MARÍA LILIA GENTA
Tras su unánime sanción en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, avanza hacia el Congreso Nacional la llamada Ley Antidiscriminatoria. Si se logra su sanción (y nada hace suponer que no se logre) quedaría “canonizada” en la legislación argentina la llamada “perspectiva de género”.
Mucho se ha escrito y dicho sobre este tema del “género”. Se trata de un producto marxista basado en una concepción dialéctica de la realidad humana: hay un “género” bueno, el femenino, y un “género” malo, el masculino; uno es el oprimido, el otro es el opresor… y así sucesivamente. Y esta visión radicalmente distorsionada y falsa de la condición humana, de mujeres y varones concretos, ha ganado hasta el hartazgo todos los entresijos de nuestra vida y se expresa, fundamentalmente, en los medios,
Llevo dos meses encerrada en mi casa por problemas de salud y, encima, casi sin poder leer por los efectos secundarios de alguna medicación. Esto me ha convertido en teleadicta; pero no como antes que sólo veía las grandes series policiales (Morse, Lewis, Montalbano, Maigret) o las excelentes reconstrucciones de época de la televisión europea (Downton Abbey, por ejemplo): ahora los días y las noches se hacen interminables y uno va dejando la excelencia y ve de todo (aunque con alguna excepción pues todo tiene un límite: ni Tinelli ni Gran Hermano ni ninguna otra basura por el estilo). Así paso varias horas viendo las noticias. Por eso me atrapó, y mucho, ver cómo se exalta y se insiste en enviar el mensaje feminista -y la consiguiente perspectiva de género- cada vez que ocurre alguna horrenda tragedia en la que una mujer es la víctima.
Como dije más de una vez, soy “políticamente incorrecta” pero más aún “culturalmente incorrecta”. Empiezo, pues, por desechar esta neoparla del “género” y adherirme a las viejas denominaciones: sexo femenino, sexo masculino, cada uno con sus antagonismos, semejanzas y diferencias (¡viva la diferencia!) y ambos creados por Dios en igual dignidad de creaturas humanas. Sería absurdo negar que la violencia física y psicológica del sexo masculino contra el sexo femenino haya crecido de manera exponencial en crueldad, brutalidad y frecuencia en los últimos tiempos. Además, los modos de esa violencia suelen ponerse de “moda”: desde el baterista de la banda de Cromagnon hasta hoy, abundan las mujeres quemadas, por ejemplo. Pero ocurre que sobre estas innegables lacras sociales se montan a diario los ideólogos del “género” para instilar el veneno de su ideología. Así, cuando se habla de violencia psicológica siempre es el varón el manipulador, el que somete y anula al otro. Entiéndase bien: más allá del hecho, siempre brutal y abominable, aparece la visión distorsionada de la ideología: el varón es el malo, la mujer la buena; pero no como referencia al caso concreto sino como si todo respondiera a una situación ineluctablemente universal.
Como soy vieja, y por esos azares de la vida, viví en distintas geografías y conocí diversos grupos socioculturales totalmente distintos e, incluso, formé parte de alguno de ellos. Según mis experiencias pude extraer algunas conclusiones (a las que, por supuesto, no considero verdad revelada) por lo que me atrevo a sostener que la mujer le gana al varón en el ejercicio de la violencia psicológica y en el arte supremo de hacer salir de las casillas a toda clase de varones, aún a los más mansos. Conocí de cerca a una señora exquisita, que se expresaba en un castellano riquísimo y bello propio de los grandes poetas de nuestra lengua (a los que conocía a fondo), dueña también de una ironía que aplicaba sin piedad mediante frases brillantes y aún bellísimas. Al tiempo comprendí que cuando ella aplicaba estas “artes” a su cónyuge, el asunto formaba parte de un juego amoroso ya que siempre llegaba justo al límite. Pero la misma señora conversando con el resto de los mortales, fueran varones o mujeres, usaba el mismo método, pero sin detenerse por lo que quedaba el tendal de “oponentes” vencidos y hasta humillados. Sólo supe de un fraile capaz de medirse de igual a igual con la dama de mi cuento. A decir verdad, resultaba divertidísimo escucharlos aunque los pobres testigos de estos lances entendían poco o nada del trueque y retrueque fuera sobre política, literatura, cine o teatro. Lo divertido era observar la furia contenida del fraile al comprobar que una fémina se le atrevía.
Aparte del caso que he contado fui espectadora de muchas situaciones en las que las mujeres sometían a los varones o los sacaban de quicio con sólo la palabra y sin gritos, lo que es mucho más efectivo. Sin contar la larga historia de mujeres adictas al recurso del veneno a la hora de vengarse de algún agravio de sus cónyuges o amantes.
Voy a esto: la maldad y la bondad se reparten por igual. En nombre de mi sexo (nunca de mi “género”) propongo a los muy versados periodistas -ellas y ellos- y a los doctos legisladores -ellas y ellos- que investiguen también este costado femenino de la violencia humana.
A modo de post scriptum diré que estoy totalmente de acuerdo con quienes sostienen que la situación cultural, social y familiar de la mujer ha sido en otras épocas de marginación injusta y es muy bueno que haya cambiado (aunque digamos, también, que esa realidad no impidió que mujeres como Isabel la Católica, la terrible Isabel de Inglaterra, Santa Teresa de Ávila, Santa Catalina de Siena o Catalina de Rusia pasaran a la historia como grandes protagonistas). El feminismo, sobre todo el de izquierdas, blasona de haber sido el artífice de este cambio y suele identificar machismo con fascismo. Pero veamos algunos datos. Una ley de la República Española negaba a la mujer casada, entre otras cosas, la posibilidad de compartir el domicilio con el esposo: la esposa era recibida en el domicilio del marido y podía ser, eventualmente, arrojada a la calle. Pues bien, en época de Franco, gracias al empeño de la gran dirigente falangista Mercedes Formica, el Caudillo dispuso por ley que el domicilio conyugal fuese compartido reparando de este modo una larga injusticia. En Argentina ocurrió algo parecido: fue el gran jurista Guillermo Borda, inspirador de la reforma del Código Civil de 1968, quien logró la igualdad jurídica de varones y mujeres en temas patrimoniales y familiares. En ese momento gobernaba la Argentina el General Onganía. ¡Vaya con el fascismo!
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