LA ARGENTINA DEL REBUSQUE
Tomo el tren para ir a Retiro. Me acomodo en un lugar cerca de la puerta. El tren arranca, y varias personas viajan en el estribo con medio cuerpo afuera. Normal.
“Llevan marca llevan calidad”… grita el primer vendedor ambulante de la decena que escucharé en los próximos 20 minutos de viaje. El tipo ofrece un pack de seis alfajores de una marca conocida, a un precio irrisorio. En retiro, miles de puestos callejeros se han adueñado de la vereda, y la gente tiene (tenemos) que caminar por la calle. En los puestos, se venden remeras de marcas conocidas por 15 pesos. Zapatillas de marca alemana por 50, y relojes “suizos” por 30 pesos. Sobre las vías, dos personas han colocado una parrilla. Un tacho de doscientos litros cortado al medio y dos caballetes de metal, es toda la estructura que necesitan para instalar un comercio en la vía pública. Allí venden alimentos al paso sin ningún tipo de control. Tres hombres fornidos y transpirados, cada uno con una media res al hombro, me cortan el paso apurado hacia la terminal. Bajan la mercadería de una camioneta desvencijada hacia una de las parrillas que tiene como menú del día “Porción de vacío con papas: $ 10 pesos” “Hamburguesa completa: $ 6”. Sonrío al ver el cartel de las ofertas y ser testigo del “cuidado” en el traslado de los alimentos… el síndrome urémico hemolítico en Argentina, parece, siempre lo adquiere uno en una cadena internacional de hamburguesas. Nunca, en estos bolichones de mala muerte.
En casi media hora de viaje, me he cruzado con cien ofertas de procedencia dudosa. Y me he codeado con cien delitos o contravenciones que nadie cuestiona. Es la Argentina informal que se nos hizo carne. Que se nos quedó pegada.
Varias veces, lo confieso, me tenté con estas ofertas dudosas, aún sabiendo que compraba algo trucho. Y siempre me han corrido con esta frase: “Lo barato sale caro”.
Pero se sabe que la necesidad tiene cara de hereje. Que en épocas de crisis, la gente huye despavorida de la avenida de la calidad, por el oscuro callejón de los precios. En épocas difíciles, ahí donde los precios son más bajos, ahí se agolpa la gente.
Y está también el rebusque de los “buscavidas”, que saben aquerenciarse en ese valle enorme de la Argentina informal.
“Lleva precio lleva calidad”, con esta frase digna de un manual básico de teoría económica, los vendedores ambulantes vociferan sus ofertas.
En los trenes, en los colectivos, en las veredas atestadas de Retiro, Constitución, Flores y los cien barrios porteños, todos los días un batallón inagotable de vendedores, ofrece una cantidad impresionante de cosas a dos pesos con cincuenta. “Lleva precio lleva calidad”…
Pero no solo la Capital Federal tiene el monopolio de las ofertas a dos con cincuenta. A lo largo de toda la Argentina florecen miles y miles de ferias donde se vociferan las mismas cosas. Donde se venden las mismas truchadas.
Así como en los ochenta florecieron los locales de “Todo por 2 pesos” con baratijas chinas, y en los finales de los noventa florecieron los efímeros clubes del trueque, hoy, las estrellas nacionales son las grandes ferias de lo trucho.
No creo que haga falta explicarle a ningún argentino lo que significa la palabra trucho.
La salada, la saladita, las ferias, los “boli Shopping”… llámelo como quiera. Lo cierto es que en todas la provincias de Argentina, estas ferias venden millones de pesos en cosas truchas.
Es increíble que un pantalón que en un negocio cualquiera cuesta 100 pesos, uno pueda conseguirlo en estas ferias por solo 15 pesos. Que una remera de primera marca que normalmente cuesta 80 pesos, pueda conseguirse por 15 en una feria tipo la salada.
Cada semana, miles y miles de colectivos llegan con cientos de miles de personas hasta la feria de La Salada en la provincia de Buenos Aires a comprar a diez, lo que en otros lados se vende a cien. Un negocio redondo!!… y millonario. De hecho, mucho de lo que vemos en las vidrieras de los comercios del país a precios irrisorios, provienen de allí.
Recorriendo las ferias, uno se da cuenta que las marcas de las prendas que se venden, están truchadas. Uno se da cuenta que una zapatilla de una marca internacional reconocida, no puede valer 60 pesos. Uno sabe que allí se está cometiendo un delito. Pero como todo, en esta parte del continente y del mundo… ciertos delitos se van haciendo carne. Se van institucionalizando.
Los argentinos en general nos acostumbramos muy fácil, muy rápido a la ilegalidad. Y así lo ilegal se hace corriente… y se nos hace carne.
INVERTIR LOS ROLES
Claro que esto de lo que es barato y lo que es caro, es muy relativo. Incluso para dos personas de un mismo nivel económico y social, un mismo producto o servicio le puede parecer caro a uno, o barato al otro. Es muy subjetivo.
Es que es fácil decir esto es caro, o esto es barato cuando a uno le imponen un precio.
Lo que resulta difícil es tener que ponerle un precio justo a lo que uno compra.
Por eso me llamó la atención enterarme que un restaurante de Gualeguay anunciaba una propuesta novedosa: “Menú pague a voluntad”.
Como el restaurante lo anunciaba para “el día de los enamorados”, que el almanaque comercial asume el 14 de febrero, el mismísimo 15 me puse en contacto con los encargados del restaurante para ver cómo había reaccionado la gente.
Quien me lo explicó es Roberto, que está a cargo de la concesión del restaurante en cuestión, ubicado en el Parque Intendente Quintana.
“Así es, para el sábado 14 de febrero pasado propusimos una oferta gastronómica innovadora, aprovechando el día de los enamorados, lanzamos el “Menú: Pague a voluntad”. La propuesta era que fuera el cliente el que pusiera el precio de lo que había consumido. Y dio muy buen resultado. El restaurante estaba lleno... Indudablemente, la curiosidad atrajo a más de uno. Así que lo mantenemos hasta finales de febrero”.
Pero mi curiosidad iba hacia otro lado, yo quería saber cómo había reaccionado la gente, tan acostumbrada a sentenciar frases rápidas y subjetivas como “es muy caro”… o “es re barato”, al tener que poner ella misma el precio de lo que consumía.
Roberto me saca de la duda: “Yo destaco que, de quienes participaron de la primera prueba, muy pocos “avivados” se aprovecharon de la oferta y pagaron un precio muy bajo. La gran mayoría de los asistentes abonaron una suma razonable, muy cercana al valor del menú a la carta. Y los avivados, fueron todos gente de paso y no de Gualeguay, lo que habla muy bien de la educación y honestidad de nuestros conciudadanos... ”
Los encargados del restaurante del Parque Quintana, han decidido invertir los roles con esta propuesta novedosa: El precio lo pone usted. Lo interesante de este caso testigo, es saber que cuando se invierten los roles, los clientes suelen coincidir en el precio de los productos. Y solo la minoría saca esa “ventaja” tan de “nosotros.”
Uf… alivia saber que no todo está perdido.
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