Alberto Solanet
Para LA NACION
Miércoles 24 de febrero de 2010
Es común a casi toda la dirigencia política afirmar la necesidad de que se arribe a un acuerdo parecido al Pacto de la Moncloa, denominación que se ha generalizado como consecuencia del acuerdo alcanzado en España luego de la muerte de Franco.
Un pacto así no sería otra cosa que un acuerdo nacional o, como alguien lo ha insinuado, una reedición del Acuerdo de San Nicolás.
Parece indispensable dar este paso, mediante el cual se convendrían políticas de Estado, orientadas al bien común, cuya aplicación pueda proyectarse en el tiempo, con independencia de los sucesivos gobiernos, que se obligarían a respetarlas. Ahora bien, ese "gran acuerdo" lleva implícito, como premisa necesaria, la concreción de una amnistía general, que clausure definitivamente la situación de encono, la venganza, la persecución implacable y todas las secuelas de la guerra contra la subversión ocurrida en nuestro país hace más de treinta años.
Pero hasta allí parecen no llegar nuestros dirigentes. En cuanto se pronuncia la palabra "amnistía", no demoran mucho en rasgarse las vestiduras, demostrando cuán alejados están de la racionalidad política y, seguramente, también del sentimiento de la inmensa mayoría de los argentinos.
Está claro que, ante esta actitud farisaica, hablar de amnistía no parece ser políticamente correcto, pues aunque se trate de una minoría la que no la acepta, hacen falta convicciones, grandeza y coraje para sostener la necesidad de su vigencia. Virtudes como ésas deberían aflorar en el escenario político. Basta con asomarse a lo que ocurre en los países vecinos para recibir, en esta materia, una elocuente lección.
En los últimos seis años, desde el Gobierno, se ha predicado, a tiempo y a destiempo, el odio y el resentimiento contra un solo sector de la contienda, como si la guerra se hubiera desatado sin que nadie la hubiera provocado. Se ha ido acentuando el hostigamiento contra los militares y contra las fuerzas de seguridad.
El objetivo es privarlos de su libertad a cualquier precio, anulando indultos que habían sido homologados por la Corte Suprema de Justicia de la Nación, derogando -a través del Congreso- las leyes por las que se habían extinguido las acciones penales, reabriendo los procesos y vulnerando la garantía de la cosa juzgada, violando, de modo manifiesto, el principio de legalidad, aplicando retroactivamente normas penales, desnaturalizando la forma republicana de gobierno, desconociendo la presunción de inocencia que tienen todos los procesados, negando la detención domiciliaria a quienes en derecho les correspondía, excediendo en muchos años los límites impuestos a la prisión preventiva por la Convención Americana sobre Derechos Humanos y su ley reglamentaria y ejecutando un amplio abanico de medidas persecutorias que sólo sirven para profundizar la discordia y frustrar la necesaria unión nacional.
Como consecuencia, en la actualidad hay más de seiscientos presos políticos -sin contar los ochenta muertos en cautiverio- cuyo encierro obedece a una decisión política, con la necesaria complicidad de una Justicia temerosa y prevaricadora, en la medida en que sus procedimientos y fallos desconocen los liminares principios señalados.
La Justicia ha sido conculcada a través de estas aberraciones, consumadas por quienes, se supone, son sus intérpretes. Ello exacerba rencores y fomenta la discordia.
No se puede reconstruir la República, si no impera la paz. La paz, que no es lo mismo que un mero pacifismo conformista.
La paz supone un orden justo. Como la definía San Agustín, la paz es "la tranquilidad en el orden". Para alcanzarla es necesario restablecer el pleno Estado de derecho.
Al mismo tiempo, es perentorio recuperar un valor propiamente político, como es la concordia o la amistad política a los efectos de un nuevo comienzo, con las ventajas consiguientes para la sociedad en su conjunto. El ministro Carlos Fayt, en sus disidencias en los fallos de la Corte que anularon las leyes denominadas "de punto final" y "obediencia debida", ha señalado que tanto amnistías como indultos configuran "una potestad de carácter público instituida por la Constitución Nacional, que expresa una determinación de la autoridad final en beneficio de la comunidad", relacionada con los objetivos del Preámbulo de consolidar la paz interior y promover el bienestar general.
La amnistía es un acto de recíproco olvido. Quien la recibe debe devolverla, y quien la da debe saber que él también la recibe. Marca un olvido, tanto de las injusticias pasadas y sufridas, como de la idea de someterlas al veredicto de la Justicia, presente o futura.
Urge, en vísperas del Bicentenario, en esta Argentina difícil, profundamente degradada, volver al cauce de la Constitución histórica, recurriendo a los remedios que están en su texto y que ninguna convención internacional ha abolido, que permitirían afianzar la paz interior y superar las secuelas más dolorosas de nuestra guerra, mediante una generosa ley de amnistía.
© LA NACION
El autor es abogado. Se desempeña como presidente de la Asociación de Abogados por la Justicia y la Concordia.
Un pacto así no sería otra cosa que un acuerdo nacional o, como alguien lo ha insinuado, una reedición del Acuerdo de San Nicolás.
Parece indispensable dar este paso, mediante el cual se convendrían políticas de Estado, orientadas al bien común, cuya aplicación pueda proyectarse en el tiempo, con independencia de los sucesivos gobiernos, que se obligarían a respetarlas. Ahora bien, ese "gran acuerdo" lleva implícito, como premisa necesaria, la concreción de una amnistía general, que clausure definitivamente la situación de encono, la venganza, la persecución implacable y todas las secuelas de la guerra contra la subversión ocurrida en nuestro país hace más de treinta años.
Pero hasta allí parecen no llegar nuestros dirigentes. En cuanto se pronuncia la palabra "amnistía", no demoran mucho en rasgarse las vestiduras, demostrando cuán alejados están de la racionalidad política y, seguramente, también del sentimiento de la inmensa mayoría de los argentinos.
Está claro que, ante esta actitud farisaica, hablar de amnistía no parece ser políticamente correcto, pues aunque se trate de una minoría la que no la acepta, hacen falta convicciones, grandeza y coraje para sostener la necesidad de su vigencia. Virtudes como ésas deberían aflorar en el escenario político. Basta con asomarse a lo que ocurre en los países vecinos para recibir, en esta materia, una elocuente lección.
En los últimos seis años, desde el Gobierno, se ha predicado, a tiempo y a destiempo, el odio y el resentimiento contra un solo sector de la contienda, como si la guerra se hubiera desatado sin que nadie la hubiera provocado. Se ha ido acentuando el hostigamiento contra los militares y contra las fuerzas de seguridad.
El objetivo es privarlos de su libertad a cualquier precio, anulando indultos que habían sido homologados por la Corte Suprema de Justicia de la Nación, derogando -a través del Congreso- las leyes por las que se habían extinguido las acciones penales, reabriendo los procesos y vulnerando la garantía de la cosa juzgada, violando, de modo manifiesto, el principio de legalidad, aplicando retroactivamente normas penales, desnaturalizando la forma republicana de gobierno, desconociendo la presunción de inocencia que tienen todos los procesados, negando la detención domiciliaria a quienes en derecho les correspondía, excediendo en muchos años los límites impuestos a la prisión preventiva por la Convención Americana sobre Derechos Humanos y su ley reglamentaria y ejecutando un amplio abanico de medidas persecutorias que sólo sirven para profundizar la discordia y frustrar la necesaria unión nacional.
Como consecuencia, en la actualidad hay más de seiscientos presos políticos -sin contar los ochenta muertos en cautiverio- cuyo encierro obedece a una decisión política, con la necesaria complicidad de una Justicia temerosa y prevaricadora, en la medida en que sus procedimientos y fallos desconocen los liminares principios señalados.
La Justicia ha sido conculcada a través de estas aberraciones, consumadas por quienes, se supone, son sus intérpretes. Ello exacerba rencores y fomenta la discordia.
No se puede reconstruir la República, si no impera la paz. La paz, que no es lo mismo que un mero pacifismo conformista.
La paz supone un orden justo. Como la definía San Agustín, la paz es "la tranquilidad en el orden". Para alcanzarla es necesario restablecer el pleno Estado de derecho.
Al mismo tiempo, es perentorio recuperar un valor propiamente político, como es la concordia o la amistad política a los efectos de un nuevo comienzo, con las ventajas consiguientes para la sociedad en su conjunto. El ministro Carlos Fayt, en sus disidencias en los fallos de la Corte que anularon las leyes denominadas "de punto final" y "obediencia debida", ha señalado que tanto amnistías como indultos configuran "una potestad de carácter público instituida por la Constitución Nacional, que expresa una determinación de la autoridad final en beneficio de la comunidad", relacionada con los objetivos del Preámbulo de consolidar la paz interior y promover el bienestar general.
La amnistía es un acto de recíproco olvido. Quien la recibe debe devolverla, y quien la da debe saber que él también la recibe. Marca un olvido, tanto de las injusticias pasadas y sufridas, como de la idea de someterlas al veredicto de la Justicia, presente o futura.
Urge, en vísperas del Bicentenario, en esta Argentina difícil, profundamente degradada, volver al cauce de la Constitución histórica, recurriendo a los remedios que están en su texto y que ninguna convención internacional ha abolido, que permitirían afianzar la paz interior y superar las secuelas más dolorosas de nuestra guerra, mediante una generosa ley de amnistía.
© LA NACION
El autor es abogado. Se desempeña como presidente de la Asociación de Abogados por la Justicia y la Concordia.
5 comentarios:
El Siglo XX y lo que va del XXI han sido un claro ejemplo del rencor, la desigualdad, la dualidad, la ambigüedad, la ambición, la falta de amor, la falta de patrismo,la ignorancia, la vagancia y aprovechamiento de TODOS LOS ARGENTINOS; salvo las HONROSAS EXCEPCIONES que siempre existen y normalmente son ignoradas.
Hemos visto al Gral Perón con una dictadura de neto corte facista, similar a la que el Cdte. Chavez impone en Venezuela, como la revolución bolivariana pero de neto corte socialista filo comunista.
Hemos visto a una dirigencia política incapaz de hallar soluciones aptas y pacíficas a los grandes problemas que asolaron al país. Recurrieron al golpe de estado, a través de aquellos Generales a quienes les hicieron creer que eran los iluminados que salvarían la Patria.
Hemos visto a las FF.AA. que empezaban con muy buenas intenciones, terminando derorientads, corruptas y malos gobiernos, saliendo normalmente por la puerta de servicio.
Hemos visto a un pueblo victorear a unos y otros: a Perón y su facismo, a la Libertadora y su porscripción, a Frondizi para luego echarlo por zurdito, a Illia echado por Tía Vicenta, a Onganía echado por las ambiciones del Cano Lanusse, al mismo Lanusse decir que 'a Perón no le da el cuero' y termina entregándole la banda presidencial al Tío Cámpora, a Cámpora y la liberación de los presos encabezados por Abal Medina, a Perón alentando la creación de las 'organizaciones especiales', al mismo León Vegetariano por 3ra. vez Presidente hechar a los 'imberbes de la Plaza de Mayo, a Isabelita con su ineptitud junto a Lopez Rega y la Triple A, al terrorismo contra la democracia y el baño de sange enlutando a la Nación toda, al Proceso con un Massera desmesurado en sus ansias de poder, A Videla con su falta de poder, a Viola casi no se lo vió (menos mal), a Galtiere, Anaya y Lami Dozo perdiendo la única guerra que perdió el país. Así y todo el pueblo los victoreó a TODOS como en el Mundial del 78 para después terminar reprimidos.
A prtir de 183 vimos a Alfonsín que con su hiperinflación nos enseñó que con SOLO la democracia NO se come, NO se educa y NO se sana, a Menem con una corrupción enquistada en toda la estructra del poder y lo amábamos, después vimos a De la Rúa con Tinelli, la crisis del 2001 y también ya muy cerca a Néstor y Cristina... qué pareja de hijos de puta!
SOMOS TODOS RESPONSABLES DE LO QUE PASÓ Y PASA EN EL PAÍS, es por eso que la gran mayoría de la sociedad quiere que se arregle el país, que se reconcilie, que se pacifique, basta de atropellos, y con mirada esperanzadora hacia el futuro, etc. No es la Corporación Política la que desea un arreglo nacional, es LA SOCIEDAD QUE LO EXIGE.
VADE RETRO SATANA!
LOCO, UN DETALLE, SE TE OLVIDARON LOS DESAPARECIDOS. NO TE OLVIDES DE ACORDARTE.
Loco: No me olvidé de los desaparecidos, ni tampoco de los aparecidos con vida que cobraron y no devuelven la plata como Carmen Argibay. Están dentro del baño de sangre que enlutó a la Nación toda... ¿o también los discriminás en este nuevo apartheid?
Yo no propongo amnistía, al contario que haya justicia pero para todos: terroristas, represores, políticos ineptos y corruptos, inclusive la responsabilidad moral de la sociedad como un todo; ya que la sociedad ya sea por acción u omisión ratificó todo lo actuado. Yo no fuí a la Plaza dd Mayo a aplaudir al facho de Perón, tampoco a López Rega e Isabelita, ni a Alfonsín cuando nos deseó 'Felices Pascuas', tampoco estuve en la Plaza después de ganar el Mundial del 78 ni después del 2 de abril de 1982 y menos concurrí a aplaudir a estos SHDP que nos gobiernan.
Resumiento: primero JUSTICIA TOTAL, después hay que hacer un PACTO NACIONAL FINAL, llamélo como quiera especie Pacto de la Moncloa, acuerdo de San Nicolás, Gran Acuerdo Nacional, pero que realmente sirva para solucionar definitivamente nuestros errores y problemas, sin que solamente sean sectoriales. HAY TODO UN PUEBLO QUE RECLAMA.
VADE RETRO SATANA!
Seguro, hagamos un gran juicio que incluya, digamos a todos los nacidos a partir de 1955.
Que se los condene a todos.
Luego se dicta una ley del perdon.
Se organiza un gran abrazo en masa.
Luego, se juntas llaves para un gran "monumento al abrazado-reconciliado-pacificado- pueblo argentino2.
Digo ¿no se les cae una propuesta mas o menos realizable?.
Querido Amigo: el Altar a la Patria lo quizo hacer López Rega con la anuencia de Perón. Boludo ¿quién habla de abrazos, monumentos, etc.? Estoy podrido de vivir en la desunión y en la pobreza... no quiero màs justicia social. Quiero PAZ, TRABAJO Y LIBERTAD!
ENTENDISTE? O VAS A SEGUIR SANGRANDO? PORQUE ME PARECEN QUE AL QUE LE ROMPIERON EL ORTO SOS VOS!
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