Mamá siempre me
repetía: "nunca escupas al cielo".
Me lo decía en
un tiempo en que mis ínfulas de adolescente volaban a nivel de las nubes más
altas.
Siempre intenté
contar hasta diez antes de esgrimir la burla... pues la vida tiene sus vueltas,
y el destino puede un día señalarte... y entonces tal vez termines siendo el
burlado.
Tal vez por esto
mismo aprendí a reírme de mí, antes que reírme de los demás.
Triste... un
puñal en el medio del alma sentí al escuchar a Mariano Iudica, conductor de
televisión, gritar: "Pero Adele, olvidate, andá a laburar lechón...olvidate",
en alusión a la genial cantante inglesa.
Ni siquiera la
sobreactuación en el chupamedismo hacia los cantantes del dúo Pimpinela, a los
que pretendía adular el conductor, tuvo piedad ante semejante miseria de
discurso.
Claro que la
adolescencia es una cosa, pero las responsabilidades de adulto son otras bien
distintas. Y uno se da cuenta que no hay que escupir al cielo por miedo a que
nos caiga encima… sino porque cada ser es sagrado en sí mismo.
Nadie puede
señalar supuestas miserias en caras ajenas, sin hacerse miserable en ese
estúpido intento.
Cuando todos
aprendamos a vernos iguales mirando nuestras diferencias… este mundo será un
mundo mejor.
Los Iúdica
deberían cerrar los ojos… escuchar la voz de Adele… luego abrirlos… y festejar
la igualdad de las diferencias…
Horacio R. Palma
Escribidor
contumaz...
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