Yo me sorprendí el día que entré al edificio, bastante “pituco” diría mi abuelita, y me topé con varios cartelones pegados en los espejos del hall de entrada y en las paredes de los ascensores que decían lo siguiente:
“Estimados vecinos, sepan que cada vez que ustedes exponen su intimidad a los gritos, nos hacen partícipes involuntarios de su desvergüenza.”
No tuve más remedio que preguntarle a mi anfitrión y amigo sobre los motivos de semejante osadía publicada en las paredes de su edificio.
Mi amigo sonrió con picardía. Hizo un gesto como si las paredes pudieran oír, y en voz baja me contó los pormenores de la guerra desatada de vecinos.
Evidentemente la cosa se había puesto densa en el edificio de calle Crámer. Los vecinos comentaban por lo bajo con sus otros vecinos, y las vecinas vociferaban escandalizadas el concierto de amor de cada miércoles en el departamento interno del piso 6.
Al principio el tema causó risa. Luego sorpresa. Más tarde curiosa morbosidad… y por último, indignación. Con estas palabras resumió mi amigo la batalla interna por una convivencia social civilizada.
Al final era como decía la tía del matrimonio extraditado desde Entre Ríos por falta de trabajo. El matrimonio entrerriano que desde hace 15 años habita en el departamento del fondo en el quinto piso: “Los edificios de hoy son conventillos de lujo”, recuerdan los memoriosos que repetía la tía cada vez que subía con alguien en el ascensor.
Es verdad que la tía estaba acostumbrada a la vastedad de los campos de Gilbert, donde a uno se le pierde la vista en el horizonte sin encontrar un vecino, y es verdad también que exageraba un poco su aversión para con las construcciones modernas de la gran ciudad, donde a la gente de clase media no le queda más remedio que apilarse en unos pocos metros cuadrados. Con el tiempo, los más viejos del edificio que recordaban los comentarios campechanos de la tía entrerriana, tan bien como sus profundos ojos azules salidos de la profundidad del Volga, terminaron por poner en bronce sus dichos.
En honor a la verdad, hay que decir que al principio las opiniones estaban divididas. Unos se encogían de hombros ante los más protestones, en una actitud de perdonar esa necesidad tan primitiva como necesaria con un… “y bueno che… son jóvenes”.
Así, con el tiempo, cuando la cosa se puso espesa, los vecinos del edificio de la calle Crámer cerraron filas en la batalla contra la impudicia de los desubicados del piso 6.
Vio como son estas cosas… digo, como es esto de los comentarios entre vecinos. Empiezan con unas pocas palabras dichas como al pasar, y luego la nube va nublando las razones razonables y así, como sin querer, la tormenta se desata inesperada.
En este caso particular de la calle Crámer, los comentarios comenzaron en los pasillos, luego pasaron a ser tema ineludible en el corto e incómodo viaje en ese cubículo de cerocomacinco metros cuadrados llamado ascensor. Más tarde los dimes y diretes ganaron la vereda, que es como decir que fueron publicados en el diario barrial.
¡¡Adiós la buena vecindad!
La primera que quebró lanzas contra los escandalosos del 6° H fue la vecina del 8° I. La juventud no es al cuete… tiene esa actitud impulsiva y decidida que los más grandes añoran. Esta mujer joven recientemente divorciada, decidió combatir a grito pelado la desubicación sexual de los escandalosos de los miércoles, después que su hijo de 6 años le dijo mientras desayunaban: “mamá, ¿y si llamamos a la policía para que ayude a esa señora que le están pegando?... “
Ella, que también escuchaba por el hueco de aire y luz donde da la ventana de su cocina, un nuevo concierto de amor escandaloso, escondió primero su bronca ante la inquietud inocente de su hijo, y buscó luego infructuosamente alguna explicación para darle. Llevó a su hijo a la escuela y al regresar se prendió del timbre en el 6° H. Pero los tortolitos del concierto de amor nunca la atendieron. Obviamente, estaban en otros menesteres.
La mamá enfurecida fue entonces hasta su casa, abrió de par en par la ventana de su cocina, y la emprendió a los gritos: “No tienen vergüenza!!??, hay chicos escuchando!!, si van a hacer tanto escándalo vayan a un telo!!!”.
Cuentan los vecinos que hubo un antes y un después tras los gritos de la vecina del 8° I. Las ventanas de los demás departamentos se abrieron de inmediato, y las voces acudieron desde los cuatro rincones. Todos los vecinos se unieron al reclamo a grito pelado, como si estuvieran esperando la primera audacia para unirse al reclamo de pudor popular.
Y en éstas lides andan los vecinos del edificio donde vive mi amigo. Los tortolitos del piso 6, antes que arriar banderas triple X y enarbolar en honor al respeto vecinal las banderas del decoro o del pudor, parecen ahora encaprichados en molestar a los vecinos que exigen un poco de buenas costumbres. Así las cosas, cada miércoles a las nueve de la mañana, puntualmente, dan su ya clásico concierto estridente de amor a grito pelado. Es casi una puesta en escena que los demás acompañan con gritos de protesta y aplausos irónicos.
No seré muy original con esto que digo: Se han perdido los buenos modos, y las buenas costumbres van quedando en el olvido. Es una verdadera lástima, pues con tanta obscena provocación mediática sin límites de horarios, con ese dejar hacer y dejar pasar en el comportamiento social, todos vamos perdiendo, tal vez sin darnos cuenta, calidad de convivencia social.
Debo reconocer que el tema del buen trato, la educación, el comportamiento apropiado, y todas estas cuestiones que cuando uno las habla, o las escribe o las pone en práctica parecen “anticuadas”, han tenido en mí desde siempre a un ferviente admirador.
Los usos y costumbres, las buenas costumbres… ayudan a una mejor relación social. Si yo le mastico ordinariamente en la oreja a quién come junto a mí, no haré más que incomodarlo hasta el punto en que quiera huir despavorido. Orinar las veredas a la salida del boliche o practicar ejercicios sexuales a la vista de todos, es una desubicación que agrede al vecino que es sorprendido en su buena fe. Prender la tele a la noche en familia, y encontrarse de repente con un espectáculo erótico rayando la pornografía en la televisión abierta y en horario central, es una agresión descarada e innecesaria.
La falta de pudor, la pérdida de las buenas costumbres de convivencia, los atropellos de las más básicas reglas sociales, lo escatológico mostrado en público y la intimidad más sagrada exhibida groseramente, han convertido de a poco a nuestra sociedad en una sociedad más violenta y más primitiva, a la que se le hace difícil convivir armónicamente con el prójimo. Les recomiendo humildemente un libro que leí esta semana. Lo escribió Aixa Gondell y se llama "El Protagonista I. Técnicas de Supervivencia Social". "… una vacuna, que nos protege del mal tan extendido y contagioso de la des-ubicación."
Aún a riesgo de parecer anticuado, yo elijo militar en las buenas maneras, en los modales correctos y en las buenas costumbres. Estoy convencido que el buen trato, la educación, los buenos modales y el comportamiento apropiado, resultan indispensables para la supervivencia en sociedad.
El tiempo, cruel, lo dirá con otras formas…
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