María Cristina Viola, asesinada por el terrorismo
Cuarenta años atrás, a Maby le desgarraban la mitad de su vida y casi todos los sueños.
Argentina ardía en
violentas pasiones de asesinos que mataban sin reparos, los mismos que hoy
gobiernan y juzgan.
“Hoy todos los globos,
la piñata, los caramelos, los peluches, las estrellas, el arco iris...son
tuyos...! Y a tu alrededor los ángeles festejando la fiesta… Cristina, mi
niña-Ángel...! Tu mamá te extraña, te mima...te ama...!” le escribe Maby a su hija Cristina, su niña
ángel, para cada cumpleaños que no pudo ser…
Cristina Viola… a mitad
del día, en un diciembre de una época de barbarie, linchadores con banderas de
revoluciones prestadas, decidieron cortarle a tiros su vida, sus sueños, sus
juegos, su sonrisa. Y la de su papá Carlos… y quisieron también llevarse
aquella mañana la vida de su hermana María Fernanda, y casi pueden, pero por
suerte no.
Alas de niña ángel... manos de Maby Picón de Viola
Cuarenta años después y
ahí está Maby, mamá de Cristina, mamá corazón, todo amor desde el fondo de la
injusticia recordando a su niña que es ángel.
Pocos saben cómo fue
que los linchadores se la arrancaron de sus brazos. Fue un mediodía caluroso de
un primero de diciembre del año 1974. Hoy se cumplen 40 años. La locura y la
muerte se arrebujaron entonces en las manos de once terroristas que se jactaban
de pertenecer al ERP, Ejército Revolucionario del Pueblo.
Funeral de Cristina y Humberto Viola... llora Maby
El capitán del Ejército Argentino, Humberto Antonio Viola, 31 años y una familia hermosa, estaciona su auto Citroen Ami 8 frente a la casa de Ayacucho 233, a pocas cuadras de centro de la capital tucumana. Allí viven sus padres. De pronto, tres autos le cierran el paso. No avisan. Nunca avisan. Ellos hablan con balas. Disparos, gritos, confusión. Humberto Antonio Viola trata de defenderse y defender a los suyos, sabe de memoria cómo matan estos tipos. Se desespera, sabe que después de las ráfagas primeras vendrán a rematarlos. Siempre hacen lo mismo. Quiere defenderse, pero un escopetazo lo mata en acto. En el asiento de atrás queda muerta también su hija María Cristina, de 3 años. Otra bala se clava en la cabeza de María Fernanda, su otra hija de 6 años.
En la puerta de la casa
grita paralizada su mujer Maby. Desde sus 26 años, ve cómo en unos segundos le
arrancan media vida. Conmoción en el barrio. Conmoción en Tucumán. Terror en
todo el país. Las noticias muestran una joven mujer embarazada llorando frente
al cajón de su hija y de su marido. Y desde el cementerio de Yerba Buena, parte
Maby al sanatorio donde su otra hija, María Fernanda lucha por escaparle a la
muerte. Ahí está Maby… todo dolor y todo amor. Con su panza enorme que más
tarde será Luciana. Maby solo llora y reza. Reza y llora. Tiene buenas razones.
El país que la mira,
grita venganza… también tiene las suyas. Los asesinos que ese mediodía le
arruinaron la vida, escaparon con una sonrisa en los labios. Así lo dicen todos
los testigos. Se fueron satisfechos, como disfrutando la muerte. Se enjuagaron
un poco la sangre. Tal vez aún festejaban la victoria de tanta muerte. Los
asesinos de los Viola se sacaron la careta, y se burlaron delante de todos
aquél mediodía caluroso de una Tucumán inundada de sangre.
Sonreir a pesar de todo
Han pasado 40 años, y Argentina aún espera justicia, verdad y memoria. Nos debemos contar la Historia con todas las letras.
Los asesinos de la
familia Viola asesinaron también parte de la historia de nuestro país,
mutilaron sueños y vidas. Sembraron el terror con la muerte como bandera.
Argentina se debe aún,
ese contar su historia con todas las palabras. Señalar las culpas de los que
sembraron el terror con banderas de revoluciones prestadas… y hoy gobiernan con
caras de piedra, con fauces de lobos bajo pieles de corderos.
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