sábado, 8 de diciembre de 2012

Bingo!!


Lo reconozco. Soy de los que prejuzgan.
Qué se yo, llevo incorporado en mi cabeza una especie de juego con el que paso el tiempo mientras ando las calles… y también la vida.


“No hay que generalizar” decía mi viejo cuando yo criticaba a los radicales. Lo mismo decía mi vieja cuando yo profería palabrotas contra los peronistas. Y bue, sucede en las mejores familias, supongo… Mi viejo era un fanático de Frondizi, hablaba con tanta devoción del pensamiento frondicista que se le notaba a la legua que había quedado prendado con aquella idea desarrollista.
Hace muchos años, tantos años que al recordarlo me cae la ficha de que ya estoy dejando de hacerme grande para empezar a ponerme viejo, iba caminando con papá por la Avenida Las Heras en la Ciudad de Buenos Aires, y nos cruzamos con dos viejitos que iban hablando animosamente… Era invierno, eso lo sé porque todos íbamos abrigados, incluso los viejitos que hablaban como grandes amigos llevaban bufandas y uno de ellos, sombrero. El día era gris, como la ciudad. Los nubarrones amenazantes, como los años que corrían: los 70. Y recuerdo especialmente ese día, pues Papá hizo algo que nunca más se le vi hacer: paró a uno de ellos y después de saludarlo efusivamente y confundirse en un abrazo, le habló de lo mucho que lo admiraba.
Aquella charla de mi viejo en una esquina fría de una Buenos Aires triste, duró solo unos minutos, sí, fueron unos pocos minutos de cholulismo, pero esos minutos le bastaron a mi viejo para henchirse de felicidad. Tras hablar con aquél hombre viejo con aires de bonachón y eses empastadas con saliva, la cara de papá tomó un brillo especial.
Yo le pregunté, pues me sorprendió verlo tan efusivo. Él me contó entonces que ese Señor a quién había saludado, era a un ex Presidente de la Nación, el Dr. Arturo Frondizi.
No tuvo que decirme que lo admiraba para que yo me diera cuenta de eso. “Un genio que nació fuera de tiempo” me dijo papá en voz baja, una frase que yo comprendí muchos años después…
“Fue una lástima eso, pues no lo supimos entender…” así, con esas pocas palabras explicaba papá la parábola de la Argentina y Frondizi.
Seguimos caminando, cruzamos la Avenida y nos adentramos en las fauces de Plaza Las Heras, un rectángulo enorme de verde y cemento donde en otros tiempos había reinado una cárcel de extraña fama, en una Argentina siempre violenta consigo misma.
Y mientras remontábamos la plaza rumbo a la Avenida Santa Fe, le pregunté a papá si conocía al otro viejito que caminaba con Frondizi… “sí, es el Almirante Rojas… un….”. Fue una de las pocas veces que le escuché decir malas palabras a mi viejo. También esta frase la comprendí mucho después, pero a decir verdad, yo con Rojas llegué a ser más indulgente. Hasta lo comprendí.
Ok, estaba en otra cosa y me fui por las ramas de los recuerdos. Decía que papá repetía que “no hay que generalizar”. Mi abuela lo decía de otra manera: “No hay que meter a todos en la misma bolsa”. Sonrío, lo mismo me dijeron esta semana por mail dos Concejales de Gualeguay, enojadas por un comentario mío. Bueno, no digamos enojadas… digamos molestas mejor.
“Palos por que no bogas y palos por bogar…” repetía mi abuelo que fue marino hasta que su carrera naufragó tras un temporal de furiosos vientos peronistas que no perdonaron a ningún criticón del régimen.
Y es verdad que no hay que meter a todos en la misma bolsa, pero también es cierto que muy a menudo caemos en la trampa de los estereotipos. Sí, tal vez esta palabra sea más adecuada para para describir lo que quiero decir. Lo que hoy quería contar.
Es que andando las calles caigo siempre en la tentación de jugar el juego de los estereotipos. Me hablo y me respondo solo. En voz baja muy baja juego el juego de buscar estereotipos. El vendedor te fuma en calle. Sí, no sé si son los nervios o la ansiedad pero el vendedor típico te fuma. Uno recorre un poco las calles de cualquier centro de cualquier ciudad de Argentina y se choca con todos los vendedores y vendedoras fumando en las puertas de los comercios. El cajero del súper te mezquina las monedas sin siquiera hacer como busca adentro la caja. “Uy, me matás, no tengo monedas…” te dice con cara de póquer sin hacer un poco de teatro al menos. Y hay un tipo peor de cajero, que es el más irritable de todos, se lo encuentra por lo general en los quioscos de mala muerte o en los súper chinos. Y es el que insiste en darte caramelos en lugar del vuelto. Como si tuviera un arreglo con la fábrica de caramelos.
Otro estereotipo es el del político. El político te saluda como si te conociera de toda la vida…te cruza en la calle y te abraza y te saluda como si hubieras estado con él en una noche de fiesta. Y así como te saluda a los besos y a los abrazos, a lo mejor dos horas después te está puteando por la radio por algo que comentaste.
El que trabaja en una obra te piropea cualquier cosa que cruce con polleras o pelo largo. Y no me digan que no. Las abuelas y las tías todas, tienen la manía de hablarles a los nenes como si los nenes fueran idiotas…el tachero está convencido que se las sabe todas. Los taxistas son los enciclopedistas de nuestra época. Tienen respuesta para todo. Hasta para lo que no tiene respuesta.
El periodista es garronero. Ventajero diría un amigo mío que está cansado que ciertos periodistas chapeen para no pagar la consumición.
Pero yo quería llegar a este punto. Creo que ya es hora de decir las cosas como son. De llamar las cosas por su nombre. Es que en los tiempos que corren, se sabe, las abuelitas ya no son lo que antes eran. Ya no están en la plaza con bastón ni salen agarraditas de la mano a tomar el té. Ni siquiera a misa. Eso era antes, ahora las abuelas están en otra. Hoy las señoras grandes se te instalan en el bingo unas 800 horas por día. La misma viejita que te pide ayuda en el cajero automático del banco con cara de pobrecita, es la que ves en el bingo sacándole chispas a las máquinas del escolazo.
Hace poco, en un banco de mi barrio, una señora mayor me pidió ayuda para hacer un pago por el cajero automático, y mientras la ayudaba, ella pidió un asiento porque estaba cansada. Hasta ahí todo bien, a los pocos días la encontré en el casino. La miré y quedé sorprendido de la facilidad con la que manejaba una máquina de mil botones y cientos de colores. Con una mano ponía billetes y con la otra apretaba botones y movía palancas como una experta. Tenía la mirada clavada en la pantalla, y estuvo ahí parada durante horas. El mundo podría haberse desmoronado en ese momento y supongo que ella ni lo habría notado. Entonces presté atención a la sala, colmada de mujeres mayores de 40 jugando enardecidas. Ha nacido en Argentina un nuevo modelo de mujer. La que se pasa horas y horas en el bingo de cada ciudad que visita. Por alguna razón que algún día alguien estudiará y nos explicará, miles y miles de mujeres grandes se pasan horas en los bingos. Solas. Ellas, el dinero y las máquinas. Abstraídas del mundo. Y tal vez de la vida. Escapando de nosotros los hombres… porqué no.

Horacio Ricardo Palma
El Día de Gualeguay
Gualeguay
Entre Rios

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