Sábado de gloria
diría mi abuelita, así decía cada sábado que el sol reinaba a sus anchas sobre
el cielo bien celeste.
Es
que ella vivía en el tercer piso de una calle angosta en medio de una ciudad
acorralada por el hormigón. Nosotros íbamos de visita y nos asomábamos al
balcón para ver el cielo. No había otra forma de ver cielo…. Solo el gris de
muchas pareces, el colorido de varios balcones y la cúpula oscura de la iglesia
de San Agustín.
Claro
que eso de “sábado de gloria” lo decía mi abuelita gorila, que en realidad
nació radical, después creyó las promesas del buen orador y se hizo peronista y
más tarde se volvió gorila a la fuerza… a la fuerza de la intolerancia de los
peronistas que no le perdonaron el desplante ante la esfinge de La Jefa. Mira
que no hacerle reverencia
Digo,
porque mi otra abuela, la que murió abrazada a la estampita de Eva Duarte, cada
vez que amanecía un día fantástico como el de hoy, decía que era “un día
peronista”. No había día soleado que ella no repitiera que era un día
peronista. Nunca le pregunté por qué decía lo que decía, pero de seguro era una
frase del General de esas tantas frases con que se compraba a la gente.
Soleado
sábado de noviembre. De finales de noviembre de un año que se va esfumando
entre luces y sombras. Si a principios del año, alguien me hubiera dicho que un
día le iban a hacer un paro al régimen que nos gobierna, me le hubiera reído en
la cara. Es que a principio de año las mieles del régimen eran dulces como
ciertas mañanas de verano. Los fondos del Anses alcanzaban para tapar los
baches de todos y todas. El mundo no nos embargaba las fragatas ni los fondos
buitres se hacían dar la razón en los tribunales gorilas de Estados Unidos.
Nunca me puse a pensar con detenimiento en la frase “fondo buitre” hasta que la
presidenta del régimen que nos gobierna me la repitió unas tres mil veces en
dos semanas. Por suerte enganché una Cadena Nacional desde el principio y pude
escuchar la definición de fondos buitres en boca de la mismísima Ella. Frente a
una selecta platea de aplaudidores, me explicó con gesto adusto y voz severa
que “fondos buitres son aquellos que compraron a precio de remate lo que hoy
vale miles”.
Yo
pensé en aquellos que hicieron lo mismo en un lugar llamado El Calafate con terrenos
fiscales… pero no, a eso, precisamente a eso la presidenta no se refería.
Si
a principios del año, alguien me hubiera dicho que un día yo iba a gastar mil
pesos en una compra de supermercado, también me le hubiera reído en la cara.
Pero el año se puso en marcha, y la inflación… uy, dije inflación!! Shhhh…
digámoslo en voz baja que el gobierno no soporta ni siquiera que la mencionen,
digo, y la inflación siguió al galope mientras los sueldos ni siquiera al
trote… y llegué al súper a comprar las mismas cuatro cosas de siempre… y la
cuenta que roza la luca. Aclaración: Una luca = 1.000 pesos.
No
hay peor ciego que aquél que no quiere ver repetía un abuelo mío, y eso que
murió 40 años antes de que llegara el
kirchnerismo. Ni peor sordo que el que no quiere oir, agregaría yo. Si un
millón de personas salen a la calle a manifestarse de manera pacífica, el
régimen se arrebuja sobre las panas rojas de los opulentos salones del poder y
se encierra en su torre de marfil y manda a sus esbirros a cerrar puertas y
ventanas para no escuchar. Que los que protestan están bien vestidos, que no
pisan el pasto de las plazas, que son de una clase acomodada que pelea por sus
privilegios, que son un raza de malditos que piensan más en Miami que en San
Juan.
Bauti,
mi hijo más chico, cuando yo lo estoy retando por alguna macana que hizo,
curiosamente hace lo mismo que hizo cada uno de mis otros hijos. Y
curiosamente, es lo mismo que hacen casi todos los chicos cuando uno los reta.
Se tapan las orejas y dicen: “no te escucho… no te escucho”. Salvando las
distancias, es la misma chiquilinada que peligrosamente hace el gobierno ante
cada reclamo.
Si
los gremios organizan un paro con piquetes… como lo han hecho cada vez que
protestaron desde que vivimos en democracia, el gobierno se tapa los oíos y
saca la lengua y grita: No te escucho. Que no son paros ni protestas, sino
aprietes.
Es
curioso que un gobierno democrático tenga por norma no solo NO escuchar a los
que reclaman, sino que además se embarque en atacarlos con descalificativos.
Así
las cosas, el mismo gobierno democrático va cerrando las puertas para el
diálogo que toda democracia necesita. La va minando. La va vaciando de
contenido. La va dejando sin sentido. Y el ejemplo cunde de arriba hacia abajo.
El derrame de la intolerancia es el
único derrame del régimen kirchnerista. Bueno, también está el derrame de la
soberbia.
Todo
ahora lleva el nombre de Néstor. Los políticos deberían nombrar primero sus
mansiones y sus empresas y sus campos con los mismos nombres “heroicos” que nos
imponen en nuestros barrios, nuestras escuelas, nuestras plazas y nuestras
calles. Los Hoteles de Cristina se llaman Altos del Calafate, pero cada día
inaugura una obra con el nombre de “su compañero”. No hay caso, el poder
descubre a las personas.
Pero
bueno, al final me metí en camisas de once varas, justo hoy que quería hablar
de este sábado soleado de sol amigable y de luz radiante. Amanecí en Gualeguay
con el sol y el verde de prepo en la cara. Tomé aire con fuerzas, y en esa
primera bocanada de aire bebí muchos recuerdos de veranos felices. Recuerdo que
muchos “sábados de gloria” como los de hoy, siempre que podía amanecía bien
temprano. Saltaba de la cama, preparaba el mate y algunas pocas cosas para la
playa. Despertaba a los chicos que por entonces eran chicos bien chicos, y me
hacían algo más de caso, y nos apilábamos en el auto. Nadie protestaba el
madrugón porque allá estaba el río. Parada obligada en La Fenix a comprar bolsa
de bizcochos y un par de galletas… y derechito la San Antonio rumbo al río.
Bordear el parque Quintana y encarar para la recta del balneario. Dejar el auto
a la sombra de los eucaliptos inmensos y bajar con desgano las cosas. El aire
fresco de la mañana invitaba a la felicidad.
Escaleras
arriba, la gente sentada leyendo a la sombra. Escalinatas abajo, la gente en la
playa. El mate siempre. Infaltable. El pueblo despertaba temprano en las mañanas
del balneario. Algunos de los del camping amanecían dormidos en la arena. Las
mañanas eran bellas y tranquilas en el Balneario de Gualeguay. Cuando las aguas
del río se dejaban querer y se dejaban oler. Y sí, porque fue poco a poco la
cosa. Primero fue con el agua. La gente no le escapó a la playa pero sí al agua
del río. Que venía con olor, que se desperezaba su manto de plumas de pollo
cortada sobre la arena. Y la gente entonces optó por la ducha. Ducha y sol. Y
las aguas del río solo para mirar.
El
Balneario de Gualeguay ha sido parte de mi vida. Allí fui con mis viejos, con
mis primas, con mis amigos, con mi novia y luego con la familia que formé.
Elegí esta vieja foto de hace tantos años. Yo corría del parque al balneario
cuando aún eso no estaba de moda, y María a mi lado en bici. Un chapuzón en el
río, un par de ejercicios y luego la vuelta. En honor a mis recuerdos, a los
jirones de vida mía que han quedado allí entre la arena, recostada en las
escalinatas, bajo las aguas de otro río que es este mismo río, bajo los
eucaliptos que silban inconfundibles al viento, ¿podrá algún funcionario amable
poner el balneario en condiciones sin expropiarme la esperanza? Gracias.
Horacio Ricardo Palma
El Día de Gualeguay
Gualeguay
Entre Rios
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