las notas armadas, esas notas más sofisticadas con que la prensa obtiene, para bien vender, un marco tétrico de la catástrofe.
Y acudirán urgentes los políticos, para calmar los ánimos en la población. Es que aparecida la catástrofe, todo entonces se mueve en consecuencia. Todo lo demás se paraliza ante la urgencia súbita que exigen sus necesidades impostergables. Primero la catástrofe… las tremendas carencias y miserias de todos los días deberán esperar. Como siempre. Y entonces, ahí donde la solidaridad escaseaba, ahora brota como agua de manantial. Y allí donde el asistencialismo estatal (que siempre ha servido de poco en estas benditas tierras del subdesarrollo) estaba ausente con aviso, tras la catástrofe renace como una máquina eficaz, que escupe medicamentos, agua mineral y alimentos. Y los países que ayer presionaban políticas para imponer intereses en la región, ahora alardean preocupación por los “pobres damnificados”.
Y todos los mundanales problemas de la vida de todos los días, giran ahora en torno de un único objetivo: Ayudar a los “damnificados”.
Pero claro, tras la catástrofe, todos gustamos entrar en la categoría de víctima. Todos sobreactuamos ser damnificados, aunque la catástrofe nos haya pasado lejos. Es que un damnificado es indiscutible, por lo menos lo es durante la tragedia.
Porque, pongámonos una mano en el corazón a modo de promesa de no mentir, bien sabemos que ante ese reacomodo de las prioridades que intima la catástrofe, tras los reales damnificados que en verdad perdieron sus bienes o familiares, aparecen también los que forman el gran coro de los que, habiendo sido sólo espectadores, aparecen con el disfraz de damnificados, como para ver si ligan algo.
Alguien dijo, con razón, que en las tragedias “los países se entienden a sí mismo, mejor que en las penurias”. Y esto vale tanto para un terremoto como el que acaba de ocurrir en Perú, como para las últimas inundaciones que sufrimos en Gualeguay.
Y entonces los medios se tiran de cabeza a las aguas del discurso que siempre queda bien. Revolver el dolor de los que ya viven en el dolor, y elevarlo a la enésima potencia. Se relamen contando y mostrando, perdón, “nos” relamemos contando y mostrando cómo, el ya damnificado por la pobreza, ha sido nuevamente azotado por otra catástrofe peor. Los medios saben bien que cuanto más trágica se muestre una tragedia... mejor.
El golpe bajo funciona siempre. Conmueve y vende. Nos conmueve y lo compramos.
Y ahí están los medios, siempre “preocupados” por el prójimo, a sus anchas haciendo lo que más les gusta: Mostrar cómo lo han perdido todo, aquellos que no tenían casi nada.
En el fondo, terremoto o inundaciones, funcionan en la sociedad como un aviso cruel a los pobres: siempre les puede ir peor.
Pero la vorágine pasa. Y las urgencias súbitas, esas que exigían sus necesidades y las hacían impostergables, ya dejan de ser urgentes y se relegan a un fatal segundo plano.
Todavía hoy, los cientos de miles de damnificados por el Tsunami, están esperando las promesas compasivas, esas que les hicieron en momentos de urgencias impostergables.
Esta misma semana, los damnificados por las últimas inundaciones gualeyas, que movieron y conmovieron la solidaridad urgente que brota en todos ante la catástrofe, estuvieron cortando la ruta para exigir se les cumpla las promesas de entonces.
Claro, es que la solidaridad que brota ante la catástrofe, puede resolver la emergencia. Pero no la indigencia. La repentina y eufórica preocupación estatal que aviva la tragedia, luego se vuelve fofa e inútil ante las necesidades comunes y corrientes de todos los días. La indigencia estructural, para nuestros estados fofos y corruptos, es de imposible resolución. Y nosotros lo sabemos bien. Nosotros somos así. Los mortales comunes, y los dirigentes todopoderosos.
Pero también sabemos y entendemos que el ritual es inevitable. Pues tenemos una experiencia dramática compartida, por decirlo de alguna manera. Todos sabemos que lo mismo mata en Argentina la negligencia y la corrupción, que los terremotos en Perú. Sabemos bien que los muertos de hambre por la inoperancia política, los muertos en las rutas que nadie controla, en los hospitales en los que el Estado no invierte, son innumerablemente más, que los del terremoto ocurrido en Perú esta semana. Pero claro, los muertos en las tragedias diarias de nuestra desidia, son “muertos estadísticos”. Una suma abstracta de casos aislados que todos nos negamos a sumar. Como los asaltados de Gualeguay. Igual. Miles de catástrofes chiquititas que el estado intenta tapar de la única manera que sabe. Manipulando las estadísticas.
De todas las catástrofes, la peor es la imprevisión. La prevención suele siempre salir airosa. Quiero decir que nuestras catástrofes, como las inundaciones, no solo están marcadas por un contexto geográfico, sino además empotradas en un contexto social. ¿No cree, estimado lector, que estudiar las pendientes de escurrimiento del agua en Gualeguay y actuar en consecuencia, es tan importante como saber evacuar diez barrios, o prepararnos para pagar 1000 pesos en indemnizaciones que nunca llegan? ¿Que esconder las estadísticas del delito, intentando desanimar las denuncias por robo, como le pasa a mucha gente en Gualeguay, es también pretender un “irrealismo mágico”, que como tantas otras improvisiones nuestras, nos llevará a llorar día a día nuestras pequeñas catástrofes? El día que nos armemos de coraje y nos animemos a sumar las víctimas de nuestras pequeñas tragedias, ese día caeremos en la cuenta que vivimos en un permanente terremoto, que mata a muchos...pero de a poco.
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