Es
difícil contar lo que uno ha guardado en el fondo del olvido durante tanto
tiempo.
Es
que, convengamos… si uno lo ha dejado allí escondido, es porque algo desde bien
adentro insiste en la negación del recuerdo.
Sucedió
hace tiempo, claro. La guerra de Malvinas ni siquiera se avisaba triunfal por
la tapa de la Revista Gente.
El
clima en las calles de mi ciudad era hermosamente desolador. Los chicos jugaban
en las plazas, paseaban por las calles a cualquier hora, y los grandes sacaban
las sillas, la tele y media vida para compartirla en las veredas. Qué buenos
eran aquellos tiempos malos.
Imaginen
la tristeza insoslayable de aquél pueblo feliz.
Sobre
el país se cernía la noche más oscura, por llamarlo de alguna manera. Otros han
utilizado giros mucho menos poéticos para describir aquella época: “la atroz
dictadura”, o “los años de plomo”. Con
esos eufemismos intentan forzar el recuerdo falaz de un estado de ánimo social,
más acorde a los versos de hoy que a las realidades de ayer.
La
historia sucedió en la casa de un importante médico de Gualeguay. Su hija
cumplía 15 años y el gran festejo de la oligarquía se preparó alrededor de la
pileta.
No
tengo idea cuántos invitados había, pero el jardín de la casa estaba ahíto de
gente que, en medio de la noche más oscura, en la profundidad de los años de
plomo, se juntó de todas maneras y, venciendo sus miedos, se sumaron a la
fiesta de todos.
Sabrán
entender ustedes el que reserve en esta historia nombres de los protagonistas,
pero la fidelidad a mis cumpas así lo requiere. Tantos años escapando de los
“servicios” nos formaron en la cautela. Dios sabe que luchábamos por un mundo
mejor.
Claro
que ahora que lo pienso, con esa distancia difamadora de contextos que es el
tiempo, creo que varios de los cumpas fuimos engañados por las compañeras de
militancia… pero han pasado los años y uno ya está viejo como para andar
lloriqueando culpas a la distancia.
La
noche era perfecta y medio pueblo estaba ahí. Allí estaban los poderosos. Allí
estaban los que mandaban. Allí estaba la autoridad que debía ser enfrentada.
Supongo
que todo lo que aquí contaré, quedó estampado para siempre en las fotos de
aquél evento. Ya desde entonces, Foto André, se encargaba de plasmar este tipo
de sociales para la posteridad, con esa maestría inigualable de los virtuosos.
Podrían allanarle sus archivos.
Casualmente
hace unas noches, una de las cumpas de esa noche me contactó por el chat, y cuando
le comenté que tal vez contara la historia este primer domingo de septiembre,
ella, que siguió en la militancia dura y ahora es de La Cámpora, intentó la
postura de la humildad: “pero Horacio… éramos chicos, ¿qué sabíamos de la
dictadura?!!”.
No
no no… bueno, sí, en realidad éramos chicos, claro que sí, pero sabíamos
perfectamente lo que hacíamos y nuestro compromiso social para militar por un
mundo mejor era tan sincero como firme. Creo.
Yo
llegué a la fiesta con unos amigos. Fuimos caminando por las calles que mentían
tranquilidad… las calles y las noches eran tranquilas y la gente vivía segura,
pero a no engañarse, pues la procesión iba por dentro, como decía mi abuelita
cada vez que quería dar lástima. Nuestra felicidad y nuestra seguridad y nuestra
tranquilidad de aquellos años, fueron
desmentidas 30 años después en numerosos libros de historias torcidas.
Recuerdo
que me sentía incómodo dentro del saco y ese nudo de la corbata azul alrededor
de mi cuello, invocaba un mal presagio.
La
noche transcurrió entre charlas, comida, música y baile. Nada de alcohol
recuerdo, pues en aquellos tiempos dictatoriales los grandes mandaban y los
chicos obedecíamos. Uácale.
El
alcohol estaba prohibido para menores. Y la prohibición se cumplía. Puta
dictadura.
Prohibir,
Orden, Seguridad… qué palabras más espeluznantes. Escozor. Prohibir. Creo que
el encono contra la prohibición fue lo que aquella noche liberó nuestra queja.
En
la mesa central de la fiesta, el dueño de casa sonreía junto a parte de su
familia. Junto a ellos, el intendente de la ciudad… también con su familia.
¿Imaginan
la situación?, allí adentro se festejaba con carnaval carioca, mientras en las
calles la oscuridad se cernía sobre una Argentina que se creía feliz. Ciegos.
¿Cómplices?
El
intendente, un relevante ícono del partido peronista, sonreía con impecable
sonrisa. Escondiendo una dictadura atroz detrás de una sonrisa tan compradora
como peronista.
Yo
recorrí las caras de cada uno de los invitados, y hasta me dio bronca ver tanta
felicidad social, todos ajenos a la realidad oscura de los tiempos que se
vivían. ¿Todos estaban ciegos… o en verdad vivían tranquilos?
La
memoria me responde lo que el relato de hoy me desmiente.
Estaba
llegando el momento… la música había bajado hasta decibeles decentes… la gente
hablaba en murmullo, y el intendente de la más feroz dictadura de nuestra
historia, quedó desguarnecido… las cumpas se levantaron de sus mesas, caminaron
hasta la del intendente, y nosotros los varones las seguimos… cara de sorpresa
la del intendente peronista de los años de plomo. Cara de estupor en el médico
dueño de casa. El murmullo se hizo silencio… y arrancaron las cumpas, cuándo no,
ellas y sus ovarios.
En
verdad las cumpas tenían todo planeado, hasta el mínimo detalle. Habían preparado
la protesta con una canción… y todos en coro repetimos la letanía.
Es
fácil decirlo hoy… contarlo desde el escritorio de casa, con 30 años de
democracia en las espaldas… pero entonces era distinto. Eran los setenta, tal
vez los estrenados 80, y nosotros estábamos ahí, parados frente al intendente
de la dictadura.
Las
cumpas no se hicieron esperar, y comenzaron la canción que le pedía al
intendente que por favor cambiara esa ordenanza dictatorial y atroz, que nos
negaba el carnet de conducir motos, a los chicos de 15 años. Libertad.
Prohibido Prohibir.
Los
minutos se sucedieron en cámara lenta. La cara del intendente de la dictadura
se tensó. La incomodidad del dueño de casa se hizo obvia. Aunque no lo
recuerdo, creo que temimos por nuestras vidas. Pero las cumpas no se dejaron
amilanar y siguieron con la protesta, le exigían al intendente que se nos
permitiera manejar motos desde los 15 años.
El
NO de la dictadura fue rotundo. No hubo manera de convencerlo. Ni mil
porfavores lograron conmover el corazón desalmado. El NO rotundo dejó un puñado
de chicos entristecidos. Finalmente caímos en la realidad de que habíamos
perdido. No habría carnet para conducir motos a los 15 años. Ok, no lograremos
cambiar el mundo esta noche, pensé para mis adentros… y acto seguido pasé a la
clandestinidad con varios de mis amigos. Fueron unos 15 minutos de
clandestinidad… lo que tardamos en el baño comentando la audacia. Claro que
algunos comentan esta historia con menos épica. Solo como un capricho de chicos
“bien” que en una fiesta de 15 fueron a
pedir al intendente que los deje manejar motos. Pero yo prefiero contarla así, acorde
a los tiempos que corren. Tal vez, con un relato pomposo acorde la Historia
Oficial, quien sabe, consigamos algún jugoso resarcimiento en dólares de algún
organismo de derechos humanos. Nunca se sabe…je.
“Cantamos
el himno nacional y nos retiramos en buen orden…” en realidad no, pero Cortázar
me gusta y es bien del palo, así que le robo el final de esta historia real,
contada con ironía, aclaro. Y sí… siempre es bueno aclarar, porque oscurece.
Horacio R. Palma
El Día de Gualeguay
Gualeguay
Entre Ríos
3 comentarios:
Horacio: Gracias por el analisis de la Prevención de los años 70 no es reprimir es saber conducir por medio del orden y la rectitud. Se equivocaron de escuela, se fueron para el camino equivocado el de la violencia donde no existen profesores solo ladinos
Saludos!!
Muy bueno, Horacio, ¡Que tiempos aquellos de la negra dictadura donde salir a la calle no entrañaba riesgos. Al menos a aquellos que no ponían bombas o mataban vigilantes por la espalda. Un abrazo
ALGUIEN ME PUEDE PASAR EL LIBRO VIVA LA SANGRE DE CEFERINO REATO EN FORMA DIGITAL? MI MAIL ES CUADROSMODERNOSYDECORATIVOS@GMAIL.COM
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