domingo, 17 de marzo de 2013

LA OPORTUNIDAD DE LA RECONCILIACIÓN



Cuando todo parecía encaminarse a una semana irremediablemente roja, como el ornamento de la religiosidad bolivariana, que propone altar y ampuloso mausoleo a un puñado de huesos que ni siquiera podrán ser embalsamados, un grupo de Cardenales se reúne en Cónclave tras la renuncia inesperada del Papa Benedicto XVI, y eligen al primer Papa argentino, Latinoamericano, Americano…  y Jesuita: Francisco.
Sin querer, la sucesión de Pedro en Roma, le quitó todo protagonismo a los obscenos funerales del Hugo Chávez mortal. Que en paz descanse.
Los compungidos admiradores de la revolución bolivariana, conducida desde hace casi una década por Hugo Chávez Frías, militar y ex golpista, pasaron al ostracismo periodístico de la noche a la mañana. Los que lloraban de verdad y los que lloraban para el relato, quedaron de pronto llorando en soledad y ahí pudimos diferenciar a los que lloraban con sentimiento genuino, y a los que lloraban para la foto.


Con asombrosa naturalidad, todo el arco oficialista argentino despidió con sentidos mensajes, nombrando en sus saludos al fallecido presidente de Venezuela: “Mi comandante”. Desde la presidenta, hasta  Hebe de Bonafini, pasando por Luis Delia y el mismísimo Intendente de Gualeguay llamaron Mi Comandante a Chávez, como si le rindieran obediencia debida ante la batalla.
Así despidió Luis Erro en las redes sociales a Hugo Chávez: “Compartimos el profundo dolor del pueblo Venezolano por la desaparición física del comandante compañero Hugo Chávez, pueden compartir o no su ideología pero marcó para siempre la historia latinoamericana, junto a Néstor Kirchner y Lula… Hasta Siempre Comandante Viva Venezuela”. Conmueve. Un venezolano no podría haberlo dicho mejor.
Es que desde la muerte de Chávez, que pocos saben dónde y cuándo ocurrió, la orquesta tocaba a tiempo completo el concierto monótono del hombre dios.
Armonía hereje de un fanatismo irracional. Así trabajan los regímenes populistas, que el relato miente populares. Muy de a poco. Pasito a paso. Sin prisa pero sin pausa.
Un régimen de encumbrados mesiánicos sin escrúpulos pensando cómo eternizarse sobre el pesado tren de un pueblo embrutecido y ahíto de necesidades básicas insatisfechas. Y entonces las dádivas vacuas a los más necesitados. La dignidad y los derechos se disfrazan con un asistencialismo que da poco, pero que pide a cambio: todo. Hasta la dignidad.
Y así aparecen los más chavistas que Chávez. Y las instituciones que se van cooptando. Y la justicia que se va disciplinando y los poderes del Estado que de pronto, como el Misterio de la Santísima Trinidad, son tres pero terminan siendo Uno: lo que el tirano mande.
El boato de los poderosos, ornamentados con fastuosa obscenidad. Un grupo de forajidos que enfundados en el rojo distintivo que avisa el Ellos o nosotros, desfilando con el nuevo libro rojo de Mao: La Constitución Bolivariana. Que se muestra en la palma de la mano de cada funcionario de la tiranía, pero que termina como arcilla moldeada según el antojo de lo que al régimen le conviene.
Y las empresas que se expropian en nombre de una revolución, una revolución que solo existe en los millones de dólares del pequeño grupo que manda. Y los medios amputados de objetividad, que solo pueden mostrar lo que el dueño de la revolución ordena. Y así un día tras una década… el pueblo sin darse cuenta termina velando como dios, aquél mismo hombre que diez años antes había votado, convencido que era pueblo en carne viva.
Y el hombre dios que muere como cualquier hombre hombre. Pero que muere escondido en un hospital tal vez, en la misteriosa isla de los dictadores Castro. Y el gigante de pronto con pies de barro. Y entonces la historia épica que necesita el régimen para quedarse con el poder. Para quedarse en el poder. Mentir una revolución. Y el Relato desopilante repetido ante una masa ignorante y fanática, que es como decir dos veces ignorante. Que el imperio inoculó el cáncer en el hombre dios. Que el hombre dios intercedió para que Francisco fuera nombrado Papa. Y adentro un pueblo engañado que aplaude el espanto de la mentira sin la oportunidad cultural de poder dudar, ni la libertad oportuna para contradecir o decir distinto. Chávez es hombre y es dios y es la patria misma. Es el dios que ha dejado el legado dicho: La Constitución soy yo y nadie más. Adiós democracia adiós. Pónganle el nombre de la revolución que quieran pero no vacíen a sabiendas la palabra democracia.
Y llega el Papa argentino y los huesos del hacedor de la patria grande que quedan relegados a un triste segundo plano. Mario Bergoglio, el Cardenal que hasta hace una semana andaba en el subte de la línea D camino a la Curia… ahora es Papa. Y la reina del sur, que como “Pedra” con cara de “Petra” le negó 14 veces una entrevista, ahora se apura a mostrarse en primera fila en las puertas del Vaticano. Ahora el “molesto”, el “Cura jefe de la oposición”, el “colaboracionista de Videla”, es Papa.

Y otra vez el coro resentido. La cadena nacional de la discordia. El procesómetro. Verbitsky que publica durante una semana entera, sospechas del nuevo Papa de cuándo Verbitsky mandaba a poner bombas para matar argentinos. Y Estela de Carlotto que cada año se postula para el Nóbel de la Paz, anuncia su tristeza porque el Papa pertenece a no sé qué época oscurantista de Argentina. El coro resentido dedicado a tiempo completo en eso que tanto sabe: remover el pasado de los demás para esconder el propio. En éstas anda el gobierno kirchnerista por éstos días. Del mismo modo intentaron con Máxima Zorraigueta, futura Reina de Holanda. Argentina aún no despierta. Nosotros menos. Estamos enfermos. Todo el mundo ve con esperanza el nuevo Papa, humilde culto y venido de los confines del mundo. En el mundo normal, la figura del Papa une... y resulta que por gracia de Dios el Papa Francisco es ARGENTINO... y en lugar de estar desbordantes de alegría y henchidos de orgullo... esta elección nos encuentra divididos en algo que debería UNIRNOS más que nunca. El régimen que nos gobierna desde hace diez años ha puesto en nosotros la semilla de la discordia, que es algo mucho peor que gobernar mal un país o robarse millones en corrupción ... dividirnos como sociedad nos roba el futuro, y la esperanza... y la paz. Nos roba la Patria, que necesita de todos... que no puede prescindir de ninguno..

Las Madres de Plaza de Mayo aprendieron la lección. Enmendaron el error histórico de sus hijos terroristas y nunca más utilizaron la violencia. Pero aun así, nunca pidieron perdón por el dolor irreparable que ocasionaros sus hijos matando a tanta gente. Ni olvido ni perdón… a éstas consignas se aferraron cerrando para siempre el corazón a una Argentina pacificada.
Que el nuevo Papa sea argentino y haya vivido de cerca la guerra que el estado argentino libró contra el terrorismo en los 70, debería abrir la esperanza para que los que aún no lo han hecho puedan abrir sus corazones a una Reconciliación. A una Pacificación Nacional Definitiva. Para hacer de una vez y para siempre una Argentina de todos, que mire hacia el futuro, reconciliada con ese pasado violento que fue fruto de ésta generación.
Tenemos la oportunidad de intentarlo. De lo contario, deberemos esperar envueltos en odios, rencores y dolores estériles del pasado, la venida de otra generación de argentinos que sepa perdonar y pedir perdón. Más sabia. Más santa. Mejor

Horacio R. Palma
El Día de Gualeguay
Gualeguay
Entre Rios

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