“¡Soy duro!...He estado talando
árboles…Me he peleado con un cocodrilo…Me he pegado con una ballena…He esposado
al trueno y he metido al rayo en la cárcel. La semana pasada asesiné a una
roca, lesioné a una piedra y mandé al hospital a un ladrillo” gritó Muhammad
Alí en sus días de euforia, subido a las cuerdas que enmarcaban su momento de gloria.
Tantas veces de chico me quedé
despierto hasta tarde para ver a ese negro grandote y demoledor, bailar entre
las cuerdas, noqueando a la miseria con sus enormes puños, y sus brazos de
acero enguantados en hambre de gloria. Sí, a mis seis o siete años, yo también
lo creí Dios.
La euforia, y esa gloria que
miente inmortalidad… hasta que nos damos cuenta que la realidad, mucho menos
glamorosa, con sus puños de seda puede más que todos los puños de acero.
Para Alí, fue el Parkinson antes
de los 40 años. Lo bajó a la tierra y le avisó realidad durante más de 30 años,
cada segundo de cada día de cada semana de cada mes de cada año… de todo el
resto de su vida. Como un árbitro implacable mirándolo a los ojos y mostrándole
los dedos de su mano: Uno, dos…tres…cuatro… entonces, al promediar la cuenta, el
Alí ególatra se volvió el Alí sabio.
Pero algunos pueden, asumir la
realidad, digo… y otros no.
Los días de gloria son días de engañarse
inmortalidad, de subirse a las cuerdas que enmarcan el ego, ese EGO grandote
que aflora fácil… que nos hace gritar: Soy el Rey del mundo, soy el Rey del
mundo!!… que lo digan los Báez y los Kirchner… o los kirchneristas amancebados que
durante doce años pasearon por nuestras vidas sus ínfulas de eternidad, subidos
a las cuerdas de la impunidad, aplaudidos por un ring side con entradas de
favor. Obsecuente. Y cómplice. O muy pelotudo, vaya uno a saber.
Pero claro, también los días de
inmortalidad vendrán para los de de ahora, y para los que vendrán después de
los de ahora.
Cierro los ojos… y hasta los
escucho: “¡Soy duro!...He estado talando árboles…Me he peleado con un cocodrilo…Me
he pegado con una ballena…He esposado al trueno y he metido al rayo en la
cárcel. La semana pasada asesiné a una roca, lesioné a una piedra y mandé al
hospital a un ladrillo”… sí, claro que los escucho. Y me pregunto, pues ya no
tengo seis ni siete años como para creerlos Dios: ¿Podrán bajar a la tierra a
tiempo?, ¿bañarse de realidad e intentar hacerse sabios... antes que el guante
de seda, ese que pega más fuerte y más duro que mil puños de acero y gloria,
los siente en la lona y un árbitro implacable se acerque, los mire a los ojos y
les muestre sus dedos: uno, dos…tres…cuatro!!…?
Algunos pueden, asumir la realidad
digo... pero otros no. Es la diferencia entre volverse sabios, o “EGOmorir”…
como los del montón.
Es la diferencia entre ganar con
gloria… o la muerte súbita del KO.
Horacio R. Palma
Escribidor contumaz
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