OPINIÓN
El lugar inadecuado
Con Martín Gras, el subsecretario de Derechos Humanos, nos separan el menemismo, sus políticas, su corrupción y, sobre todo, sus indultos.
Susana Viau
Crítica Digital
Con sumo interés seguí la conferencia de prensa en la que el secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde, anunció la presentación de un recurso extraordinario ante la Corte para apelar la libertad de 20 asesinos de la Armada. El secretario de Derechos Humanos aseguró, además, que pedirá al Consejo de la Magistratura el juicio político para los miembros de casación que dispusieron las excarcelaciones, un humor que comparte con el consejero Carlos Kunkel, el mismo que teje y desteje componendas electorales con Aldo Rico. Duhalde habló de su indignación y de la indignación que la medida había provocado en la Presidenta. En verdad, conozco a Eduardo Duhalde desde hace 40 años y sé que estas cuestiones lo preocupan incluso desde antes. No me ocurre lo mismo con Cristina Fernández –ni con su marido, Néstor Kirchner–, de cuya resistencia a los crímenes de la dictadura no tengo noticia alguna. Claro que eso no indica nada: el mundo es ancho y ellos estaban muy lejos, en el Sur, abocados a la imperiosa necesidad de ganarse la vida, aunque fuera al amparo de la l.050.Pero no fueron Eduardo Luis Duhalde ni sus menciones al sublevado ánimo presidencial los que me sorprendieron, sino que quien lo flanqueara fuera el subsecretario del área, Martín Gras. También conozco a Martín Gras, de Madrid, del exilio y de la relación con su familia, a la que siempre recuerdo con emoción. Gras es un sobreviviente de la ESMA y fuimos amigos, pese a (o quizás por) la sinceridad descarnada con que abordamos lo ocurrido en esos tiempos tremendos. Fue al regresar que dejamos de ser amigos. Nos separaron el menemismo, sus políticas, su corrupción y, por sobre todo, sus indultos. Martín fue funcionario del gobierno “neoliberal” que los dictó. “Yo soy peronista y el peronismo tiene jefes. Menem es el jefe hoy y yo soy un soldado”, dijo más o menos en la entrevista periodística que le hizo Viviana Gorbato. Una declaración desagradable y franca. Punto y final. Ni siquiera lo discutimos, sencillamente, no hablamos nunca más. Y ésa es la razón de estas líneas que no hubiera querido escribir, que hubiera preferido que escribiera otro: Martín no es franco ahora. No ignora que las decisiones que tomó entonces respecto del perdón de los genocidas tienen un precio; lo inhabilitan para tirar hoy la primera piedra sobre los jueces que firmaron las excarcelaciones. Martín sabe que no estaba ayer en el lugar adecuado. Y Eduardo Duhalde lo sabe también.
1 comentario:
Seguí sangrando por la herida del orto.
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