sábado, 14 de agosto de 2010

Entre fierros...


“A mí no me trajo la cigüeña, bajé de un cigüeñal


Así reza el cartel frente a un taller de barrio. Sonrío. Estoy parado en el semáforo y me río solo de la impronta popular. Vea, acabo de sacar el auto del taller tras una semana, así que estoy sensible con los fierros y su mundo.
Es otro mundo. De olores rancios, de mugre eterna.
Ese mundo del orden en el caos. Cada cosa en su lugar, pero cosas por todos lados.
Antes, y cuando digo antes, digo un antes de cuando yo era chico, y cuando digo que era chico me refiero a la pre adolescencia, recuerdo que mi viejo no quería que entrara al mundo ese. Hasta la puerta. No más. Más luego lo supe…. en ese otro mundo de bajo el tinglado, las paredes solían empapelarse con desnudeces de mujeres despampanantes.
Ahora las cosas han cambiado bastante. Con el mundo, claro, en el mundo de ahora hay menos llaves inglesas y más escáner conectados a computadoras.
Pero aunque hayan cambiado las cosas en el mundo de la tecnología, muchos talleres mecánicos mantienen aún, parte de esa mística que los hace un mundo aparte.
Vaya uno donde vaya… caiga uno donde caiga… pase uno por el que pase, hay varias cosas que los unen. Como las viejas comisarías de barrio, los talleres suelen absorber en derredor un montón de autos en estado de desguace. Por alguna razón que nadie sabe explicar, en los alrededores de muchos talleres brotan autos sin tiempo. Uno pasa por ahí y nunca alcanza a descubrir si los autos desvencijados están a medio armar, o a medio desarmar. Sea como sea, los alrededores de los talleres mecánicos suele poblarse de a poco con autos sucios, en cuyos vidrios pintados con tierra de varios vientos, la gente que está de paso se aboca a terapia liberadora de escribir sus pasiones, o desangrar alguna desilusión.
Sí, también están los obvios, los previsibles, los repentinos sin mucha creatividad, que con el índice rápido y encendido, escriben cosas como: Lavame sucio, o el clásico: Dale Boca.
Pero tienen una excusa, un auto sucio y desvencijado a medio desarmar, muy difícilmente pueda ser fuerza inspiradora para poemas épicos o juramentos de amor eterno.
Obviamente no todos los talleres son iguales. Descartados están en este detalle, esos talleres que son más laboratorios que talleres. Fríos talleres de “services oficiales” donde uno solo habla con la secretaria despampanante, generalmente del estilo promotora de TC, con calzas campera y gorra en comoposé. Léase, modelito de curvas generosas a las que el dueño del taller pone allí adrede, para que nadie ose protestar el afano de las dos lucas cien, por revisar aceite y filtro.
Sí, ya sé que también hay otros, dónde uno trata con el especialista en todo. Ese hombre mayor de aspecto serio, que con tablilla y planilla en mano nos explica todo lo que la van a hacer al auto, o lo que le hicieron, con los humos de un jefe de escudería de Fórmula 1. Y cuando uno le pregunta lo único que quiere saber, lo que debe pagar, el hombre atildado se hace el importante, casi que se ofende con la pregunta!!!, él nos habla de mecánica sofisticada en el “mejor auto del mercado” (el nuestro), y resulta que nosotros en lugar de prestarle atención, le preguntamos ¿de cuánta guita estamos hablando?. ¿Qué va a costar?, lo mínimo para un auto de esta categoría! Se defiendo el hombre. Además, eso él no lo maneja, ese “detalle sin importancia” se lo van a informar allá en la caja.
Por eso aclaro que acá no hablo de este tipo de talleres. Hablo de los otros, de los talleres de barrio. De los talleres de pueblo. De esos talleres donde los hombres vamos no solo cuando se nos rompe el auto, sino que pasamos cada vez que escuchamos un ruidito nuevo, o se nos prende en el tablero una luz que no conocíamos. Los talleres donde vamos los hombres a tomar un mate y hablar de bueyes perdidos.
Son esos talleres donde siempre allá en el fondo, en ese último rincón del galpón, hay un auto abandonado. Uno pasa hoy, y pasa dentro un mes, y pasa dentro de dos años, y ahí está el auto que nunca se arregla.
Y el mecánico con todas las de la ley. Manos negras, siempre negras muy negras y andar cansino. En alguna fosa, o acostado sobre una madera, con el cuerpo metido debajo de algún auto, y las piernas que brotan desde las entrañas. “Girá todo para la derecha”. “Ahora todo para la izquierda”. Apagalo. Prendelo, aceleralo… aceleralo más.
Soy de la idea, y a decir verdad, más que idea es algo que he ido aprendiendo con los años, que si uno está apurado para que le arreglen el auto, debe entrar al taller como si tuviera todo el tiempo del mundo. Si uno entra al taller a las apuradas, el mecánico lo advierte enseguida… enseguidita “nos saca la ficha”. Hay una clave. Uno entra al taller y enseguida se da cuenta si el mecánico tiene “el día complicado”. O la semana. Sea como sea, la clave es dejárselo en el taller, y si es posible, dejarle unos mangos “por si hay que comprar algo”. Ya está, si uno consiguió eso, la pelota está en el campo contrario… y al mecánico no le queda más remedio que abocarse a nuestro problema.
Así y todo, no hay que confiarse. Dos minutos libres, y uno debe aprovechar a darse una vueltita por el taller a ver cómo va la cosa. Capot levantado… buena señal. Capot bajo, mmmm, el tipo todavía ni lo vio.
Uno llega al taller. Si hay lugar mete el auto de trompa. Se baja, despacio, y saluda como si hubiese estado ayer de asado con el mecánico. Como si fueran amigos de toda la vida. Manos en los bolsillos, si el mecánico está ocupado, uno debe saber esperar la palabra mágica: “¿qué le anda pasando?”. Uno explica entonces… y espera y reza para que no le digan la excusa mortal: “traémelo la semana que viene, esta semana la tengo complicada.”
El mecánico es como el médico de uno. Como el peluquero de uno. Debe ser de confianza. Es creer… o reventar. A uno le confiamos nuestra salud. Al otro nuestra yugular. Al mecánico… nuestra “novia”.
Me gusta ese mundo aparte. Me gusta ese ambiente de olores rancios. De aceites viejos, de fierros lavados con nafta. De llaves y pinzas colgadas en la pared. De fosas húmedas y frías con soles de portalámparas. De música de fondo y motores acelerados a la fuerza.
De gente que llegamos con apuros… de hombres que trabajan con paciencia.
Mundo de confianza mutua. De confianza mucha. Después de todo, para nosotros los hombres, el auto es una especie de amante…y el tipo este debe meterle mano.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Todo lo que vos quieras pero...seguí sangrando por la herida del orto.