sábado, 27 de noviembre de 2010

Asesinaron a una nena en Gualeguay. Proteste frente al espejo...


Es una reacción primitiva, de las más primitivas de las reacciones humanas. Uno se tropieza con un cascote, y enseguida ¡¡se enoja con el cascote!!.
Es curioso pero sucede muchas veces. Muy a menudo. Es la misma reacción primitiva y casi irracional de matar al mensajero.
Nuestra ciudad, nuestra querida “Ciudad pueblo” se ha estremecido esta semana con un hecho imposible de calificar sin caer en la vulgaridad.
No digo que uno se sorprenda, pues todos los días nos desayunamos con noticias similares o peores. Tampoco digo que uno se acostumbra, porque todo bien nacido no se acostumbrará jamás a tanto salvajismo. Pero sí digo que duelen distinto, duelen profundo, hasta las entrañas estas noticias cuando ocurren en nuestras calles, esas que hasta ayer nomás eran calles tranquilas de sueños compartidos.
Uno de repente se tropieza con una noticia como la muerte de una chiquita de diez años, y se entera que el detenido por ese crimen aberrante es otro chico de 15 años, y es imposible que no lo asalte un sentimiento de bronca difícil de contener.
Siempre hago una autocrítica bastante incómoda, sobre todo después de sorprenderme tras algún diálogo con mis hijos adolescentes. Desde siempre la adolescencia ha sido sinónimo de rebeldía, de buscar los límites propios y tantear los límites ajenos. Uno ha sido chico y ha sido joven y no puede sorprenderse ante la rebeldía de los jóvenes.
Mis hijos y sus amigos se jactan de su rebeldía. Se enorgullecen muchas veces de eso. Yo sonrío, los comprendo, de todos modos les cuento de la cantidad de cosas que se pierden y se han perdido de disfrutar, por culpa de ciertos excesos imbéciles.
Y ahí va otra vez el “viejo” con el discursito de los buenos viejos tiempos. Ahí va el padre “aguafiestas” que “no comprende a la juventud de ahora”. Otra vez “el canoso este” con la cantinela de que todo tiempo pasado fue mejor…
No, nada de eso, que cada uno vive y sobrevive a su época como quiere… o como puede.
De todas maneras, y aún a riesgo de parecer un tipo anticuado, creo profundamente que nuestros hijos se han perdido de mucho en eso del disfrute de la vida. Y todo por culpa de un dejar hacer y un dejar pasar en los excesos. Por culpa de una indiferencia social que, vaya a saber porqué, un día tiró los Valores, el orden y la conducta por la ventana y se aferró al evangelio apócrifo del “hacé lo que sientas”. Boba sentencia si las hay.
Y la libertad mal entendida que empezó por casa. Y ese mandamiento tramposo de “hacer lo que nos dicte el corazón”, y ese libertinaje que creímos libertad, de que “lo importante es ser feliz”. Y hablo de todo. Hablo de los excesos en lo material, de los excesos en las libertades. De los excesos en las drogas, en el alcohol, en el sexo… en todo.
Yo les cuento. Aún a costa de parecer pesado o anticuado, les cuento a los chicos las cosas lindas que se perdieron por culpa del libertinaje de los excesos.
Las tardes con amigos en las plazas, o las noches… sin peleas de borrachos ni peligros de robos. Las siestas en bicicleta junto al río, sin que nadie apareciera con un cuchillo para robarlos. Las casas de puertas abiertas de par en par, donde el vecino era una bendición y no un sospechoso. Los chicos acompañando a las chicas caminando por las calles de la ciudad en cualquier madrugada, sin que nadie muriera en el intento.
Hay toda una generación que cambió la pelota y el potrero y las muñecas y el deporte, por un plazo fijo hacia una cirrosis segura.
No me diga usted, sí usted, que durante toda esta semana ha protestado contra esa piedra inmensa y dolorosa e incomprensible de la tragedia de Johana, no me diga que nunca ha visto el alcohol que consumen nuestros chicos. Si usted no lo ha visto o no se enteró porque aún no salió de la caja de cartón en la que habita, le propongo que lo vea con sus propios ojos el próximo fin de semana. Elija el almacén que más le guste. El kiosco que más cerca le quede de su comodidad del “amíquémeimporta”. Le doy algunos de los que yo conozco: Frente al Correo, en la calle 25 de mayo una cuadra antes del cuartel de bomberos, o en la Plaza Constitución… estaciónese o siéntese en la esquina a “disfrutar” del espectáculo. Cientos y cientos de menores que llegan en nuestros autos, en nuestras motos… con nuestro dinero, y arrasan con todo el stock de alcohol de los locales. Para una “previa” vale todo. Vino o licor de melón. Vodka tequila o gancia o fernet o espumante o cerveza. O todo junto.
Ahí están nuestros chicos con todo servido. ¿Vio que lindo?... ¿vio qué felices?. Con todo al alcance de la mano. Sin un solo límite… pobrecitos, no vaya a ser que crezcan con algún trauma o alguna frustración. ¡Freud no lo permita!
Suena duro pero es así. Suena apocalíptico pero es exactamente lo que hemos estado haciendo entre todos.
Si alguien cree que una sociedad sin límites es una sociedad mejor, pues entonces no entiendo las quejas lastimeras que he escuchado con profusión esta semana por parte de los adultos. Y si algún adulto se cree libre de responsabilidades por lo que hemos estado haciendo en los últimos años, por favor, que me avise.
Hay toda una generación que se perdió ese momento único y trascendente de conquistar a la persona que quiere y compartir con ella ese momento íntimo y sublime de hacer el amor, que es algo muy distinto a “transar” o “tener sexo”.
“El peor de los errores es hacer siempre lo mismo, y esperar resultados distintos”, dijo el genial Albert Einstein.
Piénselo. Pensémoslo. Hace muchos años que venimos como sociedad, haciendo todo lo posible para llegar al lugar dónde estamos. El error es pensar que haciendo lo mismo podemos llegar a una sociedad distinta a la que hicimos.
En éstas estamos. En la sociedad que nos merecemos, porque la hemos hecho a nuestra imagen y semejanza. Haciendo… o habiendo dejado hacer. La sociedad “libre” del “hacé lo que sientas”…y los demás que se caguen.
Una sociedad sin valores. Ya no vale la palabra, ni la amistad, ni el decoro, ni el respeto, ni la honestidad. Ni siquiera la vida es un bien a cuidar, sino que es algo que si molesta se lo empuja a un asilo si es vida vieja, o se lo aborta si es vida indefensa.
Un auto vale más que la vida de quien lo maneja.
Piénselo bien… ¿por qué piensa que nuestra sociedad tendría que ser distinta?
Estamos como estamos, porque somos como somos, decía un amigo que murió pelotudamente cuando chocó con su moto. Iba a 60 y sin casco.
No seamos hipócritas, no nos enojemos con la piedra con la que hemos tropezado ni matemos al mensajero. No señalemos rápido hacia afuera para sacudirnos las culpas.
Proteste frente al espejo. No se va a equivocar. Porque a Johana, mi amigo, a Johana la hemos matado un poco entre todos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Palmeta...¡qué hemorragia la de la herida de tu orto!

ADRIANA GONZALEZ dijo...

EN UN TODO DOLOROSAMENTE DE ACUERDO, PALMA. ABRAZO..