MISTERIO GOZOSO
“Quiero más una libertad peligrosa que una servidumbre tranquila.”
(Mariano Moreno)
Parece que hoy el Semanario está de festejo.
Si la sucesión de números naturales con la que han ido numerando los Semanarios no miente, la de hoy es la Edición número 500.
Mi historia con Gualeguay al Día es bastante particular. Hace muchos años, recuerdo, cansado de hablarle a las hojas, de protestar al aire luego de leer alguna nota, y de rezongar ante tantas opiniones ajenas que no compartía, me dije: “¿por qué no escribo yo, y que protesten los demás?”.
Claro, el punto era encontrar, en una ciudad tan “especial” como Gualeguay, un lugar donde escribir en libertad. No quiero decir con esto que Gualeguay sea una isla entre tantas otras ciudades, ni que sea una mancha negra en el mapa, sino que escribir en una ciudad donde todos nos conocemos, tiene sus desventajas concretas.
Y así, tras un paso fugaz por el lugar equivocado, de donde me fletaron muy diplomáticamente tras haber criticado a Montiel y sus bonos Federales (también yo, ¡criticar la quintaesencia de la caradurez!), recalé en el novísimo Gualeguay al Día.
Caminé una mañana gélida de invierno hacia el edificio de Radio Gualeguay, subí esa escalera interminable que amedrenta las tabas. Transité las maderas crujientes del primer piso hasta el despacho del Director. Y me presenté. Y me aceptaron.
Y así comencé a colaborar con Gualeguay al Día, hace muchos años…tantos, que ni siquiera los llevo contados.
Escribir lo que uno piensa en una ciudad como Gualeguay, aunque creo haberlo hecho siempre respetuosamente, ha sido para mí algo traumático.
Por escribir lo que pienso, muchos me han quitado el saludo (tal vez, creyendo que con eso, hacían algo importante), varias veces han molestado a mi familia, me han denunciado a la justicia, y hasta me han cruzado los autos con la promesa de matarme a trompadas. Gajes del oficio, decía mi abuelo.
Pero claro, lo que ninguno de todos los amedrentadores de turno sospecha, es que cuando uno hace lo que le gusta, está dispuesto a insistir, que es una manera de resistencia, hasta las últimas consecuencias. Calma, cuando digo “hasta las últimas consecuencias”, lo digo en sentido figurado y no literalmente, claro. Cuando uno hace lo que le gusta, no hay trompadas, ni apretadas, ni llamadas furtivas en la madrugada, que nos hagan desistir. Vocación, que le dicen.
En los primeros tiempos, ahora lo recuerdo con una sonrisa, varios me confundían con mi viejo. Por eso probé poniendo mi nombre completo, luego adosé mi número de documento, y como eso tampoco despejaba completamente las dudas de los lectores distraídos, tuve que poner una foto.
Lo de mi viejo, con quién compartí durante mucho tiempo las cosas que publicaba, fue algo especial. El estaba luchando contra esa enfermedad cruel que al final lo llevó a la tumba. Y la enfermedad le había concedido esa inteligencia definitiva de la última hora: preocuparse sólo por las cosas importantes. Él ya estaba de vuelta en un montón de cosas. El viejo se ofendía si yo no le enviaba primero la nota antes de publicarla. Todavía recuerdo sus caras mientras leía mis borradores. Su sonrisa, su ceño fruncido. Su “estás loco…te van a matar”. Y sus eternas correcciones de estilo. Pero yo, que soy dócil en todo, nací terco para la escritura. Y ni siquiera él lograba cambiarme una coma.
Sí, la verdad es que lo de mis viejos, los dos, fue algo especial. Ellos recibieron, estoicamente, la primera catarata de reproches e insultos sobre mí persona. “Che, decile a tu hijo que….” Y aún así, jamás me esbozaron siquiera un reproche. Como si los hubiese curado el espanto.
Es curioso, ahora recuerdo exactamente una charla con mi viejo, una noche de mutuo insomnio, en su habitación post operatoria del Hospital Británico. El no entendía cómo, personas que había admirado toda su vida por su inteligencia, insistían en llamarlo por teléfono, para que “le diga al nene que deje de escribir”. Si, el “nene” era yo, un semejante paparulo de treinta y tantos años. En fin…pero me estoy yendo de tema.
Lo que quería contar, es que luego de hablar con el Director del Semanario aquella mañana fría, caí entonces al Semanario con mis notas bajo el brazo. Allí conocí a la gente que hace cada domingo este Semanario. Gente joven con la pasión en estado puro. Gente joven con ganas, que han ido aprendiendo el oficio, a puro trabajo. Comprometidos, serios, capacitados. Con vocación. Ahí está la clave del éxito, creo.
Quien alguna vez haya visitado las entrañas del Semanario, “la cocina”, como se dice vulgarmente, habrá notado, sobre todo, eso. Vocación. Y cuando hay vocación, se nota.
La vocación es lo que hace que uno trabaje con pasión, aún contra la corriente. Aún cuando se lucha en lucha desigual contra un montón de contratiempos. La vocación es lo hace la notable diferencia, ella hace que uno encare el trabajo cada día, como si fuera la primera vez.
Todos saben que yo no vivo en Gualeguay. Sin embargo, eso nunca ha sido un impedimento para recalar cada domingo en esta página del Semanario. Y esta es, creo, otra clave del éxito del Semanario. La buena predisposición de quines lo piensan, y lo hacen y lo venden, para con la tecnología. Porque una cosa es alabar la tecnología, y otra cosa muy distinta es utilizarla. Imaginen. El Semanario Gualeguay al Día se puede leer cada semana en Internet. Es decir, cualquier gualeyo puede acceder por computadora, desde cualquier lugar del mundo, al último Semanario publicado. Imaginen, yo escribo mis notas desde mi casa, desde mi escritorio las envío por Internet. También por Internet se manda a imprimir el Semanario, y esa misma nota que yo envío el sábado a la tarde, usted puede leerla impresa el domingo temprano, sentado en el living de su casa.
Pero además de todo esto, está también la intuición de quienes arman el Semanario. El oficio, que agudiza el olfato por encontrar la tapa más interesante, y la nota que la gente busca, y la foto que todos quieren ver, y la noticia que la gente está esperando. Y la tolerancia militante de aceptar todas las opiniones. Pero de verdad.
Contrariamente a lo que uno podría creer, y a pesar de las limitaciones presupuestarias y técnicas, quien haya estado en algún cierre de Edición de Gualeguay al Día, una siesta de un sábado cualquiera, encontrará un ambiente distendido. Alegre. Feliz. Todos abocados al trabajo, pero con esa alegría que trasciende cuando uno está contento con lo que hace. Lo que decía. La vocación.
Nada es fruto de la casualidad. Y en algo tan sensible como lo es la opinión publicada, este Semanario ha sabido abrirse camino, y hacerse un lugar. A pesar de todo. A pesar de aquellos que lo han llamado “ese semanario de cuarta”, o “ese pasquín de porquería”. A pesar de todos aquellos que militaron en su contra, con argumentos infames.
Por eso, 500 domingos de hoy son algo grandioso. Porque es la victoria del esfuerzo y la elegía de la vocación por sobre todas las cosas. Y mientras la gente que hace Gualeguay al Día, mantenga ese “misterioso gozo” por su profesión, que trasciende sus páginas y le pone una especie de alma al Semanario…el Semanario seguirá siendo el referente periodístico indiscutido de cada domingo gualeyo.
Felicitaciones a sus mentores
Si la sucesión de números naturales con la que han ido numerando los Semanarios no miente, la de hoy es la Edición número 500.
Mi historia con Gualeguay al Día es bastante particular. Hace muchos años, recuerdo, cansado de hablarle a las hojas, de protestar al aire luego de leer alguna nota, y de rezongar ante tantas opiniones ajenas que no compartía, me dije: “¿por qué no escribo yo, y que protesten los demás?”.
Claro, el punto era encontrar, en una ciudad tan “especial” como Gualeguay, un lugar donde escribir en libertad. No quiero decir con esto que Gualeguay sea una isla entre tantas otras ciudades, ni que sea una mancha negra en el mapa, sino que escribir en una ciudad donde todos nos conocemos, tiene sus desventajas concretas.
Y así, tras un paso fugaz por el lugar equivocado, de donde me fletaron muy diplomáticamente tras haber criticado a Montiel y sus bonos Federales (también yo, ¡criticar la quintaesencia de la caradurez!), recalé en el novísimo Gualeguay al Día.
Caminé una mañana gélida de invierno hacia el edificio de Radio Gualeguay, subí esa escalera interminable que amedrenta las tabas. Transité las maderas crujientes del primer piso hasta el despacho del Director. Y me presenté. Y me aceptaron.
Y así comencé a colaborar con Gualeguay al Día, hace muchos años…tantos, que ni siquiera los llevo contados.
Escribir lo que uno piensa en una ciudad como Gualeguay, aunque creo haberlo hecho siempre respetuosamente, ha sido para mí algo traumático.
Por escribir lo que pienso, muchos me han quitado el saludo (tal vez, creyendo que con eso, hacían algo importante), varias veces han molestado a mi familia, me han denunciado a la justicia, y hasta me han cruzado los autos con la promesa de matarme a trompadas. Gajes del oficio, decía mi abuelo.
Pero claro, lo que ninguno de todos los amedrentadores de turno sospecha, es que cuando uno hace lo que le gusta, está dispuesto a insistir, que es una manera de resistencia, hasta las últimas consecuencias. Calma, cuando digo “hasta las últimas consecuencias”, lo digo en sentido figurado y no literalmente, claro. Cuando uno hace lo que le gusta, no hay trompadas, ni apretadas, ni llamadas furtivas en la madrugada, que nos hagan desistir. Vocación, que le dicen.
En los primeros tiempos, ahora lo recuerdo con una sonrisa, varios me confundían con mi viejo. Por eso probé poniendo mi nombre completo, luego adosé mi número de documento, y como eso tampoco despejaba completamente las dudas de los lectores distraídos, tuve que poner una foto.
Lo de mi viejo, con quién compartí durante mucho tiempo las cosas que publicaba, fue algo especial. El estaba luchando contra esa enfermedad cruel que al final lo llevó a la tumba. Y la enfermedad le había concedido esa inteligencia definitiva de la última hora: preocuparse sólo por las cosas importantes. Él ya estaba de vuelta en un montón de cosas. El viejo se ofendía si yo no le enviaba primero la nota antes de publicarla. Todavía recuerdo sus caras mientras leía mis borradores. Su sonrisa, su ceño fruncido. Su “estás loco…te van a matar”. Y sus eternas correcciones de estilo. Pero yo, que soy dócil en todo, nací terco para la escritura. Y ni siquiera él lograba cambiarme una coma.
Sí, la verdad es que lo de mis viejos, los dos, fue algo especial. Ellos recibieron, estoicamente, la primera catarata de reproches e insultos sobre mí persona. “Che, decile a tu hijo que….” Y aún así, jamás me esbozaron siquiera un reproche. Como si los hubiese curado el espanto.
Es curioso, ahora recuerdo exactamente una charla con mi viejo, una noche de mutuo insomnio, en su habitación post operatoria del Hospital Británico. El no entendía cómo, personas que había admirado toda su vida por su inteligencia, insistían en llamarlo por teléfono, para que “le diga al nene que deje de escribir”. Si, el “nene” era yo, un semejante paparulo de treinta y tantos años. En fin…pero me estoy yendo de tema.
Lo que quería contar, es que luego de hablar con el Director del Semanario aquella mañana fría, caí entonces al Semanario con mis notas bajo el brazo. Allí conocí a la gente que hace cada domingo este Semanario. Gente joven con la pasión en estado puro. Gente joven con ganas, que han ido aprendiendo el oficio, a puro trabajo. Comprometidos, serios, capacitados. Con vocación. Ahí está la clave del éxito, creo.
Quien alguna vez haya visitado las entrañas del Semanario, “la cocina”, como se dice vulgarmente, habrá notado, sobre todo, eso. Vocación. Y cuando hay vocación, se nota.
La vocación es lo que hace que uno trabaje con pasión, aún contra la corriente. Aún cuando se lucha en lucha desigual contra un montón de contratiempos. La vocación es lo hace la notable diferencia, ella hace que uno encare el trabajo cada día, como si fuera la primera vez.
Todos saben que yo no vivo en Gualeguay. Sin embargo, eso nunca ha sido un impedimento para recalar cada domingo en esta página del Semanario. Y esta es, creo, otra clave del éxito del Semanario. La buena predisposición de quines lo piensan, y lo hacen y lo venden, para con la tecnología. Porque una cosa es alabar la tecnología, y otra cosa muy distinta es utilizarla. Imaginen. El Semanario Gualeguay al Día se puede leer cada semana en Internet. Es decir, cualquier gualeyo puede acceder por computadora, desde cualquier lugar del mundo, al último Semanario publicado. Imaginen, yo escribo mis notas desde mi casa, desde mi escritorio las envío por Internet. También por Internet se manda a imprimir el Semanario, y esa misma nota que yo envío el sábado a la tarde, usted puede leerla impresa el domingo temprano, sentado en el living de su casa.
Pero además de todo esto, está también la intuición de quienes arman el Semanario. El oficio, que agudiza el olfato por encontrar la tapa más interesante, y la nota que la gente busca, y la foto que todos quieren ver, y la noticia que la gente está esperando. Y la tolerancia militante de aceptar todas las opiniones. Pero de verdad.
Contrariamente a lo que uno podría creer, y a pesar de las limitaciones presupuestarias y técnicas, quien haya estado en algún cierre de Edición de Gualeguay al Día, una siesta de un sábado cualquiera, encontrará un ambiente distendido. Alegre. Feliz. Todos abocados al trabajo, pero con esa alegría que trasciende cuando uno está contento con lo que hace. Lo que decía. La vocación.
Nada es fruto de la casualidad. Y en algo tan sensible como lo es la opinión publicada, este Semanario ha sabido abrirse camino, y hacerse un lugar. A pesar de todo. A pesar de aquellos que lo han llamado “ese semanario de cuarta”, o “ese pasquín de porquería”. A pesar de todos aquellos que militaron en su contra, con argumentos infames.
Por eso, 500 domingos de hoy son algo grandioso. Porque es la victoria del esfuerzo y la elegía de la vocación por sobre todas las cosas. Y mientras la gente que hace Gualeguay al Día, mantenga ese “misterioso gozo” por su profesión, que trasciende sus páginas y le pone una especie de alma al Semanario…el Semanario seguirá siendo el referente periodístico indiscutido de cada domingo gualeyo.
Felicitaciones a sus mentores
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