domingo, 9 de febrero de 2014

Mesas de luz...

Un algo desde adentro me avisa, y yo abro los ojos a la hora señalada. “Cosa e mandinga” diría mi abuelita… no, la abuelita gorila no, la otra. La que murió abrazada a esa esperanza peronista que nunca amaneció, esa esperanza que siempre quedó en la oscura noche de los sueños truncos.



Sin salir de la cama, levanto apenas la persiana para espiar la madrugada gualeya. No llueve, y eso ya es toda una noticia tras una semana pasados por agua.
Sé que el mundo no ha desaparecido para siempre… me lo avisó primero, de mala manera, un grupo de chicos borrachos que se gritaron cosas groseras y se pelearon a mano alzada en calle Belgrano. También me lo contó la música que ha venido a través de la brisa de la noche desde algún bailongo de por allí, y entró con guitarra y acordeona por la ventana entre abierta para recordarme que el mundo siguió su cuesta, y que la gente se divierte a pesar de todo. Está bien que así sea.
Mis viernes de otros tiempos también eran de bailongo en algún rincón de Gualeguay hasta que la mañana decía buen día, y nos avisaba que la noche había terminado por un rato. Entonces… el manojo de amigos que se iba desgranando de casa en casa hasta hacerse ese uno, que vivía más lejos.
Entonces… ese último beso con gusto a melancolía en el zaguán de las promesas de amor eterno. No habrá otros besos iguales a esos besos mejores.
Abro los brazos para desentumecerlos de las ataduras fuertes de una noche de sueño liviano. Con la vista recorro el dormitorio… después de todo, los pocos sentidos del cuerpo recién nacido necesitan amigarse con la realidad y reconocer de a poco el mundo amanecido. Miguel Zabaleta lo escribió tal cual, en una canción de mis tiempos adolescentes que cantaba el grupo Suéter: “…¿Quién soy yo, qué hora es, dónde estaré? Si afuera no es noche, tampoco es de día… no hay tristezas, tan solo alegrías en mi corazón…”
Ojo, la letra parece cursi, pero repásela a las seis de la mañana de un sábado y le aseguro que a esa hora le parecerá filosofía de alto vuelo…
La luz tenue de lo que en un rato será la mañana del sábado, enciende como en un escenario y descubre apenas el desorden de mi mesa de luz. Y es así como la madrugada me saca la primera sonrisa. Buen presagio comenzar con una sonrisa.
Es que yo soy un observador de las mesas de luz. No se ría. Estoy convencido de que las mesas de luz y sus cosas, hablan mucho, casi todo, de las personas y sus tiempos.
No me gustan las mesas de luz repletas de remedios, pero a veces no queda otra. Las mesas de luz con un vaso de agua me recuerdan siempre a las de mis abuelos y a las de mis padres. Las mesas de luz con la dentadura postiza dentro de un vaso con agua, me recuerdan siempre a la casa del abuelo de un amigo de la infancia. Las mesas de luz que guardan un 38 especial me meten miedo. Las mesas de luz con fotos y estampitas son unas de mis preferidas. Las coronadas con flores de estación, también.
Uno tiene en su mesa de luz lo que cree necesario para sobrevivir a la noche. Eso amuletos que uno supone necesitará y lo pude alcanzar con solo estirar la mano. Algunos los remedios, otros el despertador, muchos los controles remoto para manejar las máquinas a distancia, un vaso con agua, los anteojos… no es cuestión de saltar de la cama a tientas…caramelos, plata…el teléfono.
Pero si tengo que elegir, elijo las mesas de luz con libros. En tiempos donde las mesas de luz rebozan de antidepresivos, controles remotos y teléfonos celulares, a mí me gustan las que atesoran esperanzadoramente, libros.
Y por eso sonrío… pues la luz de la madrugada ilumina los libros que duermen junto a mí en la mesa de luz. Y son los libros iluminados los que me ubican en tiempo y espacio.
No siempre son los mismos. A veces tengo libros de poesía. Otras veces libros de historia. Esta vez dos libros de autores Gualeyos… tal vez este período de descanso en tierras de Mastronardi, Manauta, Emma Barrandeguy, Amaro Villanuea, Alfredo Veiravé, Juanele… y tantos y tantos más, han embriagado mis ganas de terruño.


“Hermanos de Patria y Cielo, misceláneas montieleras” de Roberto Romani es uno de los libros que tengo en mi mesa de luz. Hace unos días, Roberto me lo regaló dedicado, un gesto que agradezco, pues son gestos poco frecuentes en los tiempos políticos que corren. Es un libro que recorre un gran número de personajes que tienen o han tenido que ver con Entre Ríos…Roberto anuncia así los personajes de su libro: “Desde la aurora del asombro niño aprendí sus nombres y la huella indeleble que dejaron en la tierra nuestra y en la piel sensible de los habitantes del verde misterio…”
El otro libro que tengo en mi mesa de luz, tiene una historia especial. Alguien me preguntó en una red social si lo había leído. Yo le contesté que no.
Así que con el título apuntado en un papel, me fui una mañana hasta la Biblioteca Mastronardi, me armé de valor y subí los 50 escalones a pesar del cartel que en la planta baja alerta sobre un peligro de derrumbe, me acodé en el mostrador… y pedí el libro.
El libro estaba como esperando… es que el empleado de la biblioteca apenas tuvo que dar unos pasos sobre sí y tantear en un estante cercano… y allí apareció: “El epílogo de Raúl Fontana”, escrito por Olga G. de Massoni.
Tal vez ustedes pregunten por la G. del apellido, claro que sé su apellido, pero tendré la deferencia de no especificar lo que la autora ha querido ocultar.
El libro de Olga es un libro político, editado en el año 1989 por Ediciones Seguay. Es un libro que habla de los 70, al que se le nota una cierta ascendencia de comité radical. Es un libro en el que la autora, aprovechando una óptica histórica que uno puede o no compartir, nos toma de la mano y nos hace viajar hacia un Gualeguay que ya no está… y que muchos olvidaríamos si no fuese por libros como éste, que dejaron escrito para siempre los recuerdos de una ciudad que inexorablemente va perdiendo su misterio. Escribe Olga: “¿el frontón del Vasco?, por él aprendió la barriada el juego de la pelota vasca y al que no le gustaba, jugaba a las bochas en la prolija cancha… mirá que nos dio cosas!!... lástima que el hombre terminó tan amargado por puterías… Injusticia. Intereses de parcialidad partidaria…” Y bueno, hay cosas que nunca cambian. Ya lo sabían Olga y el Vasco Argot.
Y aquí, y ahora, mientras el gobierno y sus partidarios salen por quinta vez a controlar los precios, pensando ingenuamente que la culpa de la inflación la tiene el almacenero y no los corruptos que se han encarnado en el poder a fuerza de emitir papeles de colores para todos y todas, mientras el régimen prosigue en la lucha imbécil de acallar a los que levantan la voz de la objeción. Mientras muchos se han dado cuenta hoy del desatino, cuando las injusticias y los intereses de parcialidad partidaria les han venido a tocar su puerta… yo me refugio en la lectura.

Pasará el gobierno, pasarán los que hoy se pavonean desde un móvil ploteado con desvergüenza municipal. Pasarán, y nuevamente pagaremos los mismos de siempre, las consecuencias de los nefastos. Y yo, refugiado en mi mesa de luz, sonreiré desde el consuelo bobo de saber que: “yo, avisé”.

Horacio R. Palma
El Día de Gualeguay
Gualeguay
Entre Ríos

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