martes, 8 de julio de 2008

PAGINA 12 MIENTE

PRAVDA 12, EN EL MISMO AÑO...DOS MENTIRAS GROSERAS
(Nos lo hace notar, Horacio Zaratiegui h.)


Domingo, 24 de Febrero de 2008


Mayorga es el quinto detenido en la causa de la masacre de Trelew.
Es un veterano golpista del ‘55 y quien dio la orden de llevar a los guerrilleros rendidos a la base aérea, faltando a la promesa de retornarlos al penal
. Bocón, hostil, fue el almirante que propuso fusilar con Coca-Cola en un estadio.

Por Diego Martínez
El octogenario contraalmirante (R) Horacio Mayorga, que mañana declarará por su responsabilidad en la masacre de Trelew de 1972, es tal vez la última síntesis viva del golpismo militar y el terrorismo de Estado que caracterizó a la Armada durante la segunda mitad del siglo pasado. En 1955 participó del golpe contra Juan Perón. Durante la dictadura de Juan Carlos Onganía fue comandante de la Aviación Naval. Tras el fusilamiento en la base Almirante Zar justificó: “Se hizo lo que se tenía que hacer”. En 1973 anunció la formación de patotas clandestinas. En los ’80 fue el primer oficial naval en reconocer la aplicación de torturas en la ESMA. Defendió ante la autodenominada Justicia militar a símbolos de la barbarie y la cobardía como el almirante Rubén Chamorro y Alfredo Astiz. En 2003 fue sancionado por el almirante Jorge Godoy por criticar la política de derechos humanos del gobierno nacional. Sin embargo, el destino fue generoso con Mayorga: nunca debió dar explicaciones ante la Justicia.
El contraalmirante es el quinto marino preso en la causa por la masacre de Trelew. Fue detenido tarde el viernes. Ayer fue trasladado a Rawson. Quedó incomunicado. La noticia no lo sorprendió: días pasados faxeó al juez Hugo Sastre una nota en la que reconoció que el 15 de agosto de 1972, como comandante de la Aviación Naval, transmitió desde Puerto Belgrano la orden de trasladar a los guerrilleros que acababan de entregar sus armas a la base Zar y no al penal de Rawson, como la Armada había prometido.
No sólo se lo indagará por su rol en los secuestros. Reivindicó la masacre ante su tropa: “La Armada no asesina. No lo hizo, no lo hará nunca. Se hizo lo que se tenía que hacer. No hay que disculparse porque no hay culpa. No caben los complejos que otros tratan de crear. La muerte de seres humanos es siempre una desgracia. Estos muertos valen menos, en el orden humano, que el guardiacárcel Valenzuela (muerto en la fuga del 15 de agosto) y que los argentinos del orden público muertos en servicio”.
La de Trelew no fue su primera masacre. En 1955 era secretario del ministro de Marina. Justificó el bombardeo de la Plaza de Mayo: “Se buscaba un tratamiento de shock para evitar la reacción de la tropa civil peronista”. Admitió que “se sabía que iba a caer gente inocente pero mucha menos que en un ataque a toda la República”. “Todo lo arruinó el mal tiempo, la mala puntería y una rendición del enemigo que no se produjo nunca”, resumió. El 16 de junio, cuando aviones con el símbolo “Cristo Vence” bombardearon Plaza de Mayo y asesinaron a 364 civiles, Mayorga sí se rindió. Fue en el edificio del Ministerio de Marina, luego de tirotearse contra militares leales. “Temíamos que los ‘negros’ entraran y nos acuchillaran. Muchas veces pensamos: ‘Antes de que entre la turba y nos aplaste, me pego un tiro’. Yo tuve la pistola en la mano pero no me animé a hacerlo”, confesó. En el juicio por traición a la patria “nos defendimos diciendo que en realidad estábamos defendiendo a Perón. Era infantil nuestro argumento”, admitió. Se negó a firmar su propia declaración. Tuvo suerte: no fue fusilado sino liberado a los 20 días.
El 18 de junio de 1973, en su despedida como comandante de Aviación Naval y ante la inminente liberación de los presos políticos, anunció que “se están preparando bandas armadas clandestinas”. Dos días después fue la Masacre de Ezeiza y en noviembre hizo su aparición pública la Triple A. No hablaba de oídas.
En 1976 estaba retirado pero conservaba su ascendente sobre futuras celebridades. Años después dijo haber disentido con la conducción naval: “Habría que haber fusilado en River con Coca-Cola gratis y televisándolo. Yo no estaba de acuerdo con eso de trabajar por izquierda”, eufemismo para describir procedimientos clandestinos. El trabajo por izquierda no lo amilanó: se ofreció para defender ante la “Justicia militar” al director de la ESMA Rubén Chamorro y al valiente marino que se infiltró en Madres de Plaza de Mayo, Alfredo Astiz. ..






Domingo, 29 de Junio de 2008

Los estadios y la memoria colectiva

Por Gustavo Veiga
Entrar en una cancha de fútbol no siempre significó cumplir con un masivo ejercicio ritual: gritar un gol, sufrirlo o desgañitarse por una camiseta. En la Argentina y en otros países también, así como un estadio permite hoy organizar un partido por la memoria y mañana un recital o un acto proselitista, también puede perderse la vida. Nos lo recuerda Puerta 12, el documental de Pablo Tesoriere que acaba de estrenarse.
Pero en una cancha también se moría (se muere) por razones ajenas al fútbol: la alienación colectiva, la represión policial o la política de inseguridad deportiva.
En River nunca se produjeron los fusilamientos de militantes que proponía el almirante Horacio Zaratiegui (que sugería televisarlos y acompañarlos con un brindis posterior) porque el plan que se impuso fue otro.
A un puñado de cuadras del Monumental, en la ESMA, hubo cinco mil detenidos-desaparecidos, avenida de por medio con otro estadio de fútbol, más pequeño, el de Defensores de Belgrano. Ahí, una tribuna techada lleva el nombre de Marcos Zucker, hincha del club y militante montonero desaparecido. Una bandera de la memoria levantada frente a las paredes y las rejas del horror.
En América latina, el caso más emblemático de un escenario deportivo utilizado con fines represivos es el del Estadio Nacional de Santiago de Chile. La dictadura encabezada por Augusto Pinochet llegó a mantener en su perímetro hasta 7000 detenidos en un solo día, según denunció la Cruz Roja Internacional. También torturó y asesinó a hombres y mujeres, los hacinó en sus vestuarios y los mantuvo apuntados en sus tribunas después del golpe del 11 de septiembre de 1973.
La dictadura de Videla, Massera y Agosti no siguió la sugerencia de Zaratiegui
ni copió la forma de exponer a sus víctimas de Pinochet en una cancha. Sí se valió del Mundial 78 para disciplinar voluntades y tratar de difundir en el exterior una imagen beatífica. Y escogió los mismos grandes teatros de cemento que Hitler y Mussolini para tonificarse con respaldos masivos. Grandes estadios, como el Olímpico de Berlín, o el de Roma, donde el Führer y el Duce, como Videla en el Monumental, gastaron a cuenta de la popularidad que, generoso, suele ofrecer el deporte. Y en particular un deporte: el fútbol.

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