sábado, 1 de marzo de 2014

Peligro.. derrumbe

En la Mitología debería haber un dios del rascarse. El Dios de hacer huevo. Así, sin eufemismos. Ojo, tal vez lo haya y sea mi ignorancia el que no lo ubique.

Y ese dios tendría que haber nacido de las entrañas de la Argentina. Pues ya ve… no alcanzamos a arrancar el año que estamos aquí, disfrutando del primer fin de semana largo, que para los argentinos que aún podemos, digo “aún podemos…” porque si bien el modelo nacional y popular nos abruma con estadísticas de bonanza, lo cierto es que cada vez hay más argentinos a los que nos sobra un montón de mes después de haber agotado el sueldo, decía que para los argentinos que aún podemos, nos tomamos estos feriados para escaparnos hasta donde podamos llegar con el mísero presupuesto.



No sé qué dirá el índice Gini al respecto (ese índice que la presidenta no se cansó de citar en su aburrida perorata en el inicio de sesiones ordinarias del Congreso), pero más allá de Gini, se nota que la realidad económica en Argentina es cada vez menos esperanzadora.
Estoy convencido que la realidad de un país es inversamente proporcional a la extensión de los discursos de sus políticos. No falla. Dice una amiga mía que si uno quiere saber el tamaño de una mentira, debe multiplicar el ancho de la excusa por el LARGO DE LA EXPLICACION!, y yo a mi amiga le creo.

Discurso versus realidad. Ahora, recién ahora descubrimos los cortes de ruta que los ciudadanos del común hacen en Gualeguay… hordas de protestadores cortaron la ruta e hicieron destrozos para quejarse por la realidad. Las cloacas deben ser la excusa y la excusa debe ser muy válida, pero los medios violentos nunca tendrán justificación.
Es que los discursos floridos y las estadísticas dibujadas, pueden engañar a algunos por un tiempo, pero nunca a todos por siempre.
La realidad se asoma, tarde o temprano, con la fuerza de sus razones llanas.

Y uno es argentino después de todo, y termina haciendo la plancha en las aguas de lo que hacen casi todos. Así que con lo último de lo último que me quedaba en la billetera, agarré el auto el viernes a última hora y me vine a Gualeguay…  y así amanecí temprano en la soleada mañana de sábado.

En la mesa de luz me recibe el recuerdo de lo que debo hacer esta mañana. El libro que retiré de la Biblioteca Popular Carlos Mastronardi me dice: devolvedme.
Caminé las veredas de un Gualeguay que se hace querer a pesar de todo. Llegué a la puerta de la Biblioteca, y me animé hacia su adentro, a pesar del cartel que anuncia “Peligro Derrumbe”.
Créase o no, un cartel poco amigable con ese título catástrofe advierte en la planta baja de la biblioteca Mastronardi. Así y todo, la gente, que ya se ha acostumbrado a la brutalidad del cartel, desafía el peligro y encara la enorme escalinata que lleva a ese lugar maravilloso que es la Biblioteca de Gualeguay.

Una de dos… o el peligro de derrumbe no es para tanto… o la gente tiene veleidades suicidas dignas de varias sesiones de psicólogo. Debe haber pocos lugares en el mundo donde la gente entre muy campante a pesar del cartel que anuncia: Peligro derrumbe.
Devuelvo el libro que había sacado hace casi un mes… y busco alguno de poesía del genial Juanele. Mientras me buscan el libro aprovecho para echar un vistazo a la señorial casa de alto, enmarcada con la luz única de un sábado de sol desde afuera, y desde adentro, con el hermoso paisaje de los miles de libros acomodados prolijamente en hermosos anaqueles de madera.


Un aire de nostalgia se respira en los ambientes luminosos de ventanas altas. Por las ventanas abiertas del frente se llega el bullicio de calle 25. Por las ventanas del contrafrente se disfruta la vista de los patios verdes y el chaperío desteñido de las casas vecinas.
En el salón las mesas están vacías como esperando, con la ilusión intacta, la invasión pacífica de los lectores que no llegan. Yo cierro un instante los ojos, y viajo imaginariamente hacia los años en que los deberes de la Escuela de Comercio nos llevaban invariablemente con mis compañeros a la Biblioteca. Pasábamos tardes enteras trabajando allí con compañeros de curso. Pedíamos los libros, y hacíamos los trabajos.

Ese respeto casi de reverencia que se acentuaba en un susurro para no molestar a los lectores. En eso las bibliotecas tienen una semejanza con los silencios ascéticos de las iglesias o los templos.
Uno en las bibliotecas no grita. Respetuosamente acomoda su voz hasta casi un susurro.
Allí estoy con mis compañeros de colegio consultando libros y tomando apuntes y haciendo resúmenes en una patria hermosa llamada juventud.
Abro los ojos y estoy nuevamente aquí. En mis huesos más gastados, en mis ojos más curtidos pero iguales de curiosos, en mi historia de historia develada y de realidades que le ganaron a muchos sueños.

Recorro con los ojos bien abiertos el edificio, y me sacudo por un momento el polvo de la nostalgia… las paredes con humedad ajadas de pinturas, la mampostería suelta que grita auxilio, las barandas desvencijadas.
Los diarios del día esperan en las mesas los lectores que no llegan y la mampostería desprendida espera también una ayuda que tampoco llega.
De a poco, las promesas de los que mandan se fueron desvaneciendo. Tal vez los que mandan no hayan subido jamás la escalera empinada de la Biblioteca Popular. Que no es municipal ni es provincial ni es nacional, y tal vez por eso mismo, no tenga el apoyo de los que viven de lo del Estado.

Extraño que los que mandan, abocados a festivales de gastos millonarios, a plantar cientos de arbolitos de metal cada navidad de cada año y regarlos con profuso gasto estatal, a fomentar fiestas fastuosas de mujeres semidesnudas, a pasear una y mil veces en autos de alta gama o en flamantes camionetas ploteadas para mandarse la parte de quién las compró, extraño digo que ninguno de ellos jamás se hayan siquiera tomado un tiempo para subir las escaleras que anuncian el derrumbe y preguntar o preguntarse qué hace falta, o si se puede ayudar en algo.
Suele pasar con los que mandan… digo, eso de hacer la vista gorda ante las instituciones de fomento que no pueden ser cooptadas por el delirio de un estado que necesita la reverencia servil del que recibe una ayuda.

Prioridades de un modelo de política, porque la desidia ante la cultura no nació con los políticos de ahora, claro, que prefiere gastar soberbias sumas de dinero en cosas efímeras antes que una Biblioteca que es orgullo de la ciudad.

Confío en que un día de éstos, alguno de los funcionarios adictos a conseguir fondos para su “querido Gualeguay”, se aboque a conseguir los necesarios para la Biblioteca Popular… y si llega ese día, hasta le perdonaría la foto entregando el cheque…

Horacio R. Palma
El Día de Gualeguay
Gualeguay
Entre Ríos

2 comentarios:

capitan futuro dijo...

Che varios de los ariculos te quedaron del mismo color del fondo del blog no se leen

Horacio Ricardo Palma dijo...

Así es... estoy probando. Gracias