sábado, 27 de marzo de 2010

Después del papelón de la hojita del domingo 21, Ed. San Pablo pone las barbas en remojo...


Es bueno tener memoria, pero es mejor cuando lo es para todo. No sirve tener memoria sólo para lo malo que hicieron los otros, sino también para lo que no hace bien uno mismo. Es buena una memoria autoevaluativa o autocorrectora. Asimismo, es necesario recordar para no repetir la historia. Pero cuidado con absolutizar. La memoria es un acontecimiento personal, y uno recuerda, si es honesto, no solamente lo que conviene recordar. Hay determinadas situaciones en la vida que es mejor olvidar... Siento, y, tal vez, sentimos todos, impotencia frente a determinados acontecimientos ocurridos en nuestra infancia o juventud: remordimientos, arrepentimientos... No nos hace nada bien quedarnos con eso. Es muy sano asumir, sanar, pacificar la propia historia. No me resulta productivo efectuar un examen memorístico simplemente para tener presente lo malo que nos sucedió. Definitivamente, creo que no es bueno absolutizar la memoria. Es cierto que, muchas veces, es preciso recordar para no caer en los mismos errores, pero eso no significa que todo sea digno de hacerse presente.
Con la memoria colectiva pasa lo mismo. Pienso que la memoria no es saludable cuando recorta las propias responsabilidades. En la Argentina, parece que vivimos en la memoria sólo de algunos años puntuales y de determinados gobiernos. Se demoniza y se repudia ferozmente al gobierno militar de 1976-1983, por las persecuciones suscitadas, pero se eluden los años precedentes. No estoy en nada de acuerdo con la metodología de ese régimen, obviamente. No obstante, la historia no es un hecho aislado de otro. Es decir, creo que se cuenta la historia desde el '76 en adelante. Es como programar una edición de video y eliminar lo que no quiero que se vea.
Por otra parte, 1976 o 2001 no son las únicas fechas que debemos recordar los argentinos. Hay muchas otras fechas, o, mejor dicho, nadie tiene por qué señalarnos qué debemos recordar. El recuerdo es algo privado, íntimo. No necesitamos que nos recuerden otros. ¿Por qué es tan malo recordar algo y olvidar otra cosa? ¿Qué nos hace tan sometidos e ignorantes, que somos dominados hasta en lo que deberíamos establecer, nosotros mismos, como recuerdo?
No es la verdad la que nos obliga a creer. No es la justicia la que conforma al poder. La verdad y la justicia están más allá de todo gobierno, de toda ideología. Cuando el canal de televisión educativo oficial nos dicta clases de historia desde una posición de saber indeclinable, estamos asistiendo a una formación totalitarista indefectiblemente. Es muy fácil caer en el autoritarismo, hoy existe entre nosotros. Circula por cualquier parte, hasta cuando, relajados, miramos un partido de Boca o River y somos obligados a escuchar las obras del gobierno: “Fútbol para todos” y propaganda política también para todos.
El día de la memoria debe ser un día en el cual el pueblo recuerde sus propias vivencias como grupo social “nación”, sin signos específicos. La memoria es libre, y el pueblo decide cómo hacerlo. La memoria también permite perdonar. Hacer memoria nunca implica un absoluto que todo lo puede. El perdón nos vuelve más humanos. El recuerdo malo tatuado en el corazón no ayuda a construir la unidad. Los acontecimientos que nos provocan bronca son difíciles de olvidar. Sin embargo, la paz, a menudo, se consigue olvidando y perdonando. En la memoria, encontramos de todo un poco: cosas buenas y algunas malas; pero, como no me gusta guardar, en mi caja de recuerdos, los momentos malos, quiero conservar los buenos y multiplicarlos.
En cuanto a la verdad: ¿Quién es dueño de ella? Yo creo sólo en dos verdades: la de Jesucristo y la de cada individuo, o sea, la “verdad revelada” y la “verdad subjetiva”. No creo en la verdad de la política: sería demasiado ingenuo, si quiera pensarlo, ya que la mentira es su fermento. Creo sí en el trabajo silencioso de hombres y mujeres del ámbito estatal. Pero me generan vergüenza ajena las carteleras gigantes anunciando “Esto lo hice yo”. La verdad es efímera en la boca de los hombres y sobrevive en los hechos. La verdad puede alegrar o doler. Cuando la verdad duele, hay dos únicas actitudes para tomar: o cambiar el dolor o sanarlo. La verdad puede ser dolorosa, por eso, a veces, mejor olvidarla. Nadie tiene derecho a recordar lo que se quiere olvidar. A todos nos duele la historia, pero la manera de recordar es privativa del pueblo. No funciona una memoria oficial. Termina agotando. Esa verdad del palco o del atril es tediosa, demagógica, pueril. No vale la pena escucharla.
Sobre la justicia, siempre discutida y reflexionada, sólo veo clara su realización en “que cada uno no sólo reciba lo que le corresponda”, sino, además, en “que cada uno haga lo que debe”. Para mí, no es justo recibir sin dar, cobrar una remuneración sin trabajar. No es justo hablar de justicia, cuando, en el país, aumentan los pobres, y acrecientan su capital espectacularmente los ricos “y los funcionarios públicos”. No creo en la justicia de los hombres, obviamente sí en la de Dios. Si la justicia y la verdad se dieran la mano: ¿Qué necesidad hay de crear tantos planes de ayuda a los pobres, si la Argentina crece económicamente de manera abrupta desde el 2003? No puedo creer en la justicia de los hombres, y me lo dice mi abuela: “estoy curada de espanto”. La justicia constituye un valor noble, altísimo, básico en toda sociedad humana. La justicia es el resultado de la renuncia de lo mío a costa de la ganancia para todos. La justicia debe ser humana y no puede inclinar la balanza con la bronca, el odio, el resentimiento y la venganza.
Aunque no sea el día del perdón, me parece que bien podría serlo. Sólo el perdón construye. Por el perdón avanzaríamos hacia la paz. Estoy seguro de que la Nación también se construye con el perdón y el olvido de una vez por todas. No hay Nación que pueda ser amada por el reproche permanente y la ausencia de perdón. Todos necesitamos ser perdonados. Nadie fue tan bueno en esta Argentina como para sentirse superior a todos, o mejor gobierno. Ningún partido político puede defender su pureza ideológica y la corrección de sus actos. Todos podemos equivocarnos y ser perdonados. Después, quizás, hablaremos de bicentenario, de país con justicia, de futuro, de esperanza.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buenos los comentarios del padre Germán Díaz. Para completar su extenso trabajo propongo el DÍA DE LA DESMEMORIA: el 10 de Diciembre de 2011... así nos olvidamos de todos los gobiernos desde 1945 hasta el presente.

Durante esos 66 años (incluído el futuro 2011) los políticos, de todos los signos, no acertaron NUNCA el camino correcto y necesario al BIEN COMÚN. Es hora que los argentinos los perdonemos a todos: peronistas, radicales, socialistas, partido militar, comunistas, zurdos, federales, unitarios, derechistas, etc.

Para mí hay que barajar y dar de nuevo... será la única manera de alcanzar el estado de República. El futuro es el gran desafío. ¿El pasado? Ya fue, aprendamos de él para no cometer los mismo errores.

Trabajo, sudor y lágrimas... no más sangre. Trabajo, sudor y lágrimas, es lo único que podemos hacer para salir adelante.

Anónimo dijo...

En concordancia con el primer comentario, propongo que después de la asunción de las nuevas autoridades, por medio de la renovación democrática, toda la Nación haga un día de expiación, perdón y arrepentimiento sincero. Superemos nuestro pasado y sepamos perdonar a TODOS los que no hicieron mal.

Anónimo dijo...

Mientras tanto, sigan sangrando por la herida del orto.

Anónimo dijo...

Ja! Ahora el Cabezón Duhalde le metió el dedo gordo en el marrón, a los zurditos y los KK, los abrochó a todos juntos. ¿Y que hacemos ahora? Vamos a la CONSULTA PROPULAR Y VINCULANTE a través de la Cámara de Diputados. Vean lo que establece nuestra Constitución Nacional:

Primera Parte
Capítulo Segundo

Nuevos derechos y garantías

Art. 40.- El Congreso, a iniciativa de la Cámara de Diputados, podrá someter a consulta popular un proyecto de ley. La ley de convocatoria no podrá ser vetada. El voto afirmativo del proyecto por el pueblo de la Nación lo convertirá en ley y su promulgación será automática.
El Congreso o el presidente de la Nación, dentro de sus respectivas competencias, podrán convocar a consulta popular no vinculante. En este caso el voto no será obligatorio.
El Congreso, con el voto de la mayoría absoluta de la totalidad de los miembros de cada Cámara, reglamentará las materias, procedimientos y oportunidad de la consulta popular.

¿O la van a cambiar?