viernes, 31 de diciembre de 2010

Años nuevos... sobre lo que, creo... vale la pena


Es curioso, estoy acá sentado frente a la “compu” escribiendo en el mediodía caluroso, el último del 2.010. Escribo, digo, intento garrapatear la nota que usted leerá el año que viene.
Sí, ya se que son apenas dos días de diferencia entre este año en el que yo estoy escribiendo y el año éste en el que usted está leyendo, pero igual cuando lo pienso y lo digo siento como si estuviera intentando hacer futurología. Rara sensación.
Como todos los años para esta fecha me adentro al pago, que es algo muy distinto a visitarlo. Adentrarse es otra cosa. Es estar con sus gentes, abrazarse con la tierra, sumergirse en su río, caminar los rincones… embarrarse en sus charcos hasta los tobillos, mirar aquellos ojos ajados por el tiempo y la distancia e intentar reconocernos allí. Sí señor, que hay que adentrarse y no simplemente visitar… visitar el pago es algo tan superficial que yo dudo que valga la pena.
Y ese adentrarse al pago tiene en mí todo un rito especial de preparación. En los días furiosos y frenéticos de carrera contrarreloj a la que el mundo se aboca antes de cada 31 de diciembre, yo voy preparando mentalmente la vuelta al pago. Mientras todos corren a mi alrededor la carrera cual simulacro del fin de todos los tiempos, yo prefiero hacerme a un lado y andar despacio, sin prisa, y preparar el espíritu del reencuentro con mi tierra y con mi gente.
Usted creerá que yo estoy loco y tal vez tenga razón. Lo cierto es que en mis rituales ensayo los ademanes, suspiro los soles que vendrán y desando mentalmente los kilómetros que me separan y que me sé de memoria y que podría describir por metro.
Claro que sí, claro que conozco de memoria la ruta que desando cada año hasta mis recuerdos profundos. Sus puentes, sus arroyos, sus ríos, sus curvas, sus ceibos y sus talas… todo está impreso exacto en mi memoria.
Así, mientras otros corren la carrera desbocada que nunca terminaré de entender, yo me hago a un lado y ando a paso lento… y me brota la sonrisa del recuerdo y la mueca de los momentos que vendrán con los que quiero.
Y hablando con amigos de siempre y con los conocidos de ésos que nos regala la vida, me doy cuenta que esto de peregrinar en estas fechas a la tierra de uno es un ritual de muchos argentinos. Volver a esos viejos sitios donde uno amó la vida… o no, es un rito que muchos emprenden con esperanza. Volver, a reencontrarse con los que se quedaron.
Mi abuela decía algo que seguramente se lo robó a alguien, es una frase de esas que se me grabaron para siempre… “yo soy de acá, porque acá están mis muertos”. Así decía mi abuela con la solemnidad de las abuelas de antes, una solemnidad que han perdido las abuelas de hoy en día. Acá quiero aclarar un punto para que luego no se me vengan en masa las abuelitas modernas a darme coscorrones. Yo creo que la estética tiene mucho que ver con la solemnidad. Es directamente proporcional diría yo. Por eso las abuelas de ahora con tanto bótox, colágeno e implantes mamarios de esos que les dejan un escote bien turgente… sí, pero poco creíble, las abuelas de ahora han perdido la estética de la solemnidad, aunque a fuerza de ser sinceros, hay que reconocer que han ganado la estética del “todavía le doy”. En fin, mejor dejemos para otra ocasión el tema estético de las abuelas modernas antes que me meta en camisa de once varas y no tenga escapatoria… yo contaba lo de mi abuela que fue abuela de otra generación. Esa generación en que uno decía “abuela” y sabía exactamente a lo que se refería… decía que mi abuela repetía mucho eso de “sus muertos”. Y claro, que cuando uno es chico y escucha hablar de la muerte siente un poco de miedo. Es que uno de chico ve la muerte como algo extraño y tan pero tan lejano… que piensa que cuando alguien le habla de la muerte le está hablando de algo irreal. La vida luego se encarga de todo lo demás a su debido tiempo.
Así que preparaba las cosas para venirme al lugar donde están algunos de mis muertos más queridos, y todos los seres que más quiero, y en ese acto íntimo de armar una valija con cosas de uno… pensaba en este año que pasó.
Y sí, el 31 de diciembre es el día por excelencia para hacer cierres de balances y no me refiero a esa foto que es ese Estado contable certificado por Contador. Pensaba en el otro balance que imperiosamente hacemos todos en nuestros adentros para estas fechas.
Tal vez si sobre el final del año no me hubiera sucedido lo que me sucedió, este año que yo estoy despidiendo mientras escribo y que usted ya despidió mientras lee, hubiese sido un año más.
A mediados de diciembre, con un grupo de amigos estábamos haciendo deporte. Todos los jueves desde hace mucho tiempo hacemos lo mismo. Pero ese jueves 16 de diciembre fue distinto. Todos nos saludamos a la salida del trabajo, todos fuimos a nuestras casas a cambiarnos, todos nos despedimos de nuestras familias… y allá nos encontramos en el club. Podría haber sido un jueves más de un diciembre cualquiera. Pero a los pocos minutos de entrar a la cancha, uno de mis amigos se desvaneció mientras bromeaba con nosotros. Así, sin ningún ademán, sin ninguna queja… sin una mínima mueca.
Un segundo antes una broma… un segundo después la muerte.
Ese mazazo de realidad así en el medio del marote. Todos estuvimos esa noche merodeando sin entender el cadáver que yacía en un rincón de la cancha. Largas horas de miradas encontradas, de cabezas gachas y de llantos sin consuelo.
Una hora antes alguien que se despide de los suyos con un hasta luego… una hora después la inexplicable noticia avisada por teléfono.
Creo que lo escribí la semana pasada… eso de que estas fechas nos ponen un poco más sensibles que lo recomendable.
Por eso, cuando luego, en este afiebrado fin de año que tuvimos todos los de estos pagos del sur, con gente desesperada por sacar billetes de un cajero mustio de un banco yermo, de automovilistas desesperados yirando y yirando por veinte estaciones de servicio para conseguir combustible en el país del “amínomemires”, o de porteños cortando calles para protestar por los cortes de luz ante una crisis energética que nos acecha desde hace años… yo recordaba esa noche sin sentido de Marcelo haciendo una broma con su vozarrón áspero para luego desvanecerse sin decir nada. Y su mirada fija hacia el cielo y su mole blanca contra el piso verde. Puta!!, que ahí entre nosotros andaba la muerte escondida y se lo llevó sin siquiera un “ay!!”. Rondaba escondida la muy turra, se llevó sus verdades y nos dejó a nosotros con todas las dudas. Como siempre.
Ante esa verdad incontrastable de lo definitivo, mil veces me pregunto si vale la pena hacerse tanta malasangre por cosas tan insignificantes como un billete de cien pesos que hoy no escupe un cajero. Ante los ojos llenos de lágrimas de Laurita… que gritan sin emitir sonido mil veces ¿porqué papá porqué papá, por…qué?, yo me pregunto sinceramente si vale la pena enojarse con el pobre playero que hace lo que puede para atender a todos los automovilistas que le reclaman airosos que los atiendan primero!!.
No… no vale la pena. Que uno se va en cualquier momento, así, sin avisar… y no vaya a ser que por dedicar tanto tiempo a tanta cosa sin importancia, nos vayamos de este mundo y dejemos un abrazo sin dar, un te quiero sin decir… o unos labios que nos aman sin besar.
Feliz año para todos.

Horacio R. Palma
Para El Día de Gualeguay

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Palmeta, seguí sangrando por la herida del orto mientras nadás en círculos en el charco de tu propia mierda.

Daffodil dijo...

Feliz Año Nuevo.
El 2011 termina bien, no se si súper, pero termina con la runfla.
Quizás ahi podamos ver la luz al final del túnel.

Anónimo dijo...

La verdad es revolucionaria y la única verdad...ES LA REALIDAD!!!
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2010, año record en condenas

La Unidad Fiscal de Coordinación y Seguimiento de las causas por violaciones a los derechos humanos de la Procuración General de la Nación, que encabezan Jorge Auat y Pablo Parenti, informó que durante 2010, 110 represores fueron condenados en 19 juicios vinculados con violaciones a los derechos humanos durante la última dictadura. En total, fueron juzgadas 119 personas y 9 resultaron absueltas. “La cifra supera ampliamente a la de los años anteriores. Con las condenas de este año se duplicó el número de condenados desde el regreso de la democracia”, señaló en un comunicado la Unidad Fiscal de Coordinación y Seguimiento de las causas por violaciones a los derechos humanos.
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¿Y Candela?
¿Y la moto?
¿Y la reconcilieta?

Anónimo dijo...

2011. ¿Seguís sangrando por la herida del orto o te hiciste poner un tampón de carne?

70x7 dijo...

Hacía varios días que no visitaba el blog.
Ante palabras como las tuyas, siento vergüenza ajena por los comentarios. Comprendo tu dolor y tu desconcierto ante la muerte de un amigo. Hace menos de 2 años se suicidó uno de los 7 hijos de una amiga; ayer murió otro por un síncope. ¿Hay palabras? mejor hacer silencio y permitirse llorar. Un abrazo. Beatriz

Anónimo dijo...

Lo siento mucho Palma, perder un amigo es perder parte de nosotros, lo se bien, hace 1 año un cancer se llevo una amiga de toda la vida. Pero asi son las cosas, disfrutar el dia a dia con la familia, con los amigos que quedan y recordar a los que se fueron pensando que fueron una parte importante en nuestras vidas y sentirnos agradecidos por ello. Buen 2011 para Ud y su familia.
Mercedes