domingo, 8 de agosto de 2010

SOMOS TODOS...


La sala está llena de gente triste.
Las salas, porque son dos salas enormes, comunicadas por un pasillo lánguido.
Afuera el invierno cala hondo… adentro, quien cala profundo es el dolor insoportable.
Cuando viajaba ese viaje corto entre mi casa y ese evento de congoja y desolación que es un velorio, pensaba seriamente si es realmente posible sacar algo bueno de tanta cosa mala. Pensaba y repensaba de qué manera puede uno ante una gran tragedia, tener una mirada positiva (si es que corresponde esta palabra), para al menos intentar seguir adelante.
Si una muerte es todas las muertes, como bien dice un escritor que conozco, imagino estas cuatro en la misma familia en el mismo instante.
Si un poco de pena muchas veces basta, para que la gente desista de vivir una tarde de melancólico domingo, no quiero imaginar la muerte de cuatro.
Dos mujeres lloran desgarradamente… y repiten la misma letanía ¿vale la pena seguir viviendo?
Sobre el pasillo lánguido que acoge la pena de todos los que asistimos al velorio, escuchamos en silencio… nadie se anima a decir algo. Apenas la compañía del silencio respetuoso, del abrazo sincero y cálido. Y de las oraciones en voz alta en la misa de cuerpos presentes. Nadie se anima a más.
Así es la vida de nosotros los mortales… uno está feliz en su mundo... y en un segundo la realidad nos baja a los sopapos.
Contrariamente a lo que sucede en otras sociedades, los argentinos nos acostumbramos con pasmosa facilidad a la muerte y al dolor, pero pocas veces aprendemos.
Un poco de enojo casi espasmódico, como un acceso de tos, y rápido a acomodarnos a la fatalidad como quien se encoje de hombros ante un destino inevitable.
Ahora estoy en el velorio de Andrés y su papá… y de Nacho, que es el hijo de Andrés… y de la prima de Nacho. Los cuatro cajones, uno junto al otro, gritan la tragedia inexplicable. Pero si bien Nacho es el compañero de mi hijo Bautista en salita de 5, lo cierto es que todos ellos son un número más en los miles y miles de muertos de las rutas de Argentina. Esta vez fue en la ruta 7, en Rufino, pero puede ser una crónica argentina de cualquier día y en cualquier ruta.
Rutas en estado lamentable, vehículos con poco control, y personas con registros que nadie controla. Peajes exorbitantes para rutas que son de mierda. Obras faraónicas de costos siderales, que terminan en perfectas porquerías.
No hace falta ir muy lejos, basta intentar cruzar de Victoria a Rosario. Parece un
a ruta pensada especialmente para que la gente se mate.
Pero pasan los gobiernos y los años, y las vidas… y se suceden las muertes de las tragedias, y los argentinos encogidos de hombros. Apenas un puñado de familiares de las víctimas reclamando por un tiempo… y nada más.


Contenida por el acompañamiento de sus familiares, y en una pelea intensa por salvar su vida, Carolina Píparo sigue hoy sin conocer la peor noticia: los médicos del hospital San Roque de Gonnet sugirieron no informarle sobre la muerte de su hijito Isidro, ocurrida el jueves. Carolina fue al banco con su madre a retirar su dinero. Alguien la entregó. Una banda la asaltó a la salida del banco. Y un asesino le tiró a matar mientras Carolina bajaba del auto a duras penas. Con casi un embarazo a término, Isidro fue arrastrado hasta este mundo inmundo de nosotros. Isidro nació forzado por un balazo en la cara y el vientre de su mamá, que era su mundo. Isidro no pudo sobrevivir en este mundo nuestro de mierda. Tal vez no quiso. Tal vez le dimos miedo. Vaya uno a saber.
Desde horas después del ataque ocurrido el 29 de julio, Carolina Píparo y su esposo Juan Ignacio Buzali, fueron asistidos por un equipo de psicólogos, quienes aconsejaron mantener por ahora oculta la noticia peor.
Carolina tiene perforado un pulmón por el disparo a quemarropa de los motochorros. Su hermano Matías afirma que ella “tiene la fuerza de una leona”. Claro que la leona aún no sabe que la han matado a su cría.


Cristian D'Andreis es hermano de Diego. Y Diego es el policía de 22 años ejecutado por dos delincuentes en la puerta de su casa de Tortuguitas. Contó Cristian: "Mis sobrinas vieron todo y mientras mi mamá les gritaba asesinos, ellos se le reían en la cara". "Si no encuentran a los delincuentes, los voy a encontrar yo", siguió diciendo Cristian.
La que habla ahora es Cristina, que tuvo a Diego en sus brazos hasta que llegó la ambulancia… “me muero hermanita, me muero” le susurraba Diego, relata entre llantos Cristina: "Mi hermano murió como un héroe…” dice desde el dolor más profundo y todavía consternada, con una voz ahogada en lágrimas.
La muerte de siempre en la Argentina de todos los días.

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En fin… en la salita de 5 de Bauti, los chicos preguntan por Nacho, pero apenas se dan cuenta de la tragedia.
Y si bien hay muertes más inexplicables que otras, si bien hay muertes más “entendibles” que otras, esta semana más que nunca el dolor me llega hasta los huesos. Sé que a los tantos muertos de los que hemos estado hablando los argentinos en estos días, no los mata solo la tragedia, el destino o la delincuencia… no señor, somos todos quienes los matamos, con nuestra triste resignación de hombros encogidos.
Y me da bronca... porque nos pasa siempre a los argentinos. Y no aprendemos.

Horacio R. Palma

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Seguí sangrando por la herida del orto.

Anónimo dijo...

Orteño: ¿Como podés ser tan bestia, tan bruto, tan ignorante, tan falto de toda cualidad humana, ante el dolor de las víctimas de la inseguridad vial y delictiva que azota el país? Hay una sola explicación: sos un asesino psicópata. Dios se apiade de tu alma, el infierno es tu propia vida.

Anónimo dijo...

Ahora más que nunca, seguí sangrando por la herida del orto.

Anónimo dijo...

No te digo que sos una bestia, no un ser humano... ah! Sos kirchenerista, está todo dicho. Con razón sos tan animal.

Anónimo dijo...

¿Y Candela?
¿Y la moto?
¿ y los desaparecidos?

Anónimo dijo...

Ah, y seguí sangrando por la herida del orto!