sábado, 29 de diciembre de 2012

Chin chin!!!


Y se fue el 2012 nomás. Bueno… casi casi, usted lector no me va a hacer escándalo por un par de días que faltan para velarlo a cajón cerrado.



Año nuevo vida nueva. Sonrío, año nuevo vida nueva es la mentira más grande que uno se dice a sí mismo cada fin de año. 
Mucho juramento y mucho deseo echado al aire entre chinchines, pero en verdad el año nuevo llega de la mano del año viejo (que se va con más penas que glorias, ajado por desgaste natural)… y sin darnos cuenta ya estamos en el año nuevo haciendo exactamente lo mismo que hacíamos en el año que acabamos de despedir ante el juramento de refundarnos en vida…tuuuuuuu!!!… me sobresalto, un bocinazo me saca de los pensamientos poco profundos de un verano que se empeña en abrazarme sin permiso. 
Estoy hecho sopa adentro de mi auto modelo 95, que grita gritos más nacionales y populares que muchas de las 4x4 cero kilómetro de 200 lucas en que andan mintiendo revolución y socialismo casi todos los funcionarios del régimen que me tildan de oligarca.
El verano me abraza de prepo, sin permiso. Me viene corriendo desde temprano y acaba por alcanzarme en esta esquina del centro de la ciudad, que me emboscó cerca de un inmenso lago gris de cemento que algún optimista llama Plaza.
Tuuuuuuu tuuuuuu tuuuuuuuu… y dale con la bocina!!. Delante de mi auto, una maraña de más autos, están en la misma emboscada, pero a ellos les va mejor, tienen aire acondicionado. El de atrás sigue dándole a la bocina, supone que su bocina estridente alentará algún conjuro que hará abrir el tránsito como por arte de magia, o por la gracia Divina, a lo Moisés.
“Benditos los optimistas que creen que sus bocinas sirven para desatascar el tránsito en un embotellamiento...”, reza Tatiana Enrique desde su cuenta de Facebook.
Y otra vez el tipo con su tuuuuuuuuuu del infierno. No quiero. Cuento hasta diez… como me aconsejaba mi abuelita, que vivió convencida de que la justicia social la había inventado Eva, la esposa de un general de dudosa reputación, como casi todas sus esposas.
Mi abuela decía que antes de reaccionar con malos modos, había que contar hasta diez. Que bastaban esos segundos de humana reflexión para calmar la furia de reacción animal.
A mí ese consejo me dio resultado casi siempre. Si uno NO quiere… dos no pelean dice siempre mi vieja… y eso también me dio resultado una vez en el reservado de Delgas, un viejo boliche de Gualeguay, que vendría a ser como la bisabuela de Zeus. Allí una noche, un tipo que se ve que tenía guardadas en sus complejos, unas ganas bárbaras de pegarme, se dio el gusto. Y como yo insistí más en mi compañía femenina que en agarrarme a trompadas con alguien que no conocía, el tipo pegó media vuelta… y se fue, con los argumentos ahogados en dos puños cerrados.
En cierto modo soy un pacifista militante, aunque varios por allí digan que mis palabras engendran violencia, yo creo profundamente en la paz y descreo siempre de la violencia.
Claro que hay violencias y violencias. “Violencia es mentir”, “La gente con hambre es violencia”, eran frases que solía decir mi abuelita, pero la otra, la abuelita a la que el peronismo se cansó de vacunar con placebo contra todos los rencores.
Ocho… nueve… diez…exhalo un aire tibio que se pierde en la humedad espesa de esta tarde de verano. Respiro hondo… por ahora mis nervios 1… bocina del imbécil de atrás cero.
Pero el tipo insiste con tentar los nervios. Y dale que dale con la bocina…  “Los autos deberían venir de fábrica con un límite en la computadora de abordo, digamos de 1000 bocinazos durante toda su vida útil. Un contador que vaya marcando cuántos bocinazos te quedan de manera que los vayas dosificando; cuando llegaste al límite se muere la bocina y por supuesto, le baja el valor al auto” propone Guillermo Dotto, un amigo indispensable en una de las redes sociales.
Y pensándolo en perspectiva no estaría nada mal la idea. Al final lo único que nos duele en serio es el bolsillo. Por eso estamos como estamos y por eso nos han gobernado quienes nos han gobernado y como nos han gobernado. Tocás bocina y el auto se te desvaloriza… ¡Atrás, hijos del rigor!!.
Muchas veces me he preguntado seriamente: ¿para qué sirven hoy las bocinas de los autos?... “para joder!!!!”, me contesta rápidamente Silvia Intelesano sin “pelos” en lengua, desde su cuenta de mail. Y yo, escuchando al imberbe que tengo detrás, le doy la razón. 
Estoy convencido que el tiempo y la tecnología, han desvirtuado ya completamente el uso de las bocinas de los autos, que nacieron como una señal de alerta ante algún peligro inminente. Uno, adentro de un auto, ya escucha poco y nada los ruidos del más allá. Y los peatones caminan ensimismados en su música como un ejército de mutantes de cabezas aprisionadas entre dos auriculares con la cumbia brotándoles por la nariz. 
En los tiempos que corren, las bocinas apenas las usamos para molestar a terceros, como sustituto de puteadas en Fa menor... para protestar en las casillas de peaje si la cola de autos supera en tres minutos el apuro de nuestras ganas, y claro, los clásicos de todos los tiempos: “como introducción al piropo de barrio”, y el siempre presente "apurate, subí que estoy mal estacionado!!". 
“Yo sólo saludo con la bocina, después de eso, no "esiste" la bocina” me dice Jorge Cicerone, recordándome otro clásico entre los clásicos: “tu tu tuuuuuu… chau carlitos!!”.
De mi encuesta casera, solo Verónica Constansi me aseguró sin fisuras que las bocinas son necesarias: “son necesarias...lo que falta es educación vial!!!!!!!!!! EDUCACION!!!!!! NO QUEDA OTRA” me comenta Vero casi a los gritos.
Puede ser… no digo que no. De todos modos creo que ha llegado el momento de pensar seriamente en eliminar las bocinas de los autos. De a poco o de cuajo, pero eliminarlas. “Molestan demasiado” me dice Miguel Lacorte, cuyo apellido sospecho se escribe con una K que él esconde tras una “c” menos vergonzosa.
Ahora la cosa parece que pasará a mayores, un vecino desde la puerta de su casa le pide al troglodita de atrás mío que deje de tocar bocina. Yo aprovecho el embotellamiento para echar un vistazo a mi teléfono. Hay como trescientas llamadas perdidas. Quiero ver los números pero la pantalla se pinta de un negro empecinado.
Por el espejo veo que atrás la cosa pasó de castaño a oscuro y es casi seguro que el de la bocina y el vecino, terminen a las piñas.
Sonrío otra vez… en unas horas seguramente ambos estarán brindando por un año nuevo con deseos de paz.
Yo ya estoy viejo para mentirme. Así que no juramentaré cambiar de cuajo mi vida en el año próximo ni mentiré deseos grandilocuentes de paz mundial, ni siquiera brindaré por una Argentina más segura ni más próspera, pues eso también depende de los dos idiotas que ahora se están matando a palos atrás mío por los bocinazos. Ya sé que será año nuevo y viuda vieja. Así que para el 2013 me conformo con poder arreglarle el aire acondicionado a mi batata modelo 95, y cambiar el celu por uno que al menos funcione. 
Sonrío… me salió el burgués de adentro. 
Feliz año para todos… y ¡todas! 

Horacio Ricardo Palma
El Día de Gualeguay
Gualeguay
Entre Rios

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