Así lo anuncia el gran "diareo" argentino...
Nueve días de crímenes, libros y narcodólares
BAN! Buenos Aires Negra, el festival porteño del género negro y policial. Con invitados internacionales, desde Markaris a Miské, y muchos autores locales, el delito será el tema.
Adivina adivinador: ¿qué es un congreso en el que se habla de femicidios, narcotráfico, crímenes políticos, cohecho, terrorismo de Estado y lavado de dinero? Sorpresa: es un encuentro literario. Con más detalle: es el Festival Buenos Aires Negra, el BAN!, que empieza el viernes. Marca de origen: además de escritores, participan expertos en distintos tipos de crimen y los criminales mismos y pito catalán a los límites de la ficción. Estrella invitada: Petros Markaris.
Ernesto Mallo, el organizador del Festival se ufana de saltar la barrera entre ficción y realidad: el lema es "Donde el crimen real se mezcla con el crimen de ficción". Y así se hará, durante 9 días, en el Cultural San Martín.
Es que el contacto con la realidad, una forma de leer la sociedad desde la literatura, está en la definición del género: el policial negro se diferenció del policial "de enigma" en que en el primero los investigadores estaban en la calle, se ensuciaban las manos y parte de esa mugre venía del poder y la corrupción. Eso no es nuevo, está por cumplir un siglo, pero la fórmula sigue siendo productiva: el crimen cambia, los límites del género se ensanchan y la era de las series parece haberlo reforzado. El narcotráfico y el femicidio están entre las formas que han venido a conmover el género en el siglo XXI.
"El policial desborda sus límites y se asocia en nuevas combinaciones con la novela histórica, el relato fantástico, la no ficción y el registro forense. No sé si eso es una particularidad del policial o más bien algo que ocurre hoy con la literatura en general, donde los límites entre los géneros son transgredidos por los textos", analiza el escritor santafesino Osvaldo Aguirre, que está en la organización de otro festival de literatura policial, que se hará en Rosario en octubre.
Ahora, cerca de 100 invitados participarán en el festival. Entre ellos, un traficante de drogas -Brian O'Dea-; uno de los 12 Apóstoles de Sierra Chica -Ariel Acuña- que hablará con el Indio Raskov, líder del escuadrón que en dos años capturó a 243 fugados y un policía estadounidense -Neill Franklin- que dirigió las fuerzas antidroga de Maryland y en quien se inspira el Capitán Howard Colvin, de la serie The Wire.
Entre los invitados hay, claro, muchos escritores y periodistas. Entre ellos Claudia Piñeiro y el mexicano Paco Haghenceck, que hablará de narcoliteratura. Rodolfo Palacios -que tiene libros sobre Robledo Puch y Ricardo Barreda- analizará qué convierte a un tipo normal en un criminal y Marcelo Larraquy -autor de un libro sobre las tensiones que enfrenta Francisco en el Vaticano- hablará sobre los desafíos de la iglesia frente a la corrupción y el lavado de dinero.
Hay más, hay mucho: Alvaro Abós mostrará lo que hay del género negro en Julio Cortázar. Gabriela Cabezón Cámara, Iñaki Echeverría y Fabio Zurita-autores de novela gráfica- hablarán sobre cómo la historieta está haciendo ficción documental. Raúl Argemí y Horacio Convertini conversarán sobre si hay literatura popular de calidad. Pablo De Santis hablará de "El policial como pesadilla" y Guillermo Martínez tomará un artículo de Borges para pensar "Leyes y transgresiones de la narrativa policial". Eduardo Sacheri dirá cómo su novela se transformó en la película El secreto de sus ojos. Sergio Olguín e Inés Fernández Moreno tratarán de ver si la realidad imita a la ficción. Y más. Tanto que Osvaldo Aguirre duda de todo lo dicho hasta acá: "Sin embargo, la idea de la que novela policial documenta o denuncia los males de la sociedad de su época se convirtió en un estereotipo. ¿De qué podríamos enterarnos a través de la literatura que no sepamos ya hasta el cansancio por el periodismo, el ensayo político o la propia experiencia? ¿De los efectos del neoliberalismo, de la corrupción política, de la brutalidad policial?".
clarin
Pero... ¿quién es Raúl Argemí?
Mírelo fijo a
los ojos.
Nació en La
Plata a mediados de los 40, y ahora vive en Cataluña. Emigró después de cobrar
una buena indemnización del estado. Ha ganado en España y Alemania varios
premios con sus novelas negras en las que una y otra vez "rememora su
odisea en los campos de exterminio de la dictadura argentina", y en las
que describe con extraordinaria realidad, oscuros asesinos de sangre fría.
Los críticos
literarios suelen decir de él: "se nota que la ha vivido". Y tienen
razón.
Pero hay cosas
de él que los críticos gustan esconder con eufemismos, como si la sinceridad
cruel de la verdad completa les apretara la conciencia profunda, esa que nos
grita desde bien adentro lo que está mal, aunque intentemos ahogar su grito.
Esto dice sobre
él una crónica española reciente: "Con poco más de veinte años, siendo
todavía un joven estudiante, actor y autor dramático, Argemí inició su lucha
contra la dictadura argentina, lo que le llevó a la cárcel en 1974. Estuvo
preso diez años, dos de los cuáles los pasó en los pabellones de la muerte.
Vinculado desde muy joven al mundo del teatro, al recuperar la libertad entró
de lleno en el mundo de la prensa y la cultura. Rotas las esperanzas y ante la
perspectiva de un país a la deriva y sin futuro, en 1999 se vino con su hija a
España. Y dice Si hay que volver y morir, se vuelve. La muerte no importa. Pero
que sirva para algo. Me fui de Argentina porque me estaba poniendo
violento".
¿No es
conmovedor? Un idealista talentoso, miembro de una generación romántica que
quiso cambiar la argentina combatiendo a la dictadura…¡casi un cuento de hadas!
Pero yo le voy a contar lo que nunca le contarán sobre él, y desenmascarar así
su mentira.
A las dos y
media de la tarde de un 28 de abril de 1.974, Argemí venía en moto con Marino
Amador Fernández por las calles frenéticas del centro de Buenos Aires.
Desandaban la calle Viamonte esquivando gente y autos. En la esquina de
Montevideo casi chocan contra el auto de un juez, que les tomó la patente. Tal
vez iban distraídos pensando en los datos que les había cantado, bajo tortura,
el Dr. Carlos Alberto Bianco, al que tenían secuestrado desde hacía varios
días. La moto hizo una maniobra extraña y frenó justo en el 1.506 de Viamonte.
Desde calle Paraná venía cruzando, puntual, Jorge Vicente Quiroga. Él también
iba aquella tarde al 1.506 de Viamonte. Iba a visitar a su amigo Rébori. Marino
Amador Fernández y Raúl Argemí lo sabían perfectamente. Lo dejaron pasar, y
entonces Argemí o Fernández, o los dos, se bajaron de la moto, sacaron sus
metralletas Halcón como por arte de magia, y le metieron 14 balazos a
quemarropa…con esos balazos el ERP intentaba vengar a sus camaradas enjuiciados
por Quiroga. Si bien Cámpora los había indultado a todos, ya se sabe cómo es de
venenosa la venganza en la sangre resentida de los hijos de puta.
Quiroga cayó en
agonía, ellos subieron a la moto y salieron a toda velocidad mientras la gente
huía despavorida. Quiroga agoniza y se desangra en la vereda, y agonizará dos horas
más en el hospital Rawson antes de convertirse en mártir de la justicia
argentina. El testigo del auto frena, y le pasa a la policía la patente de la
moto…y con ese dato, la policía de Perón llegó en pocas semanas hasta la calle
Fragata Sarmiento 1071 en Ramos Mejía. Allí encontraron un rastrojero robado
preparado con una bomba de 3 kilos de trotyl, un indicador eléctrico mecánico
de activación, una ametralladora Halcón cargada, una falsificadora de
credenciales, papeles del ERP, miles de proyectiles y un cuaderno con los datos
de un funcionario judicial secuestrado: el Dr. Bianco. Conclusión: Argemí,
Violeta Ana Moratto y Fernández, fueron acusados por el homicidio del ex juez
Quiroga, por tenencia de armas de guerra y de explosivos, acopio de municiones,
asociación ilícita calificada y uso de documentos falsos en concurso real. Y se
les sumó luego la sentencia por el homicidio de Quijada, total: 25 años. Pero
por distintas amnistías y reducciones de penas, salieron todos el 15 de agosto
de 1.984. La causa pasó por varios juzgados y durante los diez años que
estuvieron detenidos cumpliendo la sentencia, fueron defendidos por el Dr.
Broquen. Todas las garantías. Todas ¡Vaya campo de exterminio más extraño!
Pero ya que en
esta historia se nombró al contralmirante Hermes Quijada, diré que el 30 de
abril de 1973, en pleno centro de Buenos Aires, un guerrillero del ERP, Víctor
Fernández Palmeiro, español de 24 años, lo asesinó fríamente. Las semejanzas
entre los dos asesinatos son notables. La revista "Liberación por la
Patria Socialista" en su Nro. 19, de 1974, órgano de prensa del ERP-PRT,
narró así el asesinato de Hermes Quijada:"TRELEW: LA IDEA FIJA. Lunes 30
de abril de 1973. A las 9 hs. el chofer está con el auto listo. A las 9,10 hs.,
Quijada sube y salen. En Junín doblan a la izquierda en dirección a Santa Fe,
pero esta vez la moto ha recibido la señal correcta y ya está arriba de ella
los que vengarán a los muertos de Trelew. Con el Gallego habíamos decidido que
el momento de inicio de la operación lo determinaría que se detuviera el coche
de Quijada, que quedara en posición como para que nos metiéramos por el costado
derecho y que tuviéramos espacio para seguir después con la moto. Apenas
pasamos Santa Fe por Junín, nos pusimos cerca. En Córdoba los semáforos lo
pararon, pero el Dodge quedó en el medio de otros dos coches. Esperamos. En
Corrientes pasamos con luz verde y había dos motos de la policía detenidas. En
Sarmiento lo agarró el semáforo. Acá, dijo el Gallego. 9,15 hs., la moto se
acerca por detrás al Dodge blanco que está detenido sobre Junín a 15 metros de
la esquina, disminuye su velocidad y el Gallego salta empuñando una
ametralladora. La moto pasa por el costado derecho del coche y frena unos
metros más adelante. Y ya está el Gallego al lado de la ventanilla derecha.
Quijada: una fracción de segundo para ver al joven alto, morocho, de anteojos,
con una campera azul que le apunta con una ametralladora y una fracción de
segundo para pensar que debería tomar la ametralladora que lleva sobre sus rodillas
con las mismas manos con que empuñó aquel puntero que le sirvió para explicar
lo de Trelew. Una fracción tan pequeña que la orden no llega a los músculos que
deberían ejecutarla porque el fogonazo en el caño de la Halcón le dice que ya
comenzaron a entrar en su pecho los primeros balazos y ya empezó a morirse. El
chofer: abrir la puerta de su lado y con la otra mano agarrar la pistola que
lleva bajo la pierna y disparar un tiro hacia el joven que ataca mientras su
cuerpo ya se va tirando hacia la calle. Gallego: asegurar a Quijada. Y las
ráfagas que en vez de <> a lo largo del asiento delantero para poner
fuera de combate a los dos, se incrusta en un solo destinatario.
Sólo tengo un
pantallaza porque todo fue muy rápido. Detuve la moto. Al largarse el Gallego
nos desviamos hacia el costado y la palanca de cambio pegó contra el coche, y
se torció. Quise enderezarla y se partió. La moto quedó en segunda y ya no
podía hacer cambios de velocidad. Me di vuelta y vi al Gallego haciendo fuego;
a la puerta del lado izquierdo del coche que se abría; una mujer que se fue
sobre un kiosco de revistas y tiró abajo varios estantes; un Fiat 1500 que
salió violentamente haciendo chirriar sus gomas contra el pavimento…La puerta
derecha que también se abría y el Gallego recamarando la ametralladora. Después
ya venía hacia la moto. La segunda ráfaga que alcanza al chofer en la mano con
la que tiene la pistola y las otras que buscan al contralmirante en la cabeza y
en el pecho. El peso de su cuerpo cayendo sobre la puerta y abriéndola y la
Halcón que se traba después de ocho tiros. Y el Gallego que dirán los testigos
que sonríe, pero es que recibió un tiro del chofer y lo acusa con un rictus de
dolor.
Quijada ya está
muerto; unos pasos hacia la moto que espera en marcha.
Cuando el
Gallego se subió no sentí más tiros, aunque los diarios dijeron que un policía
que pasaba por allí nos disparó. Entre el ruido de la moto y el del tránsito
escuché que el Gallego decía <>. Y me puse contento porque pensé que en
ese lugar le había puesto todas las balas a Quijada. Cuando tomamos Pueyrredón
noté que venía mal agarrado. Le grite que se afirmara mejor, y allí me dijo que
tenía un balazo en el estómago. Entonces cruzó los brazos por encima de mis
hombros y se reclinó sobre mí.
Llegamos hasta
Pueyrredón y Libertador; había un embotellamiento del tránsito y la moto se
paró. No podía ponerla en marcha de nuevo porque la palanca de cambios estaba
rota, así que la dejamos en una plazoleta y ayudé al Gallego a caminar hasta el
auto que esperaba en la playa de la Facultad de Derecho.
El Gallego
Palmeiro recibió en la acción donde ajustició a Quijada, un balazo en el
estómago sin orificio de salida. Conducido a una casa, murió cuando se lo iba a
trasladar para intervenirlo quirúrgicamente. Su primera pregunta al llegar a la
casa había sido: ¿Lo maté? Y cuando los compañeros que ya lo sabían por la
radio le informaron que sí, dijo: ¡Los vengué!
Los diarios de
la época informaron profusamente de la muerte de Quijada. Lo que no dijeron, es
que a partir de ese 30 de abril, el Gallego Víctor José Fernández Palmeiro,
junto a los dieciséis mártires de Trelew, empezaba a vivir en el corazón de su
pueblo."
Leyendo la
crónica del ERP, vemos que un asesino frío y calculador estaba haciendo sus
primeras letras en la novela negra policial…y yo sospecho quien.
Mírelo fijo a
los ojos, porque en cualquier momento podemos cruzarnos con este asesino de buena pluma.
Horacio Ricardo
Palma
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