“Creo que alguna vez soñé con usted, con este mismo cuarto». Y yo le dije: «Eso es. Ya empiezo a recordarlo». Y ella dijo: «Qué curioso. Es cierto que nos hemos encontrado en otros sueños”. (Ojos de perro azul – Gabriel García Márquez)
“Siempre hay uno más ligero”. Sí, cuántas veces escuchamos el dicho tan dicho por la gente común. Para los que somos del interior o vivimos sus circunstancias, es decir, para los que somos de la Provincia… nos es común haber crecido escuchando historias de truhanes (“ligeros para joder a la gente”) venidos generalmente de la gran ciudad.
Gentes rápidas para el engaño o la fascinación. Hábiles con el pico, capaces de “agarrar” un ñandú a la carrera…je, sí, ya sé que el dicho no dice así textualmente, pero algo de decoro me queda aún.
Ese tipo de gentes que hacen que todos los demás nos volvamos desconfiados hasta de la propia sombra que acompaña nuestros pasos.
“Desconfiá siempre y nunca te vas a equivocar” solía decir antes de cada sermón un viejo jefe mío. Pero claro, que uno es después de todo un ser social que debe, aunque no quiera, vivir en sociedad… es decir, CONVIVIR, y eso de andar desconfiando hasta de las plantas se pone un poco denso. Incómodo, digamos.
“Cuando la limosna es grande… hasta el Santo desconfía”, dicen todos aquellos que alguna vez han sido estafados en su buena fe. Que en mundos como el nuestro, donde ya hay bacterias que disfrutan del arsénico, es cosa de todos los días.
Hace unos cuantos pocos años, cuando la tecnología no había acercado las distancias tan dramáticamente hasta casi la asfixia, muchas de las historias de los estafadores de sueños (y de cosas menos espirituales que los sueños) eran una especie de personajes mitológicos, cuyas historias pululaban de pueblo en pueblo enredadas entre la verdad y la mentira. Ahora la cosa es distinta, y la velocidad en la información ha despertado al más dormido.
Pero… siempre hay un pero diría Binúculo…así como siempre hay un pero, también siempre hay uno más rápido que todos.
“Acá el que no corre, vuela”, comentaba mi abuelita cada vez que ojeaba el diario de los domingos. Y eso que mi abuelita se fue de este mundo sin ver lo peor de su especie.
Claro que, esas cosas que para las sociedades de otras culturas resulta un delito, por estos lares muchas de estas actitudes delictuales se disfrazan de una viveza criolla que se alaba hasta la admiración. Notará el querido lector que puse “sociedades” y “culturas”. Es que trataré hoy de andar los caminos alternativos para que los “nacionales y populares” no me tachen de “cipayo” o “vendepatria”…. Eh, un momento por favor…
Perdón a mis cuatro lectores, pero mi hijo adolescente acaba de interrumpirme el tiempo de escritura en este sábado de mañana bien temprano. Abrió la puerta de calle como una tromba, viene de bailar y jamás sospecharía él que a las seis de la mañana hay gente que duerme. Al menos viene con el diario en la mano y me saluda… que en los tiempos que corren es algo así como un milagro. Digo, ver un adolescente con un diario, y encima que salude. Pero me fui por las ramas, decía que acaba de interrumpirme, diario en mano, para preguntarme por un tal Jaime. Yo le contesto que es un ex intendente de Gualeguay. Mi hijo pone cara de asombro… me muestra la tapa del diario no oficialista, y mientras señala una foto me pregunta… ¿éste es de Gualguay?
Ah…caray!!, miro la foto y remiendo el error. En la tapa del diario está Ricardo Jaime, el ex Secretario de Transportes del gobierno “nacional y popular” de don Néstor, ahora “santificadoseasunombre”. Así que le explico a Gerva el error y le comento quién es.
Mirá vos los chicos, uno los piensa ajenos a lo político, y resulta que mi hijo me sale con esta inquietud a la vuelta de su juerga. “¿Viste qué máster la plata que tiene este chabón?”.
Ok, reconozco otra vez mi error. Ahora mi hijo no me da tiempo ni a contestar, dijo eso y se fue a dormir un sueño emparentado con la profundidad de la muerte.
Si no tuviera yo la autoestima por las nubes gracias a mi romanticismo a prueba de plata, ahí nomás hubiera cerrado la compu y me hubiera sumergido en una depresión profunda.
“Billetera mata galán”, dice ese petiso mediático difícil de calificar. Muy pocas veces la billetera mata las ganas de los románticos que escribimos por amor al arte.
Pero yo quería contarles el cuento de este tipo que conocí. Alguien lo presentó en una reunión en la oficina. Traía un método novedoso para impermeabilizar una terraza de la empresa. De aspecto bonachón, con la cadencia provinciana y amparado en la buena imagen del hombre del interior, para vender su producto habló hasta por los codos. Cuando se enteró que yo era de Entre Ríos, sin preguntar de dónde, contó: “hicimos varios negocios en tu preciosa tierra… nosotros les vendimos unos tractores a la Municipalidad de Gualguay, a un tipazo llamado Jodor”. Luego me preguntó de dónde era yo… “de Paraná”, le mentí como un Pedro modelo siglo veintiuno.
La cosa es que el tipo, ante una decena de porteños engreídos (me hago cargo de esto), sacó del bolsillo de la termera un gotero con agua y una pequeña piedra pómez que, según él, estaba embebida en el producto que vendía.
Echó unas gotas sobre la porosidad de la piedra, y las gotas corrieron sin entrar en sus poros. “Bien, esto es lo que hará mi producto en su terraza”.
Como nadie atinó a hacer preguntas, me animé yo. “¿Qué tiene la piedra, se puede saber?”. El tipo se acercó hasta mí, me tomó del hombro como un candidato político en plena campaña… quiero decir que me habló como si nos conociéramos de toda la vida… y dijo con pose de actor que interpreta Macbeth: “Magia, el producto que yo vendo es magia pura. Si entra el agua entra el producto y si entra el producto, nunca más entra el agua”.
Demás está decir que el “mago de la piedra pómez” cerró ese día un contrato de ciento veinte lucas para impermeabilizar las terrazas de la oficina.
El día de la firma del contrato, el tipo, que anda en un auto ploteado espamentosamente con las bondades mágicas de su producto secreto, trajo una docena de ensaimadas envueltas en lujo, orgullo gastronómico de su San Pedro natal.
Le voy a contar el final, aunque creo que usted lo supone. El buen hombre colocó el producto mágico sobre las baldosas de la terraza. Una y otra vez. Y como la terraza quedó de un amarillo desteñido y granulado (culpa de las baldosas…je) el mago de la piedra pómez se las arregló para que le pagaran también una pintura verde que tapara los desastres estéticos del producto mágico.
Sí, luego llovió y se llovieron los techos… como por arte de magia.
Por estos pagos somos muy afectos a creer en las soluciones mágicas, antes que en el camino largo del esfuerzo. Nos deslumbramos fácil ante aquél que viene a ofrecernos sus espejos de colores o a contarnos historias de perros azules.
Pronto llegará el 2.011. Ya vendrán los magos de la piedra pómez a ofrecernos soluciones mágicas y perros azules. ¡Atentos!… el esfuerzo es el camino más largo, sí, pero es el camino más seguro.
2 comentarios:
Seguí sangrando por la herida del orto
hola forrazo...¿estamos online?
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