sábado, 25 de agosto de 2012

La Cultura... más allá de las diferencias


“Desde una humilde atalaya – he vuelto a mirar la vida, y la encontré luminosa – como recién concebida – como si un viento de otoño – la dibujara, encendida…”
(Calandrias tibias – R. Romani)



Era una tardecita de verano con aromas de azares. Esas horas de verano en que Gualeguay comienza con desgano a retomar el ritmo después de la siesta, el río… o las piletas.
Ese segundo despertar de una ciudad con andares lindos, de pueblo eterno.
Era en esa hora en que el sol hace un mohín, una mueca extraña, gira allá arriba sobre un recodo invisible y comienza a recostarse sobre el horizonte que en unas horas más, lo verá morir. Ese quiebre en que la tarde deja de parecerse al mediodía para siempre.
Esa tarde de aquél día, peregriné hacia su casa de calle Güemes, calle por la que tantas veces había pasado camino al pueblo desde la casa de mis viejos. Comandante Millán hasta el alambrado, hacer esa curva de tierra en la esquina para sortear la peletera, y meterme en el ripio camino al sur…hasta encontrar el pavimento.
Claro que hoy el barrio está cambiado. Se han corridos los ripios y se han extendido los asfaltos y muchas de las tierras han sido desterradas bajo el yugo genocida de la modernidad. Mas el barrio no ha cambiado tanto como nuestros huesos.
Yo estacioné el viejo auto sobre la cuneta, pegado a la vereda alta. Bajé, me sacudí un poco la tierra que mi pantalón había juntado de las rodillas para abajo, después inventé un zapateo sobre las baldosas para despejar los dibujos de polvo adheridos a mis zapatillas… y recién entonces llamé a la puerta de la casita pintada de amarillo, como los trigales al sol.
Les cuento aquí una infidencia. Quizás a pocos lectores les importe, pero yo creo apropiado contarla. Yo crecí leyendo. Leyendo desordenadamente todo lo que caía en mis manos. Mi vieja me cargaba mucho, pues hasta los prospectos de los remedios tenía la manía de leer, cuando mis ojos no necesitaban mucho esfuerzo ni especiales vidrios para ciertas tipografías.
Dr. Eise Osman

Crecí envuelto en historias de guerreros heroicos, de tigres hambrientos, de aventureros que llegaban a la luna con la misma facilidad con que recorrían 20.000 leguas bajo el mar. Entre plantas de naranja lima, entre monos lisos y reinos del revés. Entre piratas con loros en los hombros, parches en el ojo y patas de palo que escondían sus tesoros en islas del Caribe, y entre Capitanes de barcos que agotaban vida en busca de una ballena blanca. Recorrí una y mil veces los caminos polvorientos de las tierras blancas junto al Río Gualeguay, y leí historias de los Buenos Vecinos con historias y muertos de una Argentina tragedia, y leí y releí mil aforismos, tanto, que “A veces pienso que soy el camino que no elegí…”. Y me perdí en las historias de El Tan deseado rostro. E imaginé “el amor triste” de “los poetas viejos…”
Y lo cuento, y los que leen entenderán bien lo que les digo, pues entonces, después de haber crecido entre historias, cuentos, poesías, novelas, notas y ensayos, cuando uno se hace un poco independiente y tiene la oportunidad de poder andar los caminos con cierta libertad hasta para equivocarse y cae en la cuenta que es posible conocer a alguno de esos tantos “genios” que con sus palabras mágicas nos han concedido tantos deseos, resulta un poco más fácil dejar de lado la timidez, tomar coraje… e intentarlo.
Así, a lo largo de los años he tenido la dicha, la gracia, la suerte…de poder haber hablado con muchos de los tantos escribidores de Gualeguay que han construido pedacitos de corazones en nuestras vidas. Esos artistas que han dejado con su arte un trabajo para siempre. Pequeño o grande. Bueno o genial, lo cierto es que cada uno de ellos han volcado su tiempo y su arte en aras de la posteridad.
Emma Barrandeguy

Así he ido a lo largo de mi vida a tocar las puertas de aquellos que me han llenado de vida el alma. A decirles algo muy parecido a un: ¡gracias!
Así fui hasta lo de Emma Barrandeguy, en su casita llena de plantas allá en calle Uruguay. A lo de Elsa y Eise, en Belgrano esquina “cultura”. A lo del genial Chacho Manauta, en un pequeño departamento de Belgrano R, “R de revolución”, como bromeó en aquél encuentro. A lo de la dulce y bella Tuky Carboni, en su casa de calle La Paz…
Y así también llegué, recuerdo, aquella tarde de verano a tomar mate bajo un algarrobo santiagueño a lo de Roberto Romani.
Recuerdo siempre aquél encuentro y lo recuerdo bien. Entre mate y mate, llamaba con insistencia un político que luego sería Gobernador. Quería que Roberto le diera el sí para su equipo de Cultura.
Y yo, que nunca he sido peronista, pero que tampoco soy necio, pensé que era una gran idea la de aquél político que luego fue gobernador. Y claro que fue bueno, pues pasaron los gobiernos y Roberto siguió.
Roberto, que por entonces tenía una agenda de trabajo llena con un año de anticipación, se le animó a la función pública. Por suerte.
Elsa Serur

A decir verdad, solo aquella tarde fui a su casa. Y solo aquella tarde hablamos a solas. Una tarde de hace mucha vida. Luego apenas lo he cruzado en actos, en la Feria del libro, o en los pasillos crujientes de su querida Lt 38… los dedos de una de mis manos alcanzan.
La semana pasada, subí la escalera eterna de Radio Gualeguay. Toqué timbre, iba a saludar “gente amiga”. Una señora me abre amablemente la puerta, y me dice: “Sr. Palma, espere que dejaron algo para usted”. Yo me sobresalté un poco… es que en los tiempos que corren, poco poéticos y menos tolerantes, la última vez que me dijerona algo así, fue para darme  una carta documento y decirme formalmente que “me deje de joder”.
La señora abrió el armario, repasó uno a uno los varios envoltorios que había y dijo: “Palma Palma… acá está”.
Juan José Manauta

Efectivamente había un sobre con mi nombre y apellido. Dije gracias, lo desenvolví con cierta ansiedad. “Suaves cuchillas… romancero entrerriano”. Roberto Romani. Ediciones del Cle. 2012.
Roberto Romani, aquél “genio” que froté hace tantos años en “Federales de Ramírez”: “Desde el fondo de la historia – que en recuerdos nos hermana – surge la voz montielera – como un canto de esperanza. Bandera de federales -  que siguen viejas moharras…” aquél a quién tras vencer la timidez un día le fui a tocar la puerta de su casa, tantos años después había tenido el gesto cortés de regalarme su último libro.
Tuky Carboni

Y como dicen que las primeras palabras bastan para saber qué nos deparará un libro, me esperanzo al abrirlo y leer: “Con entrerriana simpleza – y orgullo bien montielero, me presento ante vosotros – hermanos de patria y cielo; sabiendo que las palabras – no alcanzan el universo -  de este verde nostalgioso  - que es mi raíz y mi credo…”
Selva Olivera

En tiempos donde los dirigentes hacen de la intolerancia un culto. Donde se degrada al que piensa distinto, yo levanto las banderas militantes de los que saben que las diferencias nos hacen mejores. Brindo, por los que tienden puentes antes que levantar barricadas. Y brindo por la gente de la Cultura que la hace con Mayúsculas, sin el prurito de las ideologías. Como lo hace Roberto en la provincia, como lo hace Selva Olivera en Gualeguay…haciendo de entre nosotros todos, un lugar mejor.

Horacio Ricardo Palma
El Día de Gualeguay
Gualeguay
Entre Rios

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