lunes, 18 de agosto de 2008

ECHANDO DE MENOS A MARK SPITZ...


DE UN “SEPTIEMBRE NEGRO”, A UN AGOSTO MARAVILLOSO

Mark Spitz, siete veces oro olímpico en Munich 1972

“Es curioso. Voy a contar un secreto. Siempre se cumple. En un final ajustado, el primero que levanta la mirada para ver el marcador, ése es el que ha ganado. El marcador no refleja automáticamente quién vence. Aunque sea por milésimas, esa secuencia de quién mira primero el marcador marca quién fue el vencedor”.
(Mark Siptz)



No me diga que no lo hizo. Sí, yo también caí en la tentación tras tantas horas de programación desde China, y puse mi nombre en el traductor: 吉列米娜.
Si hasta en el barrio, el dueño del supermercado chino se ha convertido en un referente, y es centro de consulta permanente. La gente le compra algo, y mientras tanto se despacha con miles de preguntas sobre las costumbres y las ciudades chinas. “Yo no chino, yo Taiwán”, contesta el oriental, pero nadie escucha. Además, que no nos venga con ese cuento chino de que Taiwán no es China.
Hay toda una fiebre comprensible por esto de los juegos Olímpicos. La gente en los bares mira una lucha de Judo, como si fuera la final del Campeonato Mundial de fútbol. Aunque no entienda nada de los koka, los yuko, los wazari o el ipón. No importa, lo importante es ver, entender es lo de menos. Por estos días en que los Juegos Olímpicos lo inundan todo, todos miramos con ansiedad deportes que no entendemos. Y mucho tiene que ver con esto de no entender, el que los medios de comunicación no se hayan empeñado en difundirlos.
Creo que lo bueno que tienen este tipo de eventos, es eso de que la gente pueda ver disciplinas deportivas que nunca antes había visto. Es más, hay chicos que ni siquiera sabían que existían.
Y para eso, antes, estaban los clubes de barrio. Allí uno se encontraba con el deporte y se empapaba en lo social. Social y Deportivo, rezaban orgullosos los carteles de aquellos clubes de barrio. Mucho de eso también se ha perdido a manos de la plaza, o de alguna esquina de charlas y cerveza. Lástima.

De chico, mi club de barrio se llamaba Red Star. Quedaba a dos cuadras de mi casa en la ciudad de San Lorenzo. Red Star, además de un nombre pomposo, tenía la extraña inquietud de esmerarse en deportes no muy tradicionales. Si bien en el club hacíamos básket, fútbol y volley; la natación, el water polo, el jockey sobre patines, el patinaje artístico y el judo, eran las disciplinas estrellas.
Yo me dediqué al judo desde los 6 años con ese gran profesor que fue Angelluci. Practicábamos judo tres veces por semana, y siempre en horas de la noche. Y cuando digo de la importancia social y deportiva del club, no estoy diciendo una frase hecha.
La primera vez que entré a una clase de judo, entré con las piernas duras del miedo.
El Sensei, esto lo recuerdo exacto, cerró la pequeña puerta de hierro, y les gritó a nuestras madres…”gracias por confiarme estos nenes de mamá, yo se los voy a devolver hombres”. Yo creo que Angelluci dijo eso más para nosotros que para nuestras madres. También siempre recuerdo que antes de entrar a la clase de judo, desde las escaleras nos quedábamos viendo a los nadadores en la pileta gigante del club. Horas y horas en la pileta yendo y viniendo.
Por entonces, la estrella mundial de la natación era Mark Siptz, y aún puedo cerrar los ojos e imaginar perfectamente el póster que tenía en mi cuarto. Mark con los “brazo en jarra”, como decía Angelluci, con sus 7 medallas de oro colgadas en su cuello.
Ya se que muchos no tienen la menor idea de quién es Mark Spitz. Pero les digo algo, a todos los que durante estos días se están babeando (y con justa razón) cuando ven ganar tantas medallas al gran Michel Phels, que si Phels está ahora en el candelero mundial, es sólo porque en 1.972 existió Mark Spitz.
Mark Siptz es un nadador norteamericano de origen judío. Y, por esas cosas del destino, en las Olimpíadas de Munich de 1.972, ganó 7 medallas de oro en natación, y las 7 con récord mundial.
Y digo “por esas cosas del destino”, pues esos juegos olímpicos fueron muy especiales por la tragedia. Un grupo terrorista islámico autodenominado “septiembre negro” cometió un atentado donde murieron 11 integrantes de la delegación de Israel.
Y aunque esos juegos se hayan empañado con esa tragedia incomprensible, Mark Spitz logró su proeza y partió rápidamente a su país natal en medio de una enorme custodia.
Fue su segunda y última olimpíada. Antes había conseguido dos medallas de oro, una de plata y una de bronce. Luego se retiró. Tenía 22 años.
Hoy sábado, cuando Phels igualó su récord (Spitz está seguro que Phels ganará las ocho medallas doradas), una agencia de noticias los unió en el teléfono…Y ahí tomó vida nuevamente aquél gran atleta de mi póster. Ya no tiene su bigote enorme, y sus rulos se han encanecido, pero su sonrisa está intacta: “Estaba casi mareado de la emoción. "Me pareció lo más apropiado que ganase así. Yo gané una carrera por una centésima de segundo y no pienso devolver mi medalla. Estoy extasiado. Siempre me pregunté qué sentiría. Pero es como si me hubiesen sacado una enorme carga de encima. Alguien me dijo hace tiempo que a uno lo juzgan por la gente que lo rodea, y estoy contento de estar junto a Michael Phelps. Lo que hizo Michael me va a dar mucha más vida. Pero sigo siendo quien soy", dijo Spitz.
Pero, a diferencia de Phelps, quien ya gana unos 5 millones de dólares anuales, que pasarán a ser muchos más, Spitz no recibió un solo centavo por sus hazañas en la piscina olímpica. En esa época el profesionalismo estaba prohibido en los juegos olímpicos.

Nobleza obliga. No puedo terminar esta nota sin recordar a Emilio Chiozza y su empeño, desde el Centro de Educación Física, para inculcarnos muchas de las disciplinas olímpicas.
Con él aprendí a tirar una jabalina. Con él, mil veces intenté con poco éxito esas piruetas en la base para tirar el disco…o la bala. Todavía lo veo al gallego saltando altísimo con la garrocha. Al lolo volando en salto en alto. A Urteaga volar con su salto en largo, o a moncho hacer piruetas increíbles en las paralelas. Me parece que todo eso pasó ayer. Esas tardes eternas en el CEF, educándonos en lo que el deporte educa…la salud del cuerpo y del espíritu. Y alejándonos, de esas cosas que hoy nos lamentamos.

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