sábado, 11 de abril de 2009

PAREDÓN...Y DESPUÉS

“…Nostalgia de las cosas que han pasado, arena que la vida se llevó, pesadumbre del barrio que ha cambiado - y amargura del sueño que murió…”
(Sur - Homero Manzi)

Que no los espante la palabra paredón… no voy a hablar de esos fusilamientos que aquellos que se las saben todas, recuerdan solo cuando les conviene olvidar cosas peores. Nada de eso.
En realidad, tampoco es un paredón de lo que voy a hablar. De lo que voy a hablar es apenas de un muro… sí, un muro. Porque en esas anduvo esta Argentina de urgencias banales esta semana. En un muro.
Y sé que no hace falta que le explique a nadie de qué muro hablo.
Todos los medios llenaron su cupo de Muro por estos días. Hablaron mucho. Hicieron hablar demasiado. Preguntaron lo obvio. Preguntaron lo incontestable. Y preguntaron lo insoportable. Agotaron las metáforas. Hurgaron en las miserias que los argentinos nos sabemos de memoria. Y avivaron, cual “Nerones” con Micrófonos, los rencores brasas que anidan en la sociedad de la trágica desigualdad.
El muro. Un muro. Un murito en realidad. Pero basta eso, tan solo un murito para que la necesidad verbo trágica de los argentinos se lance desbocada de manera imbécil a compararlo con el Muro de Berlín, caído en desgracia hace exactamente 20 años. O con el muro de Gaza, que separa violentos odios ancestrales. O con el muro que Estados Unidos construye sobre la frontera con México… y hasta algún trasnochado insinuó ver en el murito de San Isidro, el principio de una gran Muralla China.
No se ría, que todo esto escuché en estos días. Sin embargo, el muro bonaerense que no fue, era en realidad un modesto murito de dos cuadras y media. Esa fue la tragedia que nos inventaron a los argentinos esta semana.
Gustavo Posse es intendente de San Isidro y es hijo del fallecido caudillo radical Melchor Posse. San Isidro es uno de los municipios a los que la inseguridad tiene acorralado a tiro limpio desde hace varios meses. Para que usted me entienda mejor, le diré que, después de la arenera de Paso de Alonso, San Isidro debe ser una de las zonas más golpeadas por la inseguridad en Argentina.
Posse decidió entonces, de común acuerdo con un grupo de vecinos acosados por los robos violentos en la zona, levantar un pequeño muro y una reja a lo largo de 250 metros sobre la peligrosa Avenida Uruguay… por la que es imposible pasar de noche sin que a uno le roben. ¡Qué ingenuidad la de don Posse!, no prever de lo que es capaz la política argentina. Qué inocencia la de don Posse, no entrever de lo que son capaces sus colegas, los políticos de Argentina, en épocas de campaña electoral.
En campaña, los políticos de Argentina son capaces de teorizar hasta sobre las consecuencias del potus en la desigualdad social.
La reina Cristina, que venía ahíta de ínfulas europeas, puso cara de horror al escuchar la noticia. “Es una involución”, dijo con gesto adusto.
“El muro… es una involución”, tuvo que aclarar Cristina, pues la Argentina del miedo pensó que cuando la presidentA hablaba de “involución”, se refería a la fastuosa epidemia de dengue desatada con furia en la Argentina del bicentenario, de la redistribución sin igual en la historia, y de la abundancia quejosa.
Y así, la voz de Cristina habilitó los comentarios de todos.
El jefe de gabinete, la Iglesia a través de vocero ad hoc, el gobernador Scioli, alguno de todos los Fernández que ostenta el gobierno… medio mundo pudo explayarse en la reflexión sobre la tragicomedia del muro.
No pienso transcribir aquí cada una de las declaraciones que sobre el muro hicieron los distintos personajes. Así que me apropiaré de los renglones que me quedan, para reflexionar con fastidio sobre el muro. Para echar allí mis quejas.
MUROS QUE NO SE VEN
Hay muros y muros. Hay muros que efectivamente dividen. Que separan. Que marcan claramente a los de allá, para diferenciarlos inequívocamente de los de acá. Muros empeñados en delimitar entre buenos y malos. Entre ustedes y nosotros. Entre éstos, y aquellos. Entre los de acá y los de allá.
Pero ojo, pues también hay muros que contienen. Que contienen lo de allá, para que al derramarse sobre el acá, no produzca un caos.
Y el muro que contiene es otro muro, no es el muro que divide.
Yo creo que la diferencia entre los muros no está en los muros, sino en la forma de mirarlos. En la forma de ver los muros. Y digo en la forma de ver, y no en las formas de decir. Que es muy distinto.
Porque curiosamente, muchos de los que esta semana levantaron la voz en contra de un muro que divide, son los mismos que permanentemente están levantando muros que dividen. No, no es un juego de palabras.
Estoy convencido que estos muros, los muros que se ven. Los muros de cemento que intentan separar, dividir o contener. Los muros concretos de concreto que intentan marcar la línea entre nosotros y los otros. Son los muros menos peligrosos. Los muros que se ven, son los muros más fáciles de tirar abajo. Sobre todo en Argentina. Lo hemos visto claramente esta semana. Solo se necesitan un par de piqueteros pagos, un dirigente camionero que grite ¡¡áura!!, una veintena de chicos que piquen los despojos de muro ante las cámaras… y una policía impávida que mire cómplice. Así pasó con el muro de San Isidro. En dos días lo hicieron polvo. Así que no nos engañemos, esos muros no son muros peligros. Ni para nosotros y para los otros. Ni para éstos ni para aquellos. Ni para los de acá ni para los de allá. Esos muros son muritos que caen por su propio peso.
Los muros difíciles son los otros. Los muros que no se ven. Esos que por todos lados han ido levantando durante años, los mismos que ahora critican el murito enclenque de dos cuadras y media sobre la Avenida Uruguay entre San Isidro y San Fernando. Los verdaderos muros insalvables para la Argentina, son los muros inmensos de intolerancia que durante años han ido construyendo y hemos ido dejando construir.
Son los muros enormes de intolerancia que nos separan definitivamente entre nosotros. Son los muros insalvables que no se ven. Que están metidos adentro nuestro. Y que ante la menor disidencia, salen veloces a gritar el desencuentro.
Son los muros que cada uno de nosotros levantamos para dividir. Son los muros enormes e invisibles que no nos dejan pasar, y con los que no los dejamos pasar.
Uf… esos son los muros enormes y peligrosos. Los que nos dividen para siempre. Los que nos separan irremediablemente.
¿Los siente?, están junto a nosotros. Los tenemos en nuestras narices. Y en Argentina están más altos y más fuertes que nunca. Tan altos y tan fuertes y tan definitivos están, que hasta nos han emboscado el futuro. Me apena ver tan fuertes los muros invisibles que nos separan irremediablemente entre nosotros.
Y me desespera… ver la pasividad con que nos hemos resignado.

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