jueves, 2 de abril de 2009

2 de abril...tras su manto de neblina

Es uno de los días de mi historia en que no debo esforzarme para recordar: 2 de abril de 1982. Me levanté rezongando la rutina escolar. Hacía frío y amanecía despacio. En la mesa de la cocina estaban mamá y papá esperando para el desayuno. Y cuando papá estaba para el desayuno, pasaba algo. Y fue mi viejo el que me dio la noticia: "Acaban de recuperar las Malvinas". Desde mis 16 años, pensé que eso era una buena noticia, pero papá intentaba hacerme entrar en razones: "Estamos en guerra", dijo con una preocupación que le quebraba la garganta. Pero es lejos, contesté queriendo hacerme el gracioso. Pero la gracia se me acabó cuando el viejo, más serio aún, tiró la bomba sobre la mesa: "Esto termina mal, y si los ingleses pisan el continente, me voy de voluntario". Más, a pesar de la severidad y del gesto adusto de mi viejo, y a pesar de que esa mañana, Humberto Vico nos reunió a todos en el patio de la Escuela de Comercio para darnos la noticia y hacer un poco de historia, yo nunca tomé conciencia de la guerra, sino hasta mucho después. La guerra era lejos, y yo tenía mis urgencias: las de la adolescencia. Yo jamás imaginé que los ingleses se iban a molestar en venir a recuperar un territorio tan lejano y, mucho menos, que podían desembarcar en el continente. Así que seguía las noticias con idéntico entusiasmo como seguía el mundial de fútbol de España. Fue mucho después que tomé conciencia. Seiscientos muertos después.No es mi intención juzgar. Ni mucho menos escribir la trama secreta sobre la verdadera historia de semejante imbecilidad del General Galtieri, el Brigadier General Basilio Lami Dozo y el Almirante Anaya. Además, nunca pude desentrañar la trama política de tamaña locura. Y en lo estrictamente militar, el Informe del General Benjamín Rattenbach me resultó lo suficientemente claro, como para que yo agregue algún comentario de oído sobre temas complejos, como el arte militar de la guerra.Tampoco es mi intención, si quiera, juzgar el dolor ajeno, al que respeto como propio cuando es dolor sincero y no intenta sacar ventajas. No tengo la estatura moral como para juzgar la conducta de ninguno de los que sufrieron esa guerra con carne propia.Tampoco seré tan necio como para conjeturar las actitudes de ninguno de los que estuvieron en pleno invierno metidos en una trinchera con los pies congelados y bajo una lluvia de balas y bombas. Pero sí tengo el derecho, y las ganas, de señalar a quienes lucran mintiendo y degradando el honor de nuestros héroes.
Todo ocurrió, al decir de Borges... "en unas islas demasiado famosas, y cada uno de los dos fue Caín, y cada uno, Abel. La nieve y la corrupción los conocen. El hecho que refiero, pasó en un tiempo que no podemos entender".

Mi admiración, mi recuerdo, mis respetos y mis plegaras hoy, a todos los veteranos de Malvinas. A todos.

Cada uno, ha sido un pequeño gran héroe.

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