sábado, 13 de febrero de 2010

Entre todos... ni uno


Por alguna razón, las democracias de esta parte del continente Americano, han hecho de la seguridad una mala palabra. Queriendo o sin querer, han caído en la trampa de un populismo tan brutal, que se come a sí mismo…

Foto: Gualeguay 21 (Norman Robson)

Nuestros políticos, embanderados en un “progresismo” pelotudo (sí, así como lo escribo: progresismo entre comillas, y pelotudo por convicción), creen que poner orden en una sociedad, es algo malo. Nuestros funcionarios escuchan la palabra “reprimir”, y exclaman jaculatorias rococó a los cuatro vientos, como si hubieran escuchado el fin de los tiempos.
Unos amigos estuvieron hace poco tiempo en la ciudad de Nueva York. Esa misma ciudad donde hasta hace unos años era imposible transitar de noche.
Hoy, en las calles de Nueva York la gente anda sin miedo. Mire usted qué cosa tan obvia no!!!. Uno vuelve de los espectáculos por la noche, y cruza plazas y parques y todo es tranquilidad. La gente vive tranquila, y los turistas creen estar en el paraíso.
Después de 15 años, comenta mi amigo, pude salir con el reloj que heredé de mi viejo sin pensar que me iban a cortar el brazo para robármelo.
Pero eso es allá, en esa tierra gringa que nosotros aborrecemos. Acá no. Todavía los de por aquí andamos con el manual de zonzeras de Jauretche bajo el brazo, que es para nuestra izquierda, un gurú del cipayismo digno del bronce eterno. Pobres gringos, no saben lo que se pierden…. Miren: Viernes 12 de febrero. Noche. Retiro.
La principal terminal de colectivos de la Argentina, convive desde hace décadas con el mayor asentamiento ilegal de la Argentina: La Villa 31. Pues este viernes, tras un apagón generalizado, los habitantes de la Villa 31 bloquearon dos horas la entrada y la salida de colectivos de larga distancia… “hasta que no nos den luz, acá no pasa nadie”
Es curioso, porque a escasos cien metros del lugar del atropello, se encuentra el edificio Centinela, sede de la Gendarmería Nacional…
Unos turistas brasileros bailan en un rincón de la terminal matizando la espera. Uno de ellos tiene una remera con la bandera de Brasil. “Orden y Progreso“, dice la bandera y yo me quedo pensando en la sabiduría de la sentencia.
Orden para que hay progreso. Paz, para que podamos vivir en libertad. Dos más dos cuatro. Hace un mes, un devastador terremoto sacudió la capital de Haití, y en unos minutos enterró vivos a más de 150.000 personas.
Tras aquél atroz terremoto, los países como el nuestro enviaron rápidamente ayuda humanitaria. El gobierno de Bolivia, en una sobreactuación populista, envió la ayuda humanitaria en manos del Vicepresidente y su esposa quienes, con sus mejores galas, posaron para la foto, dejaron los bártulos... Y huyeron la vuelta.
Estados Unidos en cambio, con otra concepción de las cosas, además de ayuda humanitaria, envió más soldados. Sí… soldados!!. Bueno, no deben haber leído a Jaretche!! Y ante esta actitud, los países de la izquierda “latinomaricona” pusieron el grito en el cielo. “Quieren adueñarse de Haití”.
Distintas concepciones de modelo social. Ellos creen en el orden. Nosotros, le tenemos miedo. Ellos viven tranquilos. Nosotros, vivimos con miedo en medio del caos. Ellos creen que ante la catástrofe, es necesario poner orden y organizar las tareas humanitarias con seguridad. Nosotros, preferimos tirar la comida desde un helicóptero, y que el pueblo se las arregle como pueda allá abajo...
Y lamentablemente, esta concepción culposa del orden ha calado hondo en la dirigencia política argentina.
No sé por qué razón. Tampoco sé si las razones son muchas, si son fundadas o no. Pero lo cierto es que al instalarme en el corso de Gualeguay el sábado pasado, me enteré que los organizadores de la fiesta habían decidido no contratar policías para la seguridad. A falta de autoridad competente en la materia, sí me encontré con un nutrido grupo de patovicas con sobredosis de esteroides y anabólicos, enfundados en remeras azules con una inscripción que sonaba a risa: Seguridad.
Contra los alambrados, un grupo de gente de a caballo, tenía la improbable misión de vigilar a los “colados”, mirando las comparsas.
Al promediar el desfile de las comparsas, llega mi hijo corriendo hasta la mesa donde yo estaba sentado. Me cuenta que en la tribuna donde él estaba, había una batalla campal. Se queda con nosotros. Los incidentes se generalizan. Chicos y no tan chicos, arremolinados bajo los palcos en una pelea de todos contra todos, Botellazos, palazos, puntazos. Patadas en la cabeza, mujeres agarrándose de los pelos. Un chiquilín revolea un palo, y le parte la cabeza a un muchachón que peleaba con un tercero. El descontrol. La gente con miedo, huye. Y los patovicas, cruzados de brazos, para no destrabarse quizás. Cuando vieron la magnitud de los desmanes, y la desmesurada violencia de “nuestros niños”, huyeron con rumbo desconocido.
El sábado pasado, sólo de milagro no murió nadie en el Corsódromo de Gualeguay.
Lo bueno de llegar a la función pública, además de las mieles de la alfombra roja claro, es que uno desde allí puede tomar decisiones para hacer una sociedad mejor. Desde la función pública, uno tiene en sus manos la maravillosa oportunidad de encauzar un proyecto. Pero ese lugar, conlleva también la responsabilidad del cargo.
Por eso indigna la capacidad de ciertos funcionarios para sacarse rápidamente la responsabilidad de encima. Para ellos, siempre la culpa es de otro.
El intendente Erro estaba esa noche en el corso que organiza la Municipalidad. Y sobre los desmanes dijo: "Consideramos que es un hecho que no es casual, que fue protagonizado por gente de la ciudad y de otros lados y a nuestro criterio las fuerzas policiales no actuaron como era correspondiente y por ello nos reunimos con la autoridad". Pucha!!, me hubiera gustado escucharlo haciéndose cargo de las cosas.
¡Hay que hacerse cargo!. Uno puede tener la convicción de no creer en el poder de la policía. Puede creer que el uso de la fuerza no es bueno para desalentar a la delincuencia. Uno puede estar convencido que un policía uniformado en un corso, es un elemento “fascista” que hace mal a las cabecitas inmaculadas de nuestros niños. Pero luego, uno debe hacerse responsable de las consecuencias.
Coincido con el Intendente en algo. Esos hechos de violencia no fueron casuales. Obvio que no. Durante seis horas las cantinas vendieron alcohol a discreción a cuanto menor llegó con un billete de diez en la mano. El licor de melón con energizante volaba de mano en mano en chicos de 15 años. La cerveza ni hablar. Al promediar la fiesta del carnaval, dejaron entrar a toda la gente que estaba sin entrada pugnando en la puerta. Ni un solo policía en todo el corso… ¡claro que la violencia no fue casual!.
La generamos entre todos. Autoridades pusilánimes, padres y madres despreocupados, chicos perdidos por el vicio del alcohol, comerciantes inescrupulosos, y un Estado que siempre está ausente… muchas veces por conveniencia.
El escudo de los Estados Unidos de Norteamérica, reza unas palabras que a mí me gustan tanto como el “Orden y Progreso” de la bandera de Brasil.
Dice así: “E Pluribus, Unum”. En Latín significa: De varios… uno.
Me da bronca ver cómo, por estos lados… de entre todos, no hacemos ni uno.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Según tengo entendido la Municipalidad de Gualeguay es la encargada de la organización de la 'Fiesta del Carnaval', la seguridad dentro del corsódromo es de su responsabilidad y fuera de sus límites la responsabilidad de la seguridad es de la Policía de la Provincia de Entre Ríos.

Me parece que el Intendente debió hacerse cargo del problema, es una muestra más que hay que modificar la ley. Los Jefes Comunales deben tener toda la RESPONSABILIDAD de velar y proteger a sus conciudadanos en su jurisdicción. Tienen que tener autoridad sobre la Policía local. Si no se la pasan hechando la culpa unos a otros y nadie se ocupa de la seguridad de la gente.

Anónimo dijo...

Según tengo entendido la Municipalidad de Gualeguay es la encargada de la organización de la 'Fiesta del Carnaval', la seguridad dentro del corsódromo es de su responsabilidad y fuera de sus límites la responsabilidad de la seguridad es de la Policía de la Provincia de Entre Ríos.

Me parece que el Intendente debió hacerse cargo del problema, es una muestra más que hay que modificar la ley. Los Jefes Comunales deben tener toda la RESPONSABILIDAD de velar y proteger a sus conciudadanos en su jurisdicción. Tienen que tener autoridad sobre la Policía local. Si no se la pasan hechando la culpa unos a otros y nadie se ocupa de la seguridad de la gente.

Anónimo dijo...

El Portal Oficial de Turismo de Entre Ríos, cuando menciona a la Ciudad de Gualeguay dice: “Tras el verano embellecido y coloreado por el ritmo del Carnaval, la Ciudad de la Cordialidad cautiva con su apacibilidad cotidiana, atraída hacia el centro cívico o desplazada hacia las afueras donde las estancias se brindan encantadas a la alternativa de turismo rural. Los deportes náuticos y terrestres completan la propuesta”.

¿Cómo la podemos denominar la Ciudad de la Cordialidad, si en la Fiesta Popular más importante de la misma, dos barrios se pelean como si vivieran en pie de guerra?

¿Esa es la imagen que deseamos dar a las personas que nos visitan?

A esa pelea hay que sumarle los muchos hechos delictivos contra la propiedad privada, especialmente cuando los dueños de casa se ausentan de la misma y al regresar se encuentran con la desagradable visión de la casa violada y robada.

Señor Intendente póngase la pilas y pelee para que se reforme la ley provincial que regula la seguridad y que se deje cláramente establecido que el Intendente Municipal también es responsable de la "seguridad de sus ciudadanos dentro de la jurisdicción de su municipio" y que se le otorgue el poder de conducción de la policía en su jurisdicción municipal.

Anónimo dijo...

Si en particular hablamos de la ciudad de New York, se conocen algunas frases populares que contribuyen al marketing de la ciudad:

• I Love New York (Yo amo a New York)
• The Big Apple (La Gran Manzana)
• Zero Tolerance (Tolerancia Cero)
Hace veinte años, caminar de noche por las calles de Manhattan era más que peligroso. La combinación de vandalismo juvenil, epidemia de crack y corrupción policial arrojaba cifras alarmantes: seis asesinatos, ocho violaciones y otros 410 delitos violentos por día acaparaban las tapas de diarios, que titulaban "La Gran Manzana... podrida".

Hoy Nueva York está mucho mejor y basta un paseo nocturno por alguno de sus barrios para entender por qué ahora es considerada la ciudad más segura de los Estados Unidos. La razón principal de la transformación radical de esta metrópoli de ocho millones de habitantes fue la aplicación de la política de seguridad conocida como "tolerancia cero".

Con ese concepto como vector ideológico se bajó el índice criminal el 77% entre 1990 y 2007, por lo que esa ciudad ya es considerada en el mundo un paradigma en la lucha contra el delito urbano.

El modelo impulsado en 1994 por el entonces alcalde de la ciudad, el republicano Rudolph Giuliani, se basó en una serie de medidas simples: se puso énfasis en la prevención de crímenes, se multiplicó la presencia de policías en las calles, se restableció el vínculo entre la fuerza y la comunidad y se puso especial énfasis en prevenir y perseguir determinadas contravenciones graves o delitos menores, como pintar graffiti, saltar los molinetes de los subtes o beber alcohol en la vía pública.

Esta última medida estuvo inspirada en la teoría de las "ventanas rotas", del profesor de la Universidad de Harvard James Q. Wilson, quien expuso la idea de que si en un edificio abandonado hay una ventana rota y no es arreglada rápidamente, los vecinos apedrearán el resto de las ventanas y, eventualmente, será destruida la propiedad entera.

"La policía debe sancionar todas las infracciones, por más insignificantes que parezcan, porque la sumatoria de esas pequeñas faltas crea un clima de desorden e inseguridad que favorece la irrupción del delito", explicó a durante su última visita a la Argentina el entonces jefe de policía de Nueva York, William Bratton.