MATAR EN SALUD
¡CON LOS CHICOS SÍ!
“Ajeno al veredicto, el hijo duerme – duerme en cuna de agua en paz profunda – mientras su madre se acaricia el vientre – dudando si volverse nido o tumba…Y duerme en paz – ajeno al decisivo veredicto – de portazo de sangre…o de hijo, - de crecer en la vida…o de final.” (Jorge Antonio Doré – Poeta cubano)
Uno, está en el cíber de su barrio, un barrio castigado por la inseguridad y la pobreza, esos arrabales marginales que los políticos se especializan en olvidar, hasta que acude la tragedia. El niño está ajeno casi al mundo, frente a la computadora. Su suerte está echada.
El otro vive plácidamente en el lugar más seguro del mundo: El vientre de su madre. En un barrio castigado por la inseguridad y la pobreza, esos arrabales que los políticos saben olvidar hasta que amanece la tragedia. También su suerte está echada.
La muerte, aliada con la negligencia y necedad de ciertos funcionarios y dirigentes, los ha salido a buscar. Y la muerte, últimamente, anda de racha en Argentina.
El otro vive plácidamente en el lugar más seguro del mundo: El vientre de su madre. En un barrio castigado por la inseguridad y la pobreza, esos arrabales que los políticos saben olvidar hasta que amanece la tragedia. También su suerte está echada.
La muerte, aliada con la negligencia y necedad de ciertos funcionarios y dirigentes, los ha salido a buscar. Y la muerte, últimamente, anda de racha en Argentina.
EL UNO
Franco Campeggi, de 12 años, chatea en la computadora de un cíber café de su barrio Villa Trujuy, en Moreno, provincia de Buenos Aires. El no lo sabe, pero tres jóvenes a los que la justicia argentina (siempre compungida ante los delincuentes) ha dejado en libertad hace poco tiempo, están abocados a la “tierna” tarea de asaltar el local a punta de pistola. Y a punta de pistola se hacen de un teléfono celular, y a punta de pistola se hacen de los 50 pesos que hay en la caja, y de algunas tarjetas telefónicas. El botín es magro, el tiempo apremia, y ellos no son de andar con vueltas. Las varias causas que arrastran en la justicia, lo saben bien. El desamparo y la marginalidad los hizo crueles. “Dame más plata o lo quemo”, dice el mayor de los “tiernos” delincuentes, que anda por las calles de Moreno trabajando “de caño”, amparado en todas las “garantías” de una justicia que ha colocado puertas giratorias en las celdas de la provincia.
Pero claro, en un pequeño cíber café de la calle Potosí en Villa Trujuy, humilde barrio de Moreno, no puede haber mucho más que 50 pesos en la caja…los delincuentes lo saben, pero están “jugados”. Han mamado el desamparo del vale todo, han crecido en la ley del gallinero, donde el de arriba caga al de abajo, están acostumbrados a la ley de la selva, donde sobrevive el más “poronga”…donde la vida no vale un pito. Ni la de ellos, y mucho menos la ajena. Y entonces, el vale todo desata la tragedia. Que ahora es de algunos, pero que a la larga va siendo de todos. Franco Campeggi, ajeno, chatea en la compu cerca de la caja. Su papá, que tiene el almacén en el barrio, hoy le dio permiso para ir al cíber con su hermano que cumple 11 años. Franco ni siquiera lo sospecha, pero tiene cita con la muerte. El “poronga” del barrio le está apuntando a la nuca con su 9 mm. En la ley de la selva, esa es la forma de rascar los bolsillos ajenos para encontrar hasta el último centavo. En la caja no hay más plata. Y paga Franco. Le meten un tiro en la nuca que le sale por la boca y termina en el monitor roñoso de un pequeño cíber de Moreno. Tres horas agoniza Franco Campeggi, quien, con 12 años…acaba de pagar las muchas deudas de una sociedad enferma. Y ajena.
Tres horas le llevó a la Policía encontrar a los “autores del hecho”. Es que en el barrio se conocen todos. Y todos saben quién es “Cebollita” y quiénes sus secuaces. Tienen más antecedentes que años. Están jugados, han pasado mil veces por esa inmensa puerta giratoria que la justicia ha decidido ponerle a las celdas. Han mamado el desamparo del vale todo, han crecido en la ley del gallinero, donde el de arriba caga al de abajo, están acostumbrados a la ley de la selva, donde sobrevive el más “poronga”…donde la vida no vale un pito. Ni la de ellos, y mucho menos la ajena.
Las investigaciones judiciales indican que son tres los partícipes, y busca desesperadamente al autor material. Pero todos sabemos que hemos sido muchos los que apretamos el gatillo, para que Franco muriera con un tiro en la nuca.
Franco Campeggi, de 12 años, chatea en la computadora de un cíber café de su barrio Villa Trujuy, en Moreno, provincia de Buenos Aires. El no lo sabe, pero tres jóvenes a los que la justicia argentina (siempre compungida ante los delincuentes) ha dejado en libertad hace poco tiempo, están abocados a la “tierna” tarea de asaltar el local a punta de pistola. Y a punta de pistola se hacen de un teléfono celular, y a punta de pistola se hacen de los 50 pesos que hay en la caja, y de algunas tarjetas telefónicas. El botín es magro, el tiempo apremia, y ellos no son de andar con vueltas. Las varias causas que arrastran en la justicia, lo saben bien. El desamparo y la marginalidad los hizo crueles. “Dame más plata o lo quemo”, dice el mayor de los “tiernos” delincuentes, que anda por las calles de Moreno trabajando “de caño”, amparado en todas las “garantías” de una justicia que ha colocado puertas giratorias en las celdas de la provincia.
Pero claro, en un pequeño cíber café de la calle Potosí en Villa Trujuy, humilde barrio de Moreno, no puede haber mucho más que 50 pesos en la caja…los delincuentes lo saben, pero están “jugados”. Han mamado el desamparo del vale todo, han crecido en la ley del gallinero, donde el de arriba caga al de abajo, están acostumbrados a la ley de la selva, donde sobrevive el más “poronga”…donde la vida no vale un pito. Ni la de ellos, y mucho menos la ajena. Y entonces, el vale todo desata la tragedia. Que ahora es de algunos, pero que a la larga va siendo de todos. Franco Campeggi, ajeno, chatea en la compu cerca de la caja. Su papá, que tiene el almacén en el barrio, hoy le dio permiso para ir al cíber con su hermano que cumple 11 años. Franco ni siquiera lo sospecha, pero tiene cita con la muerte. El “poronga” del barrio le está apuntando a la nuca con su 9 mm. En la ley de la selva, esa es la forma de rascar los bolsillos ajenos para encontrar hasta el último centavo. En la caja no hay más plata. Y paga Franco. Le meten un tiro en la nuca que le sale por la boca y termina en el monitor roñoso de un pequeño cíber de Moreno. Tres horas agoniza Franco Campeggi, quien, con 12 años…acaba de pagar las muchas deudas de una sociedad enferma. Y ajena.
Tres horas le llevó a la Policía encontrar a los “autores del hecho”. Es que en el barrio se conocen todos. Y todos saben quién es “Cebollita” y quiénes sus secuaces. Tienen más antecedentes que años. Están jugados, han pasado mil veces por esa inmensa puerta giratoria que la justicia ha decidido ponerle a las celdas. Han mamado el desamparo del vale todo, han crecido en la ley del gallinero, donde el de arriba caga al de abajo, están acostumbrados a la ley de la selva, donde sobrevive el más “poronga”…donde la vida no vale un pito. Ni la de ellos, y mucho menos la ajena.
Las investigaciones judiciales indican que son tres los partícipes, y busca desesperadamente al autor material. Pero todos sabemos que hemos sido muchos los que apretamos el gatillo, para que Franco muriera con un tiro en la nuca.
EL OTRO
El otro niño, el que vive plácidamente en el lugar más seguro del mundo: El vientre de su madre, no tiene nombre. Le digo niño porque así corresponde según el ordenamiento jurídico argentino, que adhirió a la Convención de los Derechos del Niño, que establece que debe considerarse tal, “a todo ser humano desde el momento de la concepción y hasta los 18 años de edad”, aunque los Tribunales Superiores de Justicia lo “olviden” por conveniencia. En Argentina, se sabe, las Convenciones Internacionales se recuerdan o se olvidan, según convenga.
Este niño sin nombre vive ajeno a las luchas descarnadas que se han desatado, curiosamente, en su nombre. Su mamá tiene “capacidades diferentes”. Su padre es un signo de interrogación, detenido por violación. Su abuela no lo quiere. Y su abuelo lo quiere adoptar. Un artículo del Código Penal lo condena a muerte sin nombrarlo. En realidad, el artículo en cuestión pone a salvo a su verdugo, una forma sutil e “higiénica” para encubrir el asesinato. No vaya a ser que aparezcan cuestiones de la conciencia. La Constitución lo protege…pero la Constitución aquí, no le importa a nadie.
La jueza de menores dice que no. La Cámara dice que sí. El abuelo interpone un recurso para salvarlo. Pero el Superior Tribunal de Justicia encuentra "inadmisible" el recurso presentado por el abuelo para evitar la operación que lo escupirá de este mundo, y dice que “la conveniencia del aborto deberá ser resuelto por los médicos".
Y los médicos del Hospital San Roque de Paraná, tras una junta, deciden no practicar el aborto. “Todos los médicos dijeron que no lo hacen por objeción de conciencia. A esta paciente hay que hacerle una “micro cesárea” porque por su discapacidad mental no puede colaborar para que se haga el aborto por la vía vaginal. Eso significa que el médico recibe un feto vivo, cuyo corazón late, que mueve sus miembros. Y entonces hay que decidir, o lo tira a la chata y deja que se muera, o llama a un pediatra. Y aquí, ningún médico quiere enfrentar esa situación”, reconoció Hugo Cati, jefe del servicio de Maternidad del hospital San Roque de Paraná, al diario La Capital.
Pero hay designios superiores ocultos que acuden con puntualidad a decir que SI, cuando los médicos deciden que NO. El gobierno mentiroso de Néstor Kirchner (que descaradamente toma el púlpito de la Basílica de Luján el sábado para golpearse el pecho sin sonrojarse) tiene el mecanismo de muerte bien aceitado para matar el domingo. Cuando le conviene al gobierno, se desconocen tratados, se utilizan eufemismos, se recurre a complejas acrobacias argumentales… todos los medios del Estado al servicio de la muerte. Y se llaman a los verdugos. El servicio estatal del “Aborto delivery” en marcha. María José Lubertino, titular del Inadi, la rubia que saltara a la fama al sacar una teta ahíta de maternal leche en el Honorable Recinto para amamantar a su hijo, reprocha: “El director del San Roque debe garantizar la práctica médica requerida. Si no estaría incurriendo en incumplimiento de los deberes de funcionario público y puede ser denunciado penalmente”. Y allá van, el Ministro de Salud de Kirchner, Ginés González García; el de Busti, Gustavo Bordet; el de Solá, con paradójico apellido, Claudio “Mate”; Lucy Grimalt, diputada entrerriana, y Cristina Ponce, delegada del Inadi en Entre Rios. Todos empujando hacia la muerte.
El niño sin nombre no lo sabe. En silencio y de urgencia el Estado lo traslada a Mar del Plata. En un hospital público han conseguido un equipo de médicos decididos a realizar la cesárea, recibir un feto vivo y sano… y tirarlo al tacho de basura. ¡Con lo chicos sí!
Pienso en “Cebollita”, el “poronga” de Villa Trujuy y sus secuaces. Al menos ellos, tendrán el atenuante de la marginalidad, y la ignorancia.
El otro niño, el que vive plácidamente en el lugar más seguro del mundo: El vientre de su madre, no tiene nombre. Le digo niño porque así corresponde según el ordenamiento jurídico argentino, que adhirió a la Convención de los Derechos del Niño, que establece que debe considerarse tal, “a todo ser humano desde el momento de la concepción y hasta los 18 años de edad”, aunque los Tribunales Superiores de Justicia lo “olviden” por conveniencia. En Argentina, se sabe, las Convenciones Internacionales se recuerdan o se olvidan, según convenga.
Este niño sin nombre vive ajeno a las luchas descarnadas que se han desatado, curiosamente, en su nombre. Su mamá tiene “capacidades diferentes”. Su padre es un signo de interrogación, detenido por violación. Su abuela no lo quiere. Y su abuelo lo quiere adoptar. Un artículo del Código Penal lo condena a muerte sin nombrarlo. En realidad, el artículo en cuestión pone a salvo a su verdugo, una forma sutil e “higiénica” para encubrir el asesinato. No vaya a ser que aparezcan cuestiones de la conciencia. La Constitución lo protege…pero la Constitución aquí, no le importa a nadie.
La jueza de menores dice que no. La Cámara dice que sí. El abuelo interpone un recurso para salvarlo. Pero el Superior Tribunal de Justicia encuentra "inadmisible" el recurso presentado por el abuelo para evitar la operación que lo escupirá de este mundo, y dice que “la conveniencia del aborto deberá ser resuelto por los médicos".
Y los médicos del Hospital San Roque de Paraná, tras una junta, deciden no practicar el aborto. “Todos los médicos dijeron que no lo hacen por objeción de conciencia. A esta paciente hay que hacerle una “micro cesárea” porque por su discapacidad mental no puede colaborar para que se haga el aborto por la vía vaginal. Eso significa que el médico recibe un feto vivo, cuyo corazón late, que mueve sus miembros. Y entonces hay que decidir, o lo tira a la chata y deja que se muera, o llama a un pediatra. Y aquí, ningún médico quiere enfrentar esa situación”, reconoció Hugo Cati, jefe del servicio de Maternidad del hospital San Roque de Paraná, al diario La Capital.
Pero hay designios superiores ocultos que acuden con puntualidad a decir que SI, cuando los médicos deciden que NO. El gobierno mentiroso de Néstor Kirchner (que descaradamente toma el púlpito de la Basílica de Luján el sábado para golpearse el pecho sin sonrojarse) tiene el mecanismo de muerte bien aceitado para matar el domingo. Cuando le conviene al gobierno, se desconocen tratados, se utilizan eufemismos, se recurre a complejas acrobacias argumentales… todos los medios del Estado al servicio de la muerte. Y se llaman a los verdugos. El servicio estatal del “Aborto delivery” en marcha. María José Lubertino, titular del Inadi, la rubia que saltara a la fama al sacar una teta ahíta de maternal leche en el Honorable Recinto para amamantar a su hijo, reprocha: “El director del San Roque debe garantizar la práctica médica requerida. Si no estaría incurriendo en incumplimiento de los deberes de funcionario público y puede ser denunciado penalmente”. Y allá van, el Ministro de Salud de Kirchner, Ginés González García; el de Busti, Gustavo Bordet; el de Solá, con paradójico apellido, Claudio “Mate”; Lucy Grimalt, diputada entrerriana, y Cristina Ponce, delegada del Inadi en Entre Rios. Todos empujando hacia la muerte.
El niño sin nombre no lo sabe. En silencio y de urgencia el Estado lo traslada a Mar del Plata. En un hospital público han conseguido un equipo de médicos decididos a realizar la cesárea, recibir un feto vivo y sano… y tirarlo al tacho de basura. ¡Con lo chicos sí!
Pienso en “Cebollita”, el “poronga” de Villa Trujuy y sus secuaces. Al menos ellos, tendrán el atenuante de la marginalidad, y la ignorancia.
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