martes, 6 de mayo de 2014

Lis Genta sobre la increíble homilía de Mons. Aracedo

Carta Abierta a Monseñor José María Arancedo 
Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina 
Buenos Aires, 6 de mayo de 2014 
A S. E. R. Monseñor 
José María Arancedo 
Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina 
________________________________________ 

Excelencia: 

He leído la homilía que VE pronunciara en la Misa de Apertura de 
la 107 Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Argentina en el día de 
ayer. En ella recuerda VE que está próximo a cumplirse el cuadragésimo 
aniversario de la muerte del Padre Carlos Mugica, hecho que (son palabras 
textuales) “está presente en la memoria de la Iglesia”. Añade que el Padre 
Mugica fue víctima de un asesinato en una época triste de nuestra historia; que 
“fue un sacerdote que vivió su fe y ministerio en comunión con la Iglesia y al 
servicio de los más necesitados, que aún lo recuerdan con gratitud, cariño y 
dolor”; y concluye pidiendo al Señor que, “junto a la verdad y a la justicia” los 
argentinos avancemos por la senda de nuestra reconciliación. Es respecto de 
este tema, particularmente sensible, que deseo escribirle ahora. 
Hace varios años, más precisamente el Viernes Santo de 1998, en 
el texto de una de las estaciones del Vía Crucis celebrado aquel día en Roma, 
se mencionaba de modo encomiástico a las Madres de Plaza de Mayo a las que 
se ponía como ejemplo. Por cierto que en aquella época las señoras aún no 
habían perpetrado su asalto y esquilmación del Estado Nacional con los 
“Sueños compartidos” de la mano del “hijo” (no Jesús, precisamente). En 
aquella ocasión, junto a otras señoras, familiares de “ajusticiados” en esos 
mismos años 70, “duros y tristes”, por “jóvenes idealistas” con quienes, como 
ha dicho el Papa Francisco, seguramente los Pastores se habían equivocado al 
educarlos y acompañarlos en sus “utopías”, integré una Comisión que pidió 
ser recibida por el entonces Presidente de la CEA, el hoy Cardenal Karlic, 
quien accedió a recibirnos y tras la entrevista nos remitió a nuestros 
respectivos obispos ordinarios. Así fue que, en mi caso y el de otros 
familiares, fuimos recibidos por el Arzobispo de Buenos Aires, Cardenal 
Bergoglio. 
Monseñor Karlic nos atendió con una cortesía gélida, sin 
dedicarnos una mirada ni menos una palabra de compasión o de misericordia. 
No digo hacia mí, que apenas soy hija de uno de esos muertos, pero tampoco para la Sra. Sonia Fernández Cutiellos, madre del Teniente coronel Horacio 
Fernández Cutiellos, muerto en el copamiento de La Tablada, que al menos 
era, y es, tan madre como las otras. En cambio, debo reconocer que 
Monseñor Bergoglio nos recibió con la mayor calidez, comprensión y 
misericordia, nos ofreció todas las parroquias de la Arquidiócesis para que 
hiciéramos rezar misas y rosarios por nuestros familiares caídos; sólo nos 
pidió que no rezáramos vía crucis para no aparecer como oponiendo un vía 
crucis a otro, recomendación que, al menos en mi caso, se cumplió. Aparte del 
hecho que acabo de relatar, en los años que siguieron, siempre como parte de 
asociaciones de víctimas del terrorismo, visité varios Obispos y en todos los 
casos encontré una actitud cálida y misericordiosa, más allá de lo que cada uno 
pensara políticamente. 
Pero en esta ocasión, Excelencia, no sólo me acerco al Pastor 
como hija, ya que lo soy de Jordán Bruno Genta, asesinado en la puerta de la 
misma casa donde hoy vivo con mi familia (coincidentemente, también hace 
cuarenta años de su muerte y aún nos estremece leer la carta que nos enviaron 
sus asesinos, escrita por un cura o ex cura según se evidencia en los conceptos 
allí vertidos). Esta vez me acerco, sobre todo, como joven de los sesenta y 
setenta. Me acerco in memoriam de tantos miembros de la Acción Católica en la 
que milité y de otros grupos católicos a los que también pertenecí. Chicas y 
muchachos con los que compartí misas, retiros, conferencias, actos públicos, 
guitarreadas y demás actividades propias de aquella juventud. ¡Cuántos de 
ellos fueron llevados a matar y morir por la encendida prédica del Padre 
Mugica y de otros curas tercermundistas! A alguno de esos sacerdotes los 
conocí personalmente, desde la infancia; es el caso del Padre Ricciardelli con 
quien compartía parroquia y barrio. 
En aquellos años trágicos, la Conferencia Episcopal Argentina, 
que VE ahora preside, publicó un duro Documento advirtiendo sobre los 
peligros y las desviaciones doctrinales que representaba el llamado 
Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo del que el Padre Mugica era 
uno de sus principales mentores. 
Monseñor Arancedo: fue duro afrontar la muerte de mi padre 
después de meses de amenazas; esto hizo pedazos a mis hijos. Pero mucho 
peor fue enterarme de que un joven otrora católico, Juan Carlos Dios, fue 
quien había puesto una bomba en un sonado atentado matando decenas de 
personas, en nombre de la “revolución”. Sólo los curas pudieron haber 
logrado semejante “conversión” suya pues resulta que, entre otras cosas, me 
recuero sentada a su lado siguiendo un largo curso sobre Santo Tomás en el 
que leíamos la Suma Teológica. Alargaría demasiado este escrito si enumerara a 
todos los conocidos y amigos que siguieron idéntico camino. 
Tengo alguna certeza de que el Padre Mugica se arrepintió al final 
y de que estaba preocupado por lo que había ayudado a construir. 
Curiosamente, no suele hacerse mención a esta actitud de arrepentimiento, 
pero qué bueno sería hacerlo en aras de la verdad completa. Antes de caer acribillado, mi padre comenzó a trazar la señal de la 
Cruz; era domingo y se dirigía a escuchar misa. El Padre Mugica fue asesinado 
después de celebrar misa. Espero que los jóvenes a quienes arrastró con su 
prédica a la guerrilla y murieron en ella, tuvieran tiempo de acercarse a Dios. 
Esta carta es abierta pues no tengo nada que ocultar ni disimular; 
pero, primero, como corresponde, se la envío a VE por medio del correo 
electrónico. Cuando fuera posible me gustaría hablar con VE; estimo que es el 
consejo que nos ha enviado el Papa Francisco a cuantos están en similar 
situación a la mía. Sería un buen ejercicio de la “cultura del encuentro”. 
En cuanto a conseguir la concordia nacional y la reconciliación de 
los argentinos, invocada en su Homilía, allí van todos nuestros esfuerzos 
como VE podrá apreciar si tuviere a bien observar la sostenida actividad 
desarrollada por múltiples asociaciones (la Asociación de Abogados por la 
Justicia y la Concordia, entre otras) que nos representan. 
Con afecto filial. 
Suya en el Señor.

María Lilia Genta
marialiliagenta@gmail.com

3 comentarios:

capitan futuro dijo...

O sea, la que escribe sostiene la necesidad de "reconciliacion" y de una "mirada no tuerta" pero el odio qeu destila hacia Mujica es increible. "Lo asesinaron" dice y despues lanza un (valga la religiosidad de la misiva) un rosario de justificaciones veladas al homicidio. Ni una palabra sobre quienes mataron a Mujica. ni una palabra sobre la version oficial de tantos años sobre que habia sido Montoneros (para los inmemoriados: fueron las AAA)
"Espero que los jóvenes a quienes arrastró con su prédica a la guerrilla y murieron en ella, tuvieran tiempo de acercarse a Dios" Yo en lugar de ella rezaria todos los días a dios para ver si al barba le pinta perdonar a los que arrastraron a esos jóvenes a oscuros lugares de muerte y tortura. Lugares donde o la iglesia nunca quizo llegar en auxilio de las víctimas

Carolina Heredia de Conesa dijo...

La carta de la señora Genta me parece muy respetuosa y sincera. Comparto su postura y como católica reconozco que en aquellos años hubo sacerdotes que arengaban a jóvenes para participar activamente en la guerrilla. Muchos se dieron cuenta de su error y se arrepintieron como el Padre Mujica, sacerdote tercermundista, que fue parte de esa prédica y fue murió por ello. Sólo la verdad nos llevará a la reconciliación que tanto necesita nuestra Patria.

Matilde dijo...
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