sábado, 12 de noviembre de 2011

El enésimo fin del mundo

“Y lleno de ese apacible recuerdo de días felices, -espero otra mañana dulcísimo - cuando vengas, y de la mano - neguemos dentro de nosotros mismos todas las caducidades del tiempo y de la muerte…”
(Los días felices – Alfredo Veiravé)


En la ventana, la luna inmensa y escandalosamente brillante exige la esperanza. Un amigo, filósofo él, me dirá que el esperanzado soy yo más allá de luna. Puede ser, pero digan lo que digan, a mí esta luna asomando majestuosa por la ventana me predispone optimista.
Mi amigo el filósofo me escuchó hablando en la vereda… él es bastante duro de oído así que supongo que yo hablaba con estridencia… y abrió el gran postigo de su ventana y con esa forma casi de grito en la que suelen hablar los de oído pesado me dijo “Horacio, después pasá por casa”.
Coroliano Fernández es un típico Profesor de Filosofía (las mayúsculas son adrede). Quiero decir que no solo es, sino que lo parece. Eternamente despeinado, barba canosa y larga, anteojos del tiempo del ñaupa y siempre sentado en su escritorio rodeado de una catarata de libros. La casa toda de don Coriolano es una biblioteca y su cabeza otro tanto. Con él siempre estamos intercambiando libros. Yo le paso “El Hombre Isla” por ejemplo, y él me lo devuelve con sus comentarios de filósofo sobre la filosofía de Eise.
La semana pasada le presté un libro que yo tengo siempre a mano en mi biblioteca. Es un libro que sinceramente nunca supe cómo y porqué terminó en mis manos. El libro es de don Alfredo Veiravé, es una edición de 1.951 y se aclara en la solapa que es “su primer libro de poemas”. Digo que no sé cómo ni por qué este libro terminó en mis manos porque simplemente un día lo encontré en uno de los estantes. Tiene una dedicatoria del mismo Veiravé: “Para Pirucha Carró, con el recuerdo respetuoso de Veiravé. San Antonio 12. Gualeguay. Mayo 1952”. Je, tal vez ahora aparezcan sus parientes a reclamarlo y yo, obviamente no se los daré. El que avisa no traiciona.
“El alba, el río y tu presencia” tituló Alfredo Veiravé su primer libro de poemas, y es el que yo le presté a mi amigo el filósofo. A don Coriolano le gustó tanto el libro y sus poemas que me propuso un trato: Se lo dejaba un tiempo más, y él a cambio me regalaba un libro. Yo acepté gustoso. Así que me fui de su casa esa mañana de primavera fresca con un libro bajo el brazo.
Soy fanático rabioso del libro de papel. Y eso que la tecnología me puede y eso que me paso muchas horas de mi vida leyendo en la pantalla de la computadora. Pero nada hay como la magia del papel. Como un compilado de poemas asomados sobre las hojas amarillas por el tiempo. Nada se compara con abrir un libro y encontrar una dedicatoria inaccesible en este tiempo, pero que entonces tuvo su porqué. La firma del poeta en una tinta gastada…
En la mañana fresca de una primavera que parece enemistada con el verano, es que en esta parte del mundo que es mi mundo ya vamos llegando a la mitad de noviembre y el calor se está haciendo rogar más de la cuenta; digo, en esta mañana fresca de primavera ando las calles con el libro bajo el brazo como aferrado a una esperanza. La tapa verde del libro también habla de esperanza y que el libro hable de filosofía ayuda para que hoy mi esperanza se sienta invencible.
Desando las calles de una ciudad frenética a tiempo completo. De todos modos por sobre el gris oscuro del cemento asoman los destellos violetas de los jacarandás florecidos, como estandartes de una naturaleza que, como mi esperanza, no se rinde a pesar del hombre y su afán por doblegarla. Y en las plazas los lapachos encendidos no claudican a pesar del afán provocador del hombre por asfaltar hasta las macetas.
Así caminaba yo, con la esperanza intacta las calles repletas de frenéticos desaforados por llegar primero a la boca del subte, apiñarse en una escalera y desaparecer entre empujones en las profundidades de la tierra en Belgrano, para emerger 20 minutos después en Tribunales, cuando el cartel inmenso de la avenida me anunció el fin del mundo.
Debe ser la quinta vez en lo que va del año que alguien anuncia el fin del mundo. Ahora la excusa fue sobre algo más concreto, la fecha: 11 de noviembre del 2011. 11 /11/ 11.
Miles de personas reunidas en la cima o en la base del cerro Uritorco en Córdoba. Otras muchas haciendo conjeturas espirituales con respecto a la fecha. Medio mundo hablando de del fin del mundo con tanta banalidad como descaro.
Los medios que tomaron la noticia como una nota de color. Así renacieron por un día Chamanes de dudosa procedencia y Gurúes de reputación sospechosa, todos conjeturando con el apocalipsis de este día de noviembre. Y los genios mayores que tienen la habilidad de sacarle agua a las piedras, vendiendo encuentros espirituales en algún lugar recóndito de la tierra. Vendedores de humo para compradores de sueños.
Y yo, que venía aferrado a mi esperanza invencible, con un libro de filosofía bajo el brazo y admirando los lapachos florecidos y las miradas jóvenes en primavera y los besos apasionados de los novios en la plaza de mi barrio, caí en tentación y cometí el pecado de dudar por un instante. Fue apenas unos segundos que rendí mi esperanza para suponer un fin del mundo. Después de todo tenía mis razones, siempre las malas noticias en mi vida me han llegado en días rebosantes de esperanza radiante.
“Siempre hay alguien que en el mejor momento de tu vida, viene y te pincha el globo” decía mi abuelita, que murió con la esperanza intacta en santa Evita.
Pero el día estaba tan claro, y la luna había sido tan contundentemente bella hasta la madrugada, y los árboles estallaban de colores y la gente se besaba apasionadamente en los bancos de la plaza y los pájaros contaban la alborada y la casas de cambio que venden dólares en Cabildo y Juramento estaban cerradas con candados y el indec anunciaba un inflación ínfima y las Cataratas del Iguazú son una de las maravillas del mundo… que rápidamente volví a enarbolar mi esperanza y despejé el pesimismo y espanté los fantasmas del fin del mundo. A decir verdad, no creo que mundo pueda acabarse para siempre en un día tan pero tan lindo.
Tampoco creo que el fin del mundo llegue con tanto anuncio de doble página en un diario de gran tirada, ni que se avise por las radios entre una canción de los Wachiturros y otra de Los Palmeras, y menos en una pantalla gigante en el cruce de dos avenidas.
Así que alejé los malos presagios y me aferré a mi esperanza y busqué un banco en medio de la plaza bajo un lapacho repleto de flores y abrí el libro que me acababa de regalar Coriolano Fernández, mi amigo filósofo: “Agonías de la razón” es la hoja que especialmente tiene marcada el libro. Y leo: “…las sucesivas agonías de una razón burlada por la historia, muestran que la razón humana tiene una extraña fuerza que le permitirá resurgir; tiene, por así decir, el privilegio de poder renacer de sus fragmentos”.
En la esquina anuncian el enésimo fin del mundo… y yo navego entre “los días felices” de de don Alfredo Veiravé y la filosofía de las palabras regaladas por un amigo. Entonces sé que estoy salvado. Al menos hasta el 12 del 12 del 2012.

Horacio R. Palma
Para: El Día de Gualeguay
Gualeguay
E. Rios

1 comentario:

Anónimo dijo...

tepedino is dead