“…Aquí está la bandera esplendorosa, que al mundo con sus triunfos admiró…aquí está como el cielo refulgente, ostentando sublime majestad…”
Un nuevo feriado y van… pero criticar un feriado en el que se conmemora el día de la bandera y además en el mismísimo fin de semana en que los de por aquí festejamos el día del padre daría una noción de aguafiestas tan pero tan sobreactuada que no la creería nadie.
Así que estoy acá tempranito en la mañana, con ese estimadísimo amigo Don mate, sentado frente a mi máquina de pantalla brillante y en este sábado gris de mediados de junio disfrutando el fin de semana largo.
No sé bien por qué, pero la primera frase que disparan mis dedos es ésta: Los símbolos patrios han dejado de ser lo que eran. Claro que la culpa no es de los símbolos sino de nosotros, que hemos dejado de lado ciertos sentimientos patrios por creerlos banales, o porque entendemos que hoy hay urgencias mejores.
Sinceramente yo no creo que colocar una bandera en la ventana, alcance para lavar las muchas traiciones que cada día desde hace muchos años le asestamos entre todos a la Enseña patria.
Escribo “Enseña” y sonrío… “el que solo se ríe de sus picardías se acuerda” decía siempre mi abuelita, que murió creyendo que Evita era santa y la abanderada de los pobres, y que Perón era un desgraciado que no le guardó el luto eterno que la “santa” se merecía.
Digo que sonrío porque durante todos los años de mi hemiciclo escolar, la bandera fue eso: “la Enseña que Belgrano nos legó”.
En los discursos, en la prosa o en la poesía escolar, en esos tediosos actos en que maestras y directivos se empantanan siempre en los mismos lugares comunes sin arriesgar siquiera un mínimo cruce de esa aburrida raya llamada formalidad, la bandera Argentina ha sido siempre la “enseña nacional” que “Belgrano nos legó”, “con el color del cielo y el color del mar”… crecí escuchando discursos edulcorados sobre la bandera. Poco casi nada de las mazmorras ni de la sangre ni de las luchas ni de los esfuerzos de nuestros antepasados por mantenerla siempre celeste y blanca.
No señor. Por alguna razón que nunca supe explicarme, la comodidad de la grey docente para caer en los lugares comunes del formalismo en cada acto, fue calcada año tras año. Y conste que hablo de mis años de escolar y de mis años de padre de hijos en edad escolar.
De un lado los discursos tediosos y las formalidades aburridas hasta el ahogo. Y del otro lado los bostezos interminables del alumnado y la desaforada batalla de los papás y las mamás por sacar la foto del “nene” a dos centímetros de distancia.
La bandera… bien gracias. En manos del alumno menos opaco.
“Desde un polo hasta el otro resuena…de la Patria el sonoro Clarín….” Recita la seño de séptimo, mientras los chicos más grandes relojean las cuentas de facebook en sus celulares y twittean chistes con las fotos del acto, y los más chicos miran el cotillón celeste y blanco del salón de actos y preguntan si se pueden llevar lo globos.
Los papás invitados, que por cuestiones de horario casi siempre son mamás o abuelos, siguen en la lucha encarnizada de codazos y empujones por sacar la foto del nene de “lo más cerca posible”.
Mucha impostura y poca pasión. Muchas palabras y sentimiento cero.
Es que los símbolos se sienten o no se sienten. Se llevan bien adentro o no se llevan.
Es creer o reventar, como decía mi abuelita mientras leía su catecismo de verdades peronistas. No cuaja, no es cierto que la emoción se pueda conseguir en una repartija de banderitas para poner en el auto o en el espejo de la moto. Ni es cierto que el sentimiento profundo por nuestra Patria y los símbolos que la representan se nos hagan carne en el discurso de la seño de séptimo año.
No se siente a la bandera por solo colgarla de la ventana el 20 junio y quitarla el 21 de junio por la mañana. No se honra su memoria en un juramento soso de los chicos de cuarto grado en el patio de una escuela bautizada con el nombre de un personaje de morondonga.
De todas maneras, en cada fecha en que el almanaque llama a los símbolos patrios, todos caemos en la misma trampa de creernos más patriotas por cantar el himno con la mano en el corazón o colgar la bandera en la ventana.
Ni yo soy más patriota porque escribo sobre la bandera en la página de un Semanario, ni el candidato a un cargo electoral es más patriota porque está en la primera fila del palco oficial actuando el canto emocionado del Himno.
Así que no caigamos en la trampa. Lo que no logramos sentir en el corazón no lo lograremos izando mil veces la “enseña que Belgrano nos legó”…
Una vez un escritor maldito me dijo algo que me dejó pensando durante mucho pero mucho tiempo. Se hablaba en esa mesa del orgullo. Alguien decía que estaba orgulloso de un logro que había hecho su hijo y otro decía estar orgulloso de lo que había conseguido su nieto.
El escritor maldito al que me refiero, escuchaba mientras entrecerraba los ojos y se rascaba la espesa barba con un mohín casi reverencial.
Entonces luego tomó la palabra y dijo… “ustedes están equivocados, el orgullo es un sentimiento personal. Es intransferible. Nadie puede sentirse orgulloso por lo que hace otro. Solo se puede sentir orgullo por lo que uno ha hecho”.
Y yo me quedé pensando… cuántas veces y con qué facilidad nos subimos a los logros ajenos con la impostura del orgullo propio… “¿y vos qué te prendes?”, nos dirían hoy sin duda personajes como Belgrano.
Si uno indagara un poco más profundo en estos días en que el almanaque recuerda a los que pusieron su cuerpo y su vida por amor a nuestra Patria, estoy convencido que llegaríamos a la triste conclusión que nuestro orgullo por la Patria y sus símbolos es un falso orgullo. Es un subirnos con nuestro falso orgullo a lo que otros hicieron con tanto esfuerzo.
La bandera es un símbolo de la Patria. En ese símbolo celeste y blanco estamos todos. Y están todas nuestras grandezas y todas nuestras miserias. Están los grandes héroes y estamos los ciudadanos comunes. Están los que la hicieron grande y los que la rifaron con desdén. Están los que la llevaron a lo más alto y los que la pisotearon hasta ultrajarla. Están los que la defendieron con su vida y están los que la negaron con su traición.
La bandera es “enseña” como emblema, pero también enseña con lo que simboliza. Es el resumen de lo que hicimos entre todos.
Hay una bandera que miramos todos muchas veces sin ver. Es ese trozo de tela con los colores de la Patria… pero la verdadera está en otro lado. Está en lo profundo de cada uno de nuestros corazones. Y si no está ahí, entonces no está.
Manuel Belgrano la creó, sí, pero también dejó todo sin pedir nada por hacerla enorme. Y ahí está hoy la Enseña con las sumas y las restas de lo que cada uno de nosotros hacemos cada día. ¿Somos patriotas?. El día en que miremos la bandera en lo alto, y sintamos el orgullo de lo que nosotros hemos hecho por ella, ese día podremos decirnos “patriotas”.
Horacio R. Palma
El Dia de Gualeguay
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