sábado, 28 de agosto de 2010

YUGOS...

“…Sostenido por ese ataúd, durante casi todo un día y una noche, floté por un océano blando y funéreo… al segundo día, un barco se acercó, y por fin me recogió. Era el Raquel, de rumbo errante, que retrocediendo en busca de sus hijos perdidos, encontró solo otro huérfano.”
(Moby Dick – H. Melville)


Es casi imposible de imaginar. Estar atrapado, enterrado y sin salida a seiscientos o setecientos metros bajo tierra…para el caso da igual, pero la cantidad de metros le da espectacularidad a la tragedia.

Ni siquiera el más retorcido de los morbosos inspiradores de los innumerables realitys shows que pululan en el planeta televisión, se hubiera animado a tanto. Veremos si ahora.
¡¡Y eso que estos tipos que encierran personas, o las mandan a una isla, o les simulan penurias, o las meten en un retrete con la cámara haciendo foco hasta en los genitales sí que tienen el morbo predispuesto para cualquier miseria!!!
Treinta tres hombres curtidos en eso de la pena, esos hombres acostumbrados a sufrir Miseria, pero miseria así, con Mayúsculas, no la miseria chiquitita que nos muestran algunos como para enternecernos el alma con algo de compasión, llevan casi un mes enterrados vivos 700 metros bajo tierra.
Allí están, en su medio sí, pero en circunstancias infernales. Como tragados por la tierra. Enterrados con vida. Hacinados en 45 metros cuadrados intentando mantener la calma para no enloquecer.
Ahora la cosa es distinta. Desde hace unos días tienen esa esperanza que se parece mucho a la Fe. Ese cordón umbilical que los conecta con algo más que su propio ombligo. Ahora tienen ese pequeño orificio hacia el mundo exterior, ese mismo mundo exterior que en esta situación les sabe a Gloria, pero que en realidad es el mismo mundo exterior que con sus miserias los arrastró hasta setecientos metros bajo tierra por doscientos dólares por mes y un vaso de leche cada cuatro horas… por eso del trabajo insalubre.
No sé si alguno de los lectores alguna vez tuvo la oportunidad de escrutar una mina. De adentrarse en sus entrañas hostiles. Entrar por una pequeña boca en la ladera de una montaña a un estrecho túnel de piedra horadada por la mano encallecida de un hombre que un millón de veces levanta el pico y otro millón de veces lo clava en la tierra.
Andar las galerías oscuras y húmedas y mortecinas hacia la veta de algún mineral que se resiste al desgarro y rezonga ante el despojo. Ese traqueteo de cadenas, ese chirrido de las ruedas sobre los rieles y ese resoplar rudo de hombres sudados de caras tatuadas con hollín.
Y maderas que crujen en la oscuridad, y ese aire siempre enrarecido, y apenas una luz sobre la frente a la que el ojo humano le cuesta tanto acostumbrarse. Ese mundo extraño de hombres rudos, ahítos de supersticiones y aferrados a una religiosidad a la medida de los miedos y las necesidades.
No nos engañemos, que los sufrimientos verdaderos de estos ahora famosos treinta tres mineros de un Chile sobreactuado de nacionalismo, comenzó mucho antes que se desplomara esa roca gigantesca como media montaña. El sufrimiento verdadero les comenzó cuando tuvieron que enterrarse vivos como única salida.
Pero el hombre es animal de costumbre. Es especie inteligente con instinto de adaptación para sobrevivir a costa de lo que venga. El Hombre es Hombre, y si bien en situaciones normales (normales para este siglo de “modernidades”) se presenta como atildado y social, en este tipo de situaciones límite el Hombre reflota el instinto y hace lo que sea para sobrevivir.
Cuando la tragedia de los Andes, aquella donde un avión con jugadores de rugby uruguayos cayó en plena cordillera, el Hombre atildado, social y “moderno” no dudó a la hora de sobrevivir y se volvió caníbal. Los hombres no dudaron en comerse a sus muertos.
Claro que esto dicho así, muy tranquilamente frente a la computadora una apacible mañana de sábado en un destemplado fin de agosto… suena hasta cruel. Pero evidentemente, ante situaciones desesperantes, ninguno de nosotros podemos imaginarnos con certeza.
Por eso me pongo a pensar en esa mente del Hombre en este accidente en la mina de Chile.
Porque ahora la cosa es distinta… está esa esperanza en el más allá que es casi religiosa. Ahora está esa luz de estar conectados con el exterior. Eso de hablar desde las entrañas de la tierra y de la miseria con el mismísimo Presidente en su despacho y en cadena nacional. Y ahora están los médicos y los psicólogos y las autoridades y la familia y la prensa en el otro extremo de ese cable que los alimenta de esperanza. Luces, fuegos de artificio que animan a la esperanza. Pero antes no estaban. Y después pasaron 17 días sin que esa esperanza fuese palpable. 17 días enterrados vivos 33 hombres en 45 metros cuadrados sin más remedio que la resignación. Sin más luces que las tenues luces de sus cascos. Sin más sonidos que el silencio de las entrañas de la tierra y las voces propias, y los estertores de cada uno. Uno, dos, tres… y así hasta 17 días enterrados y encerrados sin saber nada del más allá. Es una situación que enloquecería a cualquiera.
A mí me causa estupor de solo imaginarlo.
No sé si llamarlo morbo… la verdad es que cuando suceden este tipo de tragedias, yo le doy vueltas al tema pero no de una manera morbosa. No, morbo no es la palabra que cuaja. Pero cuando suceden este tipo de situaciones extremas, u otras parecidas que han terminado en tragedia, digo, como la tragedia de los Andes con el avión uruguayo, o como la de aquél submarino ruso, el Kursk, que se hundiera irremediablemente un 11 de agosto de hace diez años con 118 marinos dentro. Lo del Kursk también fue una tragedia de esas que causan conmoción y tristeza… tanta, que nadie se animó a publicar en su totalidad las cartas que dejaron los sobrevivientes que murieron asfixiados…"Hay 23 personas en el noveno compartimento. Nos sentimos mal... estamos debilitados por los efectos del monóxido de carbono que despide el incendio... La presión aumenta en el compartimento.... Si salimos hacia la superficie no sobreviviremos la descompresión".
No creo que sea morbo pensar en ese momento íntimo y final. Pensar, que es también “pensarnos”, en ese último momento… el momento de la Verdad.
Y llegado ese momento uno puede asombrarse valiente… o descubrirse cobarde.
De todas maneras, acá, en la realidad nuestra de cada día, lejos de la tragedia de los mineros chilenos y los marinos rusos y de los jugadores de rugby uruguayos, estamos nosotros, los argentinos. Atrapados en nuestras propias tragedias. Acostumbrándonos de a poco, que es como resignarse sin darse cuenta, o sí, a un destino propuesto por el otro.
Y aquí andamos, de a poquito, despacio, imperceptiblemente cada día un poco más acostumbrados a libertades podadas, a respirar cada día aires más rancios, a tragar sapos más grandes, a degustar cada día rencores más amargos… cada día un poquito más presos, un poquito menos libres en la peor de las trampas… la trampa de la costumbre. Resignadísimos. Y entonces un día nos habremos levantado lamentando fatalmente nuestra resignación, o nuestra cobardía. Y será tarde... y será triste... y será pronto... un amigo mío lo resumió así: "CUANDO DEJEMOS DE SER COBARDES, ELLOS DEJARÁN DE HACERSE LOS VALIENTES”

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Seguí sangrando por la herida del orto

Anónimo dijo...

Seguí sangrando por la herida del orto

Horacio Ricardo Palma dijo...

Gracias... zapallo!! por tu comentario imbécil. Te viene como anillo al dedo!! je

Anónimo dijo...

¿Y Candela?
¿Y la moto?
¿ Y la causa Larrabure?

Anónimo dijo...

La mejor forma de humillar a un anónimo (troll) es ignorandolo y censurandolo.

Los troll tienen una debilidad, y cuando digo debilidad no es sólo “debilidad” en el sentido humilde de la palabra, sino un punto flaco que les sienta como una de esas patadas a los huevos que se abren camino hasta la garganta: que los ignoren. Oséase; presionar el botón de bloquear.

http://www.dross.com.ar/index.php?option=com_content&view=article&id=215%3Aialguna-vez-un-troll-te-ha-hecho-sentir-mal-ven&catid=1&Itemid=23

Anónimo dijo...

Al orteño, más que como "anillo al dedo"... le viene "como dedo al culo", loco hacéte tratar por un urólogo. Tanto insistir con ese dolor, que ya no sabés diferenciar las cosas.

Anónimo dijo...

¿Saben en que Argentina se parece a Chile?... ambos países están paralizados por una "mina de mierda".